Capítulo 12
Max Weber (2)
En
esta fase de nuestra indagación recurrimos a Max Weber a fin de afrontar dos
dificultades principales que presenta la teoría marxista de ideología:
1.
La primera
dificultad se refiere al marco conceptual general del enfoque marxista que está
estructurado en términos más o menos causales por las nociones de
infraestructura y superestructura. De la obra de Weber podía derivarse otro
modelo, un modelo de motivación.
2.
Un segundo
aspecto positivo de Weber estriba en que dentro de su marco de motivación
podemos encontrar más sentido a la circunstancia de que las ideas rectoras
están expresadas por una clase gobernante. Por eso abordo a Weber, no para
tratarlo como un antimarxista sino por considerarlo como alguien que nos
suministra un mejor marco conceptual para integrar en él algunas importantes
ideas marxistas. Debemos considerar las ideas de Marx con la misma atención
crítica que prestamos a cualquier otro pensador; al adoptar esta actitud
resistimos el chantaje intelectual que nos imponen tanto a los marxistas como
los antimarxistas. Recogemos las buenas ideas donde las encontramos, y ésta ha
sido mi intención.
El
concepto de pretensión de Weber es desarrollado en tres fases principales:
1.
La pretensión
está implícita en el concepto de Ordnung;
se trata de una ordenación que da forma, que da una Gestalt, una configuración
de grupo. Este orden ya supone una cuestión de creencia porque está constituido
por individuos que se orientan respecto de la conducta de los demás. Todo debe
expresarse atendiendo a la recíproca orientación de los individuos, y la
inserción de esta pretensión en el campo de motivación de cada individuo es una
creencia. Vorstellung no es tanto
creencia como representación. Una Vorstellung
es la representación del orden que tiene cada individuo. El orden existe más
como representación intelectual que como una creencia emocional.
2.
El concepto de
pretensión asume una significación más radical y convincente cuando lo
desplazamos desde el concepto general de Ordung
al concepto de un orden que implica una diferenciación entre gobernantes y
gobernados. Nos encontramos en el camino que nos lleva a la definición del
Estado, puesto que el Estado es precisamente una de esas estructuras en las que
podemos identificar y distinguir formalmente el estrato de la organización que
toma decisiones. Lo que está presente no es solamente un orden, sino que es un
orden impuesto. El concepto de imposición introduce un elemento de conflicto
entre voluntades. El concepto de pretensión a la legitimidad debe pues
incorporar no sólo el reconocimiento de quiénes somos sino también la
obediencia a aquel que gobierna.
3.
El tercer paso
del desarrollo del concepto de pretensión a la legitimidad presenta la amenaza
del empleo de la fuerza. Para Weber éste es el rasgo distintivo del Estado, el
rasgo que lo distingue de todas las otras instituciones. El Estado, dice Weber,
pretende el monopolio del uso legítimo de la fuerza contra individuos o grupos
recalcitrantes. El Estado asegura la finalidad de la decisión y la
instrumentación de dicha decisión. En esto puede reconocerse exactamente el
carácter distintivo del Estado.
Tenemos
tres fase en el desarrollo del concepto de pretensión: la pretensión de un
orden en general, la pretensión de un grupo gobernante dentro de una
organización y la pretensión de aquellos que ejercen el poder de tener la
capacidad de imponer el orden mediante el empleo de la fuerza.
Max Weber |
El
problema de la ideología se plantea por lo menos en principio cuando cotejamos
la pretensión a la legitimidad con la creencia en la legitimidad. Weber nos
suministra un marco conceptual que tiene más sentido que la teoría marxista,
pero desgraciadamente Weber no trata él mismo el problema de la ideología; nos
suministra los instrumentos para tratar la ideología y sin embargo no hace
ninguna alusión a esta cuestión. Cuando Weber habla de la pretensión a la
legitimidad, su construcción es coherente, pero cuando habla de creencia ella
es sólo suplementaria. La creencia en la legitimidad no es el resultado de los
factores antes mencionados, sino que es algo más. Ese algo más es lo que me
intriga. Weber no trata específicamente la naturaleza de ese “además” pues
vuelve a considerar la tipología de la pretensión. Weber supone que la
tipología de la pretensión está reflejada en la tipología de la creencia, a
pesar de que la creencia es algo agregado, algo más.
