miércoles, 23 de julio de 2014

La triada ciudadanía-inmigración-exclusión a debate parte 2

El colectivo de inmigrantes es el más vulnerable en esta realidad y desde la perspectiva de género nos encontramos con más barreras que impiden y dificultan el acceso de las mujeres a las oportunidades en el mercado de trabajo puesto que “(…) el empleo es el ámbito fundamental para conseguir una integración satisfactoria” (Martínez, 2006:251). Se sigue careciendo de instrumentos que faciliten el acceso a igualdad de oportunidades a hombres y mujeres a un puesto de trabajo, y a la eliminación de la discriminación como un mecanismo efectivo de contratación ilegal. Dada la manifiesta ineficacia de los gobiernos relacionada con las migraciones pone de relieve, según Rosa Rodríguez (2006), al menos dos cuestiones significativas:
1.     Una relevante “crisis de gestión resolutiva ante las transformaciones de efecto multiplicador derivadas de las mismas” (Rodríguez, 2006:93).
2.     “La ausencia de una verdadera toma de conciencia de la responsabilidad que tiene de sumir las consecuencias de unos cambios sociales que también han contribuido a generar” (Ibídem:93).

En ese sentido podríamos hablar de minorías emigradas como el “colectivo que presenta una clara situación de desventaja, de inferioridad, de marginación, respecto del grupo social del país de destino. Inferioridad que no sólo es numérica, sino que lo es social, cultural, legal y económica” (Marcos, 2012:10). Existe una precariedad en sus condiciones económicas y también en el ámbito de reconocimiento del derecho a la igualdad y los derechos sociales, económicos y culturales. Estas minorías presentan en común dos rasgos, la procedencia por razones adversas (políticas, económicas, etc.), y la lucha por el reconocimiento de los derechos a la igualdad y a la diferenciación cultural.
Los inmigrantes en la mayoría de las ocasiones son invisibilizados por el contexto societal y por sus inherentes carencias naturales (como el lenguaje), como que han de soportar altos niveles de discriminación y xenofobia. Están claramente en una situación de exclusión social estructural, tanto que ni siquiera se relacionan con los movimientos que luchan por sus derechos. Como decíamos anteriormente, la crisis económica y financiera puede servir de excusa vehicular para solapar este debate en nuestras comunidades, con el objetivo de seguir dando voz a estos colectivos y crear las bases en todas las dimensiones de nuestras sociedades, y para impulsar las políticas necesarias en la búsqueda de su plena integración.
Albert Mora afirma que en nuestras sociedades conviven dos tipos de discursos dicotómicos; por un lado se “le exige a los inmigrantes que se integren adaptándose a las pautas culturales, costumbres y hábitos que consideramos propias de las sociedades avanzadas y desarrolladas” (Mora, 2012:1), y por otro, “(…) la construcción social que hacemos del -otro inmigrante- se inserta en estrategias de inferiorización orientadas a marcar la distinción de ese otro con respectos a nosotros mismos” (Ibídem: 1). La participación social y política de los inmigrantes no aparece en el imaginario colectivo como un requisito esencial para la integración y, no obstante, constituye una de las dimensiones fundamentales para lograr la integración ciudadana de este colectivo. El autor subraya la necesidad de garantizar la participación social de los extranjeros en igualdad de condiciones con respecto a los autóctonos, se establece como una condición ineludible para la construcción de una sociedad plural que integre de forma positiva el hecho migratorio.

Tal como subraya Tezanos, cuando confluyen tantos elementos de vulnerabilidad, marginación y rechazo forman un cuadro, que en aspectos generales, “tiende a perfilar en la sociedad española espacios muy diferenciados de pertenencia cívica y de integración” (Tezanos, 2006:35). En cuanto a la relación con la perspectiva personal, da lugar a trayectorias de mayor riesgo de exclusión social.

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