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martes, 22 de julio de 2014

La triada ciudadanía-inmigración-exclusión a debate parte 1

Ya Marshall formuló en el siglo pasado el concepto contemporáneo de ciudadanía en su obra Ciudadanía y clase social (1949), como un estatus que se ha ido adquiriendo con el paso del tiempo y se “ (…) otorga a los que son miembros de pleno derecho de una comunidad” (Marshall, 1997:312), disfrutarán de los mismos derechos y obligaciones. Los derechos de ciudadanía entonces, deberían minimizar las tendencias a la desigualdad que origina la economía de libre mercado.
La incorporación de los derechos sociales al concepto de ciudadanía implicó que toda la sociedad tenía derecho a percibir una renta razonable, independientemente de su posición social. Aunque sí matizando, que estos derechos de ciudadanía y participación palian, pero no suprimen, las desigualdades sociales que conlleva el capitalismo, al legitimar la estatificación social. Sin embargo, al propiciar la redistribución de ciertos recursos públicos, universalizando derechos de educación, de salud pública, etc., pone en entredicho la soberanía del mercado. De ese conjunto de derechos y oportunidades es del que quedan excluidos algunos ciudadanos. La conceptualización de derechos y de responsabilidades está estrechamente imbricada a la idea de ciudadanía.
El desarrollo de la ciudadanía moderna acabaría por producir la reducción y redimensión de la diferencias de clase causadas por la asimétrica posición en la estructura social y económica. Por tanto, el concepto de ciudadanía contemporánea era un mecanismo por el cual se aminoraban las desigualdades producidas por el sistema capitalista, pero no como resorte para suprimirlas. Se infiere así que existe una relación implícita entre desarrollo de la ciudadanía moderna y las desigualdades en las sociedades capitalistas, en tanto que la primera legitima la presencia de la segunda, y lo hace como contraprestación al status de igualdad que se le suponía al ciudadano.
Podemos por tanto entender la ciudadanía como el conjunto de prácticas que definen a una persona como miembro de pleno derecho de una sociedad. En primer lugar, por su sentido formal, como la persona poseedora de un pasaporte expedido por el Estado y/o en segundo lugar, de un modo sustantivo, como el conjunto de derechos que tienen “todos” los miembros de una comunidad política. De todo esto subyace una cuestión fundamental, que sitúa la triada ciudadanía, inmigración y exclusión que da título a este capítulo, como una ecuación irresoluble. El inmigrante no es un ciudadano de pleno derecho, porque lo condiciona la legislación vigente, aquella que lo diferencia en mayor medida a los autóctonos, lo excluye. Por ello, se puede evidenciar la emergencia de nuevos procesos de exclusión social, en virtud de los cuales “algunas personas y grupos sociales se ven apartados y excluidos de la conquistas sociales que definen el patrón de diudadanía establecido en el horizonte histórico” (Tezanos, 2008:150).
Nos encontramos con una perversa paradoja, donde en la medida en que crecian los derechos de los ciudadanos bajo la protección del Estado de bienestar, no lo hacía con la misma intensidad para los inmigrantes. Y actualmente donde se están diluyendo y desapareciendo todos estos logros sociales, de igual manera, son los inmigrantes los más afectados una vez más, infraclasificados. Son por tanto, una parte de la ciudadanía que está apartada y olvidada, aunque constitucionalmente existente. Es una omisión que priva de derechos y oportunidades económicas, sociales, culturales, y por supuesto, jurídicas y políticas a una parte muy considerable de la sociedad. Tal como afirma Tezanos se puede establecer un paralelismo de la sociedad de nuestros días, con la polis ateniense donde los esclavos y metecos tenían una reglamentación jurídica y social diferenciada, o de igual modo, con la estigmación de los “intocables” en la India, como paradigma de excluidos absolutos. Se está consiguiendo normalizar esta diferenciación, y exclusión de los “otros inmigrantes”, y lo hace como resultado (y excusa) de las consecuencias que está produciendo esta crisis económica y financiera, que lo es igualmente de valores, de ética y de moralidad.
La inmigración de nuestros días se diferencia de otras épocas, por su interdependencia a escala global. Ya no existen países emisores y países receptores, ya todos comparten ambas condiciones, “no podemos dejar de tener presente que las migraciones actuales son resultado de una de las graves paradojas de la dinámica capitalista de nuestros días” (Rodríguez, 2006:93). En este contexto multifactorial, la globalización enlazada con el renovado discurso neoliberal, implanta una fagocitadota lógica competitiva, agudizando los riegos y efectos de esta tendencia macroeconómica impuesta por la mayoría de las instituciones políticas y económicas en el ámbito internacional. Las consecuencias del incremento del desempleo se exteriorizan en más desigualdad y agudización de la estratificación social. La exclusión social por tanto, obedece a unas características subordinadas a las coyunturas laborales, económicas, legales, relacionales y socio-políticas.

