Son
numerosos los oficios y prácticas tradicionales que pueblan el territorio
canario (singular por su fragmentación y situación). Su dispersión geográfica
atiende a numerosos factores naturales, históricos y culturales, conformando un
tejido rico y con identidad social, fruto de la dependencia que presenta una
parte de la población a los oficios.
A pesar de las nuevas realidades de un mundo globalizado, de los avances
médicos, de las transformaciones socioculturales, en la sociedad canaria la
medicina popular (llamada “otra medicina”) sigue ocupando un lugar destacable
para una parte de la población, unas prácticas que se encuentran perfectamente
integradas en la vida del pueblo, y “constituye un hecho real e innegable en
nuestro archipiélago” (Casariego,1998:9). Es de uso generalizado en la
población canaria (y no sólo en el ámbito rural) “decir que se te ha abierto una mano cuando sientes
un dolor debido a forzarla, o que te ha dado un airón, cuando repentinamente empezamos a sufrir síntomas de
resfriado, debido a no haberse secado bien el sudor o haberse mojado por la
lluvia” (Nolasco, 2014:10).
Existe una notable variedad temática que puede considerarse como una
muestra altamente significativa de la riqueza cultural en este terreno del
patrimonio. Así, los registros hacen referencia a aspectos tan diversos como rezos
y oraciones, rituales o elaboración de remedios a través de plantas. En
general, el curanderismo de las islas no presenta ningún tipo de relación con
la magia ni la brujería, sino en nombre de la fe.
La
gran abundancia de elementos médico-populares en las islas es fruto de influencias
muy diversas, “que arriban a las islas en diferentes fechas y que se integran,
mezclan y desarrollan en el archipiélago durante varios siglos” (Bienes,
2016:66). El curanderismo ha tenido en Canarias un considerable arraigo.
Los
santiguadores y curanderos/as han dado nombres diferentes al nomenclátor de la
medicina, probablemente en la búsqueda de una mejor adecuación a los
conocimientos de estas afecciones, los cuales eran en su mayoría deficitarios,
por encontrarse en entornos rurales tan alejados del conocimiento académido
(Nolasco, 2014:10). Se va al curandero cuando alguien se encuentra afectado de
las llamadas “enfermedades de tipo cultural” (Casariego, 1998:39): corriente de
aire, empacho, mal de ojo, “maljecho”, susto, insolación, carne abierta o “buche
virado” figuran entre algunas de las afecciones más conocidas en la jerga de
quienes aún hoy en día recurren a la sabiduría y buen hacer de los curanderos y
sanadores. Hay que tener en cuenta que “la sanación como remedio real a ciertas
dolencias o enfermedades sigue existiendo en muchos lugares de Canarias porque
el contexto socio-cultural lo permite” (Bienes, 2016:67).
Podemos enmarcar al curanderismo insular con sus rezados y santiguados[1]
(una de las prácticas más interesantes y originales en Canarias) o mejunjes y
brevajes, hasta con sus figurillas de cera o de arcilla, representando miembros
del cuerpo o visceras, personas o animales (Jimenez, 1955:7) para sanar o como
medidas protectoras. Para algunos curanderos la capacidad terapéutica es
ilimitada, mientras que para otros es específica de ciertas patologías”.
Dentro de la práctica de la sanación, Bienes y Kohl (2016) sostienen que
se debe distinguir los diferentes aspectos que los conforman, que van desde:
·
la parte física (las dolencias
son, al fin y al cabo, reales y científicamente demostrables en su gran
mayoría),
· a
otras partes que pueden ser tanto mágico-simbólicas como mágico-empíricas.
Podemos
diferenciar los rezos per se, la
combinación entre rezos y contacto físico o los remedios naturales que incluyen
las sanaciones en sí, y los materiales que pueden ser utilizados durante el
proceso con diferentes técnicas y objetos, resguardos o ungüentos, mejunjes o
preparados. Aunque hay un elemento fundamental para el enfermo y el sanador que
es la fe, la creencia en la práctica en sí misma. La fe que deposita el enfermo
en el curandero es indispensable, y es que la creencia religiosa y la fe son
las variables necesarias en esta práctica (Casariego, 1998:31). El curandero
Vicente González de La Guancha sostiene que “mucha gente me ha preguntado a qué
se atribuye esa fuerza sanadora que Dios me ha dado. Cuando era joven me habían
pedido que aprendiera a curar porque, habían apreciado cualidades sanadoras,
pero yo me opuse, porque me faltaba fe” (Barreto, 2010).
9. BIBLIOGRAFÍA
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[1] El
santiaguado es un conjuro y una invocación en el que se emplean palabras y
símbolos de santos. Se recitan y se ponen en boca de las personas crédulas,
verdades y oraciones santas, como preámbulo a la práctica auténticamente
supersticiosa (Jimenez, 1955:20).
Cabe destacar que muchas veces en Canarias, “se denomina santiguador al que
cura el “mal de ojo” y curandero al que emplea sólo medios materiales (como
plantas) con o sin rezos” (Mateo, 1997). Autores como Barbuzano (1982:25)
señala que el santiaguador no receta medicamentos, ni hierbas ni pócimas, solo
proporciona el rezado.
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