Susan George, fotografiada en su vivienda. DANIEL MORDZINSKI |
Susan George se levanta de la elegante
mesa de madera de su silencioso apartamento parisiense, taza de té en mano, y
se acerca a la biblioteca. Rebusca entre sus libros. Entresaca El Minotauro
global,del economista griego Yanis Varoufakis. “Aquí está”, dice,
satisfecha. “Pero esto solo es para yonquis interesados en las finanzas, como
yo”, bromea. Sí, el mundo de las finanzas. Una de sus obsesiones, uno de sus
caballos de batalla. La politóloga, filósofa y escritora norteamericana,
afincada en París desde 1954, lleva toda la vida luchando, agitando
conciencias. En los noventa lo hizo desde Greenpeace. Entre 1999 y 2006, como
vicepresidenta en Francia de la Asociación para la Tasación de las
Transacciones Financieras y la Ayuda al Ciudadano, organización que promueve el
control de los mercados financieros. “Más vale que pongamos bajo control a
estos locos”, dice en alusión a los banqueros en un momento de la entrevista, “¡hacen
lo que quieren y los Gobiernos les animan a seguir haciéndolo!”.
A sus 79 años, Susan George es una
mujer elegante y cultivada que habla desde la indignación. Exclama
constantemente. Una especie de sistemático “¡será posible!” late bajo sus
afirmaciones cuando analiza cómo funciona la sociedad en la que vivimos.
Con esa visión panorámica que le otorga
su recorrido vital, la autora de El informe Lugano II (editado por
Deusto) clama su verdad frente a un mundo que avanza, en su opinión, en dirección
equivocada.
Pregunta. ¿Qué está pasando
en este mundo en el que vivimos?
Respuesta. ¿Dispone usted de
tres horas? Bueno, es relativamente simple. Hemos permitido al capitalismo
hacerse, virtualmente, con cada aspecto de la existencia humana; tenemos un
sistema financiero que está completamente fuera de control, y ninguna autoridad
parece querer controlarlo; hay una carrera entre las compañías multinacionales
para hacerse con los recursos que quedan, ya sea energía, comida, tierra, agua,
metales, oro... Y hace 10 años parecía que se estaba produciendo una toma de
conciencia ecológica, pero eso parece haber desaparecido completamente.
P. ¿Y cómo explica usted la crisis en la
que nos hallamos inmersos?
R. Tenemos una crisis generalizada, una
convergencia de varias crisis: la financiera, la de la creciente desigualdad
engendrada por el capitalismo y la ecológica. Hay una crisis alimentaria y de
agua que afecta cada vez a más gente, no solo a aquello que llamábamos el
Tercer Mundo, también a los países ricos. Y por encima de todo ello está la
crisis de la democracia: autoridades ilegítimas que no han sido elegidas por
los ciudadanos son las que crean las reglas del juego. Hacia eso camina el
mundo, y no es una dirección demasiado bella…
P. En su libro Sus crisis, nuestras
soluciones, escribe usted: “La mayoría de las personas no necesitan más
pruebas, ven perfectamente que el sistema no funciona ni para ellos, ni para
sus familias, amigos o país”.
R. Bueno, depende de para quién. Para el
1% del 1% funciona. Y ese 1% del 1% ha decidido, desgraciadamente, que debemos
tener desempleo, austeridad, sufrimiento de la población y pérdida de aquello
que la clase trabajadora conquistó a lo largo de los últimos 50 años.
P. ¿El 1% del 1% es lo que usted denomina
como “el grupo de Davos”, los poderosos del mundo que se reúnen cada año en la
localidad suiza? ¿Son ellos los que deciden realmente, o eso es una teoría
conspirativa?
R. No, yo no creo en conspiraciones, yo
creo en el manejo de las situaciones en favor de determinados intereses. No es
que ellos se reúnan y digan: “Bueno, vamos a derribar los derechos que la gente
ha conquistado en los últimos 50 años”. No, ellos se reúnen y dicen: “Tenemos
demasiadas cargas sociales; hemos ganado 10 puntos del PIB en los últimos años
y ahora queremos otros 10”. Se trata de una convergencia de intereses. Luego la
ideología neoliberal genera ideas que la gente se acaba creyendo, como esa que
tanto se ha escuchado en España de “hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades”. ¡Eso es una tontería!
Reflejo de la activista en su casa. / DANIEL MORDZINSKI |
P. ¿Podría explicar por qué es una tontería?
R. El Estado español no pidió prestado
para mejorar la educación, la sanidad, la cultura o cosas que beneficiaran a la
población en general; pidió para salvar al sistema bancario tras la crisis
inmobiliaria. España no estaba tan endeudada antes de la crisis.
