El sociólogo Zygmunt Bauman / Lone Saizar |
Todo se diluye a nuestro alrededor. Cualquiera diría que la
"modernidad líquida" que vislumbró Zygmunt Bauman se ha convertido en
un torrente que todo lo arrastra. No va quedando nada sólido a lo que
agarrarse. Y lo que es peor: cualquiera diría que hemos pasado de la fase
"ultralíquida" a la gaseosa. Todo se está haciendo cada vez más
etéreo.
"Lo que ocurre es que no tenemos un destino claro hacia
el que movernos", certifica el sociólogo y pensador polaco, que sigue
trotando infatigablemente por el mundo a sus 87 años. "Deberíamos tener un
modelo de sociedad global, de economía global, de política global... En vez de
eso, lo único que hacemos es reaccionar ante la última tormenta de los
mercados, buscar soluciones a corto plazo, dar manotazos en la oscuridad".
Acudimos al reclamo del maestro en su terruño adoptivo de Leeds,
donde lleva media vida afincado y desde donde observa el mundo con sus ojillos
ávidos, entregado al ritual diario de la escritura y del tabaco en pipa. Aspira
Bauman el humo por la boquilla, y ya pueden fluir sus largos y ponderados
pensamientos sobre la vida líquida.
"Cuando usé la metáfora de la "modernidad
líquida", me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de
tres décadas. Líquido significa, literalmente, "aquello que no puede
mantener su forma". Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de
la etapa "sólida" anterior están haciendo aguas, de los Estados a
las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de
trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta
mañana. Es cierto, hay una sensación de liquidez total. Pero esto no es nuevo,
en todo caso se ha acelerado".
Sostiene Bauman que el mundo sólido surgido de los rescoldos de
la Segunda Guerra Mundial ya no es viable. Admite que a él nunca le gustó el
término de "estado del bienestar", que se ha acabado convirtiendo en
un caballo de batalla ideológico.
"Yo siempre he preferido hablar del "estado
social". Se trataba de crear una especie de "seguro
colectivo" a la población tras la devastación causada por la guerra, y en
esto estaban de acuerdo la derecha y la izquierda. Lo que ocurre es que el
"estado social" fue creado para un mundo sólido como el que teníamos
y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier
institución que creemos tiene seguramente los días contados".
La esperanza es inmortal, sostiene Bauman, que nos invita a
defender la sanidad pública, la educación pública o las pensiones mientras
podamos. Pero poco a poco habrá que hacerse a la idea de que el "estado
social" se irá disolviendo y acabará dejando paso a otra cosa.
Un planeta social
"En este 'espacio de los flujos' del
que habla Manuel Castells, tal vez tiene más sentido hablar de un
"estado en red" o de "un planeta social", con
organizaciones no gubernamentales que cubran los huecos que va dejando el
estado. Yo creo sobre todo en la posibilidad de crear una realidad distinta
dentro de nuestro radio de alcance. De hecho, los grupos locales que están
creando lazos globales como Slow Food, son para mí la mayor esperanza de
cambio".
Eso sí, el maestro quiere dejar claro que hay una diferencia
entre "lo inevitable" en este mundo líquido y lo que está ocurriendo
en la vieja Europa desde que arrancó la crisis: "La relación de
dependencia mutua entre el Estado y los ciudadanos ha sido cancelada
unilateralmente. A los ciudadanos no se les ha pedido su opinión, por eso ha
habido manifestaciones en las calles. Se ha roto el pacto social, no es
extraño que la gente mire cada vez con más recelo a los políticos".
Una cosa es la dosis necesaria de austeridad tras "la orgía
consumista" de las tres últimas décadas, y otra muy distinta es "la
austeridad de doble rasero" que están imponiendo los Gobiernos en
Europa. El autor de 'Tiempos líquidos' le ha dedicado al tema uno de sus
últimos libros: 'Daños colaterales: desigualdades sociales en la era global'.
"La austeridad que están haciendo lo Gobiernos puede
resumirse así: pobreza para la mayoría y riqueza para unos pocos (los
banqueros, los accionistas y los inversores). O lo que es lo mismo: austeridad
para España, Grecia, Portugal e Italia, mientras Alemania hace y deshace a sus
anchas. Como dice mi colega, el sociólogo alemán Ulrich Beck, Madame Merkiavelo
(resultante de la fusión de Merkel y Maquiavelo) consulta todas las mañanas el
oráculo de los mercados y luego decide".
Al albur de los
mercados
¿Qué hacemos pues con los políticos?
"Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un
fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen
ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que
vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de
fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el
divorcio entre poder y política".
Pese a todos sus envites contra el
sistema, Bauman reconoce que hoy por hoy no hay alternativa viable al
capitalismo, que ha demostrado la capacidad de las anguilas para adaptarse
a los tiempos líquidos.
"El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha
sobrevivido a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente
la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja
enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que
arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización".
La generación de la
incertidumbre
"Recordemos el famoso 'corralito' en
Argentina", advierte Bauman. "Luego vino el colapso de Malasia, y la
crisis del rublo, y finalmente la burbuja que estalló en Irlanda, luego en
Islandia, y en Grecia, y ahora en España. Hasta que no revuelvan el país
y lo dejen en una situación límite no dejarán de dar la lata. Mire lo que ha
ocurrido en Chipre. El capitalismo necesita de tierras vírgenes, que puedan ser
persuadidas y seducidas. Ya llegará el momento en que se les obligue a pagar
las deudas".
La última gran preocupación de Bauman es
en todo caso la juventud. A la generación de la incertidumbre le dedica su
último libro ('Sobre la educación en un mundo líquido'), con especial hincapié
en el desfase del sistema educativo y la precariedad económica en estos tiempos
ultralíquidos.
"Soy muy consciente del tremendo
problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales,
pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los
jóvenes no tienen trabajo, cuando a muchos de ellos no les queda más salida que
salir al extranjero o ganarse la vida en trabajos 'basura', después de haber
sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: "¿Qué
futuro estamos construyendo?".
Artículo de Carlos Fresnada publicado en El Mundo el domingo 19 de mayo de 2013.
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