Artículo de Javier Sampedro publicado en El País el 12 de diciembre de 2013
Nuestro mundo se rige por
la ciencia en mayor medida de lo que creemos. Un gobernante puede creer que su
raza —o su aldea, ya puestos— es superior a las demás, pero no podrá salirse
con la suya sin una ciencia independiente y de calidad que lo apoye; un magnate
pagará un montón de dinero para hacer creer a la gente que su pasta de dientes,
su fuente de energía o sus medios de comunicación son superiores a los demás,
pero fracasará si no puede aportar evidencias científicas. Los alimentos que
comemos, la información que creemos y los medicamentos que tragamos dependen
crucialmente de una ciencia solvente, honrada y evaluada con criterio y
transparencia.¿La tenemos?
El último premio Nobel de
Medicina, Randy Schekman, cree que no. Y no se engañen: la mayoría de los
galardonados con esa cima de las distinciones científicas dedican su visita a
Estocolmo a mayor gloria de sí mismos, o simplemente a hacer turismo. Schekman
ha preferido montar un pollo, y uno bien importante, si hemos de ser justos. En
una columna
publicada por The Guardian y reproducida íntegramente bajo este
artículo, Schekman sostiene que las revistas científicas de élite, en
particular Nature,
Science y Cell,
distorsionan el proceso científico o, peor aún, ejercen una “tiranía” sobre él
que no solo desfigura la imagen pública de la ciencia, sino incluso sus
prioridades y su funcionamiento diario.
Para reforzar su punto de
vista, el premio Nobel —que recogió ayer su galardón en la capital sueca— ha
anunciado su decisión solemne de no publicar nunca más en Nature, Science
y Cell, las tres revistas científicas con más índice de impacto, una
medida de su influencia en otros científicos. Schekman admite que ha publicado
todo lo que ha podido en esas tres revistas, incluidos los papers (artículos
técnicos) que le acaban de valer el premio Nobel. Pero que, ahora que se lo han
dado, ya no va a publicar más ahí.
Su intención es denunciar
—con unas dosis de autocrítica que se echan de menos en la clase política y
otras— las distorsiones que esas grandes editoriales científicas ejercen sobre
el progreso del conocimiento. Schekman denuncia que la admisión de un texto
puede estar sujeta a consideraciones de política científica, presiones o
incluso contactos personales.
Schekman ha fundado su
propia revista electrónica, eLife,
una de las publicaciones científicas “en abierto” que pretenden estimular una
nueva era en la evaluación, presentación y divulgación del progreso científico,
o una ciencia tres punto cero.
Dos de los tres objetivos
prioritarios de Schekman. Las revistas Nature y Science, son premio Príncipe
de Asturias de las ciencias. Pero hay otro galardonado con el mismo
premio, el biólogo Peter Lawrence de la Universidad de Cambridge, que no solo
apoya a Schekman, sino que viene sosteniendo posturas similares desde hace 10
años. “Este asunto viene de lejos y se ha ido volviendo peor en los últimos
años”, dice a EL PAÍS desde Cambridge.
awrence y otros
científicos han escrito artículos en las revistas científicas y presentado
quejas ante los centros de decisión, pero no han logrado gran cosa, ni siquiera
elevar el tema a la opinión pública. El científico de Cambridge se confiesa
contento de que Schekman haya aprovechado su premio Nobel para remar contra
corriente e intentar empujar lo que considera una buena causa. La autocrítica
es inmanente a la ciencia: es lo que mejora sus experimentos y teorías, y lo
que puede mejorar sus formas, su financiación y su comunicación pública.
“Muchos investigadores son
plenamente conscientes de cómo la evaluación del trabajo científico y su
tasación por los burócratas está asesinando la ciencia”, dice Lawrence con característica
elocuencia. “Por supuesto que todos somos culpables de haber representado
nuestro papel, y así lo admite el propio Randy (Schekman); pero es bueno que
esté utilizando su premio Nobel para publicitar sus opiniones, y espero que
ello incremente la percepción pública de por qué la ciencia ha perdido su
corazón”.
Lawrence escribió un
artículo de referencia sobre este asunto hace diez años, curiosamente en la propia revista Nature.
