El texto propuesto para
este comentario está extraído del libro de Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la
acción, en su capítulo quinto Espíritus
de estado. Génesis y estructura del campo burocrático, anexo El espíritu de familia. Es una
compilación de conferencias pronunciadas por Bourdieu en varias instituciones
prestigiosas en diferentes partes del mundo.
Comentario
Crítico
Bourdieu intentó combinar
los niveles de análisis micro y macro, fijando su atención al modo en que los
sujetos dan significado al mundo en el que viven, un significado que está
“moldeado o limitado por las estructuras objetivas de la sociedad” (Kerbo,
2010:136). La sociología y la filosofía que guió el trabajo de Bourdieu se
denominó “sociología relacional de la ciencia y filosofía de la acción” (Silva,
2008:1). Para este autor es clave aproximarse empíricamente la realidad social
salvando la “falsa dicotomía entre objetivismo y subjetivismo” (Leone,
2005:129), o lo que es lo mismo individuo y sociedad, evidencia apropiarse lo
mejor de ambas perspectivas, y esto lo hace descifrando en dos momentos
analíticos fundamentales: el campo y habitus.
Esta filosofía de la acción la dispone concentrada en un limitado
número de conceptos fundamentales que “tienen como base la interrelación mutua
entre las estructuras objetivas (las de los campos sociales) y las
estructuras incorporadas (las del habitus)” (Castón, 1996:94).
En definitiva, la
perspectiva de Bourdieu sobre la familia es la de representar un papel
fundamental en el sostenimiento del orden social. En la reproducción biológica
como social, en aquella además que a modo de propagación de la estructura del
espacio social y de las relaciones sociales, un espacio de acumulación de
capital, en sus diferentes dimensiones e intergeneracional entre sus miembros.
Y así lo ha hecho a través de la historia con los diversos tipos de relaciones
sociales, de intereses y de recursos propios que dan lugar a esa esfera de la
vida social que se ha ido cristalizando durante el tiempo, y que Bourdieu llama
campo: (…) una red o una configuración
de relaciones objetivas entre posiciones diferenciadas, socialmente definidas y
en gran medida independientes de la existencia física de los agentes que las
ocupan (Giménez, 1997:7). Es en este espacio donde Bourdieu establece la lucha
por el poder simbólico y lugar de reproducción de las relaciones diferenciales,
se transmuta en un campo simbólico, uno de los principios para la reproducción
cultural. Los productos resultantes de “la lucha por la imposición y la
definición de la legitimidad de una creencia son” (Romeu, 2011:122) los que
mantienen en función de legítimos culturalmente, la reproducción del orden
social mismo.
Como definición básica,
una familia es un “grupo de personas directamente ligadas por nexos de
parentescos, cuyos miembros adultos asumen la responsabilidad del cuidado de
los hijos” (Giddens, 2009:219). Bourdieu es muy categórico en su definición de
familia, y lo hace con vehemencia en señalar que es una “ficción social”, con
el único propósito de construcción social, que se justifica así misma, y en
pura legitimidad en el reconocimiento por parte de la colectividad.
Desde la investigación
sociológica se ha tratado la familia como institución desde diferentes
perspectivas, por ejemplo Eli Chinoy afirmaba que la familia es la unidad
social básica, la vida de cada individuo está vinculada casi por completo a la
familia, prácticamente en “todas las sociedades humanas se encuentra alguna
forma de familia, aunque su posición dentro del sistema mayor de parentesco
varía grandemente” (Chinoy, 1966:141). Los sociólogos han desarrollado largas
listas de funciones que cumplen las familias y han debatido sobre cómo éstas se
han modificado a través del tiempo. Macionis y Plummer ofrecen una lista
“estándar” (Macionis, 2010:475) de estas funciones: socialización, regulación
de la actividad sexual, ubicación en la escala de estratificación social o
seguridad material y emocional. Según el paradigma funcionalista, la familia
cumple objetivos básicos. Para Parsons, la familia nuclear eral la unidad provista
para ocuparse de las demandas de la sociedad industrial. En la antípodas del
funcionalismo nos encontramos a los teóricos del conflicto (como al propio
Bourdieu) que señalan cómo la familia perpetúa la desigualdad. La familia juega
un papel fundamental en la reproducción social de la desigualdad: la propiedad
y herencia, patriarcado o la raza y etnicidad.
Bauman sociólogo coetáneo
de Bourdieu, se refiere a la fragilidad de las relaciones humanas, ya sean de
clase o de familia, entre otros. Un hombre sin lazos fijos e irrompibles, su
idea de sociedad moderna es “líquida”, como metáfora de cambio constante de
maleabilidad. Con la llegada de la industrialización, la familia pierde
importancia como unidad de producción económica y se centra en la reproducción,
la crianza de los hijos y la socialización. A comienzos del siglo XXI parece
que las familias y las relaciones personales están experimentando cambios
importantes, donde conviven pretéritas pautas, con algunas otras totalmente
nuevas. Las transformaciones que afectan a la esfera personal y emocional
traspasan todas las fronteras: las geográficas, las teóricas, las emocionales,
las personales, etc.