Weber
indica que el conocimiento expresado acerca de la creencia en la legitimidad se
basa en la experiencia, como si no pudiéramos derivar este factor de los
conceptos básicos que Weber elaboró con tanta precisión. La creencia en la
legitimidad es un suplemento que debe tratarse como un ero hecho puesto que
deriva de la experiencia. No tenemos otra manera, cree Weber, de comprender
cómo funcionan los sistemas de autoridad. Las creencias aportan algo está más
allá de lo que los sociólogos entienden que es el papel de la motivación. La
creencia agrega algo más que permite que la pretensión sea aceptada o dada por
descontada por quienes están sometidos al orden correspondiente. En este punto
es donde yo injerto mi hipótesis relativa a todo el problema del papel de la
creencia en relación con la pretensión a la legitimidad. Desarrollo mi
hipótesis en tres puntos:
1.
¿No podemos
afirmar que el problema de la ideología se refiere precisamente a este
suplemento, a esta brecha entre pretensión y creencia, al hecho de que tiene
que haber en la creencia algo más de lo que racionalmente se entiende desde el
punto de vista de los intereses, ya sean éstos emocionales, consuetudinarios o
racionales?
2.
¿no es acaso la
función de la ideología llenar esta brecha de credibilidad?, si ello es así,
luego
3.
¿no necesitamos
elaborar un concepto de plusvalía relacionado ahora no con el trabajo sino con
el poder?
Marx
elaboró una teoría de la plusvalía para explicar por qué en el mercado una
mercancía tiene más valor de lo que se paga al obrero que la hizo. La
diferencia entre lo que se paga al
obrero y lo que vale la mercancía es la plusvalía producida por el obrero y
hurtada por el patrono a fin de allegar capital con la apariencia de
productividad. Todo el marxismo descansa en el hecho de que el capital tiene
una apariencia de productividad que deriva en realidad de la productividad del
trabajador aunque ya no se la reconoce como tal. Marx llama a esta
transferencia de la productividad, que pasa del trabajo al capital, el
fetichismo de las mercancías. Tenemos la impresión de que el dinero produce
algo, de que existe una productividad de las cosas, siendo así que lo que
realmente existe es sólo la productividad del pueblo.
Puede
explicar lo que ocurre en las sociedades socialistas, en las que la plusvalía
en cuanto al poder no lo ha sido. Sistemas de autoridad se superponen en un
sistema socialista de producción, pero el sistema de poder permanece
exactamente siendo el mismo. No sólo una fuente económica de plusvalía sino
también una que tenga que ver con la fuente de la autoridad o del poder. Un
sistema dado de autoridad hay siempre más de lo que puede satisfacer el curso
normal de la motivación y que por lo tanto hay siempre un suplemento de
creencia suministrado por un sistema ideológico. Althusser cuando éste dice que
el Estado es no sólo, como sostenía Lenin, un sistema de coacción sino que es
también un aparato ideológico.
Estamos
buscando algo que no figura en el texto y que debe leerse entre líneas.
Comprobaremos que el problema de la creencia no deja de retornar una y otra vez
en un sistema que comienza como una clasificación de las pretensiones y no como
una clasificación de las creencias. No podemos hablar de legitimidad sin hablar
de móviles y los móviles tienen relación con creencias, Un móvil es tanto causa
como motivo.
El
lugar más favorable para buscar el papel que desempeña la creencia según Weber
es su famosa tipología de las tres clases de pretensiones a la legitimidad, una
clasificación que se realiza sobre la base de creencias. Weber presenta su
tipología, no atendiendo a las pretensiones mismas, sino a la validez de esas
pretensiones (motivos racionales, motivos tradicionales, carismáticos).
En
esta tipología la idea de motivo aparece tres veces y las tres veces junto con
la idea de creencia. Para elaborar un sistema de pretensiones debemos
considerar la contraparte, el sistema de creencias, ya de una creencia en un
orden impersonal de conformidad con las reglas, ya una creencia basada en la
lealtad personal, ya una creencia en el liderazgo del profeta o del jefe.
