Antes de
Owen Jones, chav era una palabra para anglófilos. La leías en los medios
del Reino Unido asociada a los chicos de chándal que comían pollo frito en la
puerta de su vivienda de protección oficial o lo escuchabas de boca del
personaje de Vicky Pollard si eras fan de Little Britain. De repente
llegó un jovenzuelo rubio con pinta de estudiante y la convirtió en el síntoma
de todo un país.
Su libro Chavs, la
demonización de la clase obrera (Capitán Swing) ha resultado ser
un espejo enfermo y quirúrgico sobre la representación de la clase trabajadora
británica en la actualidad. Owen Jones visita España para dar dos conferencias;
el lunes estuvo en el CCCB y el martes en el Círculo de Bellas Artes, donde ha
diseccionado su trabajo.
¿La
demonización de la clase obrera es un fenómeno exclusivamente británico?
La
demonización es inevitable en todas partes por las desigualdades. Si lo
piensas, la desigualdad es irracional: el poder y la riqueza no deberían estar
en manos de tan poca gente. La desigualdad se racionaliza y justifica con la
idea de que los miembros de las élites merecen estar donde están porque son más
listos y trabajan más, mientras que los que están por debajo merecen estar ahí
porque son estúpidos y vagos. Cuanto más desigual es la sociedad, más necesitas
demonizarla para justificarlo. El caso del Reino Unido es clave porque es mucho
más acuciante especialmente a partir del thatcherismo, donde se produce este
cambio en el que la pobreza y la desigualdad ya no se presentan como problemas
sociales sino como fracasos individuales.
Hay una
frase muy famosa de un político
thatcherista: "En los años treinta, cuando mi padre se quedó
sin trabajo se subió a su bicicleta y salió a buscarlo". Así, "súbete
a la bici" se convirtió en un cliché nacional. Las enormes desigualdades y
la fluctuación de la necesidad de la respuesta colectiva al individualismo
gubernamental ocurren en otros países, pero es especialmente reseñable en el
Reino Unido donde los medios de comunicación sostienen y apoyan este discurso.
Eso se
comprueba fácilmente en Chavs, dónde la connivencia entre medios de
comunicación y el discurso ultraconservador es evidente.
Sí, los
medios lo magnifican todo utilizando ejemplos extremos. El año pasado, el caso
de Mick Philpott fue muy famoso: seis de sus 17 hijos murieron en un incendio
provocado por él. En el Reino Unido solo hay 190 familias con más de diez hijos
en situación de desempleo, pero aparecen constantemente en los medios como un
estereotipo de la clase obrera que se aprovecha de los subsidios. Después del
juicio, el Daily Mail, el segundo diario más leído, tituló "Otro producto
execrable del Estado del bienestar en el Reino Unido". Se culpa al Estado
del bienestar por estos casos extremos constantemente.
Resulta
chocante cómo el trabajo de investigación revela tanta agresividad explícita
por parte de los medios.
Lo terrible
es que las cosas han empeorado desde que escribí el libro. En él aludo a varios
casos de demonización por parte de la prensa, pero el que te acabo de describir
directamente relaciona el Estado del bienestar con un asesinato.
¿Por qué
ocurre esto?
Cuando la
izquierda reclama más impuestos a los ricos, los medios de comunicación rebaten
la idea fomentando la envidia. Lo mismo ocurre con la inmigración: se
visibilizan más los casos de inmigrantes que consiguen casas a través de las
ayudas sociales para fomentar un discurso racista. Se detallan las pensiones de
los trabajadores del sector público -enfermeras, médicos, profesores- para
fomentar la envidia de los trabajadores del sector privado. Así, los medios de
comunicación magnifican casos para manipular a la opinión pública. Un 0,7% del
gasto social está mal empleado, pero la percepción de la gente es que se trata
del 27%. Nuestros medios de comunicación, muy ideologizados, no cuentan la
realidad tal como es.
¿Cree que
algunos de estos medios, como sucede en otros países, deberían ser penados por
ley? Por ejemplo, en aquellos que incitan al odio racial.
