En este ensayo se propone
elaborar una aproximación al texto Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman -Polonia, 1925-. Para ello se
desarrollará un análisis de esta obra a través de los cinco paradigmas que
ordena el autor en la solidificación de lo liquido: Emnancipación,
Individualidad, Espacio/Tiempo, Trabajo y Comunidad. Se realizará en constante
diálogo con otros autores, incluyendo mi propia argumentación sobre los asuntos
tratados, tal como se establece en las orientaciones que se encuentran en la
guía de estudio de la asignatura.
0. Prólogo. Acerca de lo leve y lo líquido
La
modernidad líquida emana de las elecciones entre lo individual y lo colectivo,
y se va desgranando del racimo social y dando forma a un nuevo fruto de germen
inclasificable. La familia, el estado, el trabajo, las concepciones de espacio
y tiempo, etc., hasta las propias leyes y normas o dogmas religiosos pasan a
mirarse con una perspectiva más volátil, menos pesada o sólida, maleable y/o
modificable. No obstante, todos estos moldes de lo pesado, de lo sólido no
desaparecen en virtud de un futuro no-moldeable, es imposible, sino que se
sustituyen por otros moldes derivados de la acción de quebrar los moldes.
Las claves de la modernidad, pues se
establecen en unos parámetros determinados. Y estos se perfilan con la ruptura
inicial del continuum práctica
vital/espacio-tiempo. A partir de aquí salen a la palestra otros parámetros
como velocidad, flexibilidad, sociedad, independencia, individualidad…, en
concreto cinco órdenes o ejes que se establecen como capítulos en el texto de
Bauman, y que diseccionan el concepto enfrentándolo frontalmente a su
antecesor, el de la modernidad sólida.
1.
Emancipación
“El
final de la segunda Guerra Mundial abrió paso a tres décadas gloriosas de
crecimiento sin precedente y de afianzamiento de la riqueza y de la seguridad económica
del próspero Occidente” (Bauman, 2012:21), arranca así el primero de los
capítulos, y su título coincide con uno de los parámetros o pilares que
sustentan la teoría de la modernidad líquida. Estos treinta años representaron el
punto de partida a una revolución no planeada, basada en la sociedad grupal, en
la construcción de un universo social basado en el dinero, en la escala por el
bienestar, y en la materialización de normas que trazaban el croquis de una
nueva perspectiva, nacida del caos producido por la Guerra, y del estado en el
que occidente quedó tras ella. Nada podía ser peor.
Y
a partir de aquí la libertad individual comenzó a gestarse en diferentes
escenarios, los subjetivos y los objetivos. Estas diferentes posibilidades de
libertad, la subjetiva y la objetiva, sirvieron como herramientas de
construcción de las nuevas realidades. La libertad subjetiva pasaba por vivir
un estado de libertad oculto en unas circunstancias reales que no lo son. Es
decir, los esclavos viven libres dentro de su propio cautiverio, y se
conforman. Hasta que llega el momento de percibir que esa libertad es subjetiva
y pasan a necesitar una libertad objetiva, en la que las decisiones no sean
tomadas por otros, sino por ellos mismos. Es el análisis del mito de la Odisea
y los Puercos de Circe, en el que los propios marineros de Odiseo son felices,
seguros, siendo cerdos y no marineros como su propia naturaleza así lo
indicaba.
Llega
el momento pues de la “liberación”, de la adopción real de ese cauce que
enfrenta al ser humano a sus propias decisiones, circunstancias y acciones. Y
con él llegan las dudas, otra vez, de si todos los miembros de la sociedad
estarán preparados para adoptar ese paso libertario o liberador, o por el
contrario se hallarán desvalidos ante situaciones insospechadas a las que
deberán enfrentarse: “(…) poniéndose bajo el ala de la sociedad se vuelve, en
cierta medida, dependiente de ella. Pero se trata de una dependencia
liberadora, no hay contradicción en ello” (Bauman, 2012:25), el autor cita a
Durkheim para concluir que en este caso “(…) no existe otra manera de alcanzar
la liberación más que someterse a la sociedad y seguir sus normas” (Ibídem: 25).
El
argumento, pesado, no deja de ser peregrino por contradictorio. Sin embargo, el
peso de siglos sobre las conductas humanas no permite, a priori, esa
liberalización objetiva: “La ausencia de normas o su mera oscuridad –anomia- es
lo peor que le puede ocurrir a la gente en su lucha por llevar adelante sus
vidas” (Ibídem: 26), indica y recalca
a través de una cita de Hennet “ (…) imaginar una vida de impulsos momentáneos,
de acciones a corto plazo, carente de rutinas sostenibles, una vida sin
hábitos, es imaginar, justamente, una existencia insensata” (Ibídem:26). Sin embargo
este hándicap se supera, la propia evolución así lo manifiesta, y Touraine lo
adelanta: “(…) la muerte de la definición del ser humano como ser social,
definido por su lugar en una sociedad que determina sus acciones y
comportamientos” (Ibídem: 26), ha llegado,
o lo hará tarde o temprano. No obstante, esa independencia irradiada de la
libertad individual sigue sin constatarse como un hecho realizado óptimamente:
“ (…) estamos
quizás mucho más predispuestos críticamente [fruto de la libertad
individual
claro está], más atrevidos e intransigentes en nuestra crítica de lo
que
nuestros ancestros pudieron estarlo en su vida diaria, pero nuestra crítica,
por así
decirlo no tiene dientes, es incapaz de producir efectos en el programa
establecido
para nuestras opciones de política de vida”
(Bauman,
2012:26)
En definitiva una especie de crítica
blanda, que es capaz de no molestarse si algo funciona aunque sea criticable y
denunciable. Es lo que Bauman denomina una crítica estilo consumidor frente a
una antecesora crítica de estilo productor. Todo ello, y el paso escalonado de
diferentes situaciones sociales vividas de manera diacrónica llevan a afirmar
que “La sociedad que ingresa en el siglo XXI no es menos moderna que la que
ingresó en el XX; a lo sumo se puede decir que es moderna de manera diferente”
(Bauman, 2012:33), y éste quizás sea un axioma que maneja el contenido completo
de este ensayo: los cambios no sustituyen ni innovan, difieren.
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