El
concepto de carisma significa el don de la gracia y está tomado, dice Weber,
del vocabulario del cristianismo temprano; hasta la legalidad descansa en la
creencia. Si suponemos la existencia de un honesto sistema de representación,
el gobierno de la mayoría es el gobierno del todo y para la minoría el problema
es aceptar ese gobierno. La minoría debe tener alguna confianza en el gobierno
de la mayoría. Hasta la mayoría debe confiar en que la mejor manera de gobernar
es el gobierno de la mayoría y no ya una falsa o presunta unanimidad. Aquí la
ideología tiene como papel ser el suplemento necesario del contrato. La
aceptación es la creencia en la cual se basa la legalidad. La aceptación es una
forma de reconocimiento; y otra vez aquí la palabra “creencia” resulta
demasiado estrecha para expresar lo que expresa la palabra alemana Vorstellung.
Weber
presenta una serie de cinco criterios de los que dependen la autoridad legal.
Citaré sólo parte del primer criterio y resumiré los otros cuatro: Que toda
norma legal dada puede establecerse por acuerdo o por imposición o por ambas
cosas con una pretensión a la obediencia por lo menos de los miembros de la
organización. Una norma legal debe apelar a intereses personales o compromisos
personales, y una compromiso respecto del sistema tiene la naturaleza de una
creencia que corresponde a una pretensión. Las reglas deben ser coherentes,
establecidas generalmente con una intención y ser el producto de un orden
personal. El pueblo no debe obediencia a las autoridades como individuos sino
como representantes del orden impersonal. El sistema también requiere nuestra
creencia en esa formalización.
Si
me pidiera que considerara con mayor extensión lo que es ideológico en este
sistema de reglas, yo señalaría tres puntos:
1.
El hecho de que
hasta la autoridad legal requiera la creencia de sus súbditos confirma que la
autoridad se comprende mejor dentro de un modelo de motivación.
2.
Un segundo
aspecto más ideológico más negativo de un sistema de reglas es el de que
cualquier sistema de formalización puede ser fingido y esto puede servir para
encubrir las prácticas reales de una organización. El problema está en la
discrepancia que hay entre las prácticas del sistema y las reglas declaradas.
Los marxistas alegan que están interesados en la libertad real y no en libertad
formal de los sistemas capitalistas; una justificación de la violencia, de
manera que ambas partes pueden ser en cierto modo hipócritas. Es la posibilidad
del uso ideológico de un sistema formal al servicio de un curso legal que en
realidad encubre una clase diferente de curso.
3.
La tercera
fuente de la ideología en un sistema de reglas puede ser no tanto el uso
hipócrita del formalismo como la defensa misma del formalismo. Hoy tenemos
menos confianza que Weber en los procedimientos burocráticos. Para Weber, la
despersonalización de todas las relaciones burocráticas servía para proteger
los derechos del individuo. Pero al prestar atención a los medios de un sistema
Weber pierde de vista sus metas y las creencias subyacentes que lo sustentan.
La autoridad legal se identifica aquí tan sólo por los medios que “emplea”.
Weber se pregunta cómo trabaja un personal administrativo y cuáles son las
reglas en virtud de las cuales lo emplea una autoridad legal.
Weber
es el primero en tratar la naturaleza de la burocracia de este modo analítico,
el primero en introducir una sociología de las instituciones burocráticas. Una
burocracia tiene una jerarquía claramente definida de funcionarios, su esfera
de competencia está bien delineada, sus sistema de selección y promoción es
público, etc. Ninguna de estas reglas tiene nada que ver con la creencia. Weber
no reflexiona sobre los males del Estado burocrático, problema tan importante
para Marcuse y otros. Las implicaciones represivas de un sistema racionalista
no son consideradas por Weber. Las reglas también pueden ocultar algunas
prácticas menos laudables: la arbitrariedad, la autonomización del cuerpo
administrativo, la irresponsabilidad en nombre de la obediencia al sistema. El
sistema administrativo, pues, puede no sólo despojar al individuo de la
responsabilidad personal sino que hasta puede encubrir crímenes cometidos en
nombre del bien administrativo.
