En la asignatura de Sociología del Trabajo del primer cuatrimestre del Grado en Sociología
de la UNED curso 2012/13, algunos compañeros realizamos los resúmenes de los
capítulos de la bibliografía obligatoria.
Derechos reservados, sus autores.
Tema 1.- La educación profesional para
el empleo - Antonio Jesús Acevedo Blanco // Tema 2.- Para una definición social de
la juventud Tomás
Javier Prieto González y Ruth Cardedal Fernández // Tema 3.- La
ocupabilidad en la familia María Lourdes Ruiz Garde // Tema 4.- Dinámica de
la desocupación Irene Ibañez
Sánchez // Tema 5.- Elementos de contexto Blas García Ruiz // Tema
6.- La temporalidad, pacto intergeneracional o imposición Pedro Medina
Charavia // Tema 7.- Biografías laborales por sexo y nivel de estudios Victoria Aguilera Izquierdo // Tema
8.- Dinámica laboral de la inmigración en España Tomás Javier Prieto González
El profesor Luis Garrido analiza la temporalidad en el mercado laboral
español desde la perspectiva del año 1995. Un mercado laboral cuyas características
vienen condicionadas principalmente por cuatro hechos: la inercia heredada del
régimen franquista, la transición política a la democracia, la reconversión
estructural impuesta por la crisis de 1976-85, y la crisis de 1992-94.
LAS INERCIAS DEL PASADO
La estructura del sistema
productivo español durante el franquismo se caracteriza tanto por la
descualificación de los trabajadores como de gran parte de las empresas. Los trabajadores no disponían, en su
mayoría, de una formación profesional adecuada, y las empresas carecían del
capital organizativo para generar una tecnología propia, lo cual significaba
una notable impotencia para competir en el mercado internacional. La
supervivencia de las empresas se lograba mediante el aislamiento comercial y un
pacto social implícito que aseguraba
la estabilidad en el empleo a cambio de la renuncia a derechos laborales
básicos. La falta de productividad se compensaba con una organización de la
producción intensiva en mano de obra.
A la apertura
exterior de la economía española le siguió una crisis internacional, y la
reconversión sectorial, social y organizativa que confluyó con la transición a
la democracia, golpeó duramente a la ya de por sí poco preparada población
ocupada. Las respuestas a la crisis tuvieron que esperar hasta los Pactos de la Moncloa de 1977, y cuando
en 1979 se produjo una segunda convulsión en los precios relativos de la
energía, la caída del número de asalariados y de empleadores puso en evidencia
las debilidades del tejido productivo y las insuficiencias en el cumplimiento
de las reformas propugnadas en los pactos. Los trabajadores que perdieron su
puesto se vieron compensados por las altas indemnizaciones de los despidos,
aunque esto no era suficiente para mitigar el daño objetivo y la frustración
del desempleo. Los empresarios, por su parte, aprendieron a temer los costes
del despido como uno de los enemigos de su propia supervivencia. Los sindicatos
dedujeron que la protección de los trabajadores era irrenunciable pues en
muchos casos, ante la incapacidad para emigrar o reconvertirse, el desempleo
significaba la “muerte laboral” de
muchos trabajadores. Nos encontramos
pues, ante una mortalidad de los puestos de trabajo y de las empresas en el
marco de un espacio productivo notablemente rígido.
Las respuestas que
la sociedad y el Estado han dado a la regulación del mercado de trabajo parecen
altamente condicionadas por la experiencia de la reconversión estructural que
impuso la crisis de 1976-85. En las sucesivas legislaciones se ha actuado
fundamentalmente sobre la entrada en el trabajo multiplicando las formas de contratación, pero no sobre las
condiciones del despido que en las nuevas contrataciones indefinidas no han
sufrido apenas modificación. Se ha mantenido la alternativa entre contratos
temporales con muy escasos derechos y unos contratos indefinidos que se blindan
progresivamente con la antigüedad. La política del paro y de gestión de la
jubilación ha tenido más un carácter de adaptación económica y política a las
convulsiones laborales y a la inercia de la mortalidad de puestos y empresas,
que a una dirección ejecutiva sobre la estructura social y el sistema
productivo.
En 1995 la extensión de la contratación
temporal en España es notoria.
LOS JÓVENES Y LOS MAYORES
Durante la aguda
crisis de empleo de 1976-85 el paro juvenil y, sobre todo, el del colectivo que
buscaba su primer empleo creció de forma vertiginosa en el sector privado, y
esto generaba una imagen de bloqueo en la inserción laboral de los jóvenes. Sin embargo, la expulsión de los mayores de
la ocupación era anterior y más continuada, aunque no hubo una percepción
coherente de la magnitud del problema. Solo parecía preocupar su reflejo en el
crecimiento del número de pensionistas. Con la recuperación económica de
1986-91 los jóvenes recobran parte del terreno perdido mientras los mayores
siguen descendiendo su proporción de ocupación, y la llegada de la crisis de
1992-94 agrava aún más la situación de los mayores de 54 años. Hoy en día
(1995) la desocupación del grupo de edad de 53 a 64 años ha alcanzado el 47,1%
de la que 7,5 puntos pertenecen al paro, mientras que el 39,6% ha pasado a la
inactividad. Pero dicho 47% de no-ocupación no se distribuye de forma homogénea
entre todos los varones en función de su edad; los menos cualificados pierden antes su trabajo y lo recuperan con
mayor dificultad. Quienes no cursaron estudios están fuera de la ocupación
en un 61% (72% en el caso de los analfabetos) mientras que los universitarios de dicha horquilla de edad (53-64 años) el 78%
mantiene su ocupación; la expulsión de los mayores se ha producido asociada a
su escasa cualificación. Cuando se comparan las ocupaciones que tenían los que
han dejado de trabajar con los que siguen haciéndolo, dentro del mismo grupo de
edad, se constata que los puestos de trabajo también requerían menor
cualificación. Cuando la transformación social y tecnológica hace desaparecer
los puestos de menor cualificación, los conocimientos y hábitos adquiridos no
sirven de base para las nuevas cualificaciones necesarias.
Las mayores
proporciones de temporalidad afectan obviamente a los jóvenes (superiores al
30% hasta los 35 años) y hasta los 55 años en el caso de las mujeres, en cuyo
caso no está asociada a la entrada y salida del empleo sino de la actividad.
Pero a pesar de que las diferencias por edad siguen siendo decisivas, la
temporalidad entre los adultos ha crecido de forma apreciable.
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