III. Silencio, el territorio del miedo
Cuando mataron a Avelino García, este
murió sabiendo que su novia estaba embarazada del que luego sería el padre de
Avelino Chillarón. Sin embargo, María del Prado Chillarón (su abuela) nunca le
contó la verdad a su nieto, hasta que se enteró de que él había estado
investigando por su cuenta. Avelino asegura que, si no se hubiera interesado
por su verdadero abuelo y por lo que le pasó a él y a su familia, su abuela
nunca se lo habría contado, en su opinión, por miedo a que a sus nietos o a su
hijo les pudiera pasar lo mismo que le sucedió a su marido.
En un principio Avelino pensaba que el
“continuado y consciente silencio” (García, 2014:8) de su abuela tenía que ver
con que sentía vergüenza por haber tenido un hijo sin haberse casado
previamente. Sin embargo, más tarde se dio cuenta de que lo que ocurría era que
seguía teniendo miedo. Es por ello que le decía que el militar que aparecía en
una foto que estaba en su casa era su abuelo; pero aquel era el hombre con el
que su abuela se había casado después, y no su abuelo Avelino García. En este
como en otros tantos casos, el silencio es un territorio que sigue coexistiendo
como lugares de memorias (Ferrándiz, 2011-2:27), que abona la inquietud y
germina el miedo. Como sostiene Ferrándiz (2011:527), esta inversión en terror,
inunda las vidas de los familiares más allegados como de sus futuras
generaciones, prolongando aún más el sufrimiento y concretándose en otra
modalidad represiva, tras el fin de la contienda.
Como señala Zamora (2011), la memoria no
es sólo un mecanismo para explorar el pasado, sino un instrumento en el que los
sujetos del recuerdo han de explorar y rescatar fragmentos perdidos de la
historia, pero además permiten desentrañar vestigios fantasmagóricos del
pasado, como el miedo. Grietas que décadas después siguen presentes, abiertas
como fisuras que siguen engullendo las experiencias traumáticas de los
derrotados, de los vencidos y sus familias, quienes perciben y siguen
rememorando las experiencias de las victimas, convirtiéndose en otros
damnificados. Y es que las memorias desenterradas son tan expresivas como
incómodas, que se establecen en “sociedades muy diferentes a las que los
ejecutó y abandonó a su suerte durante décadas” (Ferrándiz, 2011:534),
contraviniendo desde los silencios cómplices (algunos involuntarios) hasta
políticas de marcado carácter de olvido institucional y prácticas judiciales
que esquivaron estas ausencias. Por la inexistencia de una voluntad decidida
por restaurar la memoria histórica o por el declive de las que en su día se instauraron,
y que hoy carecen de los recursos necesarios para ponerlas en práctica.
IV. Enterrar la memoria
Actualmente, cuando la abuela le
recrimina que se esté metiendo en líos al atreverse a escarbar en el pasado,
Avelino Chillarón le asegura que a él eso le produce “paz, tranquilidad y una
felicidad inmensa”, que lo que pretende es hacer un poquito de justicia
desvelando lo que sucedió realmente. Incluso afirma que, si no se ha cambiado
el apellido hasta ahora, es por el trastorno burocrático que le supondría. No
obstante, para él lo más importante es saber quién es y de dónde viene, saber
que es el nieto de Avelino García Romero, que él también es de los García de
Benójar (pueblo de sus bisabuelos paternos), aunque no figure en ningún papel.
Tal como manifiestan Baer y Sánchez (2004), en el aspecto histórico testimonial
puede estar imbricado la necesidad de alivio o descarga. Lo que Avelino puede
referirse como “justicia”, tiene un cierto factor terapéutico y liberador. Esta
descarga cristalizada en un relato compartido es un peso de su memoria que ha
encontrado escucha en el otro, “un sentimiento de identidad compartida, que de
alguna manera exorciza el mal sufrido” (Baer y Sánchez, 2004:51), en todos los
miembros de la familia.
Como hemos visto, son los familiares los
que están luchando contra esa condena al olvido y al ostracismo, los que van
reconstruyendo poco a poco una memoria de vida, lo que Iniesta destaca como
“memorias privadas” (2009:482) que se declinan en presente y son reconocidas en
una narración coral. Persiguen la recuperación de una parte de la historia, de
la vida de los que se les negó en muchos casos, hasta una sepultura digna. Es
en ese sentido que Avelino está rescatando parte de su pasado, desvelando el
cuerpo de su abuelo, su identidad que regresa hoy como postmemoria (Ferrándiz,
2011) en la generación que representa su nieto. Avelino con ello hace un
ejercicio de significación de un olvidado, de una sombra del pasado, de un
ignorado o esquivado, de una persona que fue ejecutada y arrojada a una fosa,
“permaneciendo en el olvido sin apenas tutela en una secuencia de abandonos
acumulada sobre los mismos cadáveres” (Ferrándiz, 2011:531). No sólo en el
periodo de la guerra (y el posterior franquismo) sino como en este caso, a
comienzos de un nuevo siglo.
Como relata su abuela María del Prado
Chillarón, cuando su padre nació, en el juzgado no quisieron ponerle los
apellidos que le correspondían, pues había sido concebido antes del matrimonio.
Eso supuso un hecho muy traumático para ella y para la familia del que no había
llegado a ser su marido, sumado al dolor por su pérdida y por las
circunstancias en las que se produjo. Fueron sus suegros, los padres de Avelino
García, los que acudieron a realizar el trámite, y tuvieron que regresar y
contarle a María del Prado Chillarón que no había sido posible. Según sus
propias palabras, para consolarla le dijeron: “Tú no te preocupes, porque,
aunque no tenga los apellidos de su padre, nosotros sabemos que es mi nieto”.
Hoy en día, Avelino Chillarón recuerda que, cuando tenía unos seis o siete
años, iba a su casa una señora “muy menudita y siempre enlutada” a ver a su
padre. En ese momento él no lo sabía, pero se trataba de su bisabuela, la madre
de su abuelo Avelino García.
Por otra parte, Avelino Chillarón cuenta
que siempre le sorprendió que su padre (ya fallecido) nunca tuviera una
fotografía de su propio padre, porque considera que le hubiera resultado fácil
conseguir alguna, ya que le constaba que había tenido buena relación con su
familia paterna. Además, sabe que su padre se acordaba mucho de él y que vivió marcado
por su ausencia, sobre todo en ocasiones especiales como el día de su boda. Por
eso es que le llamaba tanto la atención el hecho de que no tuviera fotos suyas,
pero también era consciente de que ya no podía preguntarle al respecto.
Enlace video: La importancia de llamarse Avelino García
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