lunes, 17 de octubre de 2011

“El 15-M es emocional, le falta pensamiento”

Hoy El País publica esta entrevista de Vicente Verdú a Zigmunt Bauman. ¿qué más se puede pedir?...
Vicente Verdú-Madrid-17 octubre 2011
Zigmunt Bauman, el filósofo y sociólogo polaco famoso por su concepto de la modernidad líquida, tan fértil que ha sido aplicado al amor (líquido), al arte (líquido), al miedo (líquido), al tiempo (líquido) y así hasta cualquier cosa, publica el ensayo 44 cartas desde el mundo líquido (Paidós). Además, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 ha estado en Madrid para pronunciar una conferencia en el Matadero bajo el título ¿Tiene futuro la solidaridad? El sábado por la tarde, a la misma hora de la manifestación internacional de los indignados, mantuvimos una charla en un hotel a menos de 100 metros de la plaza de Atocha donde, entre la multitud, ya no cabía un alfiler.
Le pregunto a este profesor emérito en la Universidad de Leeds (Inglaterra) si le parece que estas grandes manifestaciones masivas, pacíficas y tan heterogéneas lograrán combatir los abusos de los mercados, promover una democracia real, reducir las injusticias y, en suma, mejorar la equidad en el capitalismo global, pero, como profesor que es, no responde a la cuestión de un solo golpe.
En su parecer, el origen de todos los graves problemas de la crisis actual tiene su principal causa en “la disociación entre las escalas de la economía y de la política”. Las fuerzas económicas son globales y los poderes políticos, nacionales. “Esta descompensación que arrasa las leyes y referencias locales convierte la creciente globalización en una fuerza nefasta. De ahí, efectivamente, que los políticos aparezcan como marionetas o como incompetentes, cuando no corruptos”.
El movimiento del 15-M trataría de suplir la falta de globalización de la política mediante la oposición popular”. ¿Una oposición eficaz? En opinión de este sabio de 86 años, el efecto que puede esperarse de este movimiento es “allanar el terreno para la construcción, más tarde, de otra clase de organización”. Ni un paso más.
Bauman califica a este movimiento, como es bien evidente, de “emocional” y, en su parecer, “si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”.
Zygmunt Bauman, el sábado en Madrid. Cristóbal Manuel
La emoción es (¿cómo no?) “líquida”. Hierve mucho pero también se enfría unos momentos después. “La emoción es inestable e inapropiada para configurar nada coherente y duradero”. De hecho, la modernidad líquida dentro de la cual se inscriben los indignados posee como característica la temporalidad, “las manifestaciones son episódicas y propensas a la hibernación”.
Se necesitaría un líder acalorado? ¿Varios líderes temperamentales? “El movimiento no lo aceptaría puesto que tanto su potencia como su gozo es la horizontalidad, sentirse juntos e iguales, lo que, en importante medida, les niega el superindividualismo actual”. La superindividualidad (de la modernidad líquida) “crea miedos, desvalimientos, una capacidad empobrecida para hacer frente a las adversidades”.
El estrés es la enfermedad que acompaña a esta sevicia. “Las gentes se sienten solas y amenazadas por la pérdida del empleo, la disminución del sueldo, la dificultad de adaptación al riesgo. El estrés es corriente entre los parados pero también en los empleados, acosados por los cierres y despidos, las prejubilaciones o los salarios cada vez más bajos. En Estados Unidos el estrés produce tantos daños económicos como la suma conjunta de todas las demás enfermedades”. Las bajas laborales por estrés llegan a costar, dice Bauman, 300.000 millones de dólares (216.600 millones de euros) al año y la cifra no deja de crecer.
¿Llegará todo esto a provocar un giro en el sistema, un colapso o algún cambio sustantivo? Su respuesta es que, en estos momentos, prefiere hablar de “transición” y no de “cambio”. Necesitaría hechos más netos para pronunciarse sobre el alcance de los actuales trastornos. “Antes, hacía falta mucho tiempo para preparar unas protestas masivas como las del 15-M, pero hoy las redes sociales permiten enormes concentraciones en muy poco tiempo”. Pero volvemos a lo mismo: de igual manera que se concentran y actúan con velocidad, muy poco después se detienen.
El movimiento crece y crece pero “lo hace a través de la emoción, le falta pensamiento. Con emociones solo, sin pensamiento, no se llega a ninguna parte”. El alboroto de la emoción colectiva reproduce el espectáculo de un carnaval que acaba en sí mismo, sin consecuencia. “Durante el carnaval todo está permitido pero terminado el carnaval vuelve la normativa de antes”.
Puede decirse, declara el profesor, que “nos hallamos en una fase especialmente interesante, como en un laboratorio de acción social nuevo”. Tarde o pronto la crisis terminará y, sin duda, las cosas serán diferentes pero ¿de qué modo?
“No me pida que sea profeta”, implora Bauman. “En algunos lugares, no en todos, el movimiento ha logrado conquistas importantes pero no es extensible a todos los países”. Lo líquido sigue siendo válido para la previsión del porvenir. La modernidad líquida se expresa, obviamente, en su falta de solidez y de fijeza. Nada se halla lo suficientemente determinado. Ni las ideas, ni los amores, ni los empleos, ni el 15-M. Por eso teme que tal arrebato acabe también, finalmente, “en nada”. No es seguro, pero siendo líquido, ¿cómo no pensar en la evaporación?

