I. Avelino, un pasado incompleto
Avelino Chillarón tenía 12 o 13 años
cuando se percató de que sus apellidos y los de sus primos no coincidían, por
lo que decidió preguntarle a su tío. Así fue como se enteró de que, a pesar de
que su padre y su tía eran hermanos, no tenían el mismo padre, por lo que él y
sus primos no compartían el mismo abuelo. De esta manera, Avelino se dio cuenta
de que había una parte de su familia a la que no conocía. El protagonista de
esta historia, se siente en parte mutilado de una parte de su historia
familiar, una que le fue arrebatada por un régimen que instauró con el paso de
los años, una larga etapa de olvido social generalizado (Ferrándiz, 2011:526),
sobre un conjunto de cadáveres y desaparecidos a lo largo de toda la geografía
española.
En un encuentro fortuito Avelino,
coincidió con Lucía García, hermana de su abuelo. Esta lo reconoció y le reveló
quién era ella. En ese momento fue cuando Avelino pudo saber realmente cuál era
el verdadero apellido de su abuelo, de su padre y, por lo tanto, el suyo:
García. Sin embargo, tras esa breve conversación, Lucía tuvo que marcharse y ya
no se volvieron a encontrar hasta que transcurrieron veinte años.
Fue la madre de Avelino Chillarón la que,
poco a poco, le fue facilitando información acerca de su abuelo y de lo que había
pasado con él, ya que su padre era muy reservado con respecto a ese tema y
Avelino ni siquiera se atrevía a preguntarle. Así pues, la primera versión que
él tuvo de lo acontecido fue que su abuelo, el padre de su padre, había ido un
día al cuartel de la Guardia Civil, y ya no lo habían vuelto a ver nunca más.
Fue el principio de una reconstrucción, una que no está integrada en su propia
experiencia, ni recordada directamente, sino que necesita ser apoyada en
testimonios y marcas que otros pueden transmitirles, que otros quieren
compartir con él (Zamora, 2011:509).
II. Encuentro con la verdad
Según el testimonio de la hermana de su
abuelo, Lucía García, este acudió al cuartel porque le dijeron que tenían que
hacerle unas preguntas. Sin embargo, nunca más regresó a su casa, pues lo mataron
y le dieron sepultura en un cementerio pequeño en el que enterraban a las
criaturas que no estaban bautizadas. Ni siquiera dejaron a su familia utilizar
una caja para guardar sus restos mortales bajo tierra. Este hecho quedó impune,
al igual que ocurrió con muchas otras muertes ocurridas durante esa época de
represión, donde dominaba una cultura que castigaba e invisibilizaba (Zamora,
2011:513) a las víctimas. Unos clamorosos silencios y olvidos que hoy están
siendo vencidos por lo que como Avelino, necesitan encontrarse con la verdad,
con una parte de su historia, que le fue arrebatada y que quieren recuperar.
Como también asegura Juan Camacho, uno de
los supervivientes de esos años difíciles. Afirma que entonces “valía la vida
de un hombre menos que un pitillo”, y se siente muy agradecido por haber tenido
más suerte. Sin ir más lejos, otros tres miembros de la familia García murieron
en circunstancias parecidas: el padre de Avelino García Romero (Amalio García
Ruiz) y otros dos hermanos suyos (Eusebio y Abundio García Romero). Hay que
recordar que uno de los objetivos de la represión fue no sólo eliminar a todos
los contrarios al régimen, sino también arrinconar y expulsar de la vida
pública su presencia y sus relatos, y con ellos, los de toda su familia (López,
2014:3).
Lucía García cuenta que la gente se
refugió en la sierra huyendo de los represores. Ella y su familia vivían en el
campo y, en una ocasión, algunas de esas personas se presentaron en su casa
armadas para pedirles comida, entre otras cosas. Por este motivo, también Lucía
y sus familiares terminaron siendo encarcelados. A su hermano Abundio lo
mataron en el quirófano, aprovechando su desacertada decisión de operarse de un
quiste que tenía en un pulmón. Por su parte, ella consiguió ser liberada a los
tres meses, pero ni siquiera sabía adónde ir con su niña pequeña. A sus padres
los desterraron cuando salieron, por lo que con el tiempo su padre falleció de
depresión.
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