El sociólogo Anthony
Giddens señala que “no es posible un retorno a la familia tradicional, porque
tal como suele concebirse, nunca existió” (Giddens, 2009:254) ese modelo de
familia del pasado representaba tantas facetas represivas que resulta poco
probable pensar hoy puedan significar un modelo. Los
cambios sociales han propiciado esa transformación de las concepciones (y
construcciones) de familia precedentes. Bourdieu concibe su análisis de la
familia en esa mirada constreñida por la dominación, un modelo salvado por la
propia evolución de nuestras sociedades.
Hay una reducción de Bourdieu
en su proposición de familia, pero a la vez nos orienta a un espacio donde se
aloja multitud de concepciones que están compartimentadas en su particular
teoría de la acción. De la práctica social que lleva acabo esas construcciones
cognitivas de dos caras, una intangible como territorio imaginario, pero una
muy tangible en la coerción que ejerce esta esfera (de acción) sobre sus
miembros, como por su entorno más inmediato. Un terreno fértil en diversas
prácticas de adiestramiento, en capacidades y habilidades que señalan (dirigen)
un camino a recorrer. Esa configuración es legítima, y lo es porque así lo
decide en conjunto de individuos en sociedad, que con ello la hacen compacta e
imperecedera. Bourdieu delimita de una manera muy precisa, señalando dónde se
encuentran esos campos de dominación, (la enseñanza o la familia), pero quizás
demasiado contundente, tal y como así lo afirman los hermanos Castro Nogueira:
“La gente, en fin, no siempre hace lo que hace para poner en
práctica su sentido práctico, sus creencias o sus habitus sino que,
a menudo, hace lo que hace, paradójicamente, para poder creer
más y mejor en sus creencias y sensaciones y/o, sobre todo,
para que los otros crean en ellos como competentes nativos
y les otorguen su aprobación, consideración, reconocimiento,
estima y afecto” (Castro,
2008:314).
Posiblemente Bourdieu
ofuscado por la lógica de la reproducción social de estructuras y campos, no se
percató que estos espacios de interiorización del campo social (habitus) no eran capaces de explicar la totalidad
de los procesos de subjetivación, no señaló la eventual e imprevisible acción
del sujeto, como la incierta e inestabilidad del grupo de referencia de este.
Un individuo puede encontrarse en
muchas ocasiones tan alejado del habitus
de referencia, que puede experimentar “en cualquier momento, con gran
intensidad, otras emociones y creencias muy alejadas (y hasta incompatibles
con) de lo que debería ser su nicho (o identidad) social” (Castro, 2008:315).
El espejismo de condensar al individuo en un “amasijo de hábitos e inercias
sociales cuyas disposiciones reproducen especularmente las posiciones del campo
en el que se han socializado” (Castro, 2008:767), es privar de las pasiones
propias del ser humano, porque la socialización en y por la familia, por
ejemplo, se complementa por fuerzas subjetivas igual de presentes y coercitivas
al sujeto en cuestión.
Todo es relativo en
relación con la organización social y su emplazamiento espacio-tiempo social y
circunstancias particulares. No todas las realidades sociales son ficciones
sociales, construcciones sujetas por el único reconocimiento colectivo, la
familia como único principio colectivo y
responsable de la construcción cognitiva que forma parte de la realidad común.
No todo podemos observarlo como calculadas armonías de imágenes orgánicas (como
jerarquías) de unidad familiar: lo que en sociedad es natural es natural en
cuanto a ideologías, por ejemplo, y en cuanto a ese imaginario social que es
inherente a un contexto, a un instante muy preciso de la historia. ¿qué
entendemos por familia hoy?
Aceptamos y obedecemos (la
mayor parte de las veces, sino siempre o casi nunca) las reglas y costumbres
sociales de una manera dócil por (en) nuestro habitus, sin embargo, como una crítica demasiado unilateral de los
modelos del actor reflexivo “podría hacernos caer en otro sesgo identificado
por el sociólogo americano Harold Garfinkel; tomar a los agentes sociales por
-idiotas culturales-“ (Corcuff, 2005:37). Afirmar tan taxativamente, de modo
tan dicotómico la lógica intelectual con la práctica es no advertir que la
reflexividad (sobre lo que se está haciendo), no siempre es precedente de la
acción y no está igualmente ausente de las conductas prácticas. Bourdieu “propone el ejemplo del juego, en el que
los jugadores, una vez que han interiorizado sus reglas, actúan conforme
a ellas sin reflexionar sobre
las mismas ni cuestionárselas” (Aguirre, 1997:1). Con todo ello, los actores se
pliegan al propio juego en sí.
Podemos entonces
cuestionarnos si la conciencia permite o no huir de las azarosas alteraciones
de este habitus (formas de obrar y
pensar) como parte de un sistema complejo que se autoorganiza de modo
desordenado e imprevisible.
“También hay que tomar nota de todo lo que lo social incorporado (…)
debe al hecho de estar ligado al individuo biológico y, por lo tanto,
de ser dependiente de las debilidades y fallos del cuerpo:
el deterioro de las facultades, mnemónicas en particular,
o la posible imbecilitas del heredero de la corona, o la muerte.”
(Bourdieu, 1999:206)
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