El tema es
que se incita al odio de manera muy sutil. Se expone un caso de derroche de un
subsidio y se muestra que se trata de un inmigrante, y con eso basta, el
subtexto está ahí. Con el auge de UKIP, el partido de derechas populista que
centra su debate en la inmigración, la atmósfera en el Reino Unido se está
tornando muy siniestra. Nigel Farage, su líder, dijo la semana pasada que
entendía que la gente estuviera preocupada si se mudaba a su barrio un vecino
rumano. Recuerda a la campaña tory de los sesenta, que hacía un juego de
palabras con una campaña: "Si quieres a un negro como vecino, vota a los
laboristas". Ya en esa época la opinión pública se escandalizó, en cambio
ahora vuelve a legitimarse la misma idea.
¿Está de
acuerdo con que el avance es posible porque es la extrema derecha la que está
haciendo la revolución?
Parcialmente
sí, por un fracaso de la izquierda, que no ha sabido canalizar la rabia de la
gente. La derecha ha logrado trasladar esa rabia contra los banqueros, evasores
de impuestos o explotadores hipotecarios hacia sus propios vecinos, inmigrantes
y trabajadores del sector público. La derecha logra culpar a la base usando un
populismo que hace mella en el público. La izquierda no ha podido con eso, y la
derecha ha aprovechado el hueco. Se puede ver en Francia, con las cifras en
poblaciones con una potente clase obrera que solía votar al Partido Comunista y
ahora votan al Frente Nacional en medio de una crisis económica devastadora.
Entonces,
¿la demonización de la clase obrera es un síntoma o una consecuencia?
La
destrucción de la idea de que no existe una clase obrera y que todos somos
clase media es la clave. Esta idea, fomentada por políticos y periodistas de
clase media, pulveriza el debate sobre las desigualdades, porque si no hay
clases sociales, no hay nada que debatir. Se combina con la noción de que los
que quedan fuera de la dominante clase media son los vagos y maleantes chavs
que no quieren trabajar. Si unimos eso al aumento de pobreza y desigualdad y el
cambio de discurso en el que se culpabiliza al trabajador, ya tenemos el
discurso completo. La guetización de la clase obrera en viviendas sociales
implicó que aquellos con mayores necesidades acabaron separados del resto de la
población. Eso hizo mucho más fácil que todo un sector fuera demonizado. Toda
la clase empobrecida está concentrada, y el resto de la gente sólo sabe de
ellos por lo que cuenta la televisión.
En su libro
cita Estates, de Lynsey
Hanley, una obra clave que explica exactamente cómo esa guetización
fue planeada y fue de todo menos casual.
Es que fue
una decisión ideológica. Originalmente, las viviendas de protección oficial
promovían unas comunidades mixtas. Aneurin Bevan, creador también de la sanidad
pública, dijo que quería recrear los mejores aspectos de aquellos preciosos
pueblos ingleses y galeses, donde el doctor y el carnicero vivían puerta con
puerta. El problema es que los tories rebajaron la calidad de las
construcciones y hacinaron a la gente en monstruosos bloques de pisos que no
fomentaban ningún valor comunitario. En los ochenta, al ofrecer los pisos de
protección oficial para la venta, se reservó una partida para los más
desprotegidos. Eso generó la guetización de las comunidades, pero también su
fragmentación y división, ya que todos estaban compitiendo por los mismos
pisos.
¿Qué pasa
con la cultura pop? En el libro se explora cómo el ocio y el entretenimiento
parecen haber desaparecido para el chav.
La idea de
que no existen clases sociales en parte proviene de la idea de una democratización
de la cultura. Factor X es
un programa (de televisión) que podría ver el príncipe Guillermo y también un chav.
Antes, la cultura popular era para las masas, mientras que la alta cultura era
para la clase media-alta . Y aunque es cierto que resultaría difícil encontrar
a alguien de clase obrera en la ópera, la cultura popular se ha ampliado. El
problema es que solía ser el refugio y la cultura de la clase obrera -los
Beatles son el ejemplo clásico- pero si comparamos las listas de éxitos de 1990
a las de ahora, encontramos que ahora los músicos son todos de clase acomodada
y han recibido una educación privada, a la que sólo tiene acceso el 7% de la
población.