Sí,
a cuestión es saber quién controla la maquinaria burocrática; se dice que el
ciudadano medio no es competente para discutir estas materias. Se supone que
los especialistas las conocen mejor que nosotros. El ciudadano es colocado en
una especie de exterritorialidad por los tecnicismos de la maquinaria
burocrática. Los tecnócratas pueden hacerse cargo de la máquina política porque
los políticos son incompetente para hacerlo. A veces esto puede ser bueno
porque los especialistas suelen ser más racionales que los políticos, pero en
definitiva nadie sabe quién controla a estos tecnócratas.
El
auge de la burocracia también crea otras dificultades. Weber hace notar la
conexión que hay entre la burocracia y el sistema capitalista. El intento de
rebajar el nivel de burocracia, de acercarla a los ciudadanos es una cuestión
central de las modernas utopías. La creciente distancia entre la maquinaria
burocrática y el individuo es ya un problema en sí mismo. Weber agrega que este
problema no puede atribuirse solamente al capitalismo. Una forma socialista de
organización no altera la necesidad de una administración burocrática efectiva.
Lo que se pregunta Weber es sólo “si en un sistema socialista sería posible
crear condiciones para llevar a cabo una organización burocrática tan rigurosa
como fue posible en el orden capitalista”.
No
sólo la burocratización tiene aspectos represivos sino que hasta el sistema más
racional posee una racionalidad propia. Esta es una observación sumamente
importante. Todo intento de perpetuar la pretensión de racionalidad en medio de
las cualidades represivas e irracionales de la burocracia exige la existencia
de la creencia. Weber interpreta aquí la irracionalidad como el conflicto entre
racionalidad formal y racionalidad sustantiva. Un sistema formalizado es
independiente de los individuos. Los sistemas formalizados son poco claros,
opacos, tocante a los papeles que asignan y a las significaciones que ofrecen
al individuo y a la vida colectiva. Este es el punto en que la creencia no
corresponde a la pretensión porque la pretensión a la racionalidad está
eclipsada por una nube de irracionalidad que la creencia arrastra consigo.
Max Weber |
Weber
describe más explícitamente el límite de su análisis en el caso de un criterio
particular de burocracia, el criterio de la libre selección. Weber reconoce que
en el sistema capitalista hay algo fundamental que escapa a la libre selección:
la selección de los poseedores de capital. Los poseedores de capital no son
seleccionados por el sistema sobre la base de sus méritos técnicos, sino que
alcanzan sus posiciones por su propia cuenta. El cuerpo económico de un sistema
capitalista escapa a la racionalidad del Estado burocrático y se apoya e cambio
en otra forma de racionalidad, la de los beneficios en el sentido de ganancias.
En la medida en que el empresario capitalista no está libremente seleccionado y
tiene además el poder de cabildear e influir en las decisiones políticas, esta
cumbre del personal administrativo no es tanto administrativa como política.
Puesto que los poseedores de capital influyen en los líderes políticos, la
jerarquía capitalista también se enmaraña con la jerarquía política. La empresa
capitalista tiene en su cima una estructura monárquica que está en completa
contradicción con las pretensiones de democracia en la esfera política. En
lugar de presentar la estructura de organización del todo, la racionalidad
burocrática es una racionalidad que funciona dentro de un sistema que sigue las
reglas completamente diferentes. Estos problemas habrán de ser recogidos por
Habermas y otros posmarxistas; la misma tecnología puede funcionar
ideológicamente; en Weber no tiene cabida semejante discusión.
Weber
no analiza el persistente papel de la dominación con las misma precisión con
que examina las reglas del sistema. Weber desdeña incorporar en su análisis la
dimensión política, la cual tiende a quedar absorbida en una cuestión
administrativa.
Yo
propongo la hipótesis de que el tipo legal continúa siendo una forma de
dominación en la medida en que conserva algo de las otras dos estructuras de
pretensiones y en la medida en que la arbitrariedad sirve para ocultar este
residuo de lo tradicional y de lo
carismático. En realidad pudiera ser que el tipo legal funcione sólo sobre la
base de lo que queda de los tipos tradicional y carismático. Weber presenta los
tres tipos y los describe separadamente de conformidad con diferentes
criterios. Podría uno preguntarse si el poder legal no se apoya en algunos rasgos
de lo tradicional y lo carismático a fin de ser un poder y no sólo legal. Hemos
descrito lo que lo hace legal, pero lo que lo hace un poder puede en definitiva
ser tomado siempre de las otras dos clases de poder.
