Sami Naïr (1946,
Tlemcen, Argelia) quiere una "gran Europa", pero no ésta. El
intelectual francés, catedrático de Ciencias Políticas en la universidad Pablo
Olavide de Sevilla, cree que es imprescindible expulsar a los mercaderes del
templo de las élites en el que se ha convertido la Unión Europea. En su libro El desengaño
europeo, Naïr repasa la historia del club comunitario para
concluir que fue un error fiarlo todo a la construcción de un gran mercado.
Cuando eso falla, según él, la idea "beata" de Europa, el europeísmo
de bandera, se viene abajo.
-Ha escrito un libro de
desengaño, pero no sólo sobre la gestión de la crisis del euro, sino del
proyecto europeo en sí.
El sueño europeo ha
sufrido un daño tremendo por dos motivos casi culturales. El primero es el
utopismo romántico con el que se planteó la construcción europea. Este utopismo
ha fracasado frente a unos resultados totalmente contrarios, que corren el
riesgo de destrozar definitivamente el sueño de Europa. La responsabilidad la
tienen no los que hacen un balance realista sino los que han prometido mucho para
darnos nada.
Por otra parte, la opinión
pública ha sido descartada desde el comienzo por las élites políticas con la
excusa de que “Europa es algo demasiado complejo como para dejarlo en manos de
los ciudadanos”. En nombre de esa visión hemos construido no un interés político
europeo que generase adhesión sino un sistema de élites con un enorme déficit
democrático. Hay elecciones cada cino años, pero los ciudadanos no saben muy
bien sobre qué están votando. Estoy absolutamente convencido de que si se pregunta
hoy a un ciudadano cuál es el diputado de su circunscripción, será incapaz de
decir su nombre.
-¿No son las elecciones
europeas una oportunidad perfecta para corregir ambos defectos?
En las elecciones
europeas no se habla de Europa. Es una consecuencia casi natural porque los
partidos políticos no tienen mucho que decir. No tienen más programa que el
elaborado por la Comisión Europea. Cualquier partido, de cualquier bando,
intenta adaptarse a ese programa. El bando conservador utiliza el chantaje de “lo
que hay que hacer”, sin alternativa. El progresista, cuando existe, parte de un
“no estamos de acuerdo” para hacer propuestas que reenfoquen un poquito ese
programa. Pero no hay programa. Es siempre el mismo discurso.
-Tras las últimas
elecciones europeas, la izquierda española votó a favor
de la reelección de José Manuel Durao Barroso, conservador y anfitrión
de la Cumbre de las Azores, como presidente de la Comisión. En estas, los
socialistas tienen un candidato, que debate con los demás, y un programa. ¿Esta
vez será diferente?
No lo creo. Hay que
transmitir a la opinión pública que los políticos de ambos bandos tienen una
responsabilidad enorme de lo que ha pasado y no han hecho la autocrítica
necesaria para proponernos una alternativa a esa política. Imagínese que Martin
Schulz, un gran diputado al que respeto, llega a la presidencia de la Comisión.
Va a hacer la política de su partido, un partido aliado de Merkel en el
Gobierno alemán. No me imagino a Merkel permitiendo que un socialista llegue a
la presidencia de la Comisión para poner en marcha una política distinta a la
suya. Si Schulz llega ahí, será con las manos esposadas.
-La Eurocámara presume
de tener más influencia que nunca, sobre todo desde la entrada en vigor del
Tratado de Lisboa, que le da el poder de codecidir (con los Gobiernos) en
multitud de temas. Pero, según su libro, sigue siendo una “caja de resonancia”
y una coartada para la tecnocracia.
Es mi convicción. He
sido eurodiputado cinco años y nunca, jamás, he sentido tanta impotencia política
como en el Parlamento Europeo. Mire la elección del presidente del Parlamento
Europeo. Conservadores y progresistas se ponen de acuerdo para repartirse el
cargo, dos años y medio cada uno. Las grandes orientaciones son idénticas
porque hay un acuerdo entre la derecha y la socialdemocracia para considerar
que no hay alternativa a la construcción liberal de Europa. Merced a este
acuerdo, hoy asistimos a una destrucción progresiva de la idea de Europa como
conjunto de naciones.
-¿Ha vendido la
izquierda su alma?
La complicidad ha
existido desde los años 70. Piense en las relaciones entre Francia y Alemania.