sábado, 8 de octubre de 2011

'San' Jürgen Habermas


Hoy les adjunto el artículo de Rosalía Sánchez “San” Jürguen Haberlas publicado el 7 de octubre en El Mundo.es. Aquí el enlace directo a la noticia.
Rosalía Sánchez // EL MUNDO
El mérito del hallazgo corresponde a la revista de ciencias sociales 'Society', que edita Jonathan Imber, y el filósofo de izquierda que descubre a Dios es nada más y nada menos que Jürgen Habermas.
¿Han dicho a Dios? Como mínimo, Habermas ha descubierto la religión.
Jürguen Habermas, en 1994 / Alberto Cuéllar
En el artículo titulado 'Religión y democracia en el pensamiento de Habermas', Philippe Portier constata la evolución de Habermas desde posiciones encuadrables en el marxismo hasta el reconocimiento de una "función pública de la religión". Semejante camino sólo podía ser largo y tortuoso, de manera que Portier distingue tres etapas. En una primera fase, hasta los años 80, Habermas considera abiertamente la religión como una "realidad alienante" y una "herramienta de dominación" de los poderosos, en la más pura tradición marxista.

En una segunda etapa, que comprende entre 1985 y 2000, esa animadversión contra lo religioso queda en silencio en los escritos de Habermas. Quizá, señala Poitier, porque parecía tratarse de una realidad en extinción, el filósofo abandona su actitud combativa y se limita a relegarla al ámbito privado, en el sentido de la laicidad francesa.
Pero existe una tercera fase en la que Habermas descubre la religión como valor de resistencia contra el avance del "turbocapitalismo". Poitier sigue revisando los escritos de Habermas hasta nuestros días y anota que, tras reconocer que en la cultura democrática dominada por la supuesta racionalidad, la solidaridad se ha visto seriamente socavada, admite el buen uso de la "intuición moral" que suministra la religión. Aunque el converso parece aún lejos de percibir las profundidades del hecho religioso y se queda en el utilitarismo social, no cabe duda de que se trata de un milagro y habría que atribuirlo, si revisamos sus propias fuentes, a la conversación que Habermas mantuvo con el cardenal Ratzinger antes de que éste se convirtiese en Benedicto XVI.
A partir de ese encuentro, el filósofo parece haber girado hacia un pensamiento post secular que, dado el peso intelectual ampliamente reconocido de su autor, podría suponer el inicio de una reconciliación de su filosofía con el hecho religioso.
Peter Berger
Un compañero de Habermas desde los tiempos de la Universidad, Peter Berger, ha cifrado esta evolución en la percepción de Habermas como un paso en la superación de modelos que persistían desde la caída del Imperio Romano, sirviéndose de citas de Edward Gibbon. "Los diferentes modos de culto fueron considerados por todo el pueblo como igualmente válidos. Los filósofos los consideraron a todos como igualmente falsos y los magistrados romanos pensaron que eran todos útiles por igual. Si cruzamos la postura de aquellos filósofos con la de los magistrados, obtenemos a Habermas", dice Berger, alejando a su colega de toda sospecha de auténtica conversión.
Lo que dicen los textos de Habermas, a partir de 'Dialéctica de la Secularización', es que acepta el cristianismo como factor de justicia universal que, abierto a la razón, provee de sustancia moral a la democracia. Este punto de apoyo, señala Poitier, puede ser la clave que sirva a la palanca del pensamiento para afrontar los retos del siglo XXI.