La interdependencia económica y la movilidad de los principales factores productivos, crean una situación de mejoras en eficiencia, productividad y tecnología generando incrementos netos de riqueza a escala global, pero no dice nada sobre la distribución ni de la equidad como principio organizativo. El aumento de las diferencias entre países ricos y pobres, el deterioro del medio ambiente, la pérdida de capacidad adquisitiva por parte de los trabajadores, etc., son efecto, según Iñigo de Miguel (2012), de la brecha que ahora mismo existe entre la organización del sistema económico y la que corresponde al poder político. Este autor formula una serie de interrogantes analizando la relación que existe entre la globalización, como hecho, y el globalismo como ideología que sustenta el fenómeno, con la aparición de los grandes flujos migratorios.

martes, 17 de diciembre de 2013

Resúmenes Sociología Política Parte 13

En la asignatura Sociología Política del primer cuatrimestre del Grado en Sociología de la UNED curso 2013/14, elaboré los resúmenes de los capítulos de la bibliografía obligatoria de la asignatura. Derechos reservados, sus autores.


TEMA 1: Las múltiples relaciones entre sociedad y política. El campo de estudio de la sociología política. "Sociedad y política: una relación multidimensional" Autores: Maria Luz Morán y Jorge Benedicto. Capítulo 1 del libro de J. Benedicto y M.L. Morán, Sociología Política, Temas de Sociología política, Madrid, 1995 // TEMA 2: El proceso histórico de modernización. Estado y mercado, las dos instituciones claves “Modernización y cambio sociopolítico" - Autor: Enrique Gil Calvo. Capítulo 11 del libro de J. Benedicto y M.L. Morán, Sociología Política, Temas de Sociología política, Madrid, 1995 (1º reimp. 2009) // TEMA 3: El surgimiento y desarrollo de la democracia en la sociedad capitalista "Democracia y sociedad industrial" - Autor: Ludolfo Paramio. Capítulo 5 del libro de J. Benedicto y M.L. Morán, Sociología Política, Temas de Sociología política, Madrid, 1995 (1º reimp. 2009). // TEMA 4: Las bases sociales de la política democrática "El concepto de cleavage en las ciencias sociales" Autora: Susana Aguilar. Capítulo 1 del libro de S. Aguilar y E. Chuliá, Identidad y opcion. dos formas de entender la política, Madrid, 2007. "Elecciones para elegir" Autora: Elisa Chuliá. Capítulo 6 del libro de S. Aguilar y E. Chuliá, Identidad y opcion. dos formas de entender la política, Madrid, 2007.// TEMA 5: La construcción de los universos políticos de los ciudadanos. Socialización y cultura política "La construcción de los universos políticos de los ciudadanos" Autor: Jorge Benedicto. Capítulo 8 del libro de J. Benedicto y M.L. Morán, Sociología Política, Temas de Sociología política, Madrid, 1995 (1º reimp. 2009). // TEMA 6: Participación y acción colectiva "Perspectivas teóricas y aproximaciones metodológicas al estudio de la participación" Auotres: Maria Jesus Funes y Jordi Monferrer. Capítulo 1 del libro de R. Adell y M.J.  Funes, Movimientos Sociales: Cambio social y participación. Madrid, UNED, 2003. "Participación política, grupos y movimientos". Autor: Gianfranco Pasquino. Capítulo 5 del libro de G. Pasquino y otros, Manual de Ciencia Política. Madrid, Alianza Editorial, 1991.

De los derechos liberales a los derechos sociales

Lo que hoy llamamos normalmente democracia es una variante específica de las concepciones ideales de autogobierno del pueblo: la democracia liberal. Entendemos que los gobernantes democráticamente elegidos están sometidos a una limitación drástica: no pueden violar una serie de derechos individuales; derechos humanos; la mayoría deben reconocer igualmente una serie de derechos inviolables a las minorías.