Valery Giscard d’Estaing y Helmut Schmidt (derecha-izquierda), François
Mitterrand y Helmut Kohl (izquierda-derecha), Jacques Chirac y Gerhard
Schroeder (derecha-izquierda), Nicolas Sarkozy y Angela Merkel [en este caso,
ambos de derechas]. En vez de construir un contraproyecto, la izquierda se ha
rendido al de los conservadores intentando matizarlo, suavizarlo o flexibilizarlo
para proteger a las capas más débiles. Nunca diré que la izquierda y la derecha
son lo mismo a nivel europeo, pero se han comportado igual. Todo pese a que los
eurodiputados de izquierdas en el Parlamento Europeo son en muchas ocasiones
muy militantes. El resultado objetivo es un proyecto institucional de una
Europa-imperio mercantil y no un proyecto de sociedad.
-¿Cuándo sucumbió la
izquierda?
1986, el Acta Única.
Ahí estriba la gran orientación del mercado frente a la construcción de Europa
con los Estados. En vez de contar con un piloto político, algo sobre lo que no
había acuerdo, se decidió construir un avión para que volara solo: el mercado.
Una vez creado, se le dotó de libertad de circulación de mercancías, servicios
y capitales, añadiendo como concesión la circulación de personas. Después, para
ese mercado se creó una moneda, el euro, votado por la izquierda socialista,
pero no los sectores más críticos. El consenso de las élites ha consistido en
que por encima de todo está Europa y por encima de Europa, el mercado. Se ha
construido una Europa liberal y profundamente antisocial. Las políticas
sociales son el pariente pobre del mercado europeo y la izquierda se ha vuelto
cada vez más conservadora, sobre todo la inglesa y la alemana. Fíjese: cuando
se puso en marcha la moneda única había 15 gobiernos de izquierda en Europa. La
derecha era prácticamente minoritaria.
-En su libro asegura
que, tras la Dictadura, España no tenía muchas más opciones que integrarse en
la UE, entonces la Comunidad Económica Europea, ese proyecto cuya construcción
critica.
España nunca ha tenido
margen de maniobra. La Transición fue el producto de la cordura de las élites
políticas españolas y el apoyo de países europeos, especialmente de Alemania.
Sin el apoyo de Alemania, el PSOE nunca hubiera tenido tanta importancia. Después,
durante 15 años, España fue el país más financiado por la UE. Cuando uno recibe
ese dinero no abre la boca en las negociaciones más que para defender esos
fondos. España ha trabajado muy bien en Europa, pero casi como una funcionaria.
Y después adoptó el euro sin discusión, algo que implicaba una convergencia
económica que España respetó con una deuda y déficit bajos. Todo ello mientras
se emborrachaba de sector inmobiliario.
-Y cuando estalló la
burbuja, el margen de maniobra español fue cero.
Con la crisis se ha
visto cómo funciona el poder europeo y cómo Merkel y Sarkozy comenzaron a tomar
todas las decisiones. Según el filibustero George Soros, los países del sur de
Europa van a salir de la crisis como países subdesarrollados. Los países del
sur no pueden sobrevivir con un euro tan caro.
-Si continúa el euro
caro (algo que penaliza las exportaciones), se “desangrará la población y se
privatizará, casi por completo, el sistema económico y social. En ese caso
entraríamos en un terreno de guerras sociales”, escribe. ¿A qué guerras se
refiere?
Las decisiones de 2009 y
2010 han provocado la destrucción de millones de empleos y la exclusión de una
parte importante de la juventud. También ha habido manifestaciones masivas en
los países del sur de Europa. Todo ello es un peligro para las élites
financieras europeas, algo que Merkel y el BCE entendieron el año pasado,
cuando suavizaron un poquito sus políticas.
-¿Es Francia diferente?
En Francia será
imposible seguir aplicando esas medidas de austeridad, como ya hemos visto en
las últimas elecciones. No aceptará mucho más tiempo que sea la Comisión quien dicte
las normas. No lo deseo, pero se está cocinando una explosión generalizada en
Francia. No pueden poner estas medidas en marcha en un país en el que no hay un
Estado del bienestar, sino un “Estado padre” que no va a desaparecer por mucho
que haya que obedecer a Bruselas.
-¿Puede darse esa
explosión en España?
España es muy compleja y
hay una serie de problemas contradictorios que al final son paralizantes. Hay
una disgregación social, acompañada por un paro increíble. También hay una
falta de conciencia de lucha motivada por la Transición, que ha funcionado como
anestesia de la identidad social mientras las clases populares se iban
integrando y mejorando.
Francia es una
democracia clásica, casi de libro. España es una democracia moderna, más dinámica,
pero con menos arraigo por ser tan joven. Además, hay que sumarle el problema
nacionalista, también muy paralizante. Todos los problemas sociales del país se
transforman en un problema identitario. Por ejemplo: el Gobierno de Cataluña
aplica una política ultraliberal a nivel social, pero la esconde tras la
bandera.
