Capítulo 18
Fourier
El
mundo industrializado de Saint-Simon ya no es una utopía, él creía que el mundo
industrializado satisfaría principalmente los intereses de los más necesitados,
lo cual ciertamente no ocurre hoy. La utopía de Fourier es mucho más radical,
desarrolla su utopía por debajo no sólo del nivel de la política, sino hasta
por debajo del plano de la economía para encontrar las raíces de las pasiones.
La utopía de Fourier opera en el nivel del sistema de pasiones que rigen todo
tipo de sistemas sociales. Deberíamos vincular esta utopía con Hobbes ya que él
fue el primero en elaborar lo que llamó una mecánica de las pasiones y derivó
sus sistema político partiendo de esta posición. La cuestión que plantea
Fourier tiene una larga historia; se trata del problema de saber cómo las
instituciones políticas se relacionan con el sistema de pasiones que están en
la base de la vida social.
Fourier
escribe y vive en la línea fronteriza entre lo realizable y lo imposible. Una
de mis conclusiones generales sobre la utopía es que todas las utopías
presentan la ambigüedad de pretender que son realizables, pero al mismo tiempo
reconocen que son obras de la fantasía, que son algo imposible. Entre lo
actualmente realizable y lo imposible existe en principio un margen intermedio,
y es precisamente allí donde puede situarse la obra de Fourier.
Combina
la libertad de concepción con la rigidez de los cuadros pintados, que es propia
de la utopía. Uno de los enigmas de las utopías consiste en que una gran
cantidad de ideas nuevas se expresa en cuadros de minuciosos detalles. Fourier
confecciona listas exhaustivas: sabe cuántas pasiones hay y cuántos tipos
diferentes de personalidad; sabe cuántas divisiones del trabajo habrá en la
república armoniosa. El problemas de las utopías, pues, es no sólo el margen
entre lo realizable y lo imposible sino también el margen entre la ficción y la
imaginación, en un sentido patológico.
Lo
que es típicamente fantasioso en Fourier es el empleo constante de la
inversión. Fourier desea invertir todo lo que vemos en la vida y decir lo
contrario en la utopía. La utopía es una imagen invertida de lo vemos en la “civilización”, término
despectivo con el que Fourier designa la sociedad en general. La utopía es una
inversión de lo que en realidad es una sociedad invertida. Engels alaba a
Fourier precisamente por su poder dialéctico de inversión. Engels dice que
Fourier “emplea el método dialéctico de la misma manera magistral que… Hegel”.
Fourier
compartía el entusiasmo de Saint-Simon por la industria; también él era
partidario de la industrialización en el sentido de que su programa para lograr
la emancipación de las pasiones se basa en una hipótesis de la abundancia.
Fourier deseaba un orden industrial más productivo y también le preocupaba el
bienestar de los más pobres. Propició la idea de un ingreso mínimo decente y la
idea del derecho al trabajo, una idea que todavía no ha sido aceptada en este
país. Fourier también expuso la idea de que el trabajo debería ser alternado,
una proposición afín a la concepción de la vida que tenía Marx y según la cual
en el mismo día hacemos diferentes cosas. Los puestos de trabajo deberían
desplazarse para que nadie se convirtiera en una robot de la misma tarea.
Fourier inventó un modo muy preciso de realizar esta organización del trabajo
al combinar la elección libre con la rotación obligatoria. Todas sus ideas
están calculadas con gran exactitud.
Pero
el objeto de Fourier no es la industria, sino la civilización. Su preocupación
para decirlo en términos marxistas, es desarrollar nuevas relaciones de
producción para las formas de producción. Aquí Engels ve en Fourier al crítico
de la civilización, dice que él es un escritor satírico. En la utopía hay
cierto elemento irónico. La utopía parece decir algo plausible, pero dice
también algo que es extravagante, alocado. Al decir algo extravagante, la
utopía dice algo real.
Fourier
ahonda por debajo de las capas de la autoridad política y de la organización
económica para abordar las bases de éstas que están en las pasiones. Lo que
Fourier expone es una teoría de las pasiones deducida de una cosmología que,
según Fourier, es newtoniana. Tanto Saint-Simon como Fourier pretenden ser
newtonianos; para Saint-Simon, la ley de Newton es la base de la física social
y para Fourier la idea clave es la de la atracción. Para Fourier la cosmología
de la atracción es el signo de una armonía que debe recuperarse.
