En la asignatura de Sociología del Trabajo del primer cuatrimestre del Grado en Sociología
de la UNED curso 2012/13, algunos compañeros realizamos los resúmenes de los
capítulos de la bibliografía obligatoria.
Derechos reservados, sus autores.
Tema 1.- La educación profesional para
el empleo - Antonio Jesús Acevedo Blanco // Tema 2.- Para una definición social de
la juventud Tomás
Javier Prieto González y Ruth Cardedal Fernández // Tema 3.- La
ocupabilidad en la familia María Lourdes Ruiz Garde // Tema 4.- Dinámica de
la desocupación Irene Ibañez
Sánchez // Tema 5.- Elementos de contexto Blas García Ruiz // Tema
6.- La temporalidad, pacto intergeneracional o imposición Pedro Medina
Charavia // Tema 7.- Biografías laborales por sexo y nivel de estudios Victoria Aguilera Izquierdo // Tema
8.- Dinámica laboral de la inmigración en España Tomás Javier Prieto González
5.5. Las
dos biografías de la mujer en España
La clave
de la tendencia fundamental al crecimiento de la ocupación estriba en el
aumento de la participación laboral de la mujer. Excluyendo a las estudiantes,
en 1994 trabajaban el 34,6% de las mujeres de 16 a 64 años de edad y en 2004 lo
hace el 52,8%.
La
formación para el trabajo es un factor de participación laboral mucho más
importante entre las mujeres que entre los hombres.
Al final
de la “etapa del desarrollo” (1969-74) fueron muchas las mujeres de entre 30 y
50 años de edad las que se incorporaron al trabajo sin formación profesional y
casi la mitad de ellas por cuenta propia. Se integraron en puestos
especialmente vulnerables a la crisis posterior (1975-85).
Las
jóvenes, durante ese periodo de crisis se dedicaron en gran medida a formarse,
adelantando a los varones en participación universitaria.
Cuando la
crisis terminó, y los puestos de trabajo aumentaron, los empresarios, con las
administraciones públicas al frente, pudieron constatar el radical vuelco de la
estructura de cualificación por sexos. A partir de este momento la trayectoria
del empleo femenino ya nunca volvería al pasado.
A los
puestos del segmento superior se llegaba a través de los estudios. Como
consecuencia de ello, una parte cada vez más importante del empleo femenino era
de alta cualificación.
Las
protagonistas de esta segunda fase cumplían de 20 a 35 años durante el
quinquenio de 1984-1989 y tenían una biografía opuesta a la de sus antecesoras.
Retrasaban su incorporación laboral a la finalización de los estudios, y
posponían la formación de la familia, e incluso de la pareja, a la consolidación
profesional. Se incorporaban a puestos de trabajo de mayor estabilidad empírica
y no los abandonaban ni por el matrimonio ni por la infrecuente y escasa
maternidad posterior.
La mujer
veía mejorar su posición relativa en el mercado de trabajo. En el cuarto
trimestre de 2004, los varones ocupados de 25 a 40 años tienen estudios
universitarios en un 21%, mientras que sus coetáneas del sexo opuesto los
tienen en un 35%. Entre 1994 y 2004 las ocupadas con formación universitaria
superior crecieron un 133%.
Entendiendo
como moderno lo propio de las sociedad más avanzadas, la estructura ocupacional
de las mujeres es más moderna que la de los hombres. En el cuarto trimestre de
2004 las mujeres son asalariadas en mayor proporción que los varones,
participan en mayor medida en el sector servicios, su porcentaje de
profesionales es sensiblemente superior y tienen formación laboral en mayor proporción que los varones.
La baja
ocupación femenina en España es una consecuencia del pasado, quedando muchos
años por delante para alcanzar la participación laboral de su la mujer europea.
Síntesis
final
1.-
La valoración de las dificultades de solvencia
financiera
que
afrontan los
sistemas de pensiones, en general, y el español, en particular, se ha basado invariablemente en proyecciones
demográficas
que consideraban
básicamente las proporciones entre las edades activas y
las
de jubilación. Al extrapolar los actuales comportamientos laborales de los mayores a generaciones venideras,
pronosticaban un rápido crecimiento de la población
jubilada
y un consiguiente deterioro de la tasa de
dependencia
de los pensionistas. Tales
estimaciones de la
dependencia
parten, pues, del supuesto de que las trayectorias laborales de los jubilados de hoy se mantendrán constantes en el futuro. Sin
embargo, este supuesto no encuentra respaldo cuando se
dividen por
estudios
las
biografías de ocupación de las cohortes de los españoles nacidos entre
1911-85.
2.- El análisis de las edades de incorporación al trabajo muestra, de forma clara, comportamientos muy diferentes entre grupos de
cohortes. Globalmente
se aprecia con claridad una pauta
de retraso de
la edad
media de
incorporación al trabajo, sobre todo, a
partir de las cohortes nacidas en torno a la mitad del siglo XX. Sin embargo,
dentro de cada nivel de estudios, esas
pautas se asemejan en todas las sucesivas cohortes de modo sobresaliente. Por
tanto, el retraso, antes aludido, se funda en la composición por estudios de
cada
cohorte debido
a que cuanto más elevado es el nivel de estudios,
tanto
más
tarde se registra el inicio del primer empleo. En vista
de estas importantes
diferencias (de
hasta
14
años entre los
niveles de estudios extremos), el
establecimiento de
una
única edad de jubilación de 65 años para la obtención de
una pensión completa resulta tan escasamente razonable como injusta. La existencia de esa edad fija ha penalizado a quienes, aun habiendo cotizado
más
años de los necesarios para
la consecución de
una pensión completa (35 años), han perdido o abandonado su empleo antes de los 65 años.