-El Gobierno español y
la eurozona proclaman una
lenta recuperación y salida de la crisis, algo que haría posible
relajar las medidas de austeridad.
Eso es demasiado
optimista. Los países del sur no pueden sobrevivir con un euro tan caro salvo
que estén dispuestos a destruir el tejido social.
-Algo que usted llama “americanización”
de la sociedad.
Las privatizaciones, el
fin del derecho laboral, grandes bolsas de pobreza… No sé si eso será posible
en los países del sur, pero es imposible en Francia. Estallará una revolución
social. La recuperación que vemos ahora es meramente coyuntural. El repunte se
produce porque hemos llegado muy abajo.
-“A falta de una
poderosa movilización de los asalariados, lo peor es posible en Grecia”. ¿A qué
se refiere?
Grecia es el país que
hoy en día está más cerca de una dictadura de extrema derecha. El Ejército está
a un lado, pero aún no ha dicho su última palabra. Los socialistas están muy
divididos y su antiguo líder hizo lo que José Luis Rodríguez Zapatero no había
hecho en España: decir “no” y plantearse la posibilidad de someter a referéndum
la austeridad. Y cuando ocurrió eso, le enseñaron la puerta. El primer plan de
rescate del país fracasó. El segundo, también. Grecia se encamina hacia el
autoritarismo.
-¿Por qué es tan
peligroso el tratado
comercial con EEUU que se negocia en la actualidad?
EEUU sabe que está en
una posición de declive hegemónico y ve en China una gran amenaza. En ese
tratado se pide que sus empresas tengan la posibilidad de entrar libremente en
el mercado europeo con normas norteamericanas. Y hay que recordar que nosotros
tenemos el principio de precaución [protección ante los riesgos, aunque el
peligro no esté demostrado], por lo que un tratado así inundará el mercado
europeo de productos potencialmente peligrosos. La guinda del pastel es un
tribunal para resolver conflictos que no sea ni el de los Estados ni el de la
UE, sino uno especial donde tendrán influencia las empresas. No es un tratado más.
Acabará con lo poco de social que le queda a Europa.
-¿Es posible revertir el
rumbo?
Si verdaderamente
queremos construir Europa hay que transformar el proyecto en debate público,
político e institucional. Hay que prohibir la mezcla de posiciones políticas,
porque no es normal. Y abordar el objetivo último de la actual Europa: la
privatización de lo público para mercantilizar todas las actividades. De ahí
viene la política de austeridad.
-¿Cómo se acaba con el déficit
democrático?
Faltan partidos políticos
con una concepción clara de la situación. En esos partidos hay que generar una
idea nueva de la construcción de Europa y replantear la arquitectura
institucional. El déficit democrático no se soluciona mandando más diputados a
Bruselas. Hay que controlar a la Comisión, al Consejo, al BCE y reorganizar los
poderes del Parlamento Europeo.
Basta con participar en
una reunión del Parlamento o del Consejo para ver que una Europa beata no
existe, hay que verla en función de las razones de fuerza.
-¿A qué se refiere?
A que cada uno quiere
defender las posiciones de su país. No creo en el federalismo europeo. Es
demasiado pronto y no hay legitimidad. No veo a un francés aceptar a un
presidente de la República alemán. Los cementerios están ahí. Hay que construir
algo realista y no una utopía romántica que ya nos ha conducido al fracaso.
-El sueño del arquitecto de Europa Jean Monnet
ha muerto.
Y no lo digo yo, lo
dicen ellos. Construir Europa a través de un mercado no funciona, porque tiene
como límite un espacio comercial. Hay que construir una gran Europa, pero no
esta sino una en la que la inteligencia se apodere del debate europeo con una
visión crítica. No necesitamos una concepción beata de Europa.
-¿Cómo se ha construido
ese dogma europeísta?
Antes, a alguien podían
preguntarle: ¿es usted francés? Sí, soy francés. ¿Es usted europeo? Sí, claro,
soy europeo. Eso nunca fue un problema. Pero hemos transformado una obviedad en
un proyecto de futuro. No necesitábamos sentirnos europeos. Lo somos. No
entenderlo así nos lleva a situaciones como la del estallido de la crisis. En
Alemania se dijo que en nombre de la solidaridad europea había que ayudar a
España. La reacción allí fue calcular cuánto le cuesta un español a cada alemán.
Y cuando se diseñó el fondo de rescate para rescatar a Grecia, el Tribunal
Constitucional de Alemania vino a decir: “cuidado, porque el pueblo europeo no
existe”. Tenía razón. Europa no es un pueblo sino una determinación geográfica.
De la misma manera que el pueblo africano no existe, sino decenas de Estados.
Articulo de Daniel Basteiro publicado en el Huffingpost.es el 14 de mayo de 2014
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