Autor:
Víctor Riesgo Gómez
El
texto que es presentado a continuación ha sido realizado en el marco
universitario y ha sido realizado por un alumno de la UNED. Se encuadra en la
asignatura Cambio Social I de dicha universidad. Es intención del autor comprobar
en qué medida la exposición y tesis que presentó en su momento Karl Polanyi
puede ser observada mediante el enfoque proporcionado por las diversas teorías
del Cambio Social y a cuál de ella o de ellas resulta más cercano.
También
resulta sorprendente, y en cierto modo alarmante, la vigencia que cobran en el
presente los análisis y la evolución de los hechos que presenta Polanyi. Los
tipos de encrucijadas que han de afrontar las sociedades europeas y
norteamericanas del siglo XIX y principios del XX se asemejan en gran medida a
las actuales. Las decisiones y los intereses de los agentes en permanente
“conflicto negociado” que interactúan en el campo sociocultural les acaba
conduciendo a situaciones poco deseadas por la gran mayoría. De cómo se desarrollan
estos procesos, de por qué desembocan en lo que desembocan y de quiénes son los
agentes que actúan y en base a qué interese lo hacen es de lo que trata este
trabajo. Estas fuerzas interactuando son las que, en resumidas cuentas,
desarrollan diversos cambios sociales llenos de ambivalencias.
Tesis
La tesis principal ha quedado ya expuesta a
lo largo del presente texto. El propio Polanyi en varios pasajes de su obra no
tiene problema en explicitarla de manera clara y concreta. Así por ejemplo,
escribe en la página 49 de la edición en español en Fondo de Cultura Económica:
“Nuestra tesis es que la idea de un mercado autorregulado implicaba una
utopía total. Tal institución no podía existir durante largo tiempo sin
aniquilar la sustancia humana y natural de la sociedad; habría destruido físicamente
al hombre y transformado su ambiente en un desierto. Inevitablemente la
sociedad tomó medidas para protegerse, pero estas medidas afectaban a la
regulación del mercado, desorganizaban la vida industrial, y así ponían en
peligro a la sociedad en otro sentido. Fue este dilema el que impuso el
desarrollo del sistema de mercado en forma definitiva y finalmente perturbó la
organización social basada en él.”
Unas páginas más adelante, en la página 77, afirma que: “Esto conduce
a nuestra tesis (…): que el origen del cataclismo se encontraba en el esfuerzo
utópico del liberalismo económico por establecer un sistema de mercado
autorregulado.”
Extenderme mucho más en este apartado no sería posible sin pecar de
reiterativo. La tesis de Polanyi en La Gran Transformación constituye su
argumento central de manera fidedigna. Los esfuerzos realizados por los
partidarios del liberalismo, y la misma cotidianidad del momento en que realizó
su obra, implican desarrollar un esfuerzo hercúleo para demostrar su tesis. De
ahí que el trabajo de La Gran Transformación se centre de manera principal,
sirviéndose de una amplia gama de detalles y razonamientos, en demostrarla.
Balance crítico
Cualquier trabajo de la extensión que
contiene el que tenemos entre manos está sujeto a incurrir en errores, tiene
puntos flacos en los razonamientos que construye, en los datos que aporta para
sostener sus tesis o en la interpretación de los mismos que realiza. Podría
atribuirse al texto que nos ocupa un cierto grado de actitud negativa ante el
progreso y el avance de las sociedades por el camino del cambio social. La
innumerable cantidad de artilugios que han sido creados y producidos en cadena
desde el tiempo en que los cercamientos de los Tudor echan a andar quedan fuera
de toda discusión. Que en cierto modo estos artilugios son el resultado del
avance tecnológico y científico que se opera en el seno de las sociedades
capitalistas parece también exento de demostración. Por tanto podría atribuirse
un cierto grado de quietismo y conservadurismo a las premisas y las
conclusiones que Polanyi nos presenta. No cabe duda de que los partidarios de
la escuela económica de Chicago, o los miembros de diversos Think Tank
neoliberales, o aquellos que se dan cita de manera anual en Davos, suscribirán
sin dudarlo estas afirmaciones.