La combinación de liberalismo y democracia es la forma de gobierno que, en la teoría y en la práctica, conoce un auge histórico paralelo al de capitalismo industrial. Es fácil atribuir al liberalismo una afinidad electiva con el naciente capitalismo, ya que históricamente sus reivindicaciones son la integridad económica y personal del súbdito frente al soberano: el terrateniente, el comerciante o el banquero no puedan ser arbitrariamente desposeídos de sus propiedades, ejecutados o torturados, por un monarca malamente necesitado de recursos.

El ascenso del liberalismo, en su forma de iusnaturalismo, de afirmación de unos derechos naturales del individuo que el soberano no puede violar, es paralelo antes a la formación del Estado absolutista que al ascenso del capitalismo, aunque ambos procesos coincidan temporalmente en la formación de la modernidad social. Las historias nacionales difieren a partir de este enfrentamiento: el fracaso del absolutismo inglés abre paso al primer capitalismo agrario; el triunfo del absolutismo en Francia bloquea el desarrollo capitalista hasta provocar el colapso revolucionario de la monarquía; en Prusia y en el Japón de la restauración Meiji, la combinación de desarrollo capitalista y autoritarismo crea la dinámica de expansionismo militar que conduce a la IIGM.

La libertad de creencias, y no sólo la propiedad, tiene un papel fundamental en la afirmación de los derechos naturales del individuo. Es la combinación de ambas reclamaciones, la libertad de pensamiento y el derecho a la propiedad, lo que proporciona su fuerza histórica al liberalismo naciente, y lo que podemos considerar medular a la Ilustración en el SXVIII: una misma racionalidad justifica la libertad económica y de pensamiento frente al Estado.

Según Marshall el proceso de reconocimiento de los derechos civiles en UK es un proceso más largo, que lleva al menos desde la Revolución hasta la Ley de Reforma de 1832, y los derechos políticos universales sólo se logran en muchos países a raíz de la IIGM. Marshall  entiende por derechos civiles los necesarios para garantizar la libertad individual: libertad de la persona, libertades de expresión, de pensamiento y de fe religiosa, derechos de propiedad y a cerrar contratos válidos, derechos a la justicia. Este conjunto de derechos es funcional para el desarrollo de una economía capitalista. In una garantía judicial del cumplimiento de los contratos, y contra la confiscación arbitraria de la propiedad, no puede llegar a darse una economía de mercado.

La afirmación de los derechos civiles, sin embargo, no implica la participación de los ciudadanos en la elección de los gobernantes. Lo que Dahl denomina liberalización implica, por tanto, algo más que el reconocimiento de los derechos civiles: la existencia de elecciones competitivas para elegir representantes, para legislar o gobernar.

En el caso británico, al que podemos considerar como ejemplo de liberalización temprana, hasta la Ley de Reforma de 1832 las elecciones para la Cámara de los Comunes sólo parcialmente eran competitivas, ya que a menudo los candidatos de los notables locales eran proclamados sin oposición. Y la democracia era vista como un complemento de la monarquía y de la aristocracia antes que como principio de legitimidad para la designación de gobernantes. Son las revoluciones americana y francesa las que introducen la idea de que el pueblo elige de forma directa a sus gobernantes, en vez de limitarse a ponerles límites a través de su participación en la acción legislativa.

El reconocimiento de los derechos a la participación política sólo afecta inicialmente a una minoría de la sociedad, cualificada según criterios de propiedad. La democracia nace como democracia burguesa. Las primeras democracias poseen una inclusividad muy baja. Dahl y otros sostienen que éste es el camino más favorable para consolidación de la democracia: que la liberalización preceda a la inclusividad.

La Revolución francesa proclama en 1793 el sufragio universal masculino, peo tal derecho nunca llega a ser efectivo, y desaparece con el ascenso de Napoleón. Este proceso de creciente inclusión política tiene dos motores fundamentales; el conflicto interno y la competición interestatal, pero ambos se traducen en una sola dimensión: la legitimidad de los gobiernos.

La exclusión sólo socava la legitimidad de un gobierno cuando los excluidos se movilizan y presionan para obtener el reconocimiento de sus derechos políticos. Pero la extensión del derecho al sufragio de las clases trabajadoras sólo se produce cuando éstas adquieren tal dinámica, numérica y reivindicativa, que la negación de sus derechos políticos supone una continua fuente de conflictos o amenaza simbólicamente la autoridad de los gobiernos.