Volvamos
a las definiciones que da Weber de los tipos tradicional y carismático para
determinar sus fuentes de poder, elementos que dependen de nuestra creencia. En
cuanto al tipo tradicional, Weber dice: “La autoridad se llamará tradicional si
se cree que su legitimidad está dada en virtud de la santidad de antiguos
poderes y reglas”. La palabra “santidad” es sumamente importante pues indica
que un elemento casi religioso se manifiesta no sólo en el tipo carismático
sino también en el tipo tradicional; podemos llamarlo un elemento ideológico.
Existe
una red de relaciones más personalizadas basada en la creencia de que lo que
procede del pasado tiene más dignidad que lo que se instituye en el presente.
Hay un prejuicio a favor de la tradición, de nuestros antepasados, del peso del
pasado.
Como
veremos con Geertz, ésta puede ser la primera función de un sistema ideológico:
conservar la identidad del grupo a través del tiempo. Una comunidad política es
un fenómeno histórico; es un proceso acumulativo que reivindica y utiliza algo
de su pasado y que anticipa algo de su futuro. Un cuerpo político existe no
sólo en el presente sino también en el pasado y en futuro y su función consiste
en conectar pasado, presente y futuro. El cuerpo político tiene más memoria y
esperanzas que un sistema tecnológico. La clase de racionalidad implícita en lo
político es pues más integradora en cuanto a la dimensión temporal. Eric Weill
desarrolló este contraste entre racionalidad tecnológica y racionalidad. La
tecnología y la economía tienen que ser “racionales”, aquí tiene que haber una
conexión técnica entre medios y fines, mientras que en política la racionalidad
es lo “razonable”, es la capacidad de integrar un todo. Es algo diferente de
agregar un medio a otro medio.
Pero
desgraciadamente cuando Weber trata el funcionamiento de una autoridad
tradicional atiende tan sólo a sus medios y sólo por comparación con los medios
del Estado legal. Weber analiza el tipo tradicional atendiendo a su técnica
para imponer el orden en lugar de atender a la motivación de la creencia en su
racionalidad. Weber no hace lo que pretende hacer porque considera lo
tradicional y lo carismático sólo por comparación con lo legal y lo
burocrático. Weber va desde lo más racional a los menos racional. Lo
carismático precede siempre a lo tradicional y que lo tradicional precede a lo
racional. El análisis se desarrolla en un orden histórico inverso, que es el
orden de la decreciente racionalidad. Weber expone todo cuanto espera de la
naturaleza de la racionalidad en la sociedad.
Weber
trata la tradición por contraste negativo. El problema de la ideología
subyacente en la tradición se le escapa porque la burocracia es el término de
comparación y ella misma es analizada de la manera menos ideológica posible. En
cuanto al tipo carismático nuestra cuestión es la de saber si se trata de un
tipo que ha sido superado o si es, en cambio, a médula oculta de todo poder.
Siempre hay un elemento que toma decisiones en un sistema de poder y este
elemento es hasta cierto punto siempre personal. Hegel expresa esta idea en el
texto de una monarquía que ejemplifica más claramente que ningún otro sistema
el hecho de que el problema del líder nunca puede quedar completamente
excluido. Hasta en un sistema democrático como la forma de gobierno británica,
el pueblo vota por tres cosas al mismo tiempo: un programa, un partido y un
líder. Por eso nunca podemos pasar completamente por alto el elemento del
liderazgo: la política es la esfera en que se toman decisiones para el todo. La
necesidad de tomar decisiones conserva por lo menos como electo residual lo
carismático.
Si
no podemos prescindir de la autoridad carismática, debemos pues considerar los
méritos y títulos del líder. No hay ningún líder, ningún profeta que no
profeta, que no pretenda ser el verdadero profeta y que por lo tanto busque
nuestra creencia. La creencia es necesaria y sin embargo, continúa diciendo
Weber, el líder no se apoya en la creencia. Por e contrario, porque el líder
formula una pretensión, los demás deben creer.