martes, 4 de octubre de 2011

El tarambana de Marx

Interesante y por qué no, revelador a la par de polémico (si fuera cierto, que no lo dudo) artículo de Pablo Pardo, de nuestro padre fundador de la sociología, Karl Marx. Noticia publicada en El Pais, aquí enlace directo.
Pablo Pardo | Washington
¿Qué filósofo moderno, mientras su esposa se está recuperando de la viruela, se va a otro país en busca de dinero y, de paso, a acosar a una sobrina? Una pista: es el mismo que tuvo un hijo ilegítimo con su criada. Otra: la obra de ese filosofo es sinónimo de igualdad, revolución del proletariado y leyes inmutables de la Historia que acabarán llevándonos al Paraíso en la Tierra. Respuesta: Karl Marx.
Karl Marx
La vida de Marx es exactamente lo contrario de lo que propuso. En primer lugar, para alguien que creía en una dinámica de la Historia marcada por leyes, es una sucesión de casualidades. Unas casualidades derivadas no sólo de una personalidad con propensión a meterse en líos políticos, profesionales, personales y sexuales, sino también de una incapacidad manifiesta para organizar su vida, como queda reflejado en el hecho de que Marx entregó 'El capital' a su editor nada menos que con 16 años de retraso con respecto a la fecha pactada. En segundo término, para un defensor de la igualdad, la vida de Marx es una existencia marcada por la dependencia. Dependencia económica de su mecenas, Friedrich Engels y, sobre todo, de su esposa, la baronesa Jenny von Westphalen.
La relación entre Marx y Von Westphalen es el eje de una de las sensaciones editoriales del otoño en EEUU, 'Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución', de la periodista Mary Gabriel, autora de una biografía publicada hace 13 años de la líder del movimiento sufragista Victoria Woodhull. Así que las biografías de líderes que persiguieron el cambio social, y situarlas en el contexto socioeconómico de su era no es algo nuevo para Gabriel.
Claro que escribir sobre la vida privada de Marx es saltar a una categoría diferente. En primer lugar, porque, como explica Gabriel en 'Amor y capital' (o 'Love and capital' en inglés), el padre del comunismo (y abuelo del socialismo) es, hoy en día, más que otra cosa, "una enorme cabeza de granito sobre un pedestal en el cementerio de Highgate". Escribir sobre él es escribir sobre una institución que, a medida que pasan los años, se está quedando convertido en un mero adjetivo.
Thomas Jefferson
Pero también es hacerlo sobre el fundador de una cuasi-religión. Para muchos de sus seguidores, por ejemplo, es un anatema pensar que Marx fue capaz de hacerle un hijo a su criada, acaso porque tengan problemas para aceptar que Marx tenía una criada. Eso de ser revolucionario y hacerle hijos a la servidumbre debe de ser una ley histórica que se le escapó a Marx. A fin de cuentas, muchos estadounidenses tienen aún hoy serios problemas para aceptar que uno de los padres del país, Thomas Jefferson (de hecho, el más democrático de los fundadores, casi hasta rozar el anarquismo) tuviera siete hijos con su esclava negra Mary Jennings, cuya propiedad había conseguido como parte de la herencia de su suegro (que era, encima, el padre de Jennings).
Así que Gabriel se ha metido a analizar el lado más complicado del santón: no la ideología, sino el hombre, y más bien la mujer detrás del hombre. La vida de Marx tiende a ser soslayada. La de Jenny, simplemente, ignorada, a pesar de que ella fue el ancla que fijó a Marx a la realidad y, al menos, evitó que se perdiera en un mundo de burdeles, proyectos intelectuales inacabados y ruina. Como afirma 'Amor y capital', Marx "sólo reconocía la existencia de la economía cuando escribía sobre ella". Como buen intelectual, lo suyo era el razonamiento abstracto. La consecuencia fue una vida marcada "por la lenta muerte del espíritu de aquéllos condenados a la pobreza mientras viven en un mundo rodeado de riquezas". Jenny, poniendo el dinero de su familia para pagar las deudas de Marx, y después con una sumisión a su marido que incluye perdonarle sus constantes infidelidades y alumbrar siete hijos suyos (de los que sólo tres sobrevivieron hasta llegar a la edad adulta), fue quien lo salvó. Su abnegación fue total. "Los años que pasé en este pequeño apartamento transcribiendo los papeles que él había garabateado están entre lo más felices de mi vida", escribió la esposa de Marx.
Karl Marx y Jenny von Westphalen
Escribir de Karl Marx y de Jenny von Westphalen es casi hacer una biografía de ella. Ambos se conocieron en Triers, donde Marx nació, cuando eran adolescentes y ella era "la chica más guapa del pueblo", según el propio filósofo. Se casaron cuando ella tenía 29 años y siguieron juntos, viviendo a salto de mata en Alemania, Francia y Reino Unido hasta que ella murió a los 67, de cáncer de hígado en Londres. Así que Gabriel ha tenido que hacer un enorme esfuerzo documental, que le ha llevado a recorrer seis décadas de documentos y cartas de los Marx y las personas de su entorno, muchas de ellas inéditas hasta ahora en inglés. El resultado es un libro duro, aunque sin caer en el melodrama, incluso en los detalles más sórdidos, como cuando la familia Marx tiene que esconder en una habitación el cadáver de uno de sus hijos mientras trata de conseguir que le presten dinero para poder pagar el entierro.
"Gabriel presenta a Marx como un quijote: en un momento, lleno de devoción, responsabilidad y sentido de la protección y, al siguiente, ausente, disoluto y totalmente centrado en sí mismo", ha escrito Linda Lear en 'The Washington Independent Review of Books'. En esa epopeya, "Jenny von Westphaleen es la heroína". No hace falta excavar mucho en la biografía de la pareja para darse cuenta de que ésa es una conclusión prácticamente inevitable de cualquier libro acerca de la familia Marx. Desde el momento en el que Jenny abandona una vida aristocrática para irse con un novio al que lo primero que tiene que hacer es pagarle las deudas que tiene, queda claro quién se ha sacrificado más.
El problema, según la crítica estadounidense, es que 'Amor y capital' nunca entra en el por qué de esa dinámica de pareja. Gabriel tampoco trata de explicar en qué podría haberse basado la tremenda hipocresía de Marx, la zanja que había entre lo que decía y lo que hacía. En las 786 páginas del libro hay, además, una peligrosa tendencia a caer en la digresión histórica y en los cambios socioeconómicos de la época. Paradójicamente, al analizar la relación entre Karl Marx y Jenny von Westphalen, Mary Gabriel ha decidido abandonar el igualitarismo y optar por el marxismo.