"No digo las cosas
porque las pienso. Digo las cosas para no pensarlas más", explica Michel
Foucault en un vídeo colgado estos días en YouTube bajo el título de 'The
Lost Interview' ('La entrevista perdida'). Rescatado de los archivos de la
televisión pública holandesa, el programa nos muestra al eminente filósofo
francés, en 1971 en su apartamento de la rue Vaugirard, hablando acerca de la
locura, la cuestión de género o las culturas extranjeras con su homólogo
holandés Fons Elders, en vísperas de un histórico debate con el lingüista
estadounidense Noam Chomsky sobre el tema 'La naturaleza humana: Justicia
versus poder', celebrado en noviembre de aquel año en la Escuela Superior de
Tecnología de Eindhoven y retransmitido igualmente por la Nederlandse Publieke
Omroep (NPO).
"Los occidentales
tenemos un concepto demasiado elevado de nosotros mismos. Nos creemos una
civilización tolerante, que ha acogido todas las culturas que le son
ajenas, todas las desviaciones del comportamiento, el lenguaje y la
sexualidad", comenta en el mencionado clip. "Me pregunto si eso no es
una ilusión, porque para conocer esas culturas ha sido necesario no sólo
excluirlas y despreciarlas, sino también explotarlas, conquistarlas y acallarlas
a la fuerza, del mismo modo que el puritanismo del siglo XIX amordazó la
sexualidad para que ésta se revelase después a través del psicoanálisis y la
psicopatología. Así que la universalidad de nuestro saber ha sido adquirida al
precio de las exclusiones, prohibiciones, negaciones y rechazos, al precio de
la crueldad".
El próximo 25 de junio se
cumplirán 30 años de la muerte por sida de uno de los más influyentes
pensadores de la segunda mitad del siglo XX y las biografías, recopilaciones de
artículos y reediciones se suceden, reivindicando la permanente vigencia de sus
planteamientos en estos tiempos convulsos.
Filósofo pero
también psicólogo, historiador de las ideas y teórico social,
Foucault ha pasado a la posteridad por sus certeros análisis de los sistemas de
poder y su relación con el saber, por sus estudios críticos de las
instituciones, desde las clínicas hasta los tribunales o las cárceles, y por
haber diseccionado las normas sociales y la búsqueda de la verdad en el ser
humano, así como las formas de subjetividad, esos criterios que la sociedad
impone para definir quién está loco o enfermo, quién es un criminal o un
depravado.
Asociado al
estructuralismo tras publicar 'Las palabras y las cosas' (1966), donde
parte de 'Las meninas' de Velázquez para desarrollar su arqueología de
las ciencias humanas desde una perspectiva epistemológica, él mismo se
distanció posteriormente de este movimiento, que consideraba demasiado rígido,
como tampoco quiso nunca que le clasificaran de autor postestructuralista o
posmoderno. Reacio a las etiquetas y los convencionalismos, Foucault dudaba de
los signos como dudaba del poder y, acaso consciente de sus debilidades y
contradicciones, siempre insistió en que no se juzgara al pensador por su
faceta de ser humano.
"No deseo que,
durante el programa televisivo, se dedique espacio a mis datos biográficos, ya
que los considero irrelevantes para los temas que se van a tratar", le
advirtió a su amigo Fons Elders, por carta mecanografiada, antes de
prestarse a recibir en su domicilio parisino a la NPO. Y éste cumplió
rigurosamente su petición pero, a la hora del montaje, decidió que la
entrevista arrancara con un plano fijo de dicha misiva para mostrar la
peculiaridad del personaje.
Por mucho que él lo
negara, la vida de Paul-Michel Foucault (1926-1984) sí influyó de alguna
manera en la construcción de su obra. Nacido en Poitiers, hijo de un eminente
cirujano (Paul Foucault), su infancia en una capital de provincias durante la
Segunda Guerra Mundial fue la de un niño apabullado por la insistencia de su
padre para que estudiara Medicina -al final lo haría su hermano menor Denys- y
un alumno irregular que suspendía en Matemáticas pero brillaba en Historia.
Enigmático, solitario y
agresivo
Admitido en la prestigiosa
École Normale Supérieure (ENS) de París, reducto académico de las élites
francesas del que han salido 13 premios Nobel, el muchacho "enigmático,
solitario y agresivo" -como le describirían sus compañeros- se quitó allí
el nombre de Paul por odio a su progenitor, al tiempo que descubría su homosexualidad
con un sentimiento de culpa tan grande que intentó suicidarse con una
cuchilla de afeitar.
Cuentan las crónicas que
en su internamiento en el Hospital de Saint-Anne, históricamente especializado
en trastornos psiquiátricos y adicciones, se halla el secreto de su interés por
la Psicología Patológica -disciplina muy reciente en la Francia de la
posguerra-, que pasaría a estudiar después de licenciarse en Filosofía en 1948
en la Sorbona, donde solía ufanarse de no haber pisado jamás un aula.
Para aquel tiempo, este
devoto de Kant, Nietzsche y Heidegger -pero también del transgresor Georges
Bataille- se hizo sorpresivamente militante del Partido Comunista Francés
siguiendo a su mentor, Louis Althusser. Pero pronto se desilusionó con
las riñas internas del PCF y las noticias sobre los gulag estalinistas que se
filtraban desde la URSS. A pesar de ello, en 1951, Althusser le consiguió un
puesto de profesor de Psicología en la ENS, donde coincidió con Paul Veyne y
Jacques Derrida.