La
relación entre creencia y pretensión queda sencillamente reemplazada por una
creencia en el signo. En el signo está la prueba dada por el líder. Esta es la
validez del carisma. El valor religioso del carisma es aprovechado y puesto al
servicio de la estructura política. Esta puede ser en definitiva la primera
ideología del poder: la creencia de que el poder es divino, de que no proviene
de nosotros mismos, sino que proviene de Dios. El origen del poder que está es
en pueblo es hurtado en la misma medida en que, para decirlo en términos
marxistas, la plusvalía del trabajo parecer pertenecer al capital; se dice que
tanto el poder como el capital funcionan sobre sus propias bases. La pretensión
no se apoya en la creencia, sino que la creencia es arrancada por la
pretensión.
Volvemos
a la cuestión de por qué, aun cuando el marco conceptual de Weber es adecuado
para el estudio de la ideología, Weber no analiza este tema. Podemos resumir la
importancia del marco de Weber considerando un ejemplo de su aplicación. Weber
trata un problema parecido al que se planteó Marx; Weber muestra que existe
cierta reciprocidad entre la ética del protestantismo y la ideología del
empresario. Existe cierta circularidad entre la estructura de clases y la
ideología religiosa. Gran parte de la controversia suscitada por la tesis de
Weber se concentra en esta relación entre la ética protestante y el capitalismo
y en establecer cuál de estos fenómenos dio nacimiento al otro. Preguntarse si
la ética protestante produjo la mentalidad capitalista o viceversa significa
permanecer en un marco inapropiado. Diría yo que la ética suministra la
estructura simbólica dentro de la cual operan algunas fuerzas económicas. No es
posible preguntar lo que se la primero porque una fuerza opera dentro de cierto
marco de significación y ese marco no puede formularse en términos de
infraestructura y superestructura. Weber nos da, no tanto una solución
alternativa de la marxista, como un mejor marco para abordar el mismo problema.
El hecho de que nuestras relaciones estén petrificadas, congeladas, y ya no se
nos manifiestan como lo que son; hay una reificación de las relaciones humanas.
Es posible que el elemento antimarxista de Weber le impidiera tratar el
problema de la reificación de sus propias categorías. El marco conceptual de
Weber puede rescatarse empero para mostrar que el proceso de reificación se
produce dentro de un sistema simbólico. Sólo un sistema simbólico puede
alterarse de manera tal que parezca un sistema determinista. Weber siempre
creyó que estaba tratando con estructuras transparentes, en tanto que nosotros
sabemos que esas estructuras no son transparentes.
Esta
pudiera ser una razón por la que Weber debió recurrir a los tipos ideales
puesto que la transparencia no existe. La única manera de recobrar la
significación es permanecer fuera del proceso deformador y manejarse con las
abstracciones de tipos ideales. La supuesta falta de participación del
sociólogo le permitiría no quedar atrapado en el proceso deformador. Weber no
describe acabadamente el proceso deformador a través del cual se mueve si
propio análisis. La existencia de un sistema de poder descansa en nuestras
creencias, pero no lo reconocemos inmediatamente. Weber no indica que esta
transparencia se da sólo al final de un proceso crítico. Sólo al terminar un proceso
de crítica recuperamos como nuestro propio trabajo lo que se manifiesta como la
productividad del capital, recuperamos como creencias motivadoras propias de
nosotros lo que se manifiesta como el poder del Estado. El marco conceptual del
Weber nos permite ver la brecha que hay entre pretensión y creencia, pero las
razones de ello y la importancia de esta discrepancia no son factores que el
propio Weber considere.
Marx
dice que la clase no es un hecho dado sino que es un resultado de la acción, de
la interacción, un resultado que no reconocemos como consecuencia de nuestra
acción. En Weber, en ningún momento tenemos la idea de que algo es reprimido en
esta experiencia de motivación, de que está perdida nuestra competencia
comunicativa, para emplear el vocabulario de Habermas. Weber no ve que
precisamente porque esta competencia comunicativa se ha perdido sólo podemos
describir tipos o estructuras.
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