La experiencia histórica del S XIX: la creciente organización y presión de sectores sociales que han quedado al margen del proceso inicial de liberalización. Hoy, el proceso de inclusión política aparece como especialmente urgente cuando se trata de crear una nueva democracia frente a un pasado de autoritarismo y violencia civil.

Dix, ha mostrado que mientras un 60% de los procesos de democratización anteriores a la IIGM siguieron el camino más favorable según Dhal, no lo ha hecho ninguno de los posteriores a 1973: el efecto de demostración que suponen las democracias de sufragio universal, ampliamente difundido por los medios de comunicación e incorporado a la cultura de las élites políticas en todos los países, priva de antemano de legitimidad a las democracias excluyentes.

Las barreras a la participación se han derrumbado con frecuencia de forma abrupta ante situaciones de emergencia en las que se ha hecho imprescindible ampliar a la base de legitimidad de un régimen. El conflicto externo, y especialmente la guerra, o la necesidad de unidad nacional ante la guerra, han sido históricamente una de las causas fundamentales de la extensión de los derechos políticos. En general las democracias por derrota comparten un rasgo con los países vencedores: la movilización nacional y el esfuerzo colectivo para la guerra crean, tras la terminación de ésta, un profundo vacío de legitimidad.

La victoria también ha dejado un vacío de legitimidad: a quienes son buenos para morir por la nación mal se les puede considerar incapaces de elegir a sus gobernantes. La movilización y los sacrificios masivos dejan al Estado en fuerte deuda moral con la sociedad.

Es cierto que un factor decisivo en la construcción del Estado de bienestar era el deseo de evitar que se reprodujeran situaciones de desastre social como las que había producido la crisis del 29, así como la experiencia positiva del esfuerzo de guerra, en el sentido de que una cierta dirección pública de la industria había potenciado la producción y el empleo. Pero estas políticas desde arriba sólo se comprenden en el marco de una fuerte demanda social desde abajo.

Mientras los derechos civiles (las libertades) surgen de la reacción de los súbditos, y especialmente de las clases dominantes, frente a los intentos del monarca por extender sus poderes, los derechos políticos y sociales se extienden como consecuencia de la necesidad de los gobiernos de ampliar su legitimidad. Es la desaparición de la legitimidad tradicional de los gobernantes (Weber) lo que motiva la inclusión (el reconocimiento de los derechos políticos) de nuevos grupos sociales, y la introducción de derechos sociales (económicos) de ciudadanía.

lunes, 5 de agosto de 2013

“Un sistema financiero sin control nos lleva al precipicio”


Artículo de Joseba Elola publicado en El País el 4 de agosto de 2013

Susan George, fotografiada en su vivienda. 
DANIEL MORDZINSKI
Susan George se levanta de la elegante mesa de madera de su silencioso apartamento parisiense, taza de té en mano, y se acerca a la biblioteca. Rebusca entre sus libros. Entresaca El Minotauro global,del economista griego Yanis Varoufakis. “Aquí está”, dice, satisfecha. “Pero esto solo es para yonquis interesados en las finanzas, como yo”, bromea. Sí, el mundo de las finanzas. Una de sus obsesiones, uno de sus caballos de batalla. La politóloga, filósofa y escritora norteamericana, afincada en París desde 1954, lleva toda la vida luchando, agitando conciencias. En los noventa lo hizo desde Greenpeace. Entre 1999 y 2006, como vicepresidenta en Francia de la Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras y la Ayuda al Ciudadano, organización que promueve el control de los mercados financieros. “Más vale que pongamos bajo control a estos locos”, dice en alusión a los banqueros en un momento de la entrevista, “¡hacen lo que quieren y los Gobiernos les animan a seguir haciéndolo!”.
A sus 79 años, Susan George es una mujer elegante y cultivada que habla desde la indignación. Exclama constantemente. Una especie de sistemático “¡será posible!” late bajo sus afirmaciones cuando analiza cómo funciona la sociedad en la que vivimos.
Con esa visión panorámica que le otorga su recorrido vital, la autora de El informe Lugano II (editado por Deusto) clama su verdad frente a un mundo que avanza, en su opinión, en dirección equivocada.
Pregunta. ¿Qué está pasando en este mundo en el que vivimos?
Respuesta. ¿Dispone usted de tres horas? Bueno, es relativamente simple. Hemos permitido al capitalismo hacerse, virtualmente, con cada aspecto de la existencia humana; tenemos un sistema financiero que está completamente fuera de control, y ninguna autoridad parece querer controlarlo; hay una carrera entre las compañías multinacionales para hacerse con los recursos que quedan, ya sea energía, comida, tierra, agua, metales, oro... Y hace 10 años parecía que se estaba produciendo una toma de conciencia ecológica, pero eso parece haber desaparecido completamente.
P. ¿Y cómo explica usted la crisis en la que nos hallamos inmersos?
R. Tenemos una crisis generalizada, una convergencia de varias crisis: la financiera, la de la creciente desigualdad engendrada por el capitalismo y la ecológica. Hay una crisis alimentaria y de agua que afecta cada vez a más gente, no solo a aquello que llamábamos el Tercer Mundo, también a los países ricos. Y por encima de todo ello está la crisis de la democracia: autoridades ilegítimas que no han sido elegidas por los ciudadanos son las que crean las reglas del juego. Hacia eso camina el mundo, y no es una dirección demasiado bella…

