martes, 18 de febrero de 2014

UNA APROXIMACIÓN A LA MODERNIDAD LÍQUIDA DE ZYGMUNT BAUMAN Parte 2


En este ensayo se propone elaborar una aproximación al texto Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman -Polonia, 1925-. Para ello se desarrollará un análisis de esta obra a través de los cinco paradigmas que ordena el autor en la solidificación de lo liquido: Emnancipación, Individualidad, Espacio/Tiempo, Trabajo y Comunidad. Se realizará en constante diálogo con otros autores, incluyendo mi propia argumentación sobre los asuntos tratados, tal como se establece en las orientaciones que se encuentran en la guía de estudio de la asignatura.

2. Individualidad

Efecto de esa emancipación se pasa a un estado de individualidad desconocido a través de los siglos. Enseñados los miembros de la sociedad a obedecer órdenes y seguir rutinas prefijadas se entra en un paradigma cuasi opuesto, en el que la decisión parte del individuo analizada bajo el espíritu crítico, que desarma aquel patrón de manipuladores y manipulados de antaño. Siglo XX, con las teorías del fordismo, son la base de análisis para todo el cambio producido. Ese capitalismo pesado estableció cadenas de producción hasta en la manera de pensar, manipuladas por individuos calculadores y delimitadores de las libertades personales de sus pares.

Durante todos esos años, los que funcionó ese modelo, las ideas, las formas de pensar iban estrechamente aparejadas a las maneras de actuar, no tomadas de una libertad individual, sino trazadas para grupos grandes de personas. Los ejemplos del antes y después de estos modelos capitalistas, el pesado y el liviano de la actualidad, comparan la posibilidad de trabajar en una cadena de montaje de Citroen o de Ford con trabajar como programador en Microsoft. Puestos parecidos pero diferentes en pesadez, uno podría ser definitivo, aportaba seguridad al trabajador y seguridad a la fábrica, el otro aporta levedad, inconstancia, el trabajador no establece vínculos de interés con su propio trabajo y la fábrica no pierde porque no deposita valor a largo plazo en ese individuo. Se va uno y viene otro, la cadena no se detiene. Bauman compara la realidad actual con un buffet de un restaurante donde las posibilidades son enormes. Es el comensal el que debe, desde su propia individualidad, asumir los riesgos, tomar decisiones, elegir. Y si se equivoca, el error sólo le pasará factura a él: “(…) con el exceso de oportunidades, crecen las amenazas de desestructuración, fragmentación y desarticulación” (Bauman, 2012:25), cita el autor a Yves Michaud.

Esta nueva circunstancia abre un abanico de dudas. Las luchas por la libertad individual que se siguieron a lo largo de siglos condenan ahora al individuo a serlo. Esa libertad no ofrece una cartografía estable del futuro, y todo se convierte en un mero proyecto sin solución de continuidad. Desaparecen los currículos, desaparece el sentido de currículum vitae, de camino de la vida, en favor de una inmediatez casi efímera. Los otros estamentos se dispersan también: familia, escuela, colegio, estado.

La individualización se ha estado desarrollando paulatinamente y es difícil hacer un pronóstico en cuanto a su plasmación en una nueva disposición social, así lo afirma el sociólogo alemán Ulrich Beck. El individualismo se relaciona con el redescubrimiento de la vida privada, de la pluralidad de los estilos de vida. Una concepción atomista, la suma de individuos en el mundo social, la antítesis de la sociedad de clases prevista por Weber, o en la visión marxiana de una sociedad sin clases, donde las personas se inclinan a verse simplemente como individuos y no como parte de una clase social. Una identidad que se apoya por su estatus como consumidores por ejemplo, con la llamada apocalíptica “fin de las clases” de Jan Pakulski y Malcom Waters. La estratificación marcada por el consumo cultural y no por la posición de clase dentro de la división del trabajo, una sociedad en proceso de transición con unas características bien delimitadas de esta cultura moderna como son “la diferenciación, la racionalización y la mercantilización” (Giménez, 2004:20).

El sociólogo y economista norteamericano Jeremy Rifkin escribía ya a principio de este siglo, “una gran transformación está ocurriendo en la naturaleza del capitalismo. El viaje del capitalismo está terminando en la mercantilización de la cultura humana en sí misma (…)” (Köster, 2008:105). La época contemporánea es la de la globalización, la del “capitalismo planetarizado, de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación” (Lipovetsky, 2008:55) como subraya el filósofo y sociólogo francés Lipovetsky y que éste denomina como la “hipermodernidad”, la técnica en el sentido que le daba Heidegger, es decir, el universo técnico-científico, el universo de la contabilidad generalizada, aquél que utiliza los mismos símbolos, el mismo sistema de valores, por tanto, la racionalidad operativa.

Se ha convertido en el elemento estructurante que se “filtra en todas las dimensiones de vida social, cultural e individual” (Lipovetsky, 2008:57). Y como bien lo señala este autor, nos encontramos con la cristalización del “homo consumericus” (Lipovetsky, 2010:120), el consumo sin freno que concluye como la nueva espiritualidad consumista sin fronteras. Un nuevo principio ético que trae la modernidad, como felicidad –paradójica- de la vida en presente que ha reemplazado a las expectativas del futuro histórico y el hedonismo a las militancias políticas; la fiebre del confort ha suplantado a las pasiones nacionalistas y a las utopías revolucionarias. Quizás los últimos acontecimientos que aplastan a la ciudadanía, puedan rezumar viejas pretensiones de cambio, de una sociedad algo anestesiada por momentos domesticada, pero muy recelosa con todos los poderes.

En este capitalismo globalizado y fagocitador sin límites, las relaciones de poder resultan mucho más inestables y menos reproducibles ya que sus fuentes aparecen inherentemente asociadas a las características humanas “más naturales” como son el riesgo o el miedo y que son “menos atributos de las estructuras y las organizaciones y más de los individuos” (Köster, 2008:120). Como toda forma de poder pone en marcha su mecanismo de perpetuación, podemos advertir un mundo potencialmente más poroso al cambio social y donde emerge un discurso moralizador que protege una cultura marcadamente neoliberal, estamos asistiendo a procesos contradictorios, confusos y equivocados. Bauman señala que el atributo de este proceso se asocia en nuestros días a un “destino inexorable; con los efectos secundarios, imprevistos y no planeados, de la globalización negativa. “(…) Una sociedad abierta es una sociedad expuesta a los golpes del destino” (Bauman, 2010:16).

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