martes, 25 de febrero de 2014

Pierre Bourdieu - Razones Prácticas sobre la teoría de la acción Parte III


El texto propuesto para este comentario está extraído del libro de Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, en su capítulo quinto Espíritus de estado. Génesis y estructura del campo burocrático, anexo El espíritu de familia. Es una compilación de conferencias pronunciadas por Bourdieu en varias instituciones prestigiosas en diferentes partes del mundo.

Comentario Crítico

Bourdieu intentó combinar los niveles de análisis micro y macro, fijando su atención al modo en que los sujetos dan significado al mundo en el que viven, un significado que está “moldeado o limitado por las estructuras objetivas de la sociedad” (Kerbo, 2010:136). La sociología y la filosofía que guió el trabajo de Bourdieu se denominó “sociología relacional de la ciencia y filosofía de la acción” (Silva, 2008:1). Para este autor es clave aproximarse empíricamente la realidad social salvando la “falsa dicotomía entre objetivismo y subjetivismo” (Leone, 2005:129), o lo que es lo mismo individuo y sociedad, evidencia apropiarse lo mejor de ambas perspectivas, y esto lo hace descifrando en dos momentos analíticos fundamentales: el campo y habitus. Esta filosofía de la acción la dispone concentrada en un limitado número de conceptos fundamentales que “tienen como base la interrelación mutua entre las estructuras objetivas (las de los campos sociales) y las estructuras incorporadas (las del habitus)” (Castón, 1996:94).
En definitiva, la perspectiva de Bourdieu sobre la familia es la de representar un papel fundamental en el sostenimiento del orden social. En la reproducción biológica como social, en aquella además que a modo de propagación de la estructura del espacio social y de las relaciones sociales, un espacio de acumulación de capital, en sus diferentes dimensiones e intergeneracional entre sus miembros. Y así lo ha hecho a través de la historia con los diversos tipos de relaciones sociales, de intereses y de recursos propios que dan lugar a esa esfera de la vida social que se ha ido cristalizando durante el tiempo, y que Bourdieu llama campo: (…) una red o una configuración de relaciones objetivas entre posiciones diferenciadas, socialmente definidas y en gran medida independientes de la existencia física de los agentes que las ocupan (Giménez, 1997:7). Es en este espacio donde Bourdieu establece la lucha por el poder simbólico y lugar de reproducción de las relaciones diferenciales, se transmuta en un campo simbólico, uno de los principios para la reproducción cultural. Los productos resultantes de “la lucha por la imposición y la definición de la legitimidad de una creencia son” (Romeu, 2011:122) los que mantienen en función de legítimos culturalmente, la reproducción del orden social mismo.
Como definición básica, una familia es un “grupo de personas directamente ligadas por nexos de parentescos, cuyos miembros adultos asumen la responsabilidad del cuidado de los hijos” (Giddens, 2009:219). Bourdieu es muy categórico en su definición de familia, y lo hace con vehemencia en señalar que es una “ficción social”, con el único propósito de construcción social, que se justifica así misma, y en pura legitimidad en el reconocimiento por parte de la colectividad.
Desde la investigación sociológica se ha tratado la familia como institución desde diferentes perspectivas, por ejemplo Eli Chinoy afirmaba que la familia es la unidad social básica, la vida de cada individuo está vinculada casi por completo a la familia, prácticamente en “todas las sociedades humanas se encuentra alguna forma de familia, aunque su posición dentro del sistema mayor de parentesco varía grandemente” (Chinoy, 1966:141). Los sociólogos han desarrollado largas listas de funciones que cumplen las familias y han debatido sobre cómo éstas se han modificado a través del tiempo. Macionis y Plummer ofrecen una lista “estándar” (Macionis, 2010:475) de estas funciones: socialización, regulación de la actividad sexual, ubicación en la escala de estratificación social o seguridad material y emocional. Según el paradigma funcionalista, la familia cumple objetivos básicos. Para Parsons, la familia nuclear eral la unidad provista para ocuparse de las demandas de la sociedad industrial. En la antípodas del funcionalismo nos encontramos a los teóricos del conflicto (como al propio Bourdieu) que señalan cómo la familia perpetúa la desigualdad. La familia juega un papel fundamental en la reproducción social de la desigualdad: la propiedad y herencia, patriarcado o la raza y etnicidad.
Bauman sociólogo coetáneo de Bourdieu, se refiere a la fragilidad de las relaciones humanas, ya sean de clase o de familia, entre otros. Un hombre sin lazos fijos e irrompibles, su idea de sociedad moderna es “líquida”, como metáfora de cambio constante de maleabilidad. Con la llegada de la industrialización, la familia pierde importancia como unidad de producción económica y se centra en la reproducción, la crianza de los hijos y la socialización. A comienzos del siglo XXI parece que las familias y las relaciones personales están experimentando cambios importantes, donde conviven pretéritas pautas, con algunas otras totalmente nuevas. Las transformaciones que afectan a la esfera personal y emocional traspasan todas las fronteras: las geográficas, las teóricas, las emocionales, las personales, etc.
El sociólogo Anthony Giddens señala que “no es posible un retorno a la familia tradicional, porque tal como suele concebirse, nunca existió” (Giddens, 2009:254) ese modelo de familia del pasado representaba tantas facetas represivas que resulta poco probable pensar hoy puedan significar un modelo. Los cambios sociales han propiciado esa transformación de las concepciones (y construcciones) de familia precedentes. Bourdieu concibe su análisis de la familia en esa mirada constreñida por la dominación, un modelo salvado por la propia evolución de nuestras sociedades.
Hay una reducción de Bourdieu en su proposición de familia, pero a la vez nos orienta a un espacio donde se aloja multitud de concepciones que están compartimentadas en su particular teoría de la acción. De la práctica social que lleva acabo esas construcciones cognitivas de dos caras, una intangible como territorio imaginario, pero una muy tangible en la coerción que ejerce esta esfera (de acción) sobre sus miembros, como por su entorno más inmediato. Un terreno fértil en diversas prácticas de adiestramiento, en capacidades y habilidades que señalan (dirigen) un camino a recorrer. Esa configuración es legítima, y lo es porque así lo decide en conjunto de individuos en sociedad, que con ello la hacen compacta e imperecedera. Bourdieu delimita de una manera muy precisa, señalando dónde se encuentran esos campos de dominación, (la enseñanza o la familia), pero quizás demasiado contundente, tal y como así lo afirman los hermanos Castro Nogueira:
“La gente, en fin, no siempre hace lo que hace para poner en
práctica su sentido práctico, sus creencias o sus habitus sino que,
a menudo, hace lo que hace, paradójicamente, para poder creer
más y mejor en sus creencias y sensaciones y/o, sobre todo,
para que los otros crean en ellos como competentes nativos
y les otorguen su aprobación, consideración, reconocimiento,
estima y afecto” (Castro, 2008:314).