Sin
embargo, en mi opinión, este conservadurismo que se podría atribuir a Polanyi
no sería ajustado del todo a su manera de ver la transformación. Parece claro
que las sociedades en sí mismas contienen el cambio, más que un ente duro y
pétreo que se modifica de manera inmanente y compulsiva por sus propias
condiciones intrínsecas, son espacios de acción entre agentes con desigual
grado de poder. El cambio es, por tanto, el resultado de la lucha y la
negociación de fuerzas que tensionan en diferentes direcciones este campo
social. Lo que se abandona en el tránsito, o lo que permanece, no es de por sí
ni positivo ni negativo, sino más bien el resultado de este “conflicto
negociado” de manera permanente. De ahí que cualquier cambio en sí no pueda ser
tachado de positivo, puesto que cada supuesto avance lo es a costa de dejar
“cadáveres” por el camino. Es
conservador, porque lamenta que, en el cambio, no se haya podido conservar la
urdimbre que dotaba de sentido y protección a los integrantes menos favorecidos
de las sociedades.
Sin
embargo, en este sentido el análisis polanyano modifica el punto principal del
enfoque. No fía el análisis de los resultados al campo de lo material. Tener
más objetos distintos para usos cada vez más excéntricos no supone para él un
avance. Acuñar un hombre nuevo, el hombre económico, dotarlo de condición de
naturalidad, modificar el conjunto de las estructuras y las instituciones
sociales con el objetivo de ponerlas a su servicio, para finalmente acabar
descubriendo que ese hombre nuevo, que supuestamente latía oculto en el núcleo
más profundo de nuestra humanidad, no es más que el producto de un proyecto
político, al servicio de unos intereses de clase determinados, penetrado hasta
el fondo de un etnocentrismo radical y paleto, no es visto por el autor como un
proceso de progreso social. Más
bien al contrario. Desarrollar este proyecto provoca arrancar al humano de su
verdadera naturaleza, la sociedad, que le da sentido, en la que se forma, de la
que obtiene el sustento físico, pero también el moral y el emocional y el
cultural. En la que se hace, en definitiva, un ser completo, con sus
innumerables imperfecciones también. Por tanto aquí los calificativos de
progresismo o conservadurismo se tornan grises y ambiguos. Son tantas los
matices que requieren para ser empleados que puede que sea más aconsejable
apartarlos a un lado.
Un
aspecto que provoca asombro de la descripción que realiza el autor del conjunto
de instituciones que sostenían el orden internacional en el momento de mayor
esplendor del liberalismo es la semejanza entre aquellas y las que sujetan el
orden internacional del presente. Lo cual, además de asombro, a la luz de las
consecuencias que nos muestra Polanyi, provoca un cierto grado de temor. Dos
monedas de manera principal, el euro y el dólar, juegan el mismo papel que en
ese tiempo jugaba el patrón oro. En este sentido hoy hay mayor heterogeneidad
debido a que la hegemonía de las potencias centrales ya no es la misma que
entonces. Pero los discursos que se articulan contra aquellos que no se pliegan
a las leyes del mercado autorregulado contienen el mismo tipo de argumentación.
El
estado liberal parece fuera de toda discusión, se admiten grados y matices,
pero los estándares se tienden a homologar. El sistema de balanza de poder
tiene fuertes semejanzas con el papel que la ONU desarrolla en nuestros días.
El poder real de la haute
finance parece mayor aún en el presente. Pero el punto que más temor
provoca es la similitud profunda que existe entre los discursos legitimadores
del liberalismo que reinaba en aquel momento y el que reina en el presente.
Cuando
hoy en día hablamos de los mercados para buscar apoyo a las políticas puestas
en marcha, cuando las deudas públicas devienen en mecanismos para perjudicar a
los menos favorecidos en el seno de las sociedades occidentales, -por no
mencionar las consecuencias que estas deudas han tenido y siguen teniendo para
millones de habitantes del llamado tercer mundo-, cuando el desempleo corroe
las entrañas mismas de los estados liberales y se sigue hablando de “mercado de
trabajo”, cuando la desigualdad se amplia y extiende por el globo, cuando las
únicas opciones posibles para todo esto se presentan por la vía de ampliar las bases
de negocio y esperar que de esta manera el goteo haga fluir recursos de arriba
a abajo, cuando el deterioro ambiental amenaza a la especie sin distinción
última de fronteras humanas..., cuando todo esto sucede, se acentúa y
cronifica, es imposible no evocar las consecuencias que Polanyi nos expone en
su obra. Las condiciones de la imposibilidad se hacen presentes del mismo modo
que lo hicieron en los finales del siglo XIX.
