Agresiones sexuales, el
costado silencioso de la violencia machista
A Sara la
violaron cuando tenía 19 años. Sucedió en un parque, hace más de dos décadas.
"Eran las diez de la noche. Me pillaron dos tíos. Les di el dinero, pero
me tiraron al suelo y me desnudaron. Me cortaron con unas navajas y, cuando
empecé a gritar y a golpearlos, me dieron con una piedra. Me dañaron las
cuerdas vocales al apretarme el cuello para que no gritara y me rompieron la
nariz. Estoy viva de milagro", cuenta, con la respiración entrecortada.
Según el macroinforme
realizado por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea y
presentado recientemente, el más amplio y
detallado que existe, al menos un 6% de las mujeres residentes en
España de entre 18 y 74 años ha vivido algún suceso de violencia sexual después
de los 15 años, esto es, alrededor de un millón. Un 11% declara haberla sufrido
en la infancia; y un 1% en los 12 meses anteriores a la encuesta, cerca de
170.000.
Los delitos
sexuales más habituales son la agresión, el abuso y el acoso. La primera es el
atentado "contra la
libertad sexual de otra persona, utilizando violencia o
intimidación". El abuso se da cuando no existe violencia o intimidación y
no hay consentimiento "o éste está viciado", resume la abogada María
José Varela, miembro de la Asociación de Asistencia a Mujeres Agredidas
Sexualmente. En ambos puede haber penetración o no. La violación sería una
agresión sexual con penetración.
Por último,
el acoso sexual se define como la solicitud de "favores sexuales, para sí
o para un tercero, en el ámbito de una relación laboral, docente o de
prestación de servicios, continuada o habitual", que provoca a la víctima
"una situación objetiva y gravemente intimidatoria, hostil o
humillante".
La
culpabilización de la víctima
De la
encuesta de la Agencia Europea se desprende que sólo una media del 15% de las
mujeres comunican el incidente más grave a la policía. Con las cifras que
dábamos al comienzo, habría unas 25.500 denuncias al año. Un dato que coincide
con el que maneja Tina Alarcón, directora del Centro de Asistencia a Víctimas de Agresiones
Sexuales (CAVAS).
La
experiencia de Alarcón le permite afirmar que a las víctimas "les da
vergüenza hablar del tema y muchas veces se sienten culpables, como si de
alguna manera lo hubieran provocado, por haber ido a tal sitio, no haberse
defendido lo suficiente... Incluso el entorno más cercano ayuda a esta
culpabilización, diciéndote aquello de 'te lo estabas buscando". Para
ella, esto está en la base de que muchos casos no se denuncien.
Marta es un
buen ejemplo. A los 22 años fue atacada mientras caminaba por un parque a
mediodía, en 1996. "Un hombre se lanzó sobre mí y me tiró al suelo. Me di
con una piedra y estuve un minuto semiinconsciente. Cuando me recuperé, el tipo
tenía las manos dentro de mis bragas. Lo golpeé con el bolso como pude. Lo
agarró y salió corriendo. Lo terrible es que había un señor muy cerca y no hizo
nada; ni siquiera me ayudó a levantarme. Llegué a cuestionarme, imbécil de
mí, si me habían agredido por llevar minifalda", se recrimina.
Acudió
a comisaría a denunciar el robo del bolso. Fue el propio policía que la
atendió, cuando la vio llorando y con las medias destrozadas, el que le
comunicó que había sido víctima de una agresión sexual. Marta no quiso contarlo
en casa "para que no sufrieran" y porque no se llevaba bien con su
padre.
"Hasta
los consejos que te dan, con las mejores intenciones, tienen que ver con esta
vergüenza que sentimos al hablar de ello: 'No salgas por ahí', 'no vayas con
desconocidos', 'no bebas mucho', 'no te pongas minifalda'…", abunda
Acracia Infante, de mehanviolado.com,
una web que recopila información sobre estas agresiones. Y concluye: "Parece
que somos nosotras las que tenemos que protegernos de esa violencia, en lugar
de que los hombres aprendan a no violar".
Así lo vivió
Carmen. Cumplidos los 16, comenzó a hacerse pis en la cama. Sólo entonces su
familia descubrió que un par de años antes un chico con el que salía
ocasionalmente la había violado. "Mis padres no me dejaban irme con él en
la moto, así que, cuando lo hice y me forzó, no me atreví a contárselo a
nadie", narra con tristeza. Afortunadamente, hubo un testigo que hizo
posible que el chaval fuera castigado.
