Artículo de Paul Krugman publicado en El País el 28 de abril de 2013
Manifestaciones del movimiento Ocupa Wall Street en mayo de 2012 en Santa Mónica. / LUCY NICHOLSON |
Los debates económicos
rara vez terminan con un KO técnico. Pero el gran debate político de los
últimos años entre los keynesianos, que abogan por mantener y, de hecho,
aumentar el gasto público durante una depresión, y los austerianos, que exigen
recortes inmediatos del gasto, se acerca a ello, al menos en el mundo de las
ideas. En estos momentos, la postura austeriana ha caído por su propio peso; no
solo es que sus predicciones sobre el mundo real fuesen completamente erróneas,
sino que la investigación académica que se invocaba para respaldar esa postura
ha resultado estar plagada de equivocaciones, omisiones y estadísticas dudosas.
Aun así, sigue habiendo
dos grandes preguntas. La primera: ¿cómo llegó la doctrina de la austeridad a
ser tan influyente en un primer momento? Y la segunda: ¿cambiarán en algo las
políticas ahora que las principales afirmaciones austerianas se han convertido
en carnaza para los programas de humor de madrugada?
Sobre la primera pregunta:
la preponderancia de los austerianos en los círculos influyentes debería
inquietar a cualquiera a quien le guste creer que la política se basa en hechos
reales o, incluso, que está muy influida por ellos. Después de todo, los dos
principales estudios que ofrecen la supuesta justificación intelectual de la
austeridad —el de Alberto Alesina y Silvia Ardagna sobre la “austeridad
expansiva” y el de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff sobre el peligroso “umbral”
de la deuda, situado en el 90% del PIB— tuvieron que enfrentarse a críticas
devastadoras nada más publicarse.
Y los estudios no
resistieron un análisis pormenorizado. Hacia finales de 2010, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) refundió el estudio de Alesina y Ardagna con
datos mejores e invalidó sus hallazgos, mientras que muchos economistas
plantearon dudas fundamentales sobre el de Reinhart y Rogoff mucho antes de que
conociésemos el famoso error de Excel. Por otra parte, los acontecimientos del
mundo real —el estancamiento en Irlanda, que fue el primer modelo de
austeridad, la caída de los tipos de interés en Estados Unidos, que se suponía
que iba a enfrentarse a una crisis fiscal inminente— rápidamente convirtieron
las predicciones austerianas en sandeces.
Sin embargo, la austeridad
mantuvo e incluso reforzó su dominio sobre la opinión de la élite. ¿Por qué?
Parte de la respuesta
seguramente resida en el deseo generalizado de ver la economía como una obra
que ensalza la moral y las virtudes, de convertirla en un cuento sobre el
exceso y sus consecuencias. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades,
cuenta la historia, y ahora estamos pagando el precio inevitable. Los
economistas pueden explicar hasta la saciedad que esto es un error, que la
razón por la que tenemos un paro tan elevado no es que gastásemos demasiado en
el pasado, sino que estamos gastando demasiado poco ahora y que este problema
puede y debería resolverse. Da igual; muchas personas tienen el sentimiento
visceral de que hemos pecado y debemos buscar la redención mediante el
sufrimiento (y ni los argumentos económicos ni la observación de que la gente
que ahora sufre no es en absoluto la misma que pecó durante los años de la
burbuja sirven de mucho).
Pero no se trata solo del
enfrentamiento entre la emoción y la lógica. No es posible entender la
influencia de la doctrina de la austeridad sin hablar sobre las clases y la
desigualdad.
A fin de cuentas, ¿qué es
lo que quiere la gente de la política económica? Resulta que la respuesta
depende de a quién preguntemos, una cuestión documentada en un reciente
artículo de investigación de los politólogos Benjamin Page, Larry Bartels y
Jason Seawright. El artículo compara las preferencias políticas de los estadounidenses
corrientes con las de los muy ricos y los resultados son reveladores.
Así, al estadounidense
medio le preocupan un poco los déficits presupuestarios, lo cual no es ninguna
sorpresa dado el constante aluvión de historias de miedo sobre el déficit en
los medios de comunicación, pero los ricos, en su inmensa mayoría, consideran
que el déficit es el problema más importante al que nos enfrentamos. ¿Y cómo
debería reducirse el déficit presupuestario? Los ricos están a favor de
recortar el gasto federal en asistencia sanitaria y la Seguridad Social —es
decir, en “derechos a prestaciones”—, mientras que los ciudadanos en general
quieren realmente que aumente el gasto en esos programas.
Han captado la idea: el
plan de austeridad se parece mucho a la simple expresión de las preferencias de
la clase superior, oculta tras una fachada de rigor académico. Lo que quiere el
1% con los ingresos más altos se convierte en lo que las ciencias económicas
dicen que debemos hacer.
¿Realmente redunda en
interés de los ricos una depresión prolongada? Es dudoso, dado que una economía
próspera suele ser buena para casi todo el mundo. Lo que sí es cierto, sin
embargo, es que los años transcurridos desde que tomamos el camino de la
austeridad han sido pésimos para los trabajadores, pero nada malos para los
ricos, que se han beneficiado del aumento de los rentdimientos y de los precios
de las acciones aun cuando el paro a largo plazo empeora. Puede que el 1% no
desee realmente una economía débil, pero les está yendo lo bastante bien como
para dejarse llevar por sus perjuicios.
Y esto hace que uno se
pregunte hasta qué punto cambiará las cosas el hundimiento intelectual de la
postura austeriana. En la medida en que tengamos una política del 1%, por el 1
% y para el 1 %, ¿no seguiremos viendo únicamente nuevas justificaciones para
las viejas políticas de siempre?
Espero que no; me gustaría
creer que las ideas y los hechos importan, al menos un poco. De lo contrario,
¿qué estoy haciendo con mi vida? Pero supongo que veremos qué grado de cinismo
está justificado.
Paul Krugman es profesor
de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
© New York Times Service 2013
Traducción de News Clips.
Artículo de Paul Krugman publicado en El País el 28 de abril de 2013
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