P. En su libro Sus crisis, nuestras soluciones, escribe usted: “La mayoría de las personas no necesitan más pruebas, ven perfectamente que el sistema no funciona ni para ellos, ni para sus familias, amigos o país”.
R. Bueno, depende de para quién. Para el 1% del 1% funciona. Y ese 1% del 1% ha decidido, desgraciadamente, que debemos tener desempleo, austeridad, sufrimiento de la población y pérdida de aquello que la clase trabajadora conquistó a lo largo de los últimos 50 años.
P. ¿El 1% del 1% es lo que usted denomina como “el grupo de Davos”, los poderosos del mundo que se reúnen cada año en la localidad suiza? ¿Son ellos los que deciden realmente, o eso es una teoría conspirativa?
R. No, yo no creo en conspiraciones, yo creo en el manejo de las situaciones en favor de determinados intereses. No es que ellos se reúnan y digan: “Bueno, vamos a derribar los derechos que la gente ha conquistado en los últimos 50 años”. No, ellos se reúnen y dicen: “Tenemos demasiadas cargas sociales; hemos ganado 10 puntos del PIB en los últimos años y ahora queremos otros 10”. Se trata de una convergencia de intereses. Luego la ideología neoliberal genera ideas que la gente se acaba creyendo, como esa que tanto se ha escuchado en España de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. ¡Eso es una tontería!

Reflejo de la activista en su casa. / DANIEL MORDZINSKI


P. ¿Podría explicar por qué es una tontería?
R. El Estado español no pidió prestado para mejorar la educación, la sanidad, la cultura o cosas que beneficiaran a la población en general; pidió para salvar al sistema bancario tras la crisis inmobiliaria. España no estaba tan endeudada antes de la crisis. Proporcionalmente, estaba menos endeudada que los virtuosos alemanes, que son los que han sacado uno de esos números mágicos que aparecen en el Tratado de Maastricht: hay una cifra, el 3%, que marca el límite de déficit que los países no deben superar; la otra indica que no hay que endeudarse en más de un 60% del PIB. Nadie sabe de dónde vienen esas cifras; del Bundesbank, probablemente; pero ¿por qué es un 3% en vez de un 4%, o un 60% en vez de un 65%? Son cifras arbitrarias que además han sido rebatidas. Hace poco el FMI dijo que nos equivocamos con el rescate griego. La ATTAC ha publicado un estudio que muestra que de los 200.000 millones de dólares (153.000 millones de euros) que se entregaron a Grecia, el 77%, al menos, fue a parar a los bancos. Todo eso está basado en ideología. El sustento de la austeridad es una patraña. Sí, una patraña matemática y económica.
P. ¿Y qué habría que hacer para reinventarse el mundo?

