Capítulo 17
Saint-Simon
Saint Simon |
La
tipología de Mannheim es también incompleta porque, en realidad, pasa por alto
el papel que desempeñan las utopías socialistas no marxistas. Mannheim afirma
que puede reducir el elemento individual, que es el objeto de la historia, a
estructura social. Engels acuñó el concepto de socialismo utópico, y nosotros
nos concentramos en su demarcación de este tipo utópico para cotejarlo con los
dos ejemplos de socialismo utópico que consideraré en estas conferencias. Las
utopías no son siempre reconocidas como utópicas por quienes las proponen, pero
que en cambio son designadas así por sus adversarios; grupos que están en
ascenso propugnan utopías en tanto que los grupos gobernantes defienden
ideologías.
Engels
atribuye la utopía a ese grupo de socialistas del SXIX. La expresión
“socialismo utópico” fue empleada por Engels en un folleto publicado en 1880
con el título de “Socialismo: utópico y científico”. Engels se daba cuenta con
razón de que estas utopías socialistas eran vástagos de la ilustración
francesa. El nacimiento de utopías derivadas de la Ilustración concuerda bien
con la tipología de Mannheim porque el segundo tipo de utopía, como recordamos,
era la utopía racionalista. En la Ilustración sólo la razón es portadora de la
radical protesta contra la dominación eclesiástica y política. Pero la razón se
hace utópica cuando esa protesta contra el poder gobernante no logra éxito
histórico. Y era ésa la situación histórica, porque la mayor parte de estas
utopías aparecieron después del fracaso de la Revolución Francesa, cuando la
revolución se convirtió en una revolución burguesa y dejó de ser una revolución
popular.
En
el desarrollo del socialismo utópico, el genio individual reemplaza a los
grupos en ascenso. Esta situación de una clase por el genio era lo que le
interesaba a Engels: éste habla contra los socialistas utópicos, pero no con la
brutalidad y acritud que reservó al pensamiento burgués. Engels supone que la
razón es tan sólo, de una manera muy simplista, la idealización de los
intereses de la burguesía. Para el pensamiento marxista en una fase muy
temprana ya había una vinculación entre razón e intereses. Engels cree que la
razón es la forma idealizada de la dominación de la burguesía.
Para
Engels la ilusión utópica consiste en esperar que la verdad habrá de ser
reconocida simplemente porque es la verdad e independientemente de todas las
combinaciones del poder y de las fuerzas históricas. Cualquier momento es bueno
para emprender una revolución. No son necesarias preparaciones históricas ni
condiciones determinadas para alcanzar el éxito. Esta indiferencia a las
circunstancias históricas representa una contraparte de la irrupción del genio,
que encuentra poco apoyo para su posición en las fuerzas históricas. Engel sugiere
que en la época de los socialistas utópicos, la falta de madurez de la
producción capitalista y la situación de las clases corrían parejas con una
falta de madurez en la teoría. La teoría no estaba madura porque las clases que
podían sustentar un programa revolucionario no estaban aún maduras. Esta
inmadurez teórica estaba ejemplificada por la creencia utópica de que la
sociedad podía modificarse sobre la base de la razón sola. Los marxistas
siempre dijeron que el capitalismo debía alcanzar cierto nivel para que pudiera
desarrollarse una situación revolucionara; propugnar utopías corresponde a una
fase de inmadurez. La utopía es reconocida por los marxistas como algo
específico que no puede descartarse no negarse como ideológico. Hasta el
marxismo racionalista de Engels se vio frente a un modo específico de
pensamiento que no podía llamarse ideología. Marx y Engels produjeron
históricamente por lo menos en lo que se refiere al socialismo de Estado.
Después de semejante fracaso, bien podría ser ahora de nuevo el momento de la
utopía.
Engels
da tres ejemplos de socialistas utópicos (Saint-Simon, Fourier y Owen). Las
utopías aparecen durante un período de restauración y tal vez esto también
tenga sentido en nuestro tiempo. Saint-Simon se mostró prudentemente revolucionario
durante la Revolución Francesa, aunque como veremos, detestaba la violencia.
