Artículo de Pedro G. Cuartango publicado el 25/04/2014 en El Mundo
Uno de los libros que he
leído con más emoción sin poder parar de la primera página a la última ha sido
'Las palabras y las cosas', publicado por Michel Foucault en 1966 y editado en
España por Siglo XXI. Lo devoré a mediados de los años 70 y quedé sencillamente
deslumbrado por la brillantez de la prosa y la profundidad del análisis.
'Las palabras y las cosas'
es hoy considerado como un texto clásico del estructuralismo, pero la obra fue
recibida con una enorme polémica, no exenta de la crítica de Sartre, que vio en
el libro "la última barricada de la burguesía". Foucault le respondió
mordazmente que poco futuro le aguardaba a la burguesía si dependía de su
modesta persona.
Casi medio siglo después
de su publicación, 'Las palabras y las cosas' sigue siendo una imprescindible
arqueología del saber occidental, tal y como pretendía Foucault, que acertó a
establecer el marco en el que surge el conocimiento, subrayando la interdisciplinariedad
de las ciencias.
Lo que me fascinó en el
texto de Foucault es la idea de la existencia de unas estructuras invisibles
desde las cuales sólo es posible comprender lo visible. Aunque luego él renegó
formalmente de su adhesión al estructuralismo, esa concepción de lo invisible
atraviesa todos sus trabajos posteriores y es básica para entender su reflexión
sobre el poder.
En realidad, todo el
esfuerzo intelectual del filósofo francés gira en torno a su obsesión por
comprender la naturaleza del poder y su plasmación en el ser humano a través de
unas instituciones que transmiten y objetivan estrictas relaciones de
dominación. En ese sentido, 'Vigilar y castigar' es una indagación sobre la
cárcel, 'El nacimiento de la clínica' sobre la enfermedad mental, la
'Arqueología del saber' sobre el conocimiento y 'Historia de la sexualidad'
sobre el sexo.
Foucault se negó de forma
expresa a definir el poder porque creía probablemente que acotarlo era
minusvalorar sus infinitas posibilidades de reproducción. Pensaba que su
naturaleza es esencialmente inaprensible. Pero que no podamos conceptualizar el
poder no significa que no seamos capaces de observar sus manifestaciones, que
se hallan de forma inconsciente en nuestros actos de la vida cotidiana.
El poder, que se
materializa a través de instituciones como la educación, la clínica y el
Estado, es como un molde que configura ya no sólo nuestra conducta sino, sobre
todo, nuestros valores y nuestra forma de ver el mundo. De aquí que la tarea
esencial del filósofo sea desenmascarar esa coerción y denunciar su presencia
porque, como subrayaba Foucault, la autoridad está ligada a la represión y, por
ello, genera frustración.
Es evidente que las ideas
de Foucault tuvieron influencia en Mayo del 68, que fue esencialmente una
revuelta contra el orden establecido. Pero su filosofía sigue aportándonos una
mirada para analizar nuestro tiempo y desmontar muchos de los tópicos de los
intelectuales a sueldo de un entramado en el que la economía y la política son
las dos caras de la misma moneda.
Pensar hoy en términos de
relaciones de dominación, un concepto ligado a la noción de alienación
marxista, puede ser excesivo e incluso anacrónico. Pero Foucault sigue siendo
un filósofo indispensable por su honestidad intelectual y su originalidad. Los
lectores dictan su veredicto día a día al comprar unas obras que él prohibió
editar tras su muerte. Su espíritu no morirá jamás.
Artículo de Pedro G. Cuartango publicado el 25/04/2014 en El Mundo
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