Vino luego un peregrinar
por centros extranjeros enseñando francés. En Uppsala (Suecia), escribió
en 1954 su primer ensayo, 'Enfermedad mental y personalidad', donde revisaba el
concepto de locura y su interpretación a través del tiempo por parte de las
autoridades para internar a mendigos y libertinos en instituciones médicas que
mezclaban la caridad con la represión. En Varsovia fue asignado en 1958
al Centro de Civilización Francesa, pero pronto la Sluzba Bezpieczenstwa
-policía política polaca- detectó sus correrías nocturnas en ambientes gais y
le puso en la frontera.
De vuelta a casa, ocupó un
puesto de Filosofía en Clermont-Ferrand, donde intimó con el sociólogo Daniel
Defert, que sería su compañero hasta el fin de sus días. Siguiendo a este
último hasta Túnez, donde le tocó hacer el servicio militar, Foucault se
perdió el mayo del 68 en el Hexágono. Pero ese mismo otoño ya estaba en
París, inmerso en la ebullición que la capital francesa vivió tras las
revueltas callejeras e integrado en una irrepetible camada de pensadores galos
(Lévi-Strauss, Roland Barthes, Lacan, Deleuze, Lyotard...), algunos de
los cuales participarían con él en la fundación del mítico Centre Universitaire
Expérimental de Vincennes, un proyecto docente alternativo y autogestionado,
impulsado por el ministro de Educación Edgar Faure como respuesta a las
reivindicaciones estudiantiles, que daría lugar después a la Universidad París
VIII de Vincennes à Saint-Denis .
Para entonces, nuestro
hombre ya era un filósofo admirado, gracias a libros como 'Las palabras y las
cosas' (1966) o 'La arqueología del saber' (1969), a los que siguieron otras
obras fundamentales como 'Vigilar y castigar' (1975), 'Microfísica del
poder' (1980) o 'Historia de la sexualidad' (tres volúmenes de 1976 a
1984), pergeñadas durante su etapa final como catedrático de Historia de los
Sistemas de Pensamiento en el reverenciado Collège de France (1970-1984).
LSD y ayatolás
Tal vez porque nunca vivió
en directo las barricadas noventayochistas, Foucault se apuntó posteriormente a
toda suerte de experiencias marginales o subversivas, desde tomar LSD en
1975 en el corazón del Valle de la Muerte (California), en ese fascinante
Zabriskie Point al cual Michelangelo Antonioni dedicó una extravagante película,
hasta apoyar en 1979 la revolución iraní del ayatolá Jomeini -luego se
arrepentiría- por considerarla como "el nacimiento de una nueva forma
de espiritualidad política".
Aquejado del virus VIH, el
filósofo más citado del mundo en el ámbito de las Humanidades -según decretaría
'The Times Higher Education Guide' en 2007- falleció en 1984 sin que 'Le Monde'
explicara claramente las causas del deceso. Cuatro años después, su admirador y
presunto amante Hervé Guibert revelaría su condición de seropositivo en
'Al amigo que no me salvó la vida', ejercicio de autoficción galardonado con el
Prix Colette, en el que contaba detalladamente la agonía por síndrome de
inmunodeficiencia de un pensador llamado Muzil, alter ego de Foucault.
Antes de dejarnos, el filósofo
destruyó muchos de sus documentos inéditos para evitar su difusión y
prohibió en su testamento que se realizaran ediciones póstumas de sus escritos,
de los cuales se han vendido en Francia hasta la fecha 1,3 millones de
ejemplares. A pesar de ello, sus clases magistrales en el Collège de France
han dado lugar a 13 volúmenes de transcripciones lanzados por Gallimard,
traducidos a 30 idiomas y despachados en el Hexágono al ritmo de 15.000 copias
por tomo.
Precisamente uno de
aquellos cursos, consagrado en 1979 al neoliberalismo, está siendo
reivindicado en los últimos años por su aproximación visionaria a la corriente
macro-económica que ha marcado este siglo XXI. Durante tres sesiones, Foucault
analizó las teorías de autores entonces poco conocidos, como el austriaco
Friedrich Hayek o el estadounidense Gary Becker, futuro Nobel de Economía.
"Con un increíble
sentido de la anticipación, reveló que el verdadero proyecto de esta corriente no
era liberar al pueblo sino imponer una forma de vida guiada por la tiranía del
mercado y la disciplina presupuestaria", señala Eric Aeschimann en 'Le
Nouvel Observateur'. "En ese momento, nadie imaginaba la ola neoliberal
que caería sobre el planeta. Luego él murió y ese aspecto de su trabajo cayó en
el olvido. Hasta que, en 2009, 'La Nouvelle Raison du monde', de Cristian
Dardot y Pierre Laval, demostró que Foucault fue también un brillante analista
de la economía liberal".
El éxito de dicho ensayo
certifica la actualidad del pensamiento 'foucaultiano', que parece haberse
vuelto más influyente que el de otros compañeros generacionales como Lacan,
Deleuze o Derrida. Para honrarle 30 años después de muerto, Toulouse le
dedicará en junio una sesión del Marathon des Mots, igual que el Centro Pompidou
parisino ha programado conferencias acerca de la relación de Foucault con
el arte, y el canal televisivo Arte emitirá un documental con el significativo
título de Foucault contra sí mismo que a él, eterno insatisfecho, quizá no le
hubiera hecho mucha gracia.
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