A esta
"cultura de la violación", como la denomina Infante, "que
responsabiliza a las supervivientes de estos sucesos", ayudan algunas
resoluciones judiciales. En este sentido, Varela cita una sentencia que decía
que "la víctima con su actitud de hacer autoestop en la autopista a las
tres de la mañana había propiciado ese desenlace".
Sara tuvo
que escuchar algo parecido: "Recuerdo que alguien de mi entorno, cuando se
enteró de lo que me había ocurrido, me dijo: 'Normal, siempre estás por la
calle, alguna vez te tenía que pasar'. Me eché a llorar".
Avances
legislativos en pocas décadas
Lola superó
la veintena en 1978. Aquel año la agredieron en un pasillo del metro: "Un
tipo se me tiró encima a tocarme los pechos. Me resistí y me rasgó la blusa.
Grité. No sé si se asustó o qué, pero se fue. Me impresionó mucho que al bajar
al andén, llorando y con la ropa rota, nadie dijo ni hizo nada, y eso que
debieron de oírlo todo. Me miraron como si fuera una loca o una
extraterrestre". Lola no denunció lo ocurrido. "Entonces, lo que no
era violación no estaba considerado agresión sexual. Aún hoy muchas mujeres
creen que esto es así", argumenta.
"El
tipo penal que configuraba la acción punible en el antiguo Código Penal giraba
en torno a la acción de 'yacer con la mujer' con fuerza o intimidación, cuando
estaba privada de razón o sentido o con menor de 12 años", aclara Varela,
que en 1987 consiguió la primera sentencia del Tribunal Supremo que reconocía
que exigir a las mujeres víctimas de una agresión sexual la demostración de
resistencia suponía una discriminación por razón de sexo.
Sara lo
tiene claro: "Si me volvieran a atacar, me bajaría directamente las bragas
para evitar las lesiones". Ella sí acudió a la policía y asistió a varias
ruedas de reconocimiento, pero nunca dio con quienes le introdujeron el pene en
la boca a la fuerza. De haberlo hecho, al menos en ese momento podrían haberlos
juzgado por violación. No siempre fue así.
Ese
"yacer con mujer", detalla Varela, se interpretaba
"exclusivamente como coito vaginal. Las penetraciones bucales o anales
eran consideradas abusos deshonestos y tenían una pena mucho menor". La
ley ha cambiado mucho. Primero se equipararon las penetraciones vaginales,
anales y bucales, en 1989. Seis años después, las realizadas con un objeto
"por alguna de las dos primeras vías". Y por fin, con la reforma de
2003, se introdujo la violación vaginal o anal con cualquier "miembro
corporal", lo que incluía los dedos, utilizados "sobre todo con
niñas", continúa la abogada.
Además, en
el Código Penal de 1995, aún vigente con sus sucesivas reformas, fue en el que
se realizó "la reestructuración total de los delitos de violencia sexual,
partiendo de dos grandes grupos: las agresiones y los abusos". En los dos,
"las penas son mayores si hay penetración", matiza esta experta, que
obtuvo la primera sentencia en España que condenaba el acoso sexual como
delito, en 1998.
Estos
avances legales no se tradujeron inmediatamente en un cambio "en la
percepción de los jueces", que en opinión de Varela sí se puede apreciar
en la actualidad: "Al menos ahora a la mujer se le cree". Logro que
esta abogada adjudica al trabajo de denuncia que se ha venido haciendo desde
los foros feministas y a la labor de la prensa. "En el momento en el que
decidimos que los juicios de violación tenían que ser a puertas abiertas y entrasteis
los periodistas y explicasteis lo que pasaba, eso fomentó el debate. Y eso
llevó al cambio legislativo y al cambio de actitud de los jueces",
recalca.
La violación
es sólo "la punta del iceberg"
La violación
por parte de desconocidos o de violadores múltiples es la forma de violencia
sexual más visible, de la que más se habla en los medios de comunicación, pero
"es sólo la punta del iceberg", en palabras de Sonia Cruz, psicóloga
experta en violencia sexual de la Fundación
Aspacia,
Tanto en su
organización como en CAVAS, la gran mayoría de las demandas de atención que han
recibido históricamente han sido por hechos en los que los agresores
pertenecían al entorno de la mujer (vecinos, amigos, compañeros de trabajo,
educadores, parejas, ligues…), en los que ellas se sienten "
especialmente culpables por haber confiado en esa persona, y eso las retrae
de denunciar", matiza Alarcón.