“Cuando lo escribí en 2003, recibí casi 200 cartas, en su mayoría de jóvenes
que sentían que los sueños que les habían llevado a convertirse en científicos
habían sido rapiñados; el punto principal, entonces y ahora, es que los
artículos científicos se han vuelto símbolos para el progreso en la profesión
científica, y los verdaderos propósitos de comunicación y registro están
desapareciendo”.
Otro científico relevante
que apoya la protesta del Nobel Schekman es Michael Eisen, profesor de la
Universidad de California en Berkeley y uno de los fundadores de Public
Library of Science (PLoS), la primera y principal colección de revistas
científicas publicadas en abierto, y con una voluntad de transparencia que les
ha llevado, por ejemplo, a hacer pública la identidad de los dos o tres
científicos, o reviewers, que revisan los manuscritos y deciden sobre su
publicación.
“Lo que ha dicho Randy
(Schekman) es importante”, dice Eisen a EL PAÍS. “Si otros científicos
siguieran esa vía, podrían enmendar muchos problemas de la comunicación
científica en un solo movimiento”. Pero el investigador y editor no alberga
grandes esperanzas: “Hablando como alguien que ya abandonó esas revistas (Nature,
Science y Cell) hace 13 años, y que ha estado intentando convencer a sus
colegas para que hagan lo mismo desde entonces, me temo que la estructura de
incentivos que Randy denuncia es tan poderosa y ubicua que ni siquiera el
liderazgo de un premio Nobel tan brillante y respetado podrá disolverla”.
Eisen no cree que un
boicot a esas tres revistas de élite sirva de mucho. “Si realmente queremos
arreglar las cosas”, concluye, “necesitamos que todos los científicos ataquen
el uso de las publicaciones para evaluar a los investigadores, y que lo hagan
siempre que tengan ocasión: cuando contraten científicos para su propio
laboratorio o departamento, cuando revisen las solicitudes de financiación o
juzguen a los candidatos a una plaza”.
Este diario ha solicitado
su perspectiva a los editores de Nature, Science y Cell, los principales
objetivos de los dardos de Schekman. Lo que sigue son sus respuestas.
“Nuestra política de
aceptación no se rige por consideraciones de impacto”, dice a EL PAÍS Monica
Bradford, editora ejecutiva de Science, “sino por el compromiso editorial de
proveer acceso a investigaciones interesantes, innovadoras, importantes y que
estimulen el pensamiento en todas las disciplinas científicas”. La revista
Science, prosigue explicando Bradford, se publica por la AAAS (Asociación
Americana para el Avance de la Ciencia, siglas en inglés), que es una
organización sin ánimo de lucro, “y trabaja duro para garantizar que la
información científica revisada por pares se distribuye al mayor público
posible”.
Las revistas de primera
fila reciben tal cantidad de manuscritos cada semana que, por simples
consideraciones materiales, tienen que rechazar cerca del 90% de esos trabajos.
La cuestión sería un mero dilema editorial si no fuera porque la carrera de
cualquier científico, sobre todo de los jóvenes, depende estrictamente del
número de publicaciones que consiga con su investigación, en particular en las
grandes revistas de más impacto. Pese a ello, Bradford asegura que “los
presupuestos para el número de páginas y los niveles de aceptación de
manuscritos han ido de la mano históricamente; tenemos una gran difusión, e
imprimir artículos adicionales tiene un gran coste económico”.
Emilie Marcus, editora de Cell,
comenta más específicamente sobre el desafío del Nobel Schekman. “Desde su
lanzamiento hace casi 40 años”, dice, “la revista Cell se ha concentrado
en una visión editorial fuerte, un servicio al autor de primera fila en su
clase con editores profesionales informados y accesibles, una revisión por
pares rápida y rigurosa por investigadores académicos de primera línea, y una
calidad sofisticada de producción”.
“La razón de ser de Cell”,
prosigue Marcus, “es servir a la ciencia y a los científicos, y si no logramos
ofrecer esos valores a nuestros autores y lectores, la revista no prosperará;
para nosotros esto no es un lujo, sino un principio fundacional”.
Artículo de Javier Sampedro publicado en El País el 12 de diciembre de 2013
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