El texto propuesto para
este comentario está extraído del libro de Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la
acción, en su capítulo quinto Espíritus
de estado. Génesis y estructura del campo burocrático, anexo El espíritu de familia. Es una
compilación de conferencias pronunciadas por Bourdieu en varias instituciones
prestigiosas en diferentes partes del mundo.
Comentario
del contenido
La pretensión de Bourdieu
fue salvar los estereotipos para materializar “las relaciones de poder
existentes en la realidad social” (Lechte, 2010:116). Una de sus fuentes fue el
imperativo sociológico de romper con las ideas preconcebidas, y tal como señala
Giménez, en el paradigma bourdieusiano se puede identificar una “doble serie de
convergencias tendenciales” (Giménez, 1997:2). En primer lugar, rebasar
pretéritas herencias como la de la vieja filosofía social, con la dicotomía
entre idealismo y materialismo; sujeto y objeto; colectivo e individual. Y en
segundo lugar, captar las realidades sociales como construcciones históricas y
comunes de actores individuales como colectivos, éstas como mecanismos que
restan voluntad y control de estos mismos actores. Aquí podemos identificar
claramente la concepción de la familia que señala Bourdieu en el texto
analizado: “(…) principio colectivo de
construcción de la realidad colectiva” (Bourdieu, 1997:128).
Para
Bourdieu el análisis sociológico debe incluir uno que incluya la construcción
de las visiones del mundo, éstas que además contribuyen en dicho proceso
constructivo. Las representaciones de los agentes involucrados son diferentes conforme
su posición y habitus, estos últimos
entendidos como esquemas de percepción y de apreciación, como “estructuras
cognitivas y evaluativas” (Leone, 2005:129). La acción del habitus define la posición social en la que se ha construido y
afirma que la familia es un “principio de construcción”:
“(…) uno de los elementos constitutivos de nuestro habitus, una
estructura mental
que, puesto que ha sido inculcada en todas las mentes socializadas
de una forma determinada, es a la vez individual y colectiva; una
ley tácita (nomos)
de la percepción y de la práctica constituye la base del consenso
sobre
el sentido del mundo social (…)”
(Bourdieu,
1997:129)
Este principio de
construcción es a su vez inherente a los individuos y a la vez los sobrepasan,
ya que lo encuentran bajo la forma de la objetividad en todos los demás. En la
práctica de la vida cotidiana es dónde se cumplen y reproducen todos lo
procesos diferentes, que según este autor, lo asocia a la génesis social del habitus, en primer lugar la inculcación
como acción pedagógica realizada dentro de ese espacio acotado como el escolar
o el familiar, y en segundo lugar, la incorporación, como dimensión de
interiorización de las “regularidades inscritas en sus condiciones de
existencia” (Giménez, 2002:5). Sin embargo, procesos divergentes pero
recíprocamente relacionados, dado que cada institución regula “su poder de
inculcación a través de la mediación de condiciones de existencia específicas”
(Ibídem:5).
El habitus se revela esencialmente por el sentido práctico, por las
habilidades y capacidades que tenemos para actuar conforme al lugar que
ocupemos en el espacio social, y siempre desde las propias restricciones en los
que estamos comprometidos. Lo hacemos sin reflexionar, sin ser conscientes,
sujetos a las distribuciones propias, que actúan como automatismos. Bourdieu señala
de esta manera los mecanismos sociales que intervienen en la configuración del habitus:
“ (…) son,
en efecto, las estructuras características de una clase
determinada
de existencia que, a través de la necesidad económica y social
que hacen
pesar sobre el universo relativamente autónomo de la economía doméstica
y las
relaciones familiares, o mejor, a través de las manifestaciones
propiamente
familiares de esta necesidad externa (forma de división del trabajo
entre
sexos, universo de objetivos, modos de consumo, relación entre parientes, etc.)
producen
las estructuras del habitus que están en el principio de la percepción
y
apreciación de toda experiencia posterior” (Bourdieu, 1991:94)
Bourdieu se refiere a la
familia como una de las categorías sociales de percepción, y éstas se
convierten en “(…) diferencias simbólicas y constituyen un auténtico lenguaje”
(Bourdieu, 1997:20). Un lenguaje que corporaliza la familia como manifestación
de la tendencia a perpetuar su ser social, con todos sus poderes y privilegios,
que generan las diversas estrategias de reproducción. Asimismo, es el corpus de
la eficacia simbólica de todos los ritos institucionales, la familia “(…) no es
más que una palabra”, pero una que nos traslada a una frontera, al concepto de
delimitación, de un espacio acotado en dicotomía con otros. Para este autor, la
familia es el resultado de una “ficción social” realizada y producto de una
“auténtica labor de institución” dirigida a establecer rígidamente en “cada uno
de los miembros de la unidad instituida unos sentimientos adecuados para
garantizar la integración que es la condición de la existencia y de la
persistencia de esta unidad” (Ibídem:130).
La familia como “categoría
social objetiva (estructura estructurante) es el fundamento de la misma como
categoría social subjetiva (estructura estructurada)” (Ibídem:130), un flujo que se retroalimenta y reproduce el orden
social. Una categoría cognitiva que construye el fundamento de diversas
representaciones y de acciones que asisten a reproducir la categoría social
objetiva. Someten a sus miembros a unos principios cognitivos de visión y de
división, como afectivos de cohesión, o como lo afirma el propio autor “de
adhesión vital a la existencia de un grupo familiar y a sus intereses” (Ibídem:130).
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