lunes, 15 de agosto de 2011

Entrevista con Gilles Lipovetsky: “El consumo es, junto con el amor, el otro gran sueño de la vida privada” Parte I

Entrevista con Gilles Lipovetsky realizada por Inés Saénz en Milenio: “El consumo es, junto con el amor, el otro gran sueño de la vida privada”

En esta charla a propósito de su libro más reciente publicado en español, el filósofo explica las complejas relaciones culturales que se han establecido con la globalización, y los desafíos y oportunidades que ofrecen a la humanidad.

Gilles Lipovetsky (París, 1944), uno de los 12 intelectuales franceses más influyentes según la revista Le Nouvel Observateur, habla para M Semanal de su último libro, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Barcelona, Anagrama, 2010), coescrito con Jean Serroy. En esta conversación, el filósofo comparte sus ideas sobre los cinco fenómenos que han redefinido nuestros hábitos y han provocado las crisis que vivimos: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumo y el individualismo.
Durante esta larga conversación Lipovetsky se muestra en toda su complejidad. Explica que el lujo y la moda le interesan sólo como temas de estudio, pues su vida es simple y desprovista de cosas materiales: el exceso le atrae como un reto intelectual, pero en su vida personal busca la moderación. Se confiesa adepto a Facebook y a las nuevas tecnologías como parte de su campo de investigación, y dice que ya cuenta con más de mil amigos, un número siete veces más alto que la media francesa.
IS: En su libro habla de varios fenómenos que han provocado cambios profundos en nuestra sociedad. Usted llama a esa transformación “la cultura-mundo”. ¿En qué sentido la globalización no es sólo una realidad económica sino también —y sobre todo— una cultura?
GL: Cuando se habla de la globalización, uno piensa inmediatamente en factores geoestratégicos o geopolíticos (la desaparición de la Unión Soviética, por ejemplo), pero es también una cultura, un modo de conciencia, de percepción, un sistema de valores desde el cual se percibe un mundo donde las fronteras se erosionan. En primer lugar, es una cultura de mercado. Sabemos que el mercado no es una invención actual, pues siempre ha habido una cierta cultura de mercado, la cultura de la rentabilidad. Sin embargo, esta cultura era limitada en varios sentidos: limitada en el espacio, pues el mundo del mercado era el mundo occidental. Incluso en Occidente esta cultura era interrumpida por múltiples factores como el arte, la nación, los deportes, la escuela, el servicio público. Todos ellos ponían un límite al mundo del mercado: cuando se creó, el Museo de Louvre no estaba en competencia con otros museos y no tenía el imperativo de rentabilidad. Esto ha desaparecido. Hoy en día, la cultura de mercado es planetaria —estoy incluyendo a China. Ya no hay un solo país que esté al margen de la empresa privada, del mundo de la competitividad y la rentabilidad. La lógica del mercado ha invadido las esferas que antes estaban protegidas, incluyendo la esfera educativa. Las escuelas, las universidades están en una competencia mundial, deben ganar dinero, y los museos sirven a los intereses económicos de la región. En segundo lugar, el libro habla también de la tecnociencia como algo que va más allá de la técnica, pues ésta ha creado una cultura planetaria. Tomar el teléfono, bañarse en la regadera, tomar una pastilla, usar una computadora son hoy en día gestos elementales que se han vuelto planetarios. La técnica genera conductas que se han globalizado.
En tercer lugar, aparecen los medios masivos de comunicación, es decir, las industrias culturales: la televisión, el cine, la música. No hay ninguna nación que esté fuera de este desarrollo de los instrumentos de comunicación y de aquello que los acompaña: el consumo cultural. Cuando murió Michael Jackson, todas las generaciones jóvenes —incluyendo las chinas— se enteraron. Todos nos hemos convertido en consumidores de cultura, de películas, de programas de televisión, con la hegemonía estadunidense actual que domina ampliamente el mercado de las industrias culturales —el cine estadunidense ocupa 85 por ciento de las plazas de exhibición. En Estados Unidos las ganancias generadas por el cine, la música y la televisión ocupan el primer lugar de exportación del país. La aparición de internet hace 20 años ha cambiado los medios, ya que participamos en la comunicación instantánea que elimina las distancias: lo lejano lo es menos porque uno está en contacto con la gente o con los acontecimientos del otro lado del mundo. Quiero aclarar que este acercamiento no significa que han desaparecido los conflictos. Por ejemplo, todos usan software estadunidense, e incluyo a los países árabes donde se detesta y rechaza a Occidente y en particular a Estados Unidos. Los latinoamericanos tienen una percepción de la realidad diferente de la de los gringos. Pero hay una conciencia planetaria que no ha destruido las diferencias culturales. Empero, se utilizan las mismas herramientas, pero las diferencias culturales están a la vista. La paradoja consiste en que nunca antes el mundo occidental había sido tan penetrante (pues la técnica y el mercado son occidentales) y tan rechazado. Esto nos muestra que los factores culturales guardan una fuerte autonomía.