El
proyecto político, disfrazado de cientificidad, que supuso la imposición, por
la fuerza cuando fue necesario, del orden liberal, fiaba la transformación a la
consecución de unos objetivos colectivos, al menos en teoría. El crecimiento
económico, -concepto del presente que contiene fuertes resonancias de aquello
que Polanyi denomina el mejoramiento-, la competencia, la productividad y el
mercado autorregulado, por sí mismos traerán la prosperidad. Si todo se fía a
lograr este objetivo cuasi mágico los problemas sociales se resolverán por mor
de la resolución de los económicos. Sólo hay que sentar las bases para que esto
suceda. El lastre del que haya que deshacerse en este tránsito será un pago que
retornará con rendimientos sobrados. Y sin embargo, el autor austriaco nos
enseña que el pago no mereció la pena, al menos para generaciones enteras que
fueron molidas en el “molino satánico” del mejoramiento. Del campesino
laborioso e integrado que es expulsado de las tierras comunales a causa de los
cercamientos a las generaciones que pierden su vida en las dos contiendas
mundiales o en las múltiples revueltas o en los campos que el nazismo y el
estalinismo pusieron en marcha. Desde un punto hasta el otro del espacio tiempo
es claro que la mejora material tuvo lugar, es claro que el número de
habitantes creció como muestra de la mejora de la productividad. Sin embargo,
no es menos claro que las condiciones subjetivas de vida sufrieron un
deterioro: jamás se dio tanta
abundancia material objetiva en medio de tanta escasez subjetiva.
El
universo de las necesidades no cesa en su expansión, ese sistema de
organización social erigido en torno al lucro y la ganancia nunca encuentra
satisfacción. Las frustraciones emocionales o sociales son canalizadas al
consumo compulsivo. El encanto que prometen numerosos artilugios se evapora en
el mismo momento de ser adquiridos. El mercado siempre tiene una novedad que
deja obsoleto, aunque siga siendo funcional, el aparato que ya tenemos. Y en
este trasiego la satisfacción personal queda cada vez más lejos del alcance.
Hemos pasado de ser integrantes de una comunidad a ser consumidores como
mecanismo principal de identificación personal y social en una espiral de suma
cero permanente.
Por
último hay en las reflexiones de Polanyi un ingrediente excepcional para el
momento histórico en el que realizó sus trabajos. Él ya vislumbró el deterioro
ambiental que suponía el auge y la extensión del sistema social organizado en
torno al principio de mercado autorregulado, este deterioro es hoy mucho más
patente de lo que era a mediados del pasado siglo. Como señala el autor, el
liberalismo necesita expandirse de manera perpetua para poder seguir procurando
satisfacción a unas necesidades que se extienden sin final. Funcionó bien
mientras las fronteras físicas estaban por limitarlo, el colonialismo o el
ejemplo de los Estados Unidos extendiéndose de este a oeste fueron los
referentes empleados para su legitimación. No se trata de que no estuviesen
habitados estos nuevos espacios, simplemente sus habitantes fueron sometidos o
exterminados y los asientos físicos de sus culturas, algunas milenariamente
equilibradas con su hábitat, fueron expoliados sin miramientos.
Hoy
somos conscientes del peligro ambiental provocado por el tipo de civilización
alumbrada en la gran transformación: el calentamiento global, las alteraciones
introducidas artificialmente en el ADN de ciertas especies, residuos de alta
peligrosidad para la vida y con millones de años de actividad, la
desertización, la deforestación, la reducción de la biodiversidad y un largo
etcétera no nos son desconocidos. Sus consecuencias arrojan una alta
indeterminación sobre el tipo de vida que futuras generaciones o que los más
jóvenes en el presente puedan soportar en el medio plazo.
Romper
los vínculos de la actividad humana con el medio natural que la sustenta y
romper los vínculos naturales entre humanos, sustituyendo ambos lazos por
contratos mercantiles de propiedad y derecho de explotación sin límites, (o muy
escasos al menos), contiene un peligro implícito que no se quiere afrontar.
Para unos pocos el negocio es lo principal, alterarlo o limitarlo en exceso es
el mayor pecado que se puede cometer. Para grandes mayorías la actividad
frenética que es necesario desarrollar para lograr el sustento básico no deja
tiempo para la reflexión sobre este respecto. Si fueron necesarias varias
generaciones para culminar el cambio desarraigador, de la tierra y de las
relaciones sociales que daban satisfacción, serán necesarias algunas más para
provocar un nuevo cambio que revise de manera crítica y fértil los conceptos sobre
los que se realizó la gran transformación. Que haya un espacio para la
esperanza no es algo claro.
Autor: Víctor Riesgo Gómez
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