A día de hoy, lo único que se sabe de
estos objetos es que se perdieron tras un incendio en esta casa sagrada. Sin
embargo a Sousa este detalle le parece muy significativo, pues no comprende
cómo unos objetos que eran tan importantes para un pueblo pudieran desaparecer
sin dejar rastro. Por este motivo, Sousa sostiene que en Timor debía de existir
una memoria local sobre este acontecimiento, no tanto la presencia de Almeida
como la del incendio. Se plantea que los artículos de Almeida tendrían que
formar parte de la memoria de la región, documentos etnográficos que han podido
adquirir una especie de transferencia de valor -retributivo- desde los objetos
descritos -desaparecidos-, por lo tanto puede haber una cesión del valor del
propio objeto a la representación/interpretación que sería el artículo
etnográfico per se.
En 2012 el equipo de antropólogo -misión
postcolonial- de Sousa se desplazó a Timor, llevando consigo copias de los
artículos de Almeida y fotografías impresas de los objetos que desaparecieron
tras el incendio. Cuando llegaron a Baguia, la región donde había tenido lugar
el encuentro que Almeida describe en 1957, allí hablaron con varias personas,
algunas de las cuales reconocieron a aquellas que aparecían en las fotografías
-sus antepasados-. Hablaron con un anciano lo que ellos denominan “Liana'in”, el señor de la palabra, el
encargado oficial de recoger las palabras sagradas, y que se emocionó mucho al
leer los artículos de Almeida.
En 2013 Sousa volvió a Timor y pudo
comprobar que no habían desaparecido todos los objetos sagrados, pero que ya
estos objetos no tenían el valor que tenían en su origen. Para él existen dos
visiones opuestas; para Almeida, aquellas piedras tenían un valor y un
significado histórico, ya que revelaban la presencia Neolítica en Timor; pero
las informaciones que Sousa ha obtenido durante 2012-2013 revelan que las
piedras siguen siendo importantes, utilizándose en la actualidad unas
distintas, pero cumpliendo aún su función ritual, en cuanto valores
compartidos, “sostenidos por los grupos (…) que definen gran parte de lo que
podemos llamar (…) cultura pública” (Kopytoff, 1991:105). Para los timorenses
todos los objetos -bandera, piedras, etc.- son importantes, no obstante, el
valor reside en que esas piedras -como bastiones de autoridad- estuvieron allí,
y la historia que cuentan es su historia. Objetos como testigos de origen, que
legitiman la división geográfica como el origen de esa división.
Sousa concluye diciendo que la gente con
la que ha hablado tiene una memoria de la época en sí, es decir, no tanto de
Almeida como de su contexto. Hablaron mucho de la dictadura, y de que ese
encuentro probablemente se llevó a cabo porque aquellos objetos eran unos
“objetos de mando”, y el hecho de mostrarlos era como una forma de legitimar
las posiciones políticas en esta época. Los objetos originarios se han perdido,
pero se han sustituido por otros que están alojados en la casa sagrada, que
permanece como dualidad entre los muertos y los vivos, y en paralelo con esos
objetos. Por todo esto concluye de la misma forma que comienza su intervención,
afirmando que “las interpretaciones que podemos hacer con los datos que se
recogen en el campo pueden variar dependiendo de la persona”. Por último, se
subraya la importancia en cómo un artículo etnográfico puede convertirse en
objeto de memoria.
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