Artículo de Ángeles
Espinosa publicado el 2 de abril de 2014 en El País.
Las afganas han ocupado
por unas horas la sede de la Loya Jirga, la tradicional asamblea de notables.
Un millar de mujeres han acudido a escuchar a Habiba Sarabi, una de las tres
candidatas a vicepresidenta en las elecciones del sábado (la única con
posibilidades de pasar a la segunda vuelta). “Hombres y mujeres somos iguales y
debemos trabajar para hacerlo efectivo”, dice la popular exgobernadora de
Bamiyán en un mitin que hubiese puesto los pelos de punta a los talibanes.
Mujeres a cara
descubierta, alguna incluso con el velo caído sobre los hombros, un coro
femenino con solista y una animadora que pedía a las asistentes que dieran
palmadas más fuerte para acompañar el ritmo, mientras un puñado de hombres
ajustaba los altavoces o movía las sillas. Nada de ello hubiera sido posible a
principios de este siglo, cuando los extremistas islámicos gobernaban Afganistán con un
puritanismo que a menudo alcanzaba la crueldad. Prohibieron la música, el sonido
de los tacones y hasta las risas femeninas.
A pesar de errores y
críticas, el nuevo orden político que trajo la intervención estadounidense para
desalojar al régimen talibán ha beneficiado a las afganas. Conversaciones con
una quincena, desde una limpiadora a una médico, pasando por maestras y
universitarias, confirman su satisfacción con el cambio. Por nada del mundo,
quisieran dar marcha atrás. Al contrario, existe, sobre todo entre las jóvenes
(y el 68% de la población tiene menos de 25 años), un deseo de avanzar para que
los derechos conseguidos sobre el papel sean una realidad cotidiana.
“Me quedé viuda con siete
hijos, y con los talibanes no podía trabajar, ni siquiera salir a comprar al
bazar”, recuerda Parigul Surgari, maestra en paro. “Estamos mucho mejor;
nuestras condiciones de vida han mejorado, ya no estamos confinadas en casa”,
asegura Mari, una contable de 22 años, que recuerda el terror que le causaban
de niña los barbudos.
“Es cierto que ahora hay
tres millones de niñas escolarizadas, que podemos salir a la calle, hay más
oportunidades de trabajo y volvemos a pensar en el futuro cuando antes no
teníamos esperanza”, señala Arzafi, una licenciada en Historia Islámica y
gestión de empresas, que a sus 21 años dirige la sección femenina de la
Organización Nacional de la Juventud. “Pero hacen falta más centros educativos
porque no hay plazas suficientes, y las chicas que terminan sus estudios no
encuentran trabajo”, precisa.
Marjan Onabi, 30 años, es
una de ellas. Regresó hace un par de meses a Afganistán tras licenciarse en
Medicina en Rumanía gracias a una beca de la UE. Sin embargo, y a pesar de la
necesidad de médicos, no encuentra trabajo. ¿Lo tendría si fuera hombre? “Sería
más fácil”, asegura aún incrédula. Se da de plazo hasta agosto. “Si no, buscaré
alguna otra beca para irme a hacer la especialidad”. ¿Qué le gustaría? “Cardio
o cirugía, pero tal vez termine eligiendo ginecología porque es la única
especialidad en la que las mujeres tenemos posibilidades aquí”, explica.
“Se ha progresado, pero
esperábamos más”, resume Nilab, que estudia Geografía y Ciencias Sociales.
Apunta que, a pesar de los avances en la legislación, “las mujeres siguen
privadas de sus derechos a causa de las tradiciones”.
Si una mujer casada quiere
visitar a sus padres y el marido se opone, no le queda más remedio que quedarse
en casa. No digamos ya si lo que desea es socializar con amigas. Tampoco una
chica puede estudiar si se opone su padre. Ninguna ley respalda esos
comportamientos, pero la sociedad y el qué dirán pesa sobre las familias que
siguen ateniéndose a códigos de conducta trasnochados. En las zonas rurales,
aún es frecuente el uso de las hijas para saldar disputas vecinales a falta de
un sistema judicial decente.
Consultadas sobre cómo
romper ese círculo vicioso, todas coinciden en que se requiere que haya un
clima de paz, aumente la educación de mujeres y hombres, y se ponga fin a la
pobreza extrema en que vive buena parte de la población. La licenciada en
Medicina atribuye una parte de responsabilidad a las mujeres. “Muchas no
cuestionan el estado de cosas porque nunca han conocido algo distinto y ni
siquiera lo imaginan. Pero incluso entre las que tienen preparación, no confían
lo suficiente en sí mismas y en su capacidad de cambiar la sociedad”,
manifiesta.
Aun así son numerosas las
que han dado un paso al frente para convertir en realidad las transformaciones
que anhelan. La periodista Humaira Saqib lo hace desde un programa de radio con
el que trata de concienciar a sus conciudadanas. Por su parte, Sakeela Naweed,
dirige HAMCO una ONG de asistencia a madres y niños. “Tres décadas de guerras
han dejado a muchos niños sin padre y toda la responsabilidad recae en las
madres. Las mujeres tienen que trabajar, pero carecen de oportunidades”,
expone. En su opinión, el problema es que en todos los sectores los jefes son
hombres y cuando necesitan personal o colaboradores “lo buscan entre sus
amigos”, afirma antes de quejarse del nepotismo y la corrupción que lastra el
desarrollo.
También les preocupa la
inseguridad, un concepto difuso que incluye desde los atentados talibanes hasta
los actos de violencia de los que a menudo son víctimas.
Artículo de Ángeles Espinosa publicado el 2 de abril de 2014 en El País.
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