Fourier
afirma que su utopía está de conformidad con la naturaleza. Sigue la tradición
de Rosseau: hay que revelar, descubrir, la naturaleza que fue escondida por la
civilización. Para Fourier la atracción es un código divino que la sociedad
debe seguir. La utopía de Fourier aspira a una restauración de la ley
primitiva, de manera que es, por un lado, progresiva y, por otro, regresiva. El
progreso es en realidad una regresión a la ley divina. La teoría de Fourier es
un código de atracción social y con esta designación Fourier deriva códigos
específicos de increíbles detalles.
Uno
de los aspectos centrales de la civilización es el hecho de que haya muy pocas
pasiones, de suerte que el problema de la utopía consiste en volver a desplegar
todo el espectro de las pasiones. Aquí la obsesión de Fourier por los números
tiene sentido. Fourier responde a la pobreza de las pasiones. Pugna contra el
empobrecimiento de las pasiones. El código de atracción social de Fourier es no
un código de gobierno sino por el contrario un código para desplegar todo el
espectro de las pasiones bajo las leyes combinadas de la atracción. Para Fourier
hay doce pasiones fundamentales que giran alrededor de lo que él caracteriza
como el impulso central hacia la unidad y que tiene la misma posición que tiene
la justicia en la estructura platónica. Fourier llama “armonioso” a ese impulso
hacia la unidad, la pasión por la armonía. Tres de estas pasiones merecen
mención especial:
1.
La primera se
llama pasión de “alternar”. Fourier ha sido interpretado aquí como un profeta
del amor libre y en realidad aspiraba a ello.
2.
La segunda
pasión distributiva es la llamada pasión compuesta que relaciona los placeres
sensuales y espirituales de una persona.
3.
La tercera es la
pasión cabalística, el gusto por las intrigas y la conspiración; ella es la
raíz de toda discusión. Y todo esto se sustenta en una teoría de orientaciones,
atracciones y movimientos básicos.
De
manera que el proyecto de Fourier consiste en promover una revolución de las
pasiones. Su proyecto es una arqueología de pasiones olvidadas que hasta cierto
punto anticipa la descripción freudiana del ello. Su obra sería una especie de
metapsicología del ello, aunque una metapsicología que también da una dirección
a la política puesto que la tarea de la política es multiplicar y amplificar
los placeres y goces. La multiplicación de las divisiones del trabajo refleja
el interés de Fourier por la resurrección de las pasiones. Un indicio de esto
se encuentra en el joven Marx cuando éste dice que la humanización de la
naturaleza y la naturalización del ser humano se traducirán en una resurrección
de la naturaleza. Se supone que la naturaleza fue esclavizada, tanto fuera de
nosotros mismos como dentro de nosotros mismos, de manera que la salvación de
la naturaleza es tare nuestra y nuestra posibilidad. Una vez más vemos que este
proyecto no está en la línea de la Ilustración, sino que responde más bien la
mentalidad de Rosseau. El supuesto, compartido con Rosseau, es que las pasiones
son virtudes y que la civilización transformó las pasiones en vicios. El
problema consiste en liberar las pasiones de los vicios para recuperar las
pasiones que están por debajo de los vicios.
El
aspecto de la utopía de Fourier en el que quisiera concentrarme ahora es su
componente religioso. Supone plantearse la cuestión más amplia de saber si
todas las utopías no son en cierto modo religiones secularizadas que están
siempre apoyadas también por la pretensión de que fundan una nueva religión. El
lugar espiritual de la utopía se halla entre dos religiones, entre una religión
institucionalizada en decadencia y una religión más fundamental que todavía
debe revelarse. El elemento utópico es el argumento de que podemos inventar una
religión basada en los restos de la antigua religión. El componente religiosos
de la utopía es un factor importante en toda la obra de Fourier.
