Artículo de Miguel Vicente
publicado en El País el 21 de abril de 2013.
La ciencia me entusiasma.
Obtener con experimentos respuestas a lo que nos preguntamos produce gran
satisfacción. Además de conocimiento generamos valor. En España investigar es
además excitante. Cada día, cuando el investigador español se despierta nunca sabe
con qué reforma se va a encontrar, o con qué regla burocrática le van a
sorprender, al menos a mí me pasa. Puede ser que reduzcan el presupuesto, o el
sueldo, que vaya a desaparecer el laboratorio o el puesto de trabajo, todo más
excitante que un reality.Además, a diario nos desafían para que siendo
pobres seamos “excelentes”, para competir en programas internacionales, y nos
piden cada año identificar los grandes hitos logrados, esos que la ciencia bien
financiada suministra cada medio siglo.
Uno esperaría que si
el ministro del ramo dice que hay que buscar nuevos recursos económicos, los
expertos como él o su ministerio estarán desviviéndose para financiar más
proyectos, más contratos para doctorandos, mejor funcionamiento de los centros
de investigación. Pero si lo hiciesen nos dejarían muy poca emoción a los
investigadores. Y si los fondos asignados no bastan, el investigador vería bien
que los gestores de la investigación hicieran notar que no se puede seguir, que
dimitiesen en su conjunto. Algo que en Francia ocurrió hace una década. El
público opina que la investigación es buena y provechosa, e incluso confía en
los científicos. Queda bien decir que la ciencia es muy interesante, nadie lo
va a negar, pero llegado el momento de un compromiso tangible el apoyo no pasa
de ser flojito. Pasándose de ingenuo, el científico pensaría que llegado un
punto y, al menos de manera testimonial, los investigadores nos sublevaríamos.
Pero no lo hacemos.
La investigación en España
ya digo que es excitante, y me produce frecuentes subidas de adrenalina. Empezó
tras incorporarme al CSIC
cuando estuve cuatro años sin poder pedir un proyecto, y continúa hasta leer
las noticias de estos mismos días en las que el ministro nos dice que nos
busquemos la vida, y el presidente de mi institución aconseja a los doctorandos
que vayan preparando las maletas. Ha sido muy excitante vivir cómo la Comunidad
de Madrid dejó de patrocinar la feria Madrid es Ciencia, en teoría para mejorar
su impacto convirtiéndola en una feria virtual, tan virtual que ha
desaparecido. Y notar que varios Gobiernos han reducido los fondos de
investigación, tanto que el CSIC, según su presidente, puede dudar entre pagar
las nóminas o los recibos de la luz.
¿Y los fondos privados?
Alguna que otra emoción me proporcionó la Fundación March cuando hace una
década suspendió su excelente programa de simposios internacionales, y también
La Caixa cuando hace un mes anunció el cierre del Museo de la Ciencia de Alcobendas;
es un buen sitio para motivar a los jóvenes. Es todo como volver, tras 40 años,
a mis tiempos de becario, avanzando hacia el siglo XX para acercarse al XIX.
¡Ahora no me digan que la ciencia en España no es excitante!
Miguel Vicente es profesor
de investigación del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología. Ha coordinado
cuatro proyectos científicos de la Comisión Europea.
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