Cruz
califica también como "muy complicadas" las situaciones que tienen
lugar bajo los efectos del alcohol o las drogas, comunes entre los más jóvenes.
"Si un desconocido te viola en un callejón oscuro, no hay ninguna duda,
pero muchas chicas no son conscientes de que han sido víctimas de una agresión
sexual cuando lo hace un amigo con el que han estado tonteando o estaban tan
borrachas que no eran conscientes de nada", comenta Infante, que
recibe numerosas consultas en esta línea a través de la web.
Por su
parte, el acoso no siempre se puede demostrar, y normalmente es un
proceso progresivo. "A menudo estas víctimas necesitan la ayuda de
profesionales para detectar el problema y asumir que no es su culpa y que se
trata de un delito. Por eso estos casos nos llegan menos: son más
invisibles", explica Cruz.
En los
últimos tiempos, en Aspacia han visto cómo se incrementaban las consultas por
abuso, llegando a superar a las de agresión, lo que para Cruz es "un buen
indicador, porque significa que algo está cambiando y se están detectando más
estas formas de violencia más sutiles".
La psicóloga
destaca que, a pesar de que la agresión sexual –con penetración o no– es la
forma de violencia sexual más penada, "eso no significa que sea la más
grave". Y pone como ejemplo el abuso de una menor de 13 años (la edad
legal mínima para considerar que ha habido consentimiento) por parte de un
conocido, que utiliza la manipulación o el engaño en lugar de la fuerza,
"con lo que este hecho, tan terrible y de consecuencias tremendas, tiene
una pena menor".
Falta de
información y pocas medidas específicas
Estas organizaciones
se quejan de la poca información y de la carencia de medidas específicas con
respecto a este tipo de violencia de género. "Desde Aspacia reivindicamos
que se contemple la violencia sexual dentro de la ley integral. En este tema
estamos como se estaba hace 30 años en la lucha contra la violencia de género
en el ámbito de la pareja", declara Bárbara Tardón, responsable de
Incidencia Política y Sensibilización Social de Aspacia.
De hecho, resulta
casi imposible conocer los casos ocurridos y los denunciados en España cada
año. El Instituto de la
Mujer recopilaba cifras de las provincias españolas hasta 2009,
cuando dejó de hacerlo ante los cambios en la gestión de los datos. Las
distintas categorizaciones impiden comparar estos números con los que recoge el
Anuario
Estadístico del Ministerio del Interior o la Memoria Anual de
la Fiscalía General del Estado.
A la demanda de dar más
visibilidad a un problema que en 2013 la
Organización Mundial de la Salud calificó como "de proporciones
epidémicas", las asociaciones añaden la preocupación por los nuevos
métodos de acoso –a través de la Red o los teléfonos móviles–, cada
vez más comunes sobre todo entre los adolescentes. Para luchar contra todas
estas formas de violencia, "que tienen su origen en la estructura
patriarcal del sistema en el que vivimos", como describe Cruz, es
necesario "detectar los micromachismos que se dan en las relaciones y
trabajar desde la prevención".
Lola comentó
con sus amigas el ataque en el metro y decidió apuntarse a un curso de
autodefensa femenina.
Marta llevaba puestos unos auriculares cuando aquel
hombre la asaltó. Durante algunos años no fue capaz de volver a utilizarlos y
llevó un bote de laca en el bolso para poder defenderse ("el policía me
dijo que llevar spray antivioladores era ilegal", puntualiza), hasta que
consiguió perder el miedo a caminar sola por las calles. Muy pocas personas
supieron lo que le había pasado.
Sara mantuvo
un largo tiempo un rechazo incontrolable a los parques, y hasta el día de hoy
reconoce "un miedo atroz a la violencia". En su momento lo contó en
el trabajo, pero muchas de sus amigas no saben que la cicatriz en su brazo y su
nariz rota son el resultado de una violación.
Carmen no ha
vuelto a hacerse pis en la cama.
Las cuatro son mujeres fuertes, que quieren
contar su experiencia para romper el tabú que pesa sobre la violencia sexual.
Como ellas, en nuestro país hasta 170.000 mujeres podrían sufrir este año una
agresión que, de una u otra manera, marcará sus vidas.
Artículo de Paz Vaello Olave publicado en eldiario.es el 14 de abril de 2014
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