Para
Fourier el elemento religioso es significativo tanto negativamente como
positivamente. Negativamente, el blanco constante de Fourier es la predicación
sobre el infierno. Fourier se muestra tan vehemente contra esta predicación del
infierno porque para él la idea del edén es extremadamente importante. Fourier
desea conservar el concepto del edén como un lugar al que podemos retomar y que
sería como era antes de la supuesta catástrofe de la caída. Por otro lado,
Fourier considera la predicación sobre el infierno como el símbolo de todas una
estructura, no sólo de la religión, sino de toda la estructura represiva de la
civilización. Cuando describe la sociedad moderna como un infierno, se trata de
un infierno en la tierra que refleja el infierno objeto de la predicación. Hay
dos infiernos y uno es la imagen del otro.
Fourier
considera que la religión institucionalizada es fundamentalmente traumatizante
porque se basa en la imagen de dios visto esencialmente como un cruel tirano.
Fourier se llame así mismo ateo. Habla de la necesaria combinación de ateísmo y
teísmo. Su enfoque no es muy dialéctico porque representa un mero choque de dos
enunciaciones cada una formulada con la misma fuerza. Fourier es un hombre muy
religiosos y cree que la humanidad es fundamentalmente religiosa, pero su
posición religiosa es la de una actitud atea frente a un Dios tirano. Su
ateísmo es la negación de ese Dios que representa, a juicio de Fourier, la
divinización de la privación. Fourier aboga en cambio por la divinización de
los deleites que para él representarían en edén. Fourier dice que el paraíso
tan como lo describen los predicadores debe ser un lugar mucho más triste que
el de la vida en la tierra, porque ofrece sólo cosas para ver y algo para oír
pero nada para comer, ni tampoco amor sexual. El paraíso tal como lo describen
los predicadores es una sombra del infierno.
El
aspecto positivo de la religión está expresado por el hecho de que para Fourier
la atracción es un código divino. La invocación de Dios es tan vigorosa como su
negación. Dice Fourier que su acusación metodológica de Dios es un componente
interno de una “fe razonada”.
El
ataque está dirigido contra “los filósofos”, no contra Kant o Platón, sino
contra los filósofos franceses como Diderot, Voltaire, etc. Para Fourier, “los
filósofos” eran sólo ateos a medias porque eran deístas. No iban lo bastante
lejos. Voltaire, por ejemplo, concibe a Dios como un relojero. Ese Dios
mecanicista es completamente ajeno a Fourier; es un aspecto del infierno. El
ataque de Fourier contra el racionalismo deísta es muy semejante al de Rosseau.
La
religión tal como él la conoce es sólo testigo a medias, porque, según Fourier,
ha olvidado, ocultado y traicionado la revelación del destino social de la
humanidad, es decir, la armonía social. El hecho de que las iglesias no
prediquen la armonía social es una señal de su traición. Para Fourier la moral
ejemplifica la infección sufrida por la fe en virtud del concepto del infierno.
Dios es rebajado a la esfera industrial de nuestros deberes. La pobreza de la
religión y la religión de la pobreza son una misma cosa.
¿Hasta
qué punto el futurismo de la utopía es fundamentalmente un retorno? Lo que
Fourier propicia es, no una reforman, sino un retorno a las raíces. Nos hemos
olvidado de algo y en consecuencia nuestro problema no es tanto inventar como
redescubrir lo que hemos olvidado. Todos los fundadores de filosofías,
religiones y culturas dicen que están exponiendo algo que ya existía.
Este
proceso de retorno a menudo estuvo acompañado por el esquema de la inversión.
El olvido era una inversión, de manera que nosotros debemos invertir la
inversión. El retorno es una re-vuelta. El retorno toma la forma de una mera
inversión de supuestos vicios en virtudes, con lo cual nos encontramos en
cambio ante un mero reemplazo.
En
Fourier encontramos un alegato a favor del orgullo, de la lujuria, de la
avaricia, de la codicia, de la cólera, etc. Pina Fourier que la ópera debería
reemplazar el culto religioso. Fourier ve en la ópera una convergencia de
acción, canto, música, danza, pantomima, gimnástica, pintura, etc., y para él
esto es una reunión religiosa. La ópera es una parábola de la armonía
apasionada, una especie de ceremonia, de culto.
