domingo, 15 de diciembre de 2013

Karl Marx, no tan fiero

Artículo de Ángel Vivas publicado en El Mundo el 11/12/2013
Ilustración: Ulises
Un burgués revolucionario. Si esa frase parece contradictoria es porque Marx, Karl Marx, que es de quien hablamos, fue así, algo contradictorio. Fue, desde luego y como ya sabíamos, un revolucionario, más teórico que práctico, pero un profeta de la revolución. Y fue, en casi todos los aspectos de su vida privada, un burgués. Además, y en eso insiste Jonathan Sperber, el autor de la biografía más reciente del viejo barbudo ('Karl Marx. Una vida decimonónica', Galaxia Gutenberg), un hombre de su tiempo, del siglo XIX. Lo que implica que difícilmente sus ideas pudieron ser una guía adecuada para las revoluciones del siglo XX, ni -por la misma razón- cabe echar sobre sus espaldas la responsabilidad por los terribles regímenes que se establecieron en su nombre.
"Las ideas y la práctica política reales de Marx", escribe Sperber, "desarrolladas en la matriz de principios del siglo XIX, la época de la Revolución Francesa y sus ramificaciones, de la filosofía de Hegel y sus críticos, los Jóvenes Hegelianos, de la primera industrialización británica y de las teorías de la economía política surgidas de ella, guarda, a lo sumo, sólo una relación parcial con las ideas que sus posteriores acólitos y adversarios interpretaron en sus textos".
La referencia a la Revolución Francesa es pertinente porque Marx siempre tuvo en mente ese antecedente histórico y soñó con repetir la doble revolución de 1789 y 1793; una, democrática, y la otra, igualitaria y radical. Y la violencia que defendió como partera de la historia se parece más a la ejercida por Robespierre que a la que aplicaría más tarde Stalin, dice el autor de este libro.
No fui un santo
Sperber, desde luego, elude esa trampa de las biografías tipo "vidas ejemplares", en las que el biografiado aparece, no ya con una trayectoria rectilínea, sino, desde el primer momento, con rasgos anunciadores de lo que será en el futuro (como esos santos que, ya en la infancia, son obedientes y caritativos). Marx no tuvo esa vida intelectualmente lineal, más bien al contrario. Y mostró, dice Sperber, una curiosa forma de ejercer la autocrítica, criticando en otros lo que él mismo había dicho en un momento anterior: "Tomaba las ideas que había sostenido en otro momento y las proyectaba en otros pensadores, donde podía rechazarlas sin tener que criticarse a sí mismo... era la única forma de autocrítica que le permitía su personalidad".
Si bien es, lógicamente, difícil encontrar aspectos radicalmente novedosos sobre alguien tan estudiado, el libro de Jonathan Sperber pone el acento en algunos tal vez no suficientemente señalados en otras biografías. Así, la labor de periodista de Marx, es decir, de escritor y editor de periódicos. "La forma de acción política que mejor conocía [era] la dirección de un periódico combativo". Su trabajo en la 'Gaceta Renana' no sólo "fue un punto de inflexión en su desarrollo intelectual, personal y político" que "le permitió entrar en contacto con las ideas comunistas y estableció el marco para su autodefinición como comunista"; también fue capaz de llevar adelante una política editorial exitosa, aumentando considerablemente las ventas. Su labor causó impacto y la ganó una primera fama, hasta el punto de que la burguesía liberal de Colonia le ayudó económicamente y un primer ministro prusiano liberal llegó a ofrecerle un puesto en su gabinete en 1848, que, evidentemente, no aceptó.
Marx ya era entonces un revolucionario, cuyo instrumento de acción política era de nuevo un periódico, la 'Nueva Gaceta Renana'. Hasta tal punto se le identificaba con él que Marx y sus seguidores eran conocidos como "el partido de la 'Nueva Gaceta Renana'".
El autor llama la atención sobre la extraordinaria extensión de la obra periodística de Marx: sólo los artículos publicados entre el 53 y el 62 superan a todo el resto de su obra publicada en vida. Y así como nunca fue buen orador (ceceaba y mantenía un fuerte acento renano), sus dotes de escritor y polemista son indiscutibles. El 'Manifiesto comunista', que el marxista Hobsbawm definía como una "combinación irresistible de seguridad utópica, pasión moral, análisis implacable y, no en última instancia, oscura elocuencia literaria", al más distante Sperber le parece "una obra maestra literaria: un texto compacto, conciso, elegante, potente y a la vez sarcástico y divertido".
Su carácter de hombre del siglo XIX se aprecia en otros aspectos. Desde luego en el hecho de que su teoría económica bebió de las fuentes de los economistas clásicos, a los que pretendió reformular con más precisión antes que refutarlos; pero también en su concepción del imperialismo (muy distinta de la que tendría más tarde Lenin), en el que no dejaba de ver su capacidad civilizatoria y dinamizadora.
Por lo demás, Marx fue un pragmático capaz de abrazar el realismo político y de aplazar la revolución comunista el tiempo que, en su opinión, hiciera falta hasta que se dieran las condiciones adecuadas, mientras criticaba a los izquierdistas y a cualquiera que se desviara de lo que él veía como el camino correcto. Un tacticista que creó la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) y contribuyó destacadamente a desactivarla, que mostró sus reservas ante la experiencia de la Comuna de París antes de identificarla (en 'La guerra civil en Francia') con el futuro comunista soñado por él.
Nunca fue un revolucionario profesional al estilo de Lenin y vivió gran parte de su vida dentro de una "pobreza distinguida". El amor a su mujer y sus hijos "sostuvo su vida" y tuvo un carácter más accesible, alegre y afable que su inseparable Engels.

Quizá no sea el faro de las futuras revoluciones, pero el siglo XIX es ininteligible sin su figura y su obra.
Artículo de Ángel Vivas publicado en El Mundo el 11/12/2013

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