Contextualizar la antropología en terrenos en los
que no se había tenido en cuenta es una tarea complicada; los motivos por los
que nació la disciplina ya no tienen sentido hoy en día, ya que no podemos
aplicar el calificativo de “simples” o “primitivas” (Delgado, 1999:9) a las
sociedades actuales. Manuel Delgado (1999) subraya la existencia de una
tendencia a considerar al antropólogo como aquel que se ocupa de los focos de
estudio que las demás ciencias sociales desechan, algo así como los restos que
dejan los estudios de las sociedades contemporáneas. Esto se confirma con la
tendencia a asignar a los antropólogos las tareas de inventariado, tipificación
y escrutamiento de sectores conflictivos de la sociedad.
No obstante, la antropología no tiene por qué dejar
de estudiar y analizar la vida cotidiana de personas ordinarias que viven en
sociedad, a través del método comparativo, la metodología empírica, los
planteamientos holísticos, el desarrollo de técnicas cualitativas de
investigación y el relativismo. De esta concepción y según señala Ulf Hannerz
(1991) surge la antropología urbana, siendo “considerados urbanólogos”
(Delgado, 1999:11) aquellos que se dedican a ella. Resulta fundamental tener en
cuenta y hacer uso de la importancia de la antropología a la hora de considerar
el significado de la diversidad cultural y sus beneficios.
Es indispensable para Delgado tener en cuenta
también que la ciudad no es lo mismo que lo urbano. Este autor sostiene que la
ciudad es un gran asentamiento de construcciones estables, con una población
numerosa y densa; ahora bien, la urbanidad es un tipo de sociedad que no tiene
por qué desarrollarse en la ciudad. Lo que implica la urbanidad es la
movilidad, los equilibrios en las relaciones humanas. Por tanto, la antropología
urbana se ocuparía de configuraciones sociales poco orgánicas, sin
solidificación, constantemente oscilantes y rápidamente desvanecidas (Delgado,
1999:12). Se trata, a fin de cuentas, de aplicar métodos antropológicos a
hechos, hasta cierto punto, inéditos. Esto se relaciona con una división que se
generalizó a partir del siglo XIX: la de lo público contra lo privado.
De lo público se derivan sociedades instantáneas,
protagonizadas por personajes desconocidos, anónimos, que protegen su intimidad
de un mundo que pueden entender como hostil. Si la antropología de las
sociedades contemporáneas se ocupa de las hibridaciones generalizadas, una
antropología que se ocupa de las cosas que suceden en las calles viene a ser
una especie de muestrario de entes imposibles. Este autor relaciona esta idea
con el Hombre Invisible de H.G. Wells y de la película de James Whale (1933):
su protagonista es visto porque se visibiliza (usa gafas, guantes y envuelve su
cabeza con vendas), pero, dado que es conceptualmente invisible, no puede ser
controlado (Delgado, 1999:17). Esto se relaciona con una inmensa humanidad
intranquila, nómada, sin territorio, destinada a disolverse y reagruparse
constantemente, y, a fin de cuentas, altamente maleable. Esta maleabilidad,
esta invisibilidad, es a lo que debe hacer frente la antropología urbana. Aquí,
el antropólogo debe moverse casi a tientas, recabando la ayuda de todas las
disciplinas científicas que se han ocupado de las manifestaciones de la
complejidad de la vida en general.
En la década de los ’70, autores como Jane Jacobs
(1973) y Richard Sennet (1974) hablaron de la decadencia de un espacio público
que solamente merecía la pena por lo que conservaba del caos amable en
movimiento y de la disonancia creativa del siglo XIX. No obstante, con el paso
de los años la calle ha vuelto a reivindicarse como espacio para la creatividad
y la emancipación. Han nacido también nuevas modalidades de espacio público,
como el ciberespacio, algo que nos obliga a redefinir el concepto de antropología
urbana.
Por último, Delgado sostiene que es importante
tener en cuenta que nuestro objeto de estudio no se circunscribe única y
exclusivamente a las sociedades modernas urbanizadas; resulta necesario
recurrir a la antropología simbólica y a la etnología de la religión para
comparar y analizar un problema común: lo insensato de las sociedades, lo
deforme de los organismos sociales y la impotencia de las instituciones.
Delgado,
M. (1999) El animal público. Hacia una antropología de los espacios urbanos. Editorial
Anagrama, Barcelona.
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