Fourier
defiende un régimen de deleites. Él es el profeta de la idea de que el placer
puede ser religioso. Fourier combina fantasía, amor y culto. Para emplear la
expresión de Habermas podríamos decir que el problema ya no es la discusión sin
límites no coacciones, sino que es la fantasía y el amor sin límites no
coacciones. La identificación con Dios está en el entusiasmo, el entusiasmo
amoroso, lo que Fourier llama la “pasión de la no razón”. Esta imagen de Dios
es la opuesta a la del Dios relojero del deísmo. Dios es el enemigo de la
uniformidad, dice Fourier, y el amor es la fuente de esta pasión de la no
razón.
De
que la ideología y utopía convergen finalmente en un problema fundamental: la
oscura naturaleza del poder. En Fourier el problema del poder es socavado por
el renacimiento del amor, por la resurrección del amor, La utopía de Fourier no
da una respuesta política, sino que más bien niega que la política sea la
cuestión fundamental y última. El problema es la manera de vivir sin el Estado
o de crear un Estado animado por la pasión.
Sobre
las razones que me llevaron a elegir a Saint-Simon y a Fourier como
representantes de utopías significativas, a preferir explorar sus utopías más
prácticas que otras meramente literarias. Una de esas razones es Mannheim, me
atrajo su paradoja de que lo que caracteriza a la utopía es, no su capacidad de
realizarse, sino su propósito de destruir lo existente; esa capacidad de la
utopía para irrumpir a través de la densidad de la realidad. Como vehículo de
la ironía, la utopía puede suministrar un instrumento crítico para socavar la
realidad, pero también representa un refugio para resguardarse de la realidad.
Cuando no podemos actuar, escribimos. Las ficciones resultan interesantes, no
cuando son meros sueños situados fuera de la realidad, sino cuando pueden dar
forma a una nueva realidad. Me atrajo pues el paralelismo entre la polaridad de
cuadro pintado y ficción y la polaridad de ideología y utopía. Toda ideología
repite todo lo que existe al justificarlo, y de esta manera ofrece un cuadro,
un cuadro deformado, de lo existente. En cambio, la utopía tiene el poder
ficticio de redescribir la vida.
Lo
que hace difícil discurrir sobre la utopía es el hecho de que en definitiva el
concepto tiene la misma ambigüedad que el de ideología, u por razones
semejantes. Como el concepto de utopía es un concepto polémico, corresponde al
terreno de la retórica. La retórica siempre tiene un papel porque no todo puede
ser científico. Althusser dice que la mayor parte de nuestra vida es
ciertamente ideológica en ese sentido porque esa desviación de la realidad, ese
movimiento de tomar distancia respecto de la realidad, es fundamental. Así como
la ideología opera en tres planos (como deformación, como legitimación y como
identificación), la utopía también opera en tres planos:
1.
Si la ideología
es deformación, la utopía es fantasía, es lo completamente irrealizable. La
fantasía raya la locura.
2.
Si la ideología
es legitimación, la utopía es una alternativa del poder existente. Puede ser
una alternativa del poder o una forma alternativa de poder.
3.
Así como la
mejor función de la ideología es conservar la identidad de una persona o grupo,
la mejor función de la utopía es explorar lo posible.
Esta
polaridad de ideología y utopía puede ejemplificar los dos aspectos de la
imaginación, Una función de la imaginación es seguramente de conservar cosas
mediante retratos o cuadros. Debemos ahondar por debajo de la capa superficial,
en la que las deformaciones de las ideologías se oponen sólo a las falacias de
la fantasía. En esa capa superficial encontramos sólo una aparente, dicotomía
de fuerzas carentes de interés. Cuando calamos más hondo, llegamos al nivel del
poder. Para mí, el problema del poder es la estructura más desconcertante de la
existencia.
Cuando
ahondamos aun más llegamos a nuestro interés final, que está más allá del
poder, en el nivel en que la imaginación es constitutiva. Cuanto más
profundizamos por debajo de las apariencias, más cerca llegamos a una especie
de complementariedad de las funciones constitutivas. Los símbolos principales
de nuestra identidad derivan no sólo de nuestro pasado sino también de lo que
esperamos del futuro. Parte de nuestra identidad es el hecho de que estamos
abiertos a sorpresas, a nuevos encuentros. Lo que llamo la identidad de una
comunidad o de un individuo es también una identidad vuelta al futuro. La
identidad es algo que está en suspenso, de manera que el elemento utópico es en
última instancia un componente de la identidad. Lo que decimos que somos es
también lo que esperamos ser y todavía no somos. Geertz señala que podemos diferenciar
entre “modelos de” y “modelos para”. Los primeros se dirigen a lo que es, pero
los segundos se dirigen hacia lo que debería ser de conformidad con el modelo.
