domingo, 30 de agosto de 2015

La importancia de llamarse Avelino García Parte 2


III. Silencio, el territorio del miedo

Cuando mataron a Avelino García, este murió sabiendo que su novia estaba embarazada del que luego sería el padre de Avelino Chillarón. Sin embargo, María del Prado Chillarón (su abuela) nunca le contó la verdad a su nieto, hasta que se enteró de que él había estado investigando por su cuenta. Avelino asegura que, si no se hubiera interesado por su verdadero abuelo y por lo que le pasó a él y a su familia, su abuela nunca se lo habría contado, en su opinión, por miedo a que a sus nietos o a su hijo les pudiera pasar lo mismo que le sucedió a su marido.

En un principio Avelino pensaba que el “continuado y consciente silencio” (García, 2014:8) de su abuela tenía que ver con que sentía vergüenza por haber tenido un hijo sin haberse casado previamente. Sin embargo, más tarde se dio cuenta de que lo que ocurría era que seguía teniendo miedo. Es por ello que le decía que el militar que aparecía en una foto que estaba en su casa era su abuelo; pero aquel era el hombre con el que su abuela se había casado después, y no su abuelo Avelino García. En este como en otros tantos casos, el silencio es un territorio que sigue coexistiendo como lugares de memorias (Ferrándiz, 2011-2:27), que abona la inquietud y germina el miedo. Como sostiene Ferrándiz (2011:527), esta inversión en terror, inunda las vidas de los familiares más allegados como de sus futuras generaciones, prolongando aún más el sufrimiento y concretándose en otra modalidad represiva, tras el fin de la contienda.

Como señala Zamora (2011), la memoria no es sólo un mecanismo para explorar el pasado, sino un instrumento en el que los sujetos del recuerdo han de explorar y rescatar fragmentos perdidos de la historia, pero además permiten desentrañar vestigios fantasmagóricos del pasado, como el miedo. Grietas que décadas después siguen presentes, abiertas como fisuras que siguen engullendo las experiencias traumáticas de los derrotados, de los vencidos y sus familias, quienes perciben y siguen rememorando las experiencias de las victimas, convirtiéndose en otros damnificados. Y es que las memorias desenterradas son tan expresivas como incómodas, que se establecen en “sociedades muy diferentes a las que los ejecutó y abandonó a su suerte durante décadas” (Ferrándiz, 2011:534), contraviniendo desde los silencios cómplices (algunos involuntarios) hasta políticas de marcado carácter de olvido institucional y prácticas judiciales que esquivaron estas ausencias. Por la inexistencia de una voluntad decidida por restaurar la memoria histórica o por el declive de las que en su día se instauraron, y que hoy carecen de los recursos necesarios para ponerlas en práctica.

IV. Enterrar la memoria

Actualmente, cuando la abuela le recrimina que se esté metiendo en líos al atreverse a escarbar en el pasado, Avelino Chillarón le asegura que a él eso le produce “paz, tranquilidad y una felicidad inmensa”, que lo que pretende es hacer un poquito de justicia desvelando lo que sucedió realmente. Incluso afirma que, si no se ha cambiado el apellido hasta ahora, es por el trastorno burocrático que le supondría. No obstante, para él lo más importante es saber quién es y de dónde viene, saber que es el nieto de Avelino García Romero, que él también es de los García de Benójar (pueblo de sus bisabuelos paternos), aunque no figure en ningún papel. Tal como manifiestan Baer y Sánchez (2004), en el aspecto histórico testimonial puede estar imbricado la necesidad de alivio o descarga. Lo que Avelino puede referirse como “justicia”, tiene un cierto factor terapéutico y liberador. Esta descarga cristalizada en un relato compartido es un peso de su memoria que ha encontrado escucha en el otro, “un sentimiento de identidad compartida, que de alguna manera exorciza el mal sufrido” (Baer y Sánchez, 2004:51), en todos los miembros de la familia.

Como hemos visto, son los familiares los que están luchando contra esa condena al olvido y al ostracismo, los que van reconstruyendo poco a poco una memoria de vida, lo que Iniesta destaca como “memorias privadas” (2009:482) que se declinan en presente y son reconocidas en una narración coral. Persiguen la recuperación de una parte de la historia, de la vida de los que se les negó en muchos casos, hasta una sepultura digna. Es en ese sentido que Avelino está rescatando parte de su pasado, desvelando el cuerpo de su abuelo, su identidad que regresa hoy como postmemoria (Ferrándiz, 2011) en la generación que representa su nieto. Avelino con ello hace un ejercicio de significación de un olvidado, de una sombra del pasado, de un ignorado o esquivado, de una persona que fue ejecutada y arrojada a una fosa, “permaneciendo en el olvido sin apenas tutela en una secuencia de abandonos acumulada sobre los mismos cadáveres” (Ferrándiz, 2011:531). No sólo en el periodo de la guerra (y el posterior franquismo) sino como en este caso, a comienzos de un nuevo siglo.

Como relata su abuela María del Prado Chillarón, cuando su padre nació, en el juzgado no quisieron ponerle los apellidos que le correspondían, pues había sido concebido antes del matrimonio. Eso supuso un hecho muy traumático para ella y para la familia del que no había llegado a ser su marido, sumado al dolor por su pérdida y por las circunstancias en las que se produjo. Fueron sus suegros, los padres de Avelino García, los que acudieron a realizar el trámite, y tuvieron que regresar y contarle a María del Prado Chillarón que no había sido posible. Según sus propias palabras, para consolarla le dijeron: “Tú no te preocupes, porque, aunque no tenga los apellidos de su padre, nosotros sabemos que es mi nieto”. Hoy en día, Avelino Chillarón recuerda que, cuando tenía unos seis o siete años, iba a su casa una señora “muy menudita y siempre enlutada” a ver a su padre. En ese momento él no lo sabía, pero se trataba de su bisabuela, la madre de su abuelo Avelino García.

Por otra parte, Avelino Chillarón cuenta que siempre le sorprendió que su padre (ya fallecido) nunca tuviera una fotografía de su propio padre, porque considera que le hubiera resultado fácil conseguir alguna, ya que le constaba que había tenido buena relación con su familia paterna. Además, sabe que su padre se acordaba mucho de él y que vivió marcado por su ausencia, sobre todo en ocasiones especiales como el día de su boda. Por eso es que le llamaba tanto la atención el hecho de que no tuviera fotos suyas, pero también era consciente de que ya no podía preguntarle al respecto.

Enlace video:  La importancia de llamarse Avelino García

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