El ataque a
la Seguridad Social y al sistema de becas hace que muy poca gente de clase
obrera pueda sostener que sus hijos se dediquen a la música mientras les
mantienen sus padres. Lo mismo pasa con el fútbol, tradicionalmente una
ocupación de clase obrera. Cuando en los noventa la clase media comenzó a
demostrar interés, los precios de las entradas a los partidos subieron, también
como un intento de frenar la violencia que se consideraba intrínseca de la
clase obrera. Además, se introdujeron los canales de deportes de pago. Al
final, la propia cultura de la clase obrera ha acabado siendo inaccesible para
ella.
Eso
convierte a la clase obrera en consumidora y no productora de su cultura.
Exacto.
Junto a un montón de otras profesiones a las que ya la clase obrera no tiene
acceso, como la de periodista. Si para ser becario tienes que trabajar gratis
durante meses, ¿quién puede pagar eso? Se desplaza la idea de que el talento es
lo más importante en favor del dinero que tiene tu familia, no solamente para
estudiar sino para producir cultura. Es una barrera de clase relativamente
nueva.
Factor X
perpetúa en parte el mito conservador de la meritocracia: puedes lograrlo todo
si realmente lo intentas.
Sí, y copia
una tradición obrera de los clubs de hombres, el karaoke. Pero aunque parezca
raro, Factor X resulta positivo para la clase obrera, porque en el reality
enseñan las vidas de los concursantes, todos de clase obrera. Es uno de los
pocos espacios que muestra a gente de clase trabajadora en su vida cotidiana,
en vez de describir situaciones criminalizables. Por otro lado, sí, fomenta una
idea en la que todos podemos ser ganadores de una lotería si tenemos talento, y
todos podemos llegar a la cumbre si nos esforzamos, lo cual es falso. Por eso
las aspiraciones de los jóvenes de clase obrera son poco realistas: estrella
del pop, futbolista... Es porque se trata del único modelo que se les ofrece.
Esta
demonización tuvo un paréntesis en los noventa, ¿no? El turismo de clase, la
imitación del acento cockney...
Sí, se daba
mucho en la universidad. Es lo que hicieron Blur, ¿no? (ríe). En los noventa se
puso de moda rebajar tu estatus social, demostraba heroicidad. Se veía como
algo positivo, porque en el fondo si venías de un entorno obrero, se asumía que
estabas ahí por tu talento. En la música el epítome de la glorificación de lo
obrero fue Oasis, mientras que ahora está Coldplay, una banda considerada algo
ñoña y de entorno privilegiado. Ahora no se me ocurre ningún grupo de la
importancia de Oasis que pueda cumplir ese perfil. En la actualidad en las
universidades lo que está de moda es ser pijo, incluso sólo estéticamente. El
look de Retorno a Brideshead, con sus camisas rosas y sus corbatitas
ridículas, ha vuelto, y se organizan fiestas temáticas chavs como manera
de echarse unas risas. Es un cambio sustancial.
Tras un
libro de tanto éxito como Chavs, ¿qué viene ahora?
Estoy
trabajando en un libro sobre la clase dirigente, The Establishment and how
do they get away with it (La clase dirigente, y cómo se salen con la suya),
y es sobre la clase dominante y lo que hace, basado en una gran cantidad de
entrevistas, centrado en cómo gestiona el poder y lo mantiene.
¿Algún
descubrimiento interesante?
Que son unos
cabrones (ríe). ¡Lo dicen ellos mismos! Describo su mentalidad como un anuncio
de L'Oreal: "Porque yo lo valgo". Así justifican sus privilegios
políticos y sociales, se suben el sueldo y pasan del sector público al privado
sin ningún tipo de remordimiento.
Artículo de Lucía Lijtmaer publicado el 20 de mayo de 2014 en eldiario.es
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