viernes, 5 de abril de 2013

Jürgen Habermas Razones que cuenten


Artículo de Luisa del Rosario publicado en el canarias7.es el 10 de febrero de 2013

Jürgen Habermas pronunció en 1984
un discurso en el Congreso de los Diputados. Foto C7.es
Resulta paradójico que alguien que dedica sus esfuerzos al «trato comunicativo» sea tan poco accesible en sus textos. Aunque más que al propio Jürgen Habermas, autor de la Teoría de la acción comunicativa, podría achacarse a la falta de práctica lectora de textos tan precisos en el vocabulario, tan esmerados en las estructuras y tan kantianos en la construcción del discurso. Y quizás, también, a que la política y el espacio público, uno de sus campos de investigación, se ven hoy reducidos a un esperpéntico circo en el que solo se intercambian eslóganes y fotos de inauguraciones.  O como él mismo dice: «Los despiertos moderadores de los talks shows disponen, con sus invitados de siempre, una papilla de opiniones que quita hasta al último espectador toda esperanza de que todavía puedan existir, cuando se trata de temas políticos, razones que cuenten».

Pese a las complejidades, Habermas es reconocido como uno de los filósofos más importantes de las últimas décadas. Y por sus diversas contribuciones ha recibido multitud de premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales. El último,  aún por recoger, el  Erasmus Prize 2013, que se entrega en octubre y que este año versaba sobre El futuro de la democracia. Un reconocimiento que se le otorga por «su visión humanista y compromiso con el futuro de Europa», además de porque lleva más de 50 años enfatizando «la importancia del diálogo, la democracia y la dignidad humana».

En el campo de la filosofía, la palabra marxista no asusta, como ocurre en otros ámbitos. Y Habermas, con salvedades de calado, especialmente porque sustituye el paradigma de la producción por el comunicativo, es marxista. De hecho el filósofo alemán es «el representante» de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, que es como se suele denominar a los pensadores del Instituto de Investigación Social que impulsaron Horkheimer y Adorno a finales de los años 20. Hegel, Marx y Freud fueron los principales inspiradores teóricos de un proyecto que continua aún hoy en multitud de ramas que van desde Estados Unidos (Seyla Benhabib) hasta España (Adela Cortina), aunque sigue teniendo su base en Alemania. 

La violencia, destrucción y atrocidad que supuso la I Guerra Mundial marcó a aquella primera generación de frankfurtianos que, llegada la segunda Gran Guerra, huyó de Alemania y el terror nazi. Y fue la cesura de 1945, que desveló una vida cotidiana «normal» como una forma patológica y criminal, la que impulsó a Habermas a confrontar el presente con el pasado ante el «temor ante una recaída política». Algo que permaneció en él, según confiesa en Entre naturalismo y religión, hasta los años ochenta.

Enfrascado entonces en el estudio de la esfera pública, que hace arrancar en los albores de la Modernidad, Habermas afirma que «las sociedades complejas solo pueden mantenerse unidas sobre la base de la solidaridad abstracta y mediada jurídicamente entre ciudadanos». Esto significa que no es la cultura o la religión lo que nos une, sino el «patriotismo constitucional», un término que en España llevó al lodazal José María Aznar. Por ello se habla del filósofo alemán como un demócrata radical, pues Habermas no defiende la democracia representativa que conviene a la clase política asida al poder, sino la democracia deliberativa, que se basa en la legitimidad fundada en razones públicas derivadas de un proceso de discusión en el cual todos los ciudadanos pueden participar libre e igualitariamente. Esto, obvio es decirlo, nada tiene que ver con el «asamblearismo» al que es condenada toda propuesta que se salga del plato del status quo. Para que este debate suceda hay un «procedimiento» teórico que se secunda de las propias reglas internas de la comunicación humana. Un tema, por otro lado, que le impulsó en una primera etapa de su filosofía a revisar el modelo  materialista desde la perspectiva del la pragmática del lenguaje. Fruto de este empeño nació la teoría de la acción comunicativa.

«Me acuerdo de las dificultades a las que me enfrenté cuando en el aula y en el patio de la escuela me tuve que hacer entender con una nasalización y con una articulación distorsionada, de las que yo mismo apenas era consciente», escribe Habermas, que sufre una malformación que le impedía hablar con claridad. Y se dio cuenta de lo que después sería una de las vertientes más importantes de su trabajo, «la fuerza del lenguaje», porque existe, afirma, «para la comunicación» y es con ella, a través de ella, por la que «se instaura la comunidad».

Europa es otro de los grandes temas que jalonan las investigaciones de Habermas. Decenas de artículos en los diarios más prestigiosos del Continente -además de libros como ¡Ay, Europa! (Trotta, 2009) o La constitución de Europa (Trotta, 2012), entre otros, exponen su visión y defensa de la política europea tan carente, en estos últimos años, de figuras capaces de hacer frente al neoliberalismo que «mercados» y neoburguesía han impuesto. En este sentido, Habermas ha sido un verdadero azote para Angela Merkel, a la que junto a Sarkozy el filósofo acusó de llevarnos hacia una «postdemocracia».  

Recientemente en el  Frankfurter Allgemeine Zeitung, junto a  Peter Bofinger y Julian Nida-Rümelin, advertía Habermas contra una situación inédita hasta ahora en la historia del capitalismo. Los ciudadanos deben pagar los desmanes de la banca que es la que ha causado la crisis actual. «Se ha traspasado un límite entre procesos sistémicos [los económicos] y procesos propios del mundo de la vida. Y eso es algo que, con razón, indigna a los ciudadanos», afirmaba.

En general, apunta la filósofa española Adela Cortina, la obra de Habermas puede entenderse «como un intento de encontrar formas de convivencia que armonicen la libertad individual con la dependencia social sin sacrificar los logros de la modernidad social, cultural y económica, esto es, sin volver a las comunidades sustanciales premodernas». Por ello ha desarrollado una teoría de la sociedad «con intención práctica», donde la intersubjetividad es fundamental. Por eso su visión de Europa es tan distinta a la actual Unión en la que los países ricos imponen sus condiciones a los que están en problemas y sin que éstos, ni sus ciudadanos, participen en las decisiones. Por lo que se podría decir que recibirá el Erasmus Prize por lo que «debería ser» Europa y la democracia, y no por «lo que es».

Artículo de Luisa del Rosario publicado en el canarias7.es el 10 de febrero de 2013

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