3.- La masiva expulsión del mercado de
trabajo
que sufrieron los
varones durante las crisis de empleo, en los años 1977-1985 y 1991-1994, les afectó de manera
que los licenciados universitarios no
perdieron
el empleo
y los menos cualificados
fueron
expulsados del trabajo de manera
más
intensa y definitiva cuanto menor era su nivel formativo. Resulta evidente
que la educación protege de
la expulsión del mercado
de trabajo.
4.- En el caso de las mujeres, sus trayectorias de incremento de la ocupación se caracterizan por la estabilidad en las crisis y el crecimiento durante las fases favorables. Al analizar por niveles educativos, resulta muy
notable la semejanza de las trayectorias de las diferentes cohortes de cada nivel (exceptuando el bachillerato superior como nivel de transición entre dos espacios educativos). Por tanto, se
puede afirmar que el cambio de
participación laboral de las mujeres es una consecuencia directa
de su cambio formativo. Respecto a la recuperación de la ocupación entre los varones y las
mujeres con estudios
primarios, cabe observar
que, al ser mucho más
numerosos los que salen del sistema productivo de puestos descualificados que los que
entran con bajos niveles de estudios, los parados o inactivos de
las edades
intermedias
cuentan con mayores posibilidades
de ocupar
esos
puestos.
5.- Lo que aquí se
ha
denominado ”vuelco formativo” ha consistido en un impresionante aumento de
los niveles educativos generales de las cohortes nacidas a
partir de
1950. En particular, las mujeres españolas, aunque partían
de
niveles formativos más bajos que los varones, han efectuado un enorme
esfuerzo educativo,
gracias al cual han aventajado en nivel de formación a sus coetáneos.
Como la
actividad y,
en
mayor
medida,
la ocupación
de las
mujeres depende de
su nivel formativo, su vuelco educativo explica buena parte del crecimiento de más de seis millones de ocupados entre 1994 y 2004. El “vuelco formativo” reforzará
la tendencia a retrasar la edad de
abandono del mercado de trabajo.
6.- Tomando como base la proyección
demográfica del INE de 2001 se plantean dos supuestos: en el primero se estudia exclusivamente el efecto del
vuelco formativo y en el segundo se extrapolan las trayectorias del último quinquenio de las cohortes de cada nivel de estudios. Esta última se
denomina proyección hacia el pleno empleo. En ambos supuestos las mujeres aumentarán su tasa de empleo
durante la práctica totalidad de sus biografías laborales, y
entre los varones se
producirá un cierto retraso de la edad de abandono del trabajo. Su efecto en el nivel de dependencia total (cantidad de ”no ocupados”
de todas las edades por cada
ocupado)
sería el siguiente: al considerar únicamente
la formación, se
mantendría
prácticamente estable a
lo
largo de los próximos 25 años.
En
el supuesto hacia el pleno empleo la dependencia total disminuiría de forma importante
al bajar, en esos años,
de
1,48 dependientes por ocupado a 1,01.
7.- La dependencia
de los mayores crecería de
0,41 (dependiente mayor
de 65
años por cada
ocupado)
en 2004, a
0,58 en 2030 si sólo consideramos el cambio educativo, o a 0,48 si se cumple la proyección hacia el pleno empleo. Estos cambios son mucho menores que los que
se han venido produciendo, por
tanto, los resultados que pronostica la demografía formativa de la ocupación parecen,
pues, compensar los efectos
más
alarmantes de los cambios demográficos previsibles.
8.- No obstante, sería imprudente fiar a esa evolución prevista
la solución de los problemas de viabilidad financiera
del sistema español de pensiones.
Parece razonable crear incentivos institucionales
para reforzar esas tendencias hacia el pleno empleo y el alargamiento de las carreras laborales. En el área de la política de pensiones, la priorización de los años que representan una carrera
contributiva completa (pasando a un segundo
plano la edad legal de jubilación) incentivaría el retraso de la jubilación
entre quienes se hubieran incorporado más tarde al empleo, al tiempo que
supondría un avance en la
consecución de mayor justicia intergeneracional. En todo caso, parece
indispensable un esfuerzo para promover y dar soporte formativo al mantenimiento de la
ocupación de los mayores ya que es crucial porque serán mayoría
entre las edades activas en 2030.
9.- Desde la perspectiva de
la acción política no podemos olvidar que los abuelos jóvenes desempeñan en nuestros días tareas cruciales de cuidado familiar
que no podrían
cubrir si se mantienen ocupados. Ante esta carencia,
puede que sea aún más difícil la formación de familias jóvenes, se
reduzca aún más la natalidad y que
los más
ancianos se encuentren con
problemas de atención y cuidado
derivados de estados de dependencia física grave.
10.- Para que el
Estado pudiera asumir servicios de dependencia sería necesario una mayor
producción de la que el Estado poder extraer los recursos necesarios para
atenderla. Habría que trabajar más y ser más productivos. Para ser
colectivamente más ricos hay que ser capaces de crear más riqueza.
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