R. Lo primero es poner el sistema financiero bajo control. Está operando conforme a sus propias reglas y nos va a llevar más allá del borde del precipicio. Los banqueros usan un lenguaje que los líderes políticos quieren creer, o no comprenden, no sé. Pero el caso es que acaban haciendo lo que les viene en gana. Y no serán penalizados, ni irán a la cárcel, ni serán multados; seguirán haciendo locuras.
P. ¿Son ellos los que detentan el poder real?
R. Sí, claro. Podríamos tener carteles electorales en las calles que digan: “Vote a Goldman Sachs, ¡elimine al intermediario!”. La banca es demasiado grande para quebrar, demasiado grande para que encarcelen a sus responsables; si es así, ¡es demasiado grande para existir! Mejor sería que por un lado estuviera la banca minorista, y por otro, la banca de inversiones, no las dos bajo un mismo techo. Y si la banca de inversión quiebra, que quiebre, ¡pero que no jueguen con nuestro dinero!
P. ¿Y qué más habría que hacer?
R. Una vez controladas las entidades financieras, obligar a los bancos a contribuir a la transición verde. Esta es la idea central. Eso, además, permitiría crear empleo. Hay que controlar a la banca para que la gente no pierda sus ahorros, sus seguros, su salario… [RISAS]Probablemente[/RISAS] la gente esté más interesada en que se controle a estos bastardos por estos motivos. La otra razón es que hay que construir una sociedad sostenible, hacer la transición verde en transporte, hogares, agricultura. La humanidad se está yendo a tomar viento por las demandas de capital de un sistema productivo estúpido, mal organizado, que permite tremendas desigualdades. Tenemos que parar el calentamiento tan rápidamente como podamos; salvar las pequeñas granjas, dar la producción de alimentos a pequeños agricultores ecológicos… Hay que buscar la manera de sobrevivir. Estamos hablando del futuro de la humanidad. Ninguna generación en la historia, desde el Homo sapiens, ha estado enfrentada a un problema de semejante magnitud. Los Gobiernos miran a otro lado, los presidentes de las empresas piensan que esto ocurrirá cuando ellos ya no estén aquí… El capitalismo es un sistema que no permite pensar a largo plazo.

Susan George suelta su larga parrafada consciente de que acaba de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que quería explicar. Considera que es fundamental profundizar en nuevas formas de democracia participativa. “La democracia está aplastada por la especulación”, dice, “y los ciudadanos pueden hacer muy poquita cosa con un simple voto”.
Su análisis se vuelve sombrío cuando sobrevuela Europa. Sostiene que la idea que guía a la Unión Europea es la de las grandes bondades de la privatización. “Acabaremos con un régimen extremadamente cruel; un régimen de las grandes multinacionales no se va a preocupar demasiado de la población. Excluirán a la gente como nunca se ha hecho hasta ahora”. También le preocupa el ocaso del Estado de bienestar. “El año que viene cumpliré 80 años y no quiero morir en una Francia gobernada por el Frente Nacional”, espeta.
P. ¿Y cree que eso puede suceder?
R. Creo que están preparando la cama para los fascistas, les están preparando el bulevar. Mire Aurora Dorada en Grecia. ¡Eche la vista atrás, a los años treinta! Hitler fue elegido, no lo olvidemos. En el caso italiano, hubo un golpe, pero Mussolini gozaba del apoyo de buena parte de la población; y Berlusconi no está muy lejos de Mussolini.

Cuatro propuestas

  • ¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? “Herman Daly, autor de Para el bien común. Hay libros de ecología muy interesantes, como este, que datan de los años ochenta”.
  • ¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? “Controlar a los poderes financieros y conseguir que los bancos financien la transición verde. Se están poniendo parches en el sistema financiero y no se coge el toro por los cuernos”.
  • ¿Un libro? The spirit level: why more equal societies almost always do better (Estado de ánimo: por qué las sociedades igualitarias casi siempre van mejor), de Richard Wilkinson y Kate Pickett. “Reducir la desigualdad es lo mejor que cualquier Gobierno puede hacer, y eso queda de manifiesto en este libro”
  • ¿Una cita? “Los que vienen al mundo para no cambiar nada no merecen ni atención, ni paciencia” (René Char, poeta francés).
Artículo de Joseba Elola publicado en El País el 4 de agosto de 2013

miércoles, 19 de junio de 2013

Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (Texto 4)


   I.   Contextualización e Historia Derechos

Desde la invención del individuo a finales del siglo XVIII, las sociedades occidentales han conocido vaivenes regulares conectados con la dificultad de pensar conjuntamente al individuo y a la sociedad, es decir, a “recomponer una sociedad a partir de los individuos” (Sauquillo 2007:3). El periodo del siglo XVIII establece un orden social que oscila de organizarse a partir del poder elevado del Príncipe, a bascularse desde las bases sociales sostenidas por los individuos. El convencimiento en la evidencia de los derechos humanos de los individuos autónomos se subordinaba no sólo de las transformaciones en la filosofía moral en los siglos XVII y XVIII, sino también de modificaciones más sutiles en la aprehensión de los cuerpos y los egos.

