Juan Torres López
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
El diario Frankfurter
Allgemeine Zeitung comentó hace unos días que el Presidente del Banco
Central Europeo, Mario Draghi, dejó callado al Presidente de la República
francesa, François Hollande, cuando éste reclamaba poner fin a las políticas de
austeridad.
Según el diario alemán, Draghi
presentó a los líderes europeos unos gráficos que resultaron incuestionables.
En ellos, como puede verse en la presentación que se encuentra en la web del
Banco Central Europeo (aquí),
se refleja la evolución de la productividad y de las retribuciones salariales
en diferentes países europeos, y la conclusión del antiguo ejecutivo de Goldman
Sachs dicen que fue inapelable: lo que hace falta en países como Francia, España,
Portugal, Grecia, Italia, Irlanda… es reducir los salarios para disminuir la
brecha tan grande que existe entre ambas variables.
Días después, el profesor de
macroeconomía Andrew Watt comentó esos gráficos en un artículo publicado en
Social Europe Journal (Mario Draghi’s
Economic Ideology Revealed?) y demostró que lo que hay detrás del
argumento de Draghi es algo peor que pura ideología.
La cuestión es la siguiente.
Los gráficos con los que el presidente del Banco Central Europeo trató de
convencer a los demás líderes europeos reflejan el crecimiento de la productividad
entre 2000 y 2011 en términos reales (es decir, una vez descontado el efecto de
la subida de precios) y el crecimiento de los salarios entre dichos años pero
este en términos nominales (es decir, sin descontar dicho efecto).
Draghi comparará así lo que
ocurre, por un lado, en los países con superávit (Alemania, Austria, Bélgica…)
y, por otro, en los que tienen déficit (Francia, España, Portugal, Grecia,
Irlanda, Italia). Y el resultado que muestra es que en los primeros la brecha
entre el crecimiento de la productividad y el de los salarios es menor,
mientras que es más grande en los segundos. De ahí deduce, como señalé antes,
que lo que hay que hacer en éstos últimos es bajar los salarios.
Como bien dice el profesor Watt
en su artículo comparar así estas variables (es decir, una en términos reales y
otra en términos nominales) es un absurdo.
Si en lugar de comparar el
crecimiento de la productividad y de los salarios como hace Dragui, se
comparasen bien, la conclusión a la que se llegaría, como señala Watt, sería
otra muy distinta y que no permite justificar la propuesta ideológica del
banquero.
Veamos. Si un país sigue la
norma de inflación impuesta por el Banco Central Europeo (1,9%) no puede darse
un paralelismo entre la evolución de la productividad real y la evolución de
los salarios nominales (como pide Draghi), sino una diferencia progresiva y
acumulada cada año de ese 1,9%, es decir, de más o menos unos 28 puntos en los
doce años considerados. Esto es así porque al crecimiento de la productividad
se le “quita” ese 1,9% cada año, dado que se considera en términos reales,
mientras que al de los salarios no, porque se toma en términos nominales.
De ahí se deduce entonces que,
según las gráficas que presentó Draghi, países que parece que han incumplido la
norma y que deben ser “castigados” con bajos salarios (como Francia, e incluso
España) en realidad han estado más cerca de la norma de estabilidad que impone
la propia institución que él preside que Alemania, a la que pone de ejemplo.
Efectivamente, según se
desprende de los gráficos de Dragui, tanto Francia como España registran una
brecha de unos 32 puntos aproximadamente (es decir, 2 puntos por encima de la
norma, que debiera ser de 28), mientras que Alemania tiene una brecha entre
salarios nominales y productividad real de unos 10 puntos, es decir, 18 puntos
por debajo de la norma.
Por tanto, lo que se deduce de
los datos de Draghi no es que en Francia o España los salarios hayan crecido
demasiado por encima de la productividad (si se toma como referencia la norma
de estabilidad impuesta por el propio Banco Central Europeo) sino que en
Alemania los salarios han crecido demasiado por debajo de la productividad. Y
al estar por debajo de ella, Alemania no se convierte en un ejemplo a seguir
sino en una causa del desequilibrio dentro de la unión monetaria que ha sido un
factor principal de la crisis.
Y, finalmente, todo ello
muestra, dice Watt, que “un decisor económico esencial de la Unión Europea
ignora los conceptos económicos de base que utiliza o bien los utiliza
introduciendo intencionadamente un error -por no decir más- a fin de forzar a
los demás a seguir una política conforme a sus preferencias ideológicas pero
contraria a la estabilidad y a la recuperación de la zona euro y, en este caso
particular, no conforme a su mandato constitucional”.
Así es como se construye el
discurso con el que justifican el empobrecimiento constante de las clases
trabajadoras que provocan sus políticas.
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