Hay otros dos factores que son muy importantes para esta cultura-mundo: el consumo y el individualismo. El cuarto rasgo es el consumo: es evidente que el universo consumista está muy mal repartido en el planeta. Hay millones de personas en el mundo que sobreviven con dos dólares al día. Pero el problema es que ellas conocen el primer mundo. Ya no exite ninguna nación en el mundo que no aspire a ser parte del universo consumista. Éste es incluso un factor importante para la migración hoy en día. Anteriormente, los inmigrantes eran perseguidos políticos o gente que moría de hambre; actualmente hay toda una inmigración en nombre de la calidad de vida. El consumo se ha vuelto una verdadera cultura que ocupa una gran parte del tiempo y de las aspiraciones. En América Latina las ciudades se vacían los domingos, a excepción de los centros comerciales, que son el lugar de encuentro. Las encuestas muestran que una de las motivaciones principales del turismo es ir de compras. Los turistas tendrán acceso a las mismas marcas, pero eso no importa: irán a Nueva York. ¿Por qué allí? ¿Para ir al Museo de Arte Moderno? No, para ir de compras. Las compras (el shopping) se ha convertido en una actividad turística masiva. Los modos de vida se han vuelto completamente dependientes de las lógicas de las marcas y del consumo para la mayor parte de las actividades de ocio. Turistear, escuchar música, viajar, ver la televisión: nos hemos vuelto hiperconsumidores. No hay sector que escape. Cuando tomo el Metro, veo a la gente con su iPod escuchando música comprada o descargada de internet. Y observamos hoy en día que esta aspiración al consumo ha ganado por completo a los países emergentes. Hay un verdadero fetichismo del consumo de marcas en China, Rusia o Brasil: estudios muestran que los jóvenes conocen mejor los nombres de las marcas de lujo que los nombres de personajes de la historia, la literatura o la religión. El consumo es, junto con el amor, el otro gran sueño de la vida privada. La gente sueña con viajar, con tener una casa bella, con las marcas, con comprar y cambiar. Esos son los sueños de la mayor parte de la gente. Y esto se relaciona con el primer punto. Es decir, que anteriormente las élites estudiaban Humanidades y ahora se inscriben en las Escuelas de Negocios porque es allí donde se gana dinero. Y con el dinero uno puede consumir. Allí es donde uno ve la coherencia de esta cultura-mundo.
Pasemos al quinto rasgo, que es fundamental y al que me he dedicado por más de 30 años. Me refiero a la individualización del mundo. Esta lógica, que nació en Europa y que hace mancuerna con el Occidente y la democracia moderna, se ha convertido en un valor capital que ha ganado terreno en el planeta y que adquiere formas diferentes según la cultura. Hay varios ejemplos que lo confirman: en los países emergentes se observa un individualismo posesivo: ganar dinero, hacer negocio. Esta lógica consumista es una de las facetas de la cultura individualista. Poco a poco se va imponiendo el principio de que cada uno es responsable de gobernar su propia existencia, independientemente de las tradiciones. En mis dos últimos libros (La cultura-mundo y El Occidente globalizado, éste de próxima publicación en español) explico que esta dinámica de la globalización significa que cada vez se debilita más el poder restrictivo que las grandes instituciones ejercen sobre la vida privada de la gente. Este es el verdadero significado del individualismo, y cada vez gana más terreno incluso en los países árabes, que vomitan el individualismo y el materialismo; se puede constatar que en esos países las mujeres tienen cada vez más voz en el número de hijos que desean tener, y en Irán las mujeres tienen en promedio el mismo número de hijos que en Francia. La paradoja consiste en que dicho país rechaza la modernidad individualista, para ellos sinónimo de decadencia, aunque en la realidad social los comportamientos ya son individualistas. Los iraníes ven la televisión, se conectan a internet, van a Dubai de compras, las mujeres controlan la natalidad y también acuden con frecuencia a la cirugía estética. Esto me ha llevado a rechazar la tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, porque en realidad todas las culturas hoy en día se ven influidas por las mismas fuerzas. No dejo de admitir que hay oposiciones; sin embargo, la oposición Oriente-Occidente no es la más importante. Por ejemplo, a los sunitas les aterroriza el poder que van adquiriendo los chiitas, aunque compartan la misma religión. Hay una fuerte enemistad entre los pakistaníes y los indios, y una mayor rivalidad entre China e India que entre India y Occidente. Este es el primer argumento. El segundo es que, en el fondo, todos los países, todas las culturas, todas las civilizaciones son movidas por las cinco fuerzas que he mencionado: el mercado, la tecnociencia, las industrias culturales, el consumismo y el individualismo. Estas fuerzas son un factor de unificación planetaria pero no de uniformización, pues también hay conflictos. Creo que en esta cultura-mundo las fuerzas que nos unen son mayores que aquéllas que nos separan.

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