Posiblemente Bourdieu ofuscado por la lógica de la reproducción social de estructuras y campos, no se percató que estos espacios de interiorización del campo social (habitus) no eran capaces de explicar la totalidad de los procesos de subjetivación, no señaló la eventual e imprevisible acción del sujeto, como la incierta e inestabilidad del grupo de referencia de este. Un individuo puede  encontrarse en muchas ocasiones tan alejado del habitus de referencia, que puede experimentar “en cualquier momento, con gran intensidad, otras emociones y creencias muy alejadas (y hasta incompatibles con) de lo que debería ser su nicho (o identidad) social” (Castro, 2008:315). El espejismo de condensar al individuo en un “amasijo de hábitos e inercias sociales cuyas disposiciones reproducen especularmente las posiciones del campo en el que se han socializado” (Castro, 2008:767), es privar de las pasiones propias del ser humano, porque la socialización en y por la familia, por ejemplo, se complementa por fuerzas subjetivas igual de presentes y coercitivas al sujeto en cuestión.
Todo es relativo en relación con la organización social y su emplazamiento espacio-tiempo social y circunstancias particulares. No todas las realidades sociales son ficciones sociales, construcciones sujetas por el único reconocimiento colectivo, la familia como único principio colectivo y responsable de la construcción cognitiva que forma parte de la realidad común. No todo podemos observarlo como calculadas armonías de imágenes orgánicas (como jerarquías) de unidad familiar: lo que en sociedad es natural es natural en cuanto a ideologías, por ejemplo, y en cuanto a ese imaginario social que es inherente a un contexto, a un instante muy preciso de la historia. ¿qué entendemos por familia hoy?
Aceptamos y obedecemos (la mayor parte de las veces, sino siempre o casi nunca) las reglas y costumbres sociales de una manera dócil por (en) nuestro habitus, sin embargo, como una crítica demasiado unilateral de los modelos del actor reflexivo “podría hacernos caer en otro sesgo identificado por el sociólogo americano Harold Garfinkel; tomar a los agentes sociales por -idiotas culturales-“ (Corcuff, 2005:37). Afirmar tan taxativamente, de modo tan dicotómico la lