martes, 15 de julio de 2014

Práctica PEC Sociología del Género 2013/14 Parte 1

Desde la promulgación de la Ley Integral de 2004 Amnistía Internacional ha elaborado varios informes alertando de las deficiencias observadas en la implementación de dicha Ley. El último informe de noviembre de 2012 titulado ¿Qué justicia especializada? se toma como base para la realización de la presente práctica.

La práctica consistirá en cuatro partes.

1.-En esta parte se pide una comparativa entre el texto de la asignatura (de lectura obligatoria) y el informe de Amnistía Internacional.

El texto de Osborne, Raquel (2009): Cap. 2, “Malos tratos: un problema estructural”, en Osborne, Raquel: Apuntes sobre violencia de género. Barcelona: Bellaterra Edicions, Serie General Universitaria. Selección: pp. 114-128.


Señale los aspectos principales desarrollados en ambos textos así como en qué se asemejan y en qué se diferencian sus contenidos.

Según Raquel Osborne, la ruptura del supuesto modelo ideal (amor-sexualidad en familia) por medio de la violencia, ha supuesto un grado de subordinación muy relevante de la mujer por parte del control masculino. La dicotomía incidencia-prevalencia se sitúa como mecanismo de confusión en este caso concreto: la violencia se produce sin distinción socioeconómica. Dependiendo de la concurrencia de diversos factores, las mujeres pueden ser más proclives a ser víctimas de violencia de género: la personalidad de los agresores, las drogas, dependencia económica, variables culturales, contexto (ciudad-rural), etc. El concepto interseccionalidad emerge en el análisis de esta realidad como el que más se aproxima a ese reconocimiento multifactorial. En esto ha contribuido que la violencia se ha hecho más visible culturalmente por un lado, y que una parte de esa violencia oculta se ha manifestado, gracias a la movilización social e institucional.

Ha habido, un cambio de mirada en la sociedad, una toma de conciencia del problema que ha propiciado que se convierta en una cuestión política. El principal objetivo de la puesta en marcha de las Macroencuestas era establecer un perfil de las mujeres víctimas y el conocimiento de las consecuencias. Manejar la tipología de maltrato técnico iba a permitir detectar muchas manifestaciones de maltrato oculto, profundizar en la problématica del maltrato y no sólo de las fallecidas. Las mayores cotas de igualdad parecen correlacionarse con un aumento de la violencia contra las mujeres. Si la perspectiva de género apunta al factor de la desigualdad de género, factor por el que se rigen las relaciones de pareja, habría que explicar entonces por qué no hay una mayor incidencia de la violencia de género. A la búsqueda de esta incidencia se concentran las Macroencuestas por medio de la diferenciación entre maltrato declarado y maltrato técnico. La contabilidad de la violencia ha sido una de las iniciativas para visibilizar la violencia y para convertir el fenómeno en una categoría más allá de la mera anécdota.

Las categorías empleadas no están exentas de polémica y críticas, como la amalgama entre sexismo y maltrato o cómo clasificar la estricta contraposición hombres violentos/mujeres víctimas, como cuando las mujeres perpetran la violencia. Las mujeres son tan protagonistas como los hombres en el maltrato tanto físico como psicológico. Solo cuestionar a las mujeres y no a los hombres por la violencia que reciben, parece presuponer que las mujeres son incapaces de ser causantes de maltrato; se sobreentiende que los hombres son los únicos victimarios y que las mujeres sólo puede ser víctimas.  La no distinción presupone que el sexismo conduce siempre a la violencia, pero sabemos que todo machista no es necsariamente violento. Suponer relaciones de causa-efecto en toda la población estudiada no se corresponde con la realidad. También es confusa la amalgama que el concepto “violencia en el ámbito doméstico” trae consigo, pues incluye diversas personas residentes en el hogar, cuando debería existir igualmente una distinción.

La Ley Integral de 2004 ha marcado un hito, pero está siendo complicada ponerla en marcha, algunos sectores la han tachado de excesiva judicialización, que comporta en un contexto de recursos escasos, que una buena parte de ellos se canalicen hacia la vía penal en detrimento de medidas preventivas, tanto sanitarias como educativas. El principal detonante de la violencia contra las mujeres se encuadra en la desigualdad de poder entre los sexos, creada desde una forma muy particular de construcción de la masculinidad y la feminidad. La autora indica que cuando hablamos de género lo debemos entender en relación dialéctica, a que un modelo masculino corresponde uno femenino, el uno no se explica sin el otro. Para comprender algunos mecanismos presentes en las situaciones de maltrato es la visión del género como una construcción sociocultural y no como un atributo personal.

La violencia se desarrolla en la intimidad del hogar, lugar donde se generan grandes tensiones, la consagración extrema entre lo público y lo privado, como refugio último y cotidiano en el que se deja salir el propio yo. Debido a su invisibilidad pública, los comportamientos eróticos y agresivos, no permitidos en público, tienen aquí un espacio posible. En esa situación de relación tan fuerte, continuada e íntima, es fácil que se cree una importante mutua dependencia psíquica. Lo que se confunde con amor es una profunda dependencia (que es recíproca). El informe de Amnistía subraya las deficiencias en la investigación de oficio cuando la violencia es oculta. Casos que no prosperan por ser éstos de violencia psicológica, y/o sexual o de violencia habitual, sin lesiones físicas recientes (sin “marcas físicas”), los obstáculos se multiplican. La familia se revela como un lugar potencialmente peligroso, no sólo porque propicia la intimidad e invisibilidad de los comportamientos más personales, sino porque las relaciones de pareja se han regido tradicionalmente por un modelo rígido de división sexual que ya no es el imperante socialmente hablando.

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