Para Saint-Simon el esfuerzo ha de consistir en convencer a los demás porque la
imaginación, no la violencia, debe provocar la ruptura con el pasado.
Saint-Simon y Fourier representan los dos polos de la utopía socialista:
Saint-Simon es el hombre radicalmente racionalista y Fourier es un romántico.
La discusión de estas dos figuras es una buena manera de enfocar la dialéctica
interna de la utopía, su aspecto racional y su aspecto emocional.
Henri
Desroche declara que el pensamiento de Saint-Simon se desarrolló en tres fases.
Un rasgo notable de las utopías es el de que éstas a menudo comienzan con una
posición radicalmente anticlerical y hasta antirreligiosa y terminan aspirando
a recrear la religión.
La
forma profética es típica de las utopías, así como es típico el uso del tiempo
futuro para indicar lo que ocurrirá. Esta utopía desplaza el poder a los
intelectuales y hombres de ciencia. Lo medular de esta utopía es el poder del
conocimiento. La hipótesis de que todos los proyectos utópicos aspiran a
reemplazar el Estado como poder político por una administración que no tenga
ninguna aureola carismática y cuyo único papel sería el de reunir y sostener
financieramente a un alto consejo de personas ilustradas, una especie de cuerpo
sacerdotal laico. Tanto las ideologías como las utopías se refieren al poder;
una ideología es siempre un intento de legitimar el poder, en tanto que la
utopía es siempre un intento de reemplazar el poder existente por lago
diferente. Saint-Simon dice siempre que las personas ilustradas, los
científicos harán esto y aquello.
Nell
Eurich señala que la idea de reemplazar el poder político por el poder de los
hombres de ciencia tiene una larga tradición. En la utopía de Bacon se reunían
esencialmente los recursos de una nación ilustrada y el poder de los
científicos, una alianza entre una nación instruida y genios individuales. La
idea consistía en reemplazar una democracia política por una democracia
científica; el elemento carismático correspondería a los científicos en tanto
que el Estado sería la burocracia que sustentaba a este cuerpo de científicos.
Sin
embargo los científicos no poseen poder en sí mismos; éste es el punto
importante. Tienen poder en la medida en que liberan la creatividad por obra de
una especie de reacción en cadena. La utopía se dirige a la realidad; trata de
alterar la realidad. La intención de la utopía es seguramente modificar las
cosas establecidas, y por eso no podemos decir con el Marx de la undécima tesis
sobre Feuerbach que se trata sólo de una manera de interpretar el mundo y no de
cambiarlo. El impulso de la utopía tiene a modificar la realidad. La pretensión
de la utopía racionalista consiste en que lo que he llamado la “reacción en
cadena” del cambio comienza con el conocimiento. Además, esta utopía es
antielitista a pesar de que asigna el poder a los que saben. Pero los hombres
de ciencia no ejercen el poder en beneficio de sí mismos.
Saint-Simon
ponía el acento en las ciencias sociales. Saint-Simon hacía pasar el concepto
de ciencia desde las ciencias naturales a las ciencias sociales porque sostenía
que la ley newtoniana de la gravitación universal era el principio que
gobernaba todos los fenómenos, tanto físicos como morales. La naturaleza tenía
un orden y todas las ciencias sociales debían tener el mismo principio
subyacente.
Una
idea expuesta por Mumford, la idea de que en definitiva hay dos clases de
utopías; aquellas que son evasiones y aquellas que son programas y aspiran a
realizarse. Al hablar de estas últimas, Eurich muestra que estas utopías pueden
generar contrautopías. Las contrautopías derivan de una inversión de la utopía
baconiana. Si llevamos lo bastante lejos la utopía baconiana ésta nos conduce a
un mundo absurdo. La utopía se frustra por sí misma.
Precisamente
para impedir que la utopía científica se frustre, Saint-Simon da un segundo
paso. Propicia una alianza de hombres de ciencia y hombres laboriosos.
Saint-Simon desarrolla este argumento a comienzos del proceso de
industrialización de Francia, proceso que estaba retrasado en comparación con
el de UK, donde la industrialización había comenzado por lo menos 50 años
antes. Saint-Simon escribió unos 30 años antes de la redacción de los Manuscritos
de 1844 y que se encontraba en una situación completamente diferente.
