Algunos
sanadores y curanderos aprenden o heredan sus conocimientos a través de
diferentes fuentes, aunque la mayor parte de las veces son de origen
familiares. Todo ese potencial de recursos de conocimientos adquiridos y
asimilados por herencia cultural “son el medio de transmisión por antonomasia
del patrimonio cultural intangible, la tradición oral” (Torres, 2009:671).
Estos curanderos se conforman como los principales portadores de ese
conocimiento, centinelas del patrimonio inmaterial y cuya sabiduría transmitida
por tradición oral, sigue presente en el imaginario social de una parte nada
desdeñable de diversas comunidades rurales, y que hacen uso de esos
conocimientos para la atención de sus dolencias físicas como espirituales.
Igualmente,
la apropiación de estos conocimientos por parte de las nuevas generaciones de
curanderos y sanadores no los “instala en el presente sino como vestigio del
pasado, (…) así las generaciones actuales con ello asumen la carga de
responsabilidad que implica el transferirlo a las generaciones futuras”
(Velasco, 2009:4).
Algunos
sanadores señalan que la enseñanza a personas que no van a dedicarse a sanar es
una perdida de tiempo. Hay que seleccionar solo a personas, no ya con dones,
pues todos son potenciales sanadores, sino con el deseo de ejercer. Tambien afirman que es importante hacer demostraciones a futuros sanadores
y curanderos, de la forma adecuada de trabajar y darles experiencia antes de
dejarlos trabajar solos. Más
allá de algunas publicaciones descatalogadas, de muy difícil o casi imposible adquisición,
no existe una recopilación de rezos, rituales o recetarios para poder transmitiros
y con ello, que la práctica no se pierda con el paso de los años.
Suelen
referirse que además de la transmisión de conocimientos familiares, es un don
propio, que los hace ser poseedores del poder de sanar. Una vez que no se sienten
capacitados o han perdido la fe, suelen abandonar la práctica. Pero además, es
un sacrificio para ellos que puede ocuparles una parte importante del día y por
tanto es muy difícil poder compatibilizarlo con otros trabajos, además, es muy
común que no se cobre por ello.
Como
norma popular se les deja “la voluntad” (forma de pago más generalizada); cinco
euros si el paciente es un niño y diez euros si es un adulto. También puede
pagarse con algún obsequio, pero no suele ser frecuente. Es complejo, pues si
no se puede vivir de ello, las nuevas generaciones no lo consideran un medio de
vida efectivo. No obstante, algunos autores
afirman que ”la iniciación multitudinaria por
dinero es un problema que implica la perdida de credibilidad y la calidad del
servicio” (APCIC, 2015). Aunque
hay quienes manifiestan que no se debe cobrar, ya que curan por la voluntad de
Dios, y frente a esto, sólo pueden percibir lo que el paciente buenamente
quieran darles, en dinero o en especies.
Y es que mucha gente en
la ciudades, donde los medicamentos están al alcance de la mano, se sigue
prefiriendo y confiando en los resultados de una buena infusión de cola de
caballo para los problemas del riñón, por ejemplo (FEDAC, 2016). Afirman
que las plantas no peligran y lo importante debe ser recopilar estos y otros
remedios populares para difundirlos a toda la población.
Por
último, se llama la atención a la incesante incorporación de curanderos/as y
sanadores venidos de otras culturas como Cuba o Venezuela, que terminará por
transformar algunos elementos de las prácticas de medicina popular canaria. Se
afirma que estos curanderos practican otras disciplinas que nada tienen que ver
con la canaria, compitiendo y ganando la batalla, porque además hacen uso de
campañas muy potentes de publicidad (vallas en carreteras, anuncios en
periódicos, hasta programas en televisiones locales). Se afirma que los
curanderos canarios están en una posición de notable desigualdad, y se señala a
estos “nuevos curanderos”, como la auténtica amenaza.
Tal
como afirma Velasco (2012:16) “algunos de estos factores que se presumen de
efectos específicos remiten más bien a procesos más amplios de efectos
múltiples como la urbanización, el desarrollo, (…) y los movimientos masivos de
población, etc.” Como igualmente los inherentes procesos de mundialización y
transformación social que están inmersas nuestras sociedades actuales, la
estandarización cultural, la folklorización, y por último el propio desinterés
de las nuevas generaciones de continuar con la práctica de esos conocimientos.
Unos jóvenes cada vez con mayor nivel cultural y más escépticos ante fenómenos
tales como el mal de ojo, el susto o el buche virado, incluso niegan su existencia, manifestando que el
rezado no cura, sólo la simple sugestión de la persona afectada lo hace, a modo
de efecto placebo. También hay que destacar la indiferencia de la sociedad en
general, la existencia de centros de salud en zonas rurales, la mejora en las
vías de comunicación que favorecen la desaparición de zonas de aislamiento
tradicional.
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