Proporcionalmente, estaba menos endeudada que los virtuosos alemanes, que son
los que han sacado uno de esos números mágicos que aparecen en el
Tratado de Maastricht: hay una cifra, el 3%, que marca el límite de déficit que
los países no deben superar; la otra indica que no hay que endeudarse en más de
un 60% del PIB. Nadie sabe de dónde vienen esas cifras; del Bundesbank,
probablemente; pero ¿por qué es un 3% en vez de un 4%, o un 60% en vez de un
65%? Son cifras arbitrarias que además han sido rebatidas. Hace poco el FMI
dijo que nos equivocamos con el rescate griego. La ATTAC ha publicado un
estudio que muestra que de los 200.000 millones de dólares (153.000 millones de
euros) que se entregaron a Grecia, el 77%, al menos, fue a parar a los bancos.
Todo eso está basado en ideología. El sustento de la austeridad es una patraña.
Sí, una patraña matemática y económica.
P. ¿Y qué habría que hacer para
reinventarse el mundo?
R. Lo primero es poner el sistema
financiero bajo control. Está operando conforme a sus propias reglas y nos va a
llevar más allá del borde del precipicio. Los banqueros usan un lenguaje que
los líderes políticos quieren creer, o no comprenden, no sé. Pero el caso es
que acaban haciendo lo que les viene en gana. Y no serán penalizados, ni irán a
la cárcel, ni serán multados; seguirán haciendo locuras.
P. ¿Son ellos los que detentan el poder
real?
R. Sí, claro. Podríamos tener carteles
electorales en las calles que digan: “Vote a Goldman Sachs, ¡elimine al
intermediario!”. La banca es demasiado grande para quebrar, demasiado grande para
que encarcelen a sus responsables; si es así, ¡es demasiado grande para
existir! Mejor sería que por un lado estuviera la banca minorista, y por otro,
la banca de inversiones, no las dos bajo un mismo techo. Y si la banca de
inversión quiebra, que quiebre, ¡pero que no jueguen con nuestro dinero!
P. ¿Y qué más habría que hacer?
R. Una vez controladas las entidades
financieras, obligar a los bancos a contribuir a la transición verde. Esta es
la idea central. Eso, además, permitiría crear empleo. Hay que controlar a la
banca para que la gente no pierda sus ahorros, sus seguros, su salario…
[RISAS]Probablemente[/RISAS] la gente esté más interesada en que se controle a
estos bastardos por estos motivos. La otra razón es que hay que construir una
sociedad sostenible, hacer la transición verde en transporte, hogares,
agricultura. La humanidad se está yendo a tomar viento por las demandas de
capital de un sistema productivo estúpido, mal organizado, que permite
tremendas desigualdades. Tenemos que parar el calentamiento tan rápidamente
como podamos; salvar las pequeñas granjas, dar la producción de alimentos a
pequeños agricultores ecológicos… Hay que buscar la manera de sobrevivir.
Estamos hablando del futuro de la humanidad. Ninguna generación en la historia,
desde el Homo sapiens, ha estado enfrentada a un problema de semejante
magnitud. Los Gobiernos miran a otro lado, los presidentes de las empresas
piensan que esto ocurrirá cuando ellos ya no estén aquí… El capitalismo es un
sistema que no permite pensar a largo plazo.
Susan George suelta su larga parrafada
consciente de que acaba de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo
que quería explicar. Considera que es fundamental profundizar en nuevas formas
de democracia participativa. “La democracia está aplastada por la especulación”,
dice, “y los ciudadanos pueden hacer muy poquita cosa con un simple voto”.
Su análisis se vuelve sombrío cuando
sobrevuela Europa. Sostiene que la idea que guía a la Unión Europea es la de
las grandes bondades de la privatización. “Acabaremos con un régimen
extremadamente cruel; un régimen de las grandes multinacionales no se va a
preocupar demasiado de la población. Excluirán a la gente como nunca se ha
hecho hasta ahora”. También le preocupa el ocaso del Estado de bienestar. “El año
que viene cumpliré 80 años y no quiero morir en una Francia gobernada por el
Frente Nacional”, espeta.
P. ¿Y cree que eso puede suceder?
R. Creo que están preparando la cama para
los fascistas, les están preparando el bulevar. Mire Aurora Dorada en Grecia. ¡Eche
la vista atrás, a los años treinta! Hitler fue elegido, no lo olvidemos. En el
caso italiano, hubo un golpe, pero Mussolini gozaba del apoyo de buena parte de
la población; y Berlusconi no está muy lejos de Mussolini.
Cuatro propuestas
- ¿Una voz alternativa que debería ser escuchada? “Herman Daly, autor de Para el bien común. Hay libros de ecología muy interesantes, como este, que datan de los años ochenta”.
- ¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? “Controlar a los poderes financieros y conseguir que los bancos financien la transición verde. Se están poniendo parches en el sistema financiero y no se coge el toro por los cuernos”.
- ¿Un libro? The spirit level: why more equal societies almost always do better (Estado de ánimo: por qué las sociedades igualitarias casi siempre van mejor), de Richard Wilkinson y Kate Pickett. “Reducir la desigualdad es lo mejor que cualquier Gobierno puede hacer, y eso queda de manifiesto en este libro”
- ¿Una cita? “Los que vienen al mundo para no cambiar nada no merecen ni atención, ni paciencia” (René Char, poeta francés).
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