Nuevas formas de conflictividad social
La marcha de la sociedad industrial en paralelo a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, a la implantación de formas de consenso y concertación, que mitigaron la conflictividad social, establecieron a la aplicación de políticas que mermaron considerablemente las desigualdades en los países desarrollados. Y a la reducción a partir de los años setenta de los efectos niveladores y redistributivos, y a un incremento de las desigualdades y a la agudización de la brecha desigualitarias internacional.
En las últimas décadas del siglo XX se han manifestado nuevas formas de desigualdad y diferenciación: entre los trabajadores con diferentes niveles de cualificación, entre los empleados o no, entre los que poseen estabilidad laboral y los que no la poseen, entre hombres y mujeres, entre jubilados y activos, entre jóvenes y adultos, etc. El incremento de las infraclases y los excluidos se establecen como unas fuerzas significativas de desagregación que conllevan un cambio de los sistemas de estratificación social hasta ahora conocidos.
El principal efecto que establece estos incremento de niveles de desempleo, subempleo, precariedad e inactividad es que las circunstancias de conflicto se multiplicarán desarrollando una significativa dualidad: Conflictos desde el sistema productivo y conflictos sociales. Que además estas expresiones no cuentan con vías institucionalizadas de manifestación, ni con medios eficaces de presión, tendiendo a plasmarse en conflictos en la calle, buscando la mayor difusión en la opinión pública.
Y es aquí donde emerge uno de los problemas de las sociedades tecnológicas, que es el complicado fortalecimiento de un modelo de convivencia que no esté sancionado con un alto grado de conflictividad social, que se dibuja como un elemento tensionador de la estabilidad social y desafiante de las libertades. Unas expresiones que se redimensionan y responden a un aumento paulatino de los relegados de las relaciones económicas <<regulares>> y de su naturaleza singular, pero conflictos abocados a manifestarse por conductos no institucionalizados, tendentes al enclaustramiento, radicalización y con consecuencias de marginación política y <<extrañamiento>> social de los afectados por el problema.
El surgimiento de un tipo de sociedad tecnológicamente avanzada está impulsando a una ascendente complejización de las posiciones de clases y de las situaciones de desigualdad social y que acarrearán nuevos conflictos y tensiones, fundamentalmente entre periodos de transición de los modelos de producción.
En las primeras etapas de la evolución se está ajustando una dualización en la dialéctica desigualitaria y un sector de excluidos es ascenso. Con una importante contradicción por un lado de los parados y jubilados y por otro lado con los laborales ocupados. Y entre losa que están dentro del mercado <<regular>> de trabajo, se conformaran importantes dialécticas diferenciadoras. En los países más desarrollados incrementará la complejidad social y política como fruto de la heterogeneidad de posiciones de las infraclases, de los excluidos y de todos los que no están situados en el mercado <<regular>>.
Una evolución de los modelos de estratificación que si sigue el curso de las leyes del mercado, muchas sociedades desarrolladas pueden verse conducidas a puntos de no retorno. Se dibuja pues, una disyuntiva de transformaciones tecnológicas, económicas y culturales que es necesario que la transición se desarrolle sin grandes traumas, ni costes sociales. Intentando evitar la solidificación de la dualización singularizada por la precarización laboral y el desempleo de larga duración. Una estructura social que conducirá a formas poco racionales de conflictividad e incluso inclinaciones hacia posturas autoritarias.
Pero emerge la paradoja que por mucho que crezcan estas manifestaciones de conflictividad, <<las mayorías satisfechas>> podrán conservar su status, y hasta aumentar su poder, sus recursos y capacidades organizativas. Una tendencia de cristalización de los sectores más prósperos de las clases medias.
Unas políticas de progreso y solidaridad que deberán atender al curso de armonía y de equilibrio social, impulsando un sistema social de mayor grado de equilibrio y de capacidad de integración. Promoviendo además, un crecimiento económico razonable, sostenible y respondiendo a un equilibrio social y mediambiental, para conseguir ser capaz de generar un stock suficiente de empleabilidad. Desarrollando nuevas actividades en el sector servicios mediante el fomento de políticas de mejora de calidad de vida, persiguiendo en afianzamiento y desarrollo de las políticas propias del Estado de Bienestar contra las desigualdades y la marginación social.
Resumen de epígrafe de La sociedad dividida de José Félix Tezanos
La viñeta que acompaña esta entrada es de Medina
No hay comentarios:
Publicar un comentario