Una idea de la autonomía moral individual requiere dos conjuntos de desarrollo relacionados: un creciente sentido de la separación y del carácter sagrado de los cuerpos humanos, y un creciente sentido de empatía entre las psiques a través del espacio (Hunt 2204:51). Para ser autónomo, un individuo tiene que estar legítimamente separado y protegido en su autonomía, pero para que los derechos vayan junto con esa separación corporal, la “mismidad” (Hunt 2004:51) de un sujeto debe ser apreciado de alguna manera más afectiva o emocional. Los derechos humanos obedecen tanto de la autoposesión como del reconocimiento de que todos los demás se autoposeen igualmente; el desarrollo incompleto de esto último, es lo que da lugar a todas las desigualdades de los derechos que han preocupado a la humanidad desde hace tres siglos.

Las primeras notas históricas proceden de Inglaterra, donde ya en 1215, con la Carta Magna, aparecen por primera vez algunas garantías procesales, como el Habeas Corpus. También es de Inglaterra la primera declaración de derechos en 1689. Pero es con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América en 1776 y con la Revolución francesa de 1789, cuando se presentan declaraciones relacionadas con derechos. Algunos autores coinciden en señalar que el primer uso que se ha encontrado del término “derechos del hombre” se muestra en El contrato social de Rousseau de 1762. Sea o no el único autor, el concepto parece entrar en el discurso intelectual alrededor de ese momento preciso. El contrato social rousseauniano no establece los derechos, su soberanismo absoluto refuta la existencia de derechos del individuo por encima del contrato del que el ciudadano es súbdito una vez que lo ha firmado. El rousseaunismo que orbita en todo el proceso revolucionario repara en todo caso, que los derechos humanos son de contenido laxo.

La Declaración de Derechos inglesa de 1689 hacía referencia a los “antiguos derechos y libertades” establecidos por la ley, que dimanan de su propia historia. Ésta no declaró la igualdad, universalidad o naturalidad de los derechos, requisitos fundamentales todos para un concepto de derechos humanos. En antítesis, la Declaración de Independencia norteamericana de 1776 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa de 1789, demandaban un derecho de la revolución para implantar los derechos naturales, iguales y universales de los individuos, y ambas asociaban la legitimidad del gobierno a la garantía de los derechos naturales individuales. La Declaración de Derechos de Virginia (1776) establece que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes y tienen derechos innatos. En algún momento entre 1689 y 1776 los derechos que habían sido percibidos como los derechos de algunos individuos en particular; los ingleses nacidos libres, por ejemplo, cambiaron en derechos naturales universales. Diderot se refirió a la evidencia de los derechos naturales en 1755, pero no lo exigió en cuanto a la igualdad y la universalidad de los derechos. La demanda en este sentido, que los derechos derivan de la humanidad inherente e inalienable del hombre, sólo llegó con los derechos del hombre, “les droits de l’homme” (Hunt 2004:52).

Los derechos de la primera generación son derechos individuales, civiles y políticos, que reclamaban respeto a la dignidad de la persona, su integridad física, autonomía y libertad ante los poderes constituidos, y garantías procesales. Estos derechos “tienen como soporte las teorías del contrato social, racionalista, la filosofía de la Ilustración” (García, 1999:136). Se recoge los derechos civiles y políticos, y se desarrolla en Europa y América entre los siglos XVIII y XIX, con la citada Ilustración, las revoluciones burguesas y las guerras de independencia. La Declaración de Derechos de Virginia (1776) establece que todos los hombres son por naturaleza igualmente libres e independientes y tienen derechos innatos. La Declaración de Independencia americana se refería de “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” (Touchard, 2010:358).

sábado, 25 de agosto de 2012

Nos han impuesto que eres más feliz cuanto más consumes y más compites

Entrevista publicada en Laprovincia.es


NACHO MARTÍN
Zygmunt Bauman

Filósofo y Premio Príncipe de Asturias

Zygmunt Bauman, durante la entrevista en el hotel
Voramar de Benicássim. / Ana Torregosa
¿Están sexo y amor convirtiéndose en una hipoteca para la sociedad occidental?