Saint-Simon no toma el concepto de industria como un concepto de clase que
opone a la burguesía a la clase trabajadora, sino que por el contrario lo toma
como un concepto que comprende todas las formas de trabajo y se opone tan solo
a la ociosidad, a la haraganería. En Saint-Simon la principal oposición es la
de industria y ociosidad. Las personas ociosas están contrapuestas a las
personas industriosas, laboriosas. Saint-Simon no tiene el concepto de trabajo
que Marx opone al capital. Engels dice que la distinción entre trabajo y
capital no es señalada por Saint-Simon porque la lucha de clases no estaba aún
madura. Saint-Simon señala otra, la oposición entre industria y ociosidad.
La
segunda fase de Saint-Simon establece una conjunción entre homo sapiens, representado por el científico, y homo faber representado por el
industrioso. Saint-Simon veía los EEUU como una prefiguración de la sociedad
industrial. Era una tierra de trabajadores y productores. Los discípulos de
Saint-Simon tuvieron influencia en la construcción del Canal de Suez. Aquel
período en general sentía especial interés por la comunicación, por la
comunicación física en todos los medios. Peor el período de Saint-Simon hablaba
de la gloria del ser humano como productor. Quizás aquella época compartía la
vieja idea de completar la creación, de completar el mundo mediante la
movilización de la nación trabajadora contra la ociosidad. Saint-Simon y sus
discípulos establecieron la reunión de científicos banqueros e industriales a
comienzos del proceso industrial de Francia. En Saint-Simon encontramos cierta
negación de la religión que hasta cierto punto se asemeja a la de Marx. La idea
común consiste en que la religión es una especie de plusvalía. Tal vez porque
estamos hartos de la industria, se dice que una utopía es más utópica si se
basa en la idea de juego en lugar de basarse en la idea de la industria. Bien
pudiera ser que un concepto de religión vinculado con el recreo o el juego
tuviera ahora sentido, mientras que para Saint-Simon la religión correspondía
al terreno de la ociosidad y la haraganería,
La
primera fase de Saint-Simon habló de un sueño, en la segunda fase lo presenta
en la forma de una parábola, lo que él llama la parábola industrial. La case
ociosa puede suprimirse, pero no puede suprimirse la clase industrial. En la
tercera fase la utopía de Saint-Simon se recobra la función poética.
El
estado actual de la sociedad aparezca al revés, lo de abajo arriba. “muestran
que la sociedad es un mundo al revés”. Saint-Simon, lo mismo que Marx, tenía la
idea de una contrasociedad que sería la sociedad puesta de nuevo al derecho.
Engels observa que este concepto de inversión ya fue empleado (y por Hegel ésta
es la tarea de la filosofía), el mundo está parado sobre su cabeza. Se supone
que la humanidad está parada sobre su cabeza de conformidad con la idea. El
reinado de la idea es el de la humanidad parada sobre su cabeza en lugar de
estarlo sobre sus pies. Marx hizo una broma sobre esta cuestión y dijo que su
propio argumento era el de que la humanidad debería marchar sobre sus pies y no
sobre su cabeza.
En
la segunda fase de la utopía de Saint-Simon, el objetivo continúa siendo el
bienestar del pueblo. La industria no se emprende para alcanzar el poder pues
la utopía niega el poder como un fin en sí mismo. Se supone que la industria
sirva a todas las clases de la sociedad. La clase parásita de la sociedad es no
la de los laboriosos, sino la de los ociosos. Saint-Simon tiene completa
confianza en que la alianza de la industria y la ciencia tiene “al mejoramiento
de las condiciones morales y físicas de la clase más numerosa”; los pobres. La
palabra “clase” tiene aquí una significación diferente de la que se le da en el
marxismo ortodoxo. La diferenciación entre la clase de los científicos y la
clase de los pobres es sólo una división lógica, una subdivisión; no se trata
del concepto de clase que existe en relación con el capital y el trabajo. La
noción utópica contempla la posibilidad de una futura sociedad gobernada, por
ejemplo, por una clase media. Saint-Simon no ve ninguna contradicción entre los
intereses de los industriales laboriosos y las necesidades de los más pobres.
