En este ensayo se propone
elaborar una aproximación al texto Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman -Polonia, 1925-. Para ello se
desarrollará un análisis de esta obra a través de los cinco paradigmas que
ordena el autor en la solidificación de lo liquido: Emnancipación,
Individualidad, Espacio/Tiempo, Trabajo y Comunidad. Se realizará en constante
diálogo con otros autores, incluyendo mi propia argumentación sobre los asuntos
tratados, tal como se establece en las orientaciones que se encuentran en la
guía de estudio de la asignatura.
2.
Individualidad
Efecto
de esa emancipación se pasa a un estado de individualidad desconocido a través
de los siglos. Enseñados los miembros de la sociedad a obedecer órdenes y
seguir rutinas prefijadas se entra en un paradigma cuasi opuesto, en el que la
decisión parte del individuo analizada bajo el espíritu crítico, que desarma
aquel patrón de manipuladores y manipulados de antaño. Siglo XX, con las
teorías del fordismo, son la base de análisis para todo el cambio producido.
Ese capitalismo pesado estableció cadenas de producción hasta en la manera de
pensar, manipuladas por individuos calculadores y delimitadores de las
libertades personales de sus pares.
Durante
todos esos años, los que funcionó ese modelo, las ideas, las formas de pensar
iban estrechamente aparejadas a las maneras de actuar, no tomadas de una libertad
individual, sino trazadas para grupos grandes de personas. Los ejemplos del
antes y después de estos modelos capitalistas, el pesado y el liviano de la
actualidad, comparan la posibilidad de trabajar en una cadena de montaje de
Citroen o de Ford con trabajar como programador en Microsoft. Puestos parecidos
pero diferentes en pesadez, uno podría ser definitivo, aportaba seguridad al
trabajador y seguridad a la fábrica, el otro aporta levedad, inconstancia, el
trabajador no establece vínculos de interés con su propio trabajo y la fábrica
no pierde porque no deposita valor a largo plazo en ese individuo. Se va uno y
viene otro, la cadena no se detiene. Bauman compara la realidad actual con un
buffet de un restaurante donde las posibilidades son enormes. Es el comensal el
que debe, desde su propia individualidad, asumir los riesgos, tomar decisiones,
elegir. Y si se equivoca, el error sólo le pasará factura a él: “(…) con el
exceso de oportunidades, crecen las amenazas de desestructuración,
fragmentación y desarticulación” (Bauman, 2012:25), cita el autor a Yves
Michaud.
Esta
nueva circunstancia abre un abanico de dudas. Las luchas por la libertad
individual que se siguieron a lo largo de siglos condenan ahora al individuo a
serlo. Esa libertad no ofrece una cartografía estable del futuro, y todo se
convierte en un mero proyecto sin solución de continuidad. Desaparecen los
currículos, desaparece el sentido de currículum vitae, de camino de la vida, en
favor de una inmediatez casi efímera. Los otros estamentos se dispersan
también: familia, escuela, colegio, estado.
La individualización se ha estado desarrollando
paulatinamente y es difícil hacer un pronóstico en cuanto a su plasmación en
una nueva disposición social, así lo afirma el sociólogo alemán Ulrich Beck. El
individualismo se relaciona con el redescubrimiento de la vida privada, de la
pluralidad de los estilos de vida. Una concepción atomista, la suma de
individuos en el mundo social, la antítesis de la sociedad de clases prevista
por Weber, o en la visión marxiana de una sociedad sin clases, donde las
personas se inclinan a verse simplemente como individuos y no como parte de una
clase social. Una identidad que se apoya por su estatus como consumidores por
ejemplo, con la llamada apocalíptica “fin de las clases” de Jan Pakulski y
Malcom Waters. La estratificación marcada por el consumo cultural y no por la
posición de clase dentro de la división del trabajo, una sociedad en proceso de
transición con unas características bien delimitadas de esta cultura moderna
como son “la diferenciación, la racionalización y la mercantilización”
(Giménez, 2004:20).
El sociólogo y economista norteamericano
Jeremy Rifkin escribía ya a principio de este siglo, “una gran transformación
está ocurriendo en la naturaleza del capitalismo. El viaje del capitalismo está
terminando en la mercantilización de la cultura humana en sí misma (…)”
(Köster, 2008:105). La época contemporánea es la de la globalización, la del
“capitalismo planetarizado, de las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación” (Lipovetsky, 2008:55) como subraya el filósofo y sociólogo
francés Lipovetsky y que éste denomina como la “hipermodernidad”, la técnica en
el sentido que le daba Heidegger, es decir, el universo técnico-científico, el
universo de la contabilidad generalizada, aquél que utiliza los mismos
símbolos, el mismo sistema de valores, por tanto, la racionalidad operativa.
Se ha convertido en el elemento
estructurante que se “filtra en todas las dimensiones de vida social, cultural
e individual” (Lipovetsky, 2008:57). Y como bien lo señala este autor, nos
encontramos con la cristalización del “homo consumericus” (Lipovetsky,
2010:120), el consumo sin freno que concluye como la nueva espiritualidad
consumista sin fronteras. Un nuevo principio ético que trae la modernidad, como
felicidad –paradójica- de la vida en presente que ha reemplazado a las
expectativas del futuro histórico y el hedonismo a las militancias políticas;
la fiebre del confort ha suplantado a las pasiones nacionalistas y a las
utopías revolucionarias. Quizás los últimos acontecimientos que aplastan a la
ciudadanía, puedan rezumar viejas pretensiones de cambio, de una sociedad algo
anestesiada por momentos domesticada, pero muy recelosa con todos los poderes.
En este capitalismo globalizado y
fagocitador sin límites, las relaciones de poder
resultan mucho más inestables y menos reproducibles ya que sus fuentes aparecen
inherentemente asociadas a las características humanas “más naturales” como son
el riesgo o el miedo y que son “menos atributos de las estructuras y las
organizaciones y más de los individuos” (Köster, 2008:120). Como toda forma de
poder pone en marcha su mecanismo de perpetuación, podemos advertir un mundo
potencialmente más poroso al cambio social y donde emerge un discurso
moralizador que protege una cultura marcadamente neoliberal, estamos asistiendo
a procesos contradictorios, confusos y equivocados. Bauman señala que el
atributo de este proceso se asocia en nuestros días a un “destino inexorable;
con los efectos secundarios, imprevistos y no planeados, de la globalización
negativa. “(…) Una sociedad abierta es una sociedad expuesta a los golpes del
destino” (Bauman, 2010:16).
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