Todos estamos hechos para amar y ser amados y no nos sentimos plenos salvo que tengamos esa persona para amar y ser amados, y también en el plano de las amistades, de las relaciones interpersonales. Cuando hablo de este término hipoteca me refiero a que para poder amar se necesitan ciertas obligaciones, un compromiso a largo plazo que puede implicar sacrificio para cuidar a la otra persona y de algún modo hipotecar tu futuro, arriesgarse. Y lo que ocurre en esta sociedad es que sobre todo los jóvenes están siendo animados a evitar un compromiso a largo plazo. La gente se junta para ver si funciona, pero si lo haces así, el más mínimo desacuerdo se convierte en un gran problema. Y esto también se refleja en las amistades, relaciones interpersonales, vecinos... Es parte también de la crisis.

¿En qué medida?

Es tremendamente importante para el futuro de la humanidad. El problema real es reemplazar las lecciones de cómo vivir que nos han sido impuestas: primero, se nos ha enseñado que para ser más feliz hay que consumir más, tener el último iPad o el último modelo de teléfono o de camiseta. En segundo lugar nos han dicho que hay que ser mejor que el otro, que hay que competir constantemente. Y estos dos caminos son dos de las causas de la crisis actual.

¿Qué caminos serían más deseables?

Buscar un sentido conjunto y unos objetivos comunes de las personas, compartiendo y debatiendo, discrepando -lo cual también da mucha felicidad-, pero estamos demasiado ocupados intentando competir. Vamos a encontrar vías todos juntos, y no sólo escuchando lo que una persona mayor como yo pueda decir. Pero sí puedo decir que una de las claves es entender que lo que da felicidad no es consumir, sino producir. Ese es el regalo.

¿En la actual sociedad de Internet seguimos siendo lo que escribimos?

Le diré que una persona adicta a Facebook puede hacer más de 200 amigos en un día. Yo en 87 años no pude hacer más de 500 amigos, y no me estoy refiriendo a ese tipo de amigos que pueden llenarte de felicidad. Los amigos de Internet no son más que amigos de red, y puedes perderlos también en un día y no estarán allí cuando los necesites. La amistad y el amor no son una cuestión de tecnología; necesitas una dedicación espiritual.

¿Está Europa hundida? ¿Va a ganar la economía la batalla frente a los valores y los derechos?

No soy un profeta, pero puedo mirar a mi alrededor y veo pocas señales de que estemos en el camino para salir de la crisis. Este colapso del crédito ha sido al final una redistribución de riqueza que ha dado más a unos pocos ricos y ha hecho más pobres a los pobres, especialmente a los jóvenes. Un 52 % de los jóvenes está sin empleo en España y eso es muy grave, no pasaba algo así desde la Segunda Guerra Mundial. Y eso los frustra, porque les quita su dignidad haciéndoles sentir que nadie les quiere, que no sirven para nada. Se está quitando riqueza a los más débiles y eso es muy peligroso; y los gobiernos sienten la presión de los bancos, de las instituciones. Y ante esto no hay caminos intermedios: o te rindes a lo que te piden los bancos y la economía, haciendo más fácil la vida a los bancos y penalizando a los débiles; o por el contrario defiendes los intereses de tu población.

¿Por qué ha venido al foro social de un festival reggae?

Creo que este tipo de puntos de encuentro con intereses comunes son muy importantes; compartiendo no sólo una música, sino también intercambiando y haciendo relaciones interpersonales. Yo he sacrificado para venir aquí, porque creo que es importante, ya que en Benicàssim hace mucho calor y soy una persona que lo pasa ciertamente mal con el calor, pero aquí estoy porque creo que es importante.

¿Qué mensaje va a trasladar a los jóvenes que van a escucharle en el foro social y que buscan respuestas, guías para salir de esta crisis, para cambiar las cosas?

Tú puedes hornear o amasar tu futuro. Es solamente tu elección, y no hay certeza, pero simplemente es una cuestión de compromiso con tu sociedad. ¿Usted conoce a un filósofo italiano que se llama Gramsci? Gramsci dijo que el único modo de predecir el futuro es organizarse y hacer que eso que quieres ocurra.

Entrevista publicada en Laprovincia.es por Nacho Martín