Saint-Simon cree que sólo una conjunción tal podrá mejorar la sociedad y por lo
tanto hacer innecesarias la revolución.
Este
es un importante elemento del pensamiento de Saint-Simon, quien cree que la
revolución estalla a causa de los malos gobiernos. Como la revolución es el
castigo de la estupidez del gobierno, aquélla sería innecesaria si los líderes
del progreso industrial y científico tuvieran el poder. Saint-Simon siente
profundo disgusto por la revolución; en sus memorias habla de su aversión a la destrucción.
También
parte de la utopía de Saint-Simon consiste en afirmar que existe cierto
isomorfirmo entre los científico y los industriales. Las ideas se originan en
los científicos, y los banqueros hacen circular las ideas mediante la
circulación de dinero. Trátase de una utopía de la circulación universal. Las
utopías siempre están en busca de la clase universal. Mientras Hegel
consideraba que la burocracia sería la clase universal, Saint-Simon, en esta
fase, consideraba que dicha clase debía estar representada por la conjunción de
científicos e industriales.
La
tercera fase del proyecto utópico de Saint-Simon
es interesante porque está representada por un nuevo cristianismo. Aquí
Saint-Simon recoge no sólo las resonancias religiosas ya presentes en las dos
primeras fases sino que agrega algo nuevo. Los hombres necesitan que se les
administre la salvación y éste es el trabajo de los industriosos y los hombres
de ciencia. Otra resonancia religiosa presente en Saint-Simon es la idea de la
emancipación de la humanidad que asigna a la ciencia y a la industria una meta
escatológica.
El
paso decisivo de esta tercera fase es la introducción de los artistas en el
primer plano. Saint-Simon quedó muy abatido por la falta de apoyo a sus ideas y
hasta llegó al punto de disparase un arma de fuego. Por fin Saint-Simon
descubrió sin embargo la importancia de los artistas y decidió que a causa de
la fuerza de sus intuiciones debían desempeñar un papel rector en la sociedad.
De manera que en la jerarquía de Saint-Simon estaban primero los artistas,
luego venían los hombres de ciencia y por último los industriales. Como él
mismo lo expresa (y, como siempre, la forma es confidencial en sus
declaraciones).
¿Por
qué los artistas han de encabezar la marcha? Porque aportan consigo la fuerza
de la imaginación. Saint-Simon espera que los artistas resuelvan los problemas
de motivación y eficiencia que evidentemente faltan en una utopía compuesta
solamente de científicos e industriosos. Lo que falta, dice Saint-Simon es una
pasión general.
Saint-Simon
expone así su propia concepción: “los artistas, hombres de imaginación, abrirán
la marcha. Proclaman el futuro de la especie humana…, desarrollarán la parte
poética del nuevo sistema… Aquí está la idea de un atajo temporal: si
repentinamente se produce esta clase de fuego, esta explosión de emociones
creadas por los artistas, luego se producirán lo que yo llamo la reacción en
cadena. Los artistas abrirán el camino y desarrollarán “la parte poética del
nuevo sistema”.
Es
aquí donde la ambigua relación de Saint-Simon con la religión llega a un punto
de ruptura:
·
Saint-Simon
continúa sintiendo profunda antipatía por todas las clases de clero, pero
·
expresa cierta
nostalgia por el cristianismo de los primeros tiempos.
Saint-Simon
cree que la utopía que propone ya había sido realizada en la iglesia primitiva.
Saint-Simon estaba en busca de un equivalente o sustituto de la religión,
equivalente en que los cultos y los elementos dogmáticos serían reemplazados
por lo que él llamaba el elemento espiritual o ético. Para él, ésa era la parte
medular del cristianismo de los primeros tiempos; la concepción de Saint-Simon
era común en su época, por lo menos entre personalidades y grupos disidentes.