El modelo puede reflejar lo que es, pero también puede pavimentar el camino
hacia lo que no es. Se trata de una dualidad reflejada no sólo como ideología y
utopía, sino también, según vemos en las artes, como cuadro o ficción.
Yo
denominaría mi análisis de la ideología y utopía análisis regresivo de
significación. Una de fenomenología genética intenta ahondar por debajo de la
superficie de la significación aparente para llegar a significaciones más
fundamentales.
No
hay respuesta a la paradoja de Mannheim como no sea la de decir que debemos
tratar de curar las enfermedades de la utopía con lo que es saludable en la
ideología y tratar de curar la rigidez, la petrificación, de las ideologías con
el elemento utópico. Como el mismo Mannheim lo afirmaba, quien no tiene ningún
proyecto ni meta no tiene nada que describir y por lo tanto una ciencia a la
que pueda apelar. No veo cómo podamos decir que nuestros valores son mejores
que todos los otros salvo si arriesgando por ellos nuestra vida esperamos
alcanzar una vida mejor, ver y comprender las cosas mejor que los demás.
Mannheim
respondió a este problema distinguiendo entre relativismo y relacionismo.
Declaraba Mannheim que él era, no un relativista, sino una relacionista. Si
tenemos un punto de vista lo bastante amplio, podemos ver cómo las varias
ideologías reflejan posiciones limitadas. Sólo la amplitud de nuestra vida nos
libera de la estrechez de una ideología. De manera que cada parte de nuestra
experiencia tiene sentido en su lugar dentro del todo. Mannheim expone la idea
del intelectual que no interviene en la lucha por el poder pero que lo comprende
todo. La paradoja de Mannheim existe sólo porque tenemos la capacidad de
reflexionar sobre nuestra situación; es la capacidad que Habermas llamó Selbstreflexion. Las personas no están completamente
atrapadas en una ideología porque un lenguaje común implica la existencia de
intercambios, implica alguna neutralización de prejuicios estrechos. Ahora
somos más cautelosos acerca de nuestra creencias y a veces lo somos hasta el
punto de que nos falta coraje; declaramos que sólo somos críticos y no nos
comprometemos.
La
paradoja de Mannheim no es la última palabra porque cuando consideramos la
historia de las ideas reconocemos que las grandes obras de la literatura y de
otras disciplinas no son meras expresiones de sus épocas. Lo que las hace
grandes es la posibilidad de ser descontextualizadas y recontextualizadas en
nuevos escenarios. La diferencia entre algo que es puramente una ideología que
refleja una determinada época y algo que se abre a nuevos tiempos es el hecho
de que este último algo no refleja meramente lo que existe. Una gran parte de
nuestra cultura está nutrida por ideas proyectadas que son no sólo expresiones
de los tiempos en que fueron expuestas. La capacidad de dirigirse, más allá del
auditorio inmediato de uno, a un auditorio desconocido y la capacidad de hablar
para diversos períodos de tiempo prueba que las ideas importantes no son sólo
ecos.
Todo
análisis que intente explicar la naturaleza del cambio histórico puede
encontrar difícil avanzar cando ua no es accesible la posibilidad de una visión
general que lo abarque todo. Mannheim habla de un criterio de lo apropiado.
Éste es bastante difícil de aplicar, pero bien puede ser nuestra única
alternativa. Para Mannheim el problema es el de que la incongruencia de la
ideología y la utopía no debe ir demasiado lejos porque si lo hace quedará
detrás del cambio histórico o se adelantará demasiado al cambio histórico. La
ideología es, en definitiva, un sistema de ideas que se hace anticuado porque
no puede ajustarse a la realidad presente, en tanto que las utopías son
saludables sólo en la medida en que contribuyen a la interiorización de los
cambios. No podemos salirnos del
círculo de la ideología y de la utopía, pero el juicio de lo apropiado nos
ayuda a comprender cómo el círculo pueda convertirse en una espiral.
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