Desde
la promulgación de la Ley Integral de 2004 Amnistía Internacional ha elaborado
varios informes alertando de las deficiencias observadas en la implementación
de dicha Ley. El último informe de noviembre de 2012 titulado ¿Qué justicia especializada? se toma
como base para la realización de la presente práctica.
La
práctica consistirá en cuatro partes.
1.-En
esta parte se pide una comparativa entre el texto de la asignatura (de lectura
obligatoria) y el informe de Amnistía Internacional.
El
texto de Osborne, Raquel (2009): Cap. 2, “Malos tratos: un problema estructural”,
en Osborne, Raquel: Apuntes sobre violencia de género. Barcelona:
Bellaterra Edicions, Serie General Universitaria. Selección: pp. 114-128.
Señale los aspectos principales
desarrollados en ambos textos así como en qué se asemejan y en qué se
diferencian sus contenidos.
Según Raquel Osborne, la ruptura del supuesto
modelo ideal (amor-sexualidad en familia) por medio de la violencia, ha
supuesto un grado de subordinación muy relevante de la mujer por parte del
control masculino. La dicotomía incidencia-prevalencia se sitúa como mecanismo
de confusión en este caso concreto: la violencia se produce sin distinción
socioeconómica. Dependiendo de la concurrencia de diversos factores, las
mujeres pueden ser más proclives a ser víctimas de violencia de género: la
personalidad de los agresores, las drogas, dependencia económica, variables
culturales, contexto (ciudad-rural), etc. El concepto interseccionalidad emerge
en el análisis de esta realidad como el que más se aproxima a ese
reconocimiento multifactorial. En esto ha contribuido que la violencia se ha
hecho más visible culturalmente por un lado, y que una parte de esa violencia
oculta se ha manifestado, gracias a la movilización social e institucional.
Ha habido, un cambio de mirada en la sociedad, una toma de conciencia del
problema que ha propiciado que se convierta en una cuestión política. El
principal objetivo de la puesta en marcha de las Macroencuestas era establecer
un perfil de las mujeres víctimas y el conocimiento de las consecuencias.
Manejar la tipología de maltrato técnico iba a permitir detectar muchas
manifestaciones de maltrato oculto, profundizar en la problématica del maltrato
y no sólo de las fallecidas. Las
mayores cotas de igualdad parecen correlacionarse con un aumento de la
violencia contra las mujeres. Si la perspectiva de género apunta al factor de
la desigualdad de género, factor por el que se rigen las relaciones de pareja,
habría que explicar entonces por qué no hay una mayor incidencia de la
violencia de género. A la búsqueda de esta incidencia se concentran las
Macroencuestas por medio de la diferenciación entre maltrato declarado y
maltrato técnico. La contabilidad de la violencia ha sido una de las
iniciativas para visibilizar la violencia y para convertir el fenómeno en una
categoría más allá de la mera anécdota.
Las categorías empleadas no están exentas de
polémica y críticas, como la amalgama entre sexismo y maltrato o cómo
clasificar la estricta contraposición hombres violentos/mujeres víctimas, como
cuando las mujeres perpetran la violencia. Las
mujeres son tan protagonistas como los hombres en el maltrato tanto físico como
psicológico. Solo cuestionar a las mujeres y no a los hombres por la violencia
que reciben, parece presuponer que las mujeres son incapaces de ser causantes
de maltrato; se sobreentiende que los hombres son los únicos victimarios y que
las mujeres sólo puede ser víctimas. La no distinción presupone
que el sexismo conduce siempre a la violencia, pero sabemos que todo machista
no es necsariamente violento. Suponer relaciones de causa-efecto en toda la
población estudiada no se corresponde con la realidad. También es confusa la
amalgama que el concepto “violencia en el ámbito doméstico” trae consigo, pues
incluye diversas personas residentes en el hogar, cuando debería existir
igualmente una distinción.
La Ley Integral de 2004 ha marcado un hito, pero
está siendo complicada ponerla en marcha, algunos sectores la han tachado de
excesiva judicialización, que comporta en un contexto de recursos escasos, que
una buena parte de ellos se canalicen hacia la vía penal en detrimento de
medidas preventivas, tanto sanitarias como educativas. El
principal detonante de la violencia contra las mujeres se encuadra en la
desigualdad de poder entre los sexos, creada desde una forma muy particular de
construcción de la masculinidad y la feminidad. La autora indica que cuando
hablamos de género lo debemos entender en relación dialéctica, a que un modelo
masculino corresponde uno femenino, el uno no se explica sin el otro. Para
comprender algunos mecanismos presentes en las situaciones de maltrato es la
visión del género como una construcción sociocultural y no como un atributo
personal.
La violencia se desarrolla en la intimidad del
hogar, lugar donde se generan grandes tensiones, la consagración extrema entre
lo público y lo privado, como refugio último y cotidiano en el que se deja
salir el propio yo. Debido a su invisibilidad pública, los comportamientos
eróticos y agresivos, no permitidos en público, tienen aquí un espacio posible.
En esa situación de relación tan fuerte, continuada e íntima, es fácil que se
cree una importante mutua dependencia psíquica. Lo que se confunde con amor es
una profunda dependencia (que es recíproca). El informe de Amnistía subraya las
deficiencias en la investigación de oficio cuando la violencia es oculta. Casos
que no prosperan por ser éstos de violencia psicológica, y/o sexual o de
violencia habitual, sin lesiones físicas recientes (sin “marcas físicas”), los
obstáculos se multiplican. La
familia se revela como un lugar potencialmente peligroso, no sólo porque
propicia la intimidad e invisibilidad de los comportamientos más personales,
sino porque las relaciones de pareja se han regido tradicionalmente por un
modelo rígido de división sexual que ya no es el imperante socialmente
hablando.
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