El cristianismo estaba animado primero por el entusiasmo de sus fundadores y
tenía sólo un fin ético. La paradoja está en que nadie puede inventar una
religión, y éste es siempre un problema para la utopía. En la cumbre de la
sociedad utópica estaría el triunvirato de artistas, hombres de ciencias y
hombres industriosos; y como verdaderos creadores de valores esos hombres
reinarían por encima de los administradores. Desroche describe el movimiento
que va desde el homo sapiens (el
científico) al homo faber, el
industrioso. EL artista, agrega Desroche, desempeña el papel de homo ludens, expresión que Desroche toma
de Huizinga. Los artistas introducen un elemento de juego que está ausente en
la idea de industria. Nada es más serio que la industria, como todo el mundo
sabe. El nuevo cristianismo da cabida a la festividad, al juego y también a la
festividad organizada.
Aquí
llegamos al punto en que la utopía se convierte en una especie de fantasía
petrificada. Todas las utopías comienzan con una actividad creadora, pero
terminan con una pintura fija, petrificada, de su última fase. La enfermedad
propia de la utopía sea su perpetuo desplazamiento dese la ficción al cuadro
pintado. Saint-Simon proponía por ejemplo que hubiera tres cámaras en el
Parlamento y hasta diagramó la jerarquía de sus jurisdicciones. Una cámara
sería la de la invención, otra la de la reflexión o revisión y la tercera sería
la cámara de la realización o ejecución. Cada cámara estaría compuesta de
números específicos y grupos específicos. Esta precisión y esta relación
obsesiva con configuraciones especiales y con simetría es un rasgo común de las
utopías escritas. La utopía se convierte en un cuadro pintado; el tiempo queda
detenido. La utopía no ha comenzado aun cuando ya ha quedado detenida. Todas
las cosas deben responder al modelo; después de la institución del modelo ya no
hay historia.
Cómo
dar carne y sangre a un esqueleto racionalista. Esto exige que atribuyamos al
sistema no sólo una voluntad sino un motivo, movimiento y emociones. Para tener
un motivo y movimiento la utopía
debe tener emociones. La cuestión es pues la del encanto mágico de la utopía,
la cuestión de cómo la palabra del escritor pueda suscitar el encanto que
reemplace a las fuerzas históricas puestas por el marxismo precisamente en el
lugar de un nuevo cristianismo. Aquí en juego la necesidad de una estética política
en la que la imaginación artística sea una fuerza políticamente motivadora.
Cuando una utopía racionalista se
desarrolla hasta es fase termina por reafirmar el elemento quiliástico de la
utopía. No por casualidad cierto vocabulario mesiánico acompaña siempre a ese
factor. El cristianismo está muerto como cuerpo dogmático, pero hay que hacerlo
resucitar como una pasión general. Saint-Simon hasta llegar a hablar de una
pasión ecuménica generada por hombres de imaginación.
Tenemos
representado aquí el papel de la imaginación social. Infundir pasión en la
sociedad es conmoverla y motivarla. Saint-Simon niega la lógica de la acción.
Aquí está presente la magia de la palabra, un puente tendido entre el estallido
de la pasión y la revelación de la verdad. Pero en la utopía todo es compatible
con todo, No hay conflicto de metas. Todas las metas son compatibles; ninguna
tiene una contraparte que se le oponga. De manera que la utopía representa la
supresión de los obstáculos. Esta magia del pensamiento es el aspecto
patológico de la utopía y otra parte de la estructura de la imaginación.
Sobre
la base de esta presentación de Saint-Simon, deseo señalar varios puntos:
1.
Deberíamos
considerar las implicaciones de promover una utopía del conocimiento, de la
creencia. Se la puede interpretar como una religión de la productividad y la
tecnocracia y como el fundamento de una sociedad burocrática y hasta de un
socialismo burocrático. Esta utopía comprende pues el mito del industrialismo,
el mito del trabajo y la productividad que ahora hemos más o menos revelado, y
la idea de la convergencia de fuerzas más allá de su actual antagonismo, la
idea de que el antagonismo no es fundamental y se que en cambio es posible
cierta unanimidad de todos aquellos que trabajan.
2.
La orientación
de Saint-Simon suscita la idea del fin del Estado. Saint-Simon la expresa
pronosticando que el gobierno ejercido sobre el pueblo habrá de ser reemplazado
por una mera administración de las cosas. Por una administración racional. Esta
cuestión de la abolición del Estado también vuelve a presentarse en Lenin. Es
necesario reforzar el Estado para destruir a los enemigos del socialismo y el
momento en que el Estado habrá de desvanecerse y desaparecer. Esta idea de la
desaparición del Estado debe mucho al pensamiento de Saint-Simon. El énfasis
racionalista de la utopía de Saint-Simon conduce a una apología de la
industria, que no es tan atractiva, pero conduce también al sueño del fin del
Estado.
3.
Se refiere al
papel del genio den la situación utópica que describe Saint-Simon. Se trata de
la cuestión del papel del maestro político o del educador político. La idea es
la que la política es no sólo la tarea práctica de políticos profesionales sino
que también supone una especie de obstetricia intelectual. Ese hombre no es ni
el profeta religiosos, ni el salvador, sino que es el educador, el educador
político. Saint-Simon se consideraba uno de esos espíritus creadores, alguien
que inicia lo que he llamado la reacción en cadena. Relacionado con esta
cuestión está el intento de inventar la religión.
4.
La utopía de
Saint-Simon debe afrontar la decisiva acusación hecha por Engels: su
subestimación de las fuerzas reales de la historia; la sobreestimación del
poder de persuasión mediante la discusión. La afirmación de que en última
instancia la discusión será suficiente para cambiar las cosas. Saint-Simon
crece que el Estado violento puede ser suprimido por los poetas, que la poesía
puede disolver la política. Quizás éste sea el residuo último de su utopía. La
conjunción de tecnócratas y poetas puede constituir el aspecto más llamativo
del proyecto de Saint-Simon.
Lo
que está en juego en la ideología y en la utopía es el poder. Es aquí donde la
ideología y la utopía presenta su punto intersección. Todas las utopías tienen
que vérselas con el problema de la autoridad. Tratan de mostrar maneras en que
el pueblo pueda ser gobernado de otra manera que por el Estado, porque cada
Estado es el heredero de algún otro Estado. El poder se repite, la utopía
intenta reemplazar el poder. El elemento jerárquico es típico de las peores
tradiciones occidentales desde acaso la edad neolítica. El continuo problema es
cómo poner fin a la relación de subordinación, a la jerarquía entre gobernantes
y gobernados. La religión se revela de este modo cuando consideramos que las
religiones tienen instituciones que rigen la experiencia religiosa en virtud de
una estructura y por lo tanto en virtud de cierta jerarquía. La
desinstitucionalización de las principales relaciones humanas es lo medular de
todas las utopías.
Una
de las ambigüedades de la utopía consiste en que verdaderamente hay dos maneras
diferentes de resolver el problema del poder:
·
Se puede
argumentar que deberíamos suprimir a los gobernantes en general.
·
Se puede
sostener en cambio que deberíamos instituir un poder más racional.
El
resultado es una tiranía ejercida por aquellos que saben más. La idea de un
poder moral o ético es muy tentadora. Que seamos gobernador por buenos
gobernantes o que no seamos gobernados por ningún gobernante. Todas las utopías
fluctúan entre dos polos.
El
concepto de utopía es el hecho que ésta constituye una variación imaginativa
sobre el poder. La historia no tiene esta coherencia, de manera que la utopía
es antihistórica en este sentido. Es la variación libre de las utopías lo que
resulta más intrigante que su pretensión a la coherencia o su neurótica
pretensión a la no contradicción. El resultado de leer una utopía es que ella
pone en tela de juicio lo que existe actualmente; hace que el mundo real parezca
extraño. Generalmente no sentimos tentados a declarar que no podemos vivir de
manera diferente de cómo lo hacemos ahora. Pero la utopía introduce ciertas
dudas que destruyen lo evidente. Se nos pide que supongamos que no existe nada
como la causalidad, etc., y que entonces veamos adónde nos conducen estas
suposiciones. En una época en que todas las cosas están bloqueadas por los
sistemas que han fallado pero que no pueden ser vencidos, la utopía representa
nuestro recurso. Podrá ser una evasión pero es también el arma de la crítica.
Es posible que épocas particulares pidan utopías. Me pregunto si nuestro
período actual no será una de esas épocas, pero no deseo profetizar; éste es
otro asunto.
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