Foucault señala que los
intelectuales han descubierto que las masas no los necesitan para saber. Sin
embargo, sostiene que hay un sistema de poder que intercepta e invalida ese
saber de las masas, y donde los mismos intelectuales forman parte de ese sistema
de poder. El papel del intelectual sería
entonces luchar contra las formas de poder allí
donde es a la vez su objeto e instrumento:
en la dimensión del “saber”, del “discurso”, de la “verdad”, de la
“consciencia”. Con
ello la teoría no expresaría una
práctica, sino que es la práctica, pero no totalizadora, sino local.
Foucault
ha puesto entre paréntesis una serie de postulados tradicionales en los
análisis del poder. En este diálogo con Deleuze realizan una crítica al poder,
a la posición del intelectual y a los medios de lucha frente a la totalización
del poder. Ese
diálogo comienza con la disertación acerca las relaciones entre teoría y
práctica. Éste señala que la práctica se ha concebido o bien como aplicación de
la teoría o como inspiradora de la misma. Eran relaciones concebidas bajo la
forma de un proceso de totalización, sin embargo ahora las relaciones
teoría-práctica son más parciales y fragmentarias: una teoría siempre se aplica
a un pequeño campo, y en cuento se profundiza en ella aparecen obstáculos y
tropiezos que hacen que sea relevada por otro tipo de discurso. La práctica es
un conjunto de relevos de un punto teórico a otro, y la teoría un relevo de una
práctica a otra. En este contexto el intelectual teórico ya no es una
consciencia representativa.
Deleuze afirma que la
teoría no totaliza, es el poder el que realiza esas
totalizaciones. La teoría es como una caja de
herramientas y es preciso que funcionen para
la gente, darle voz a estas personas sería una de las preocupaciones de la
antropología. Considerando la situación actual, el
poder tiene una visión total o global. Las actuales formas de represión se
totalizan fácilmente desde el punto de vista del poder: por ejemplo en la enseñanza o contra la juventud en general. En cualquier caso, formas diversas de exclusión
social que las etnografías deberían recoger, como discursos que deben ser
interpretados por la Antropología (Los “vínculos laterales” que señala Foucault, como
mecanismo para enfrentarse a la política global de poder).
Puedo relacionar este
texto con las reflexiones de George Ritzer (2010) respecto a la identificación de las dos ideas
nucleares de la metodología de Focault: la
“arqueología del saber” y la “genealogía
del poder”.
Ritzer sistiene que la preocupación de “decir la verdad” guarda
relación directa con la genealogía del poder
de Focault. La genealogía es un tipo muy característico de historia
intelectual pues está
reñida con otros tipos de estudios históricos que atribuyen centralidad a esas leyes o
necesidades; es
intrísicamente crítica e implica una “interrogación
constante de lo que supuestamente es
dado, necesario, natural o neutral” (Ritzer,
2010:568).
A Focault le preocupa
el modo en que las personas se gobiernan a
sí mismas y gobiernan a otras mediante la producción de
conocimiento. Pues ese
conocimiento genera poder al convertir a las personas en sujetos y al gobernarlos mediante el uso
del mismo. Entonces interesaría identificar las técnicas, las tecnologías que se derivan de ese
conocimeinto y por
el modo en que las utilizan diversas instituciones a fin de ejercer poder sobre las
personas. Focault cree que el conocimiento-poder siempre genera
oposición; siempre hay resistencia contra él. Lo que le interesa fundamentalmente
es el mundo moderno: “escribo la
historia del presente” desde el uso crítico para hacer inteligibles las
posibilidades del presente.
La
paradoja del poder es la de ser visible e invisible a la vez, la de estar
presente y oculto al mismo tiempo, indica Foucault. Como
podemos observar en el ámbito político actual, seguimos sin saber aún quién
detetenta realmente el poder, quién lo ejerce
exactamente: nadie es su titular o todos a
la vez y, sin embargo, el poder se ejerce en
determinada dirección en la clásica dicotomía: unos
a un lado (derecha y centro derecha) y otros en el otro
(izquierda, centro izquierda); aún no
sabiendo quién lo detetenta exactamente, sabemos con certeza quién no lo tiene; una vez más los ciudadados. En todo caso, y
tal como hemos podido extraer del texto, de
esta indefinición resulta la dificultad para encontrar las formas de lucha
adecuadas. Y las luchas se vienen desarrollando alrededor de lugares específicos de
poder, como pueden ser un jefe, un
funcionario, un profesor, un cocinero, un estudiante, etc., los que
algunos hablan de ese “cambio necesario desde abajo”, como prácticas o micro
prácticas que realizamos o reproducimos todos los actores societarios. Designar esos lugares, denunciarlos públicamente, es la lucha política continua,
porque aunque algunos no quieran hacerlo, obliga
a tratar este asunto, forzando a todos los
actores del tapete político a
abordarlo, quién ha hecho qué, por qué y
con qué objetivo; esto es un primer paso necesario y tremendamente sustantivo para la lucha contra el poder.
Bibliografía
Foucault, M, (2012). Un diálogo sobre el
poder y otras conversaciones. Alianza Editorial. Madrid.
Ritzer, G. (2010) Teoría
Sociológica Moderna. McGraw Hill. Madrid.
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