Ilustración: Ulises |
Un burgués revolucionario. Si esa frase parece contradictoria es
porque Marx, Karl Marx, que es de quien hablamos, fue así, algo contradictorio.
Fue, desde luego y como ya sabíamos, un revolucionario, más teórico que
práctico, pero un profeta de la revolución. Y fue, en casi todos los aspectos
de su vida privada, un burgués. Además, y en eso insiste Jonathan Sperber, el
autor de la biografía más reciente del viejo barbudo ('Karl Marx. Una vida
decimonónica', Galaxia Gutenberg), un hombre de su tiempo, del siglo XIX.
Lo que implica que difícilmente sus ideas pudieron ser una guía adecuada para
las revoluciones del siglo XX, ni -por la misma razón- cabe echar sobre sus
espaldas la responsabilidad por los terribles regímenes que se establecieron en
su nombre.
"Las ideas y la práctica política reales de Marx",
escribe Sperber, "desarrolladas en la matriz de principios del siglo XIX,
la época de la Revolución Francesa y sus ramificaciones, de la filosofía de
Hegel y sus críticos, los Jóvenes Hegelianos, de la primera
industrialización británica y de las teorías de la economía política surgidas
de ella, guarda, a lo sumo, sólo una relación parcial con las ideas que sus
posteriores acólitos y adversarios interpretaron en sus textos".
La referencia a la Revolución Francesa es pertinente porque Marx
siempre tuvo en mente ese antecedente histórico y soñó con repetir la doble
revolución de 1789 y 1793; una, democrática, y la otra, igualitaria y
radical. Y la violencia que defendió como partera de la historia se parece más
a la ejercida por Robespierre que a la que aplicaría más tarde Stalin, dice el
autor de este libro.
No fui un santo
Sperber, desde luego, elude esa trampa de las biografías tipo
"vidas ejemplares", en las que el biografiado aparece, no ya con una
trayectoria rectilínea, sino, desde el primer momento, con rasgos anunciadores
de lo que será en el futuro (como esos santos que, ya en la infancia, son
obedientes y caritativos). Marx no tuvo esa vida intelectualmente lineal,
más bien al contrario. Y mostró, dice Sperber, una curiosa forma de ejercer
la autocrítica, criticando en otros lo que él mismo había dicho en un momento
anterior: "Tomaba las ideas que había sostenido en otro momento y las
proyectaba en otros pensadores, donde podía rechazarlas sin tener que
criticarse a sí mismo... era la única forma de autocrítica que le permitía su
personalidad".
Si bien es, lógicamente, difícil encontrar aspectos radicalmente
novedosos sobre alguien tan estudiado, el libro de Jonathan Sperber pone el
acento en algunos tal vez no suficientemente señalados en otras biografías.
Así, la labor de periodista de Marx, es decir, de escritor y editor de
periódicos. "La forma de acción política que mejor conocía [era] la
dirección de un periódico combativo". Su trabajo en la 'Gaceta Renana' no
sólo "fue un punto de inflexión en su desarrollo intelectual, personal y
político" que "le permitió entrar en contacto con las ideas
comunistas y estableció el marco para su autodefinición como comunista";
también fue capaz de llevar adelante una política editorial exitosa, aumentando
considerablemente las ventas. Su labor causó impacto y la ganó una primera
fama, hasta el punto de que la burguesía liberal de Colonia le ayudó
económicamente y un primer ministro prusiano liberal llegó a ofrecerle un
puesto en su gabinete en 1848, que, evidentemente, no aceptó.
Marx ya era entonces un revolucionario, cuyo instrumento
de acción política era de nuevo un periódico, la 'Nueva Gaceta Renana'. Hasta
tal punto se le identificaba con él que Marx y sus seguidores eran conocidos
como "el partido de la 'Nueva Gaceta Renana'".
El autor llama la atención sobre la extraordinaria extensión de
la obra periodística de Marx: sólo los artículos publicados entre el 53 y el 62
superan a todo el resto de su obra publicada en vida. Y así como nunca fue buen
orador (ceceaba y mantenía un fuerte acento renano), sus dotes de escritor y
polemista son indiscutibles. El 'Manifiesto comunista', que el marxista
Hobsbawm definía como una "combinación irresistible de seguridad utópica,
pasión moral, análisis implacable y, no en última instancia, oscura elocuencia
literaria", al más distante Sperber le parece "una obra maestra
literaria: un texto compacto, conciso, elegante, potente y a la vez sarcástico y
divertido".
Su carácter de hombre del siglo XIX se aprecia en otros
aspectos. Desde luego en el hecho de que su teoría económica bebió de las
fuentes de los economistas clásicos, a los que pretendió reformular con más
precisión antes que refutarlos; pero también en su concepción del
imperialismo (muy distinta de la que tendría más tarde Lenin), en el que no
dejaba de ver su capacidad civilizatoria y dinamizadora.
Por lo demás, Marx fue un pragmático capaz de abrazar el
realismo político y de aplazar la revolución comunista el tiempo que, en su
opinión, hiciera falta hasta que se dieran las condiciones adecuadas, mientras
criticaba a los izquierdistas y a cualquiera que se desviara de lo que él veía
como el camino correcto. Un tacticista que creó la Asociación Internacional
de Trabajadores (la Primera Internacional) y contribuyó destacadamente a
desactivarla, que mostró sus reservas ante la experiencia de la Comuna de París
antes de identificarla (en 'La guerra civil en Francia') con el futuro
comunista soñado por él.
Nunca fue un revolucionario profesional al estilo de Lenin y vivió gran parte de su vida dentro de una "pobreza
distinguida". El amor a su mujer y sus hijos "sostuvo su vida" y
tuvo un carácter más accesible, alegre y afable que su inseparable Engels.
Quizá no sea el faro de las futuras revoluciones, pero el siglo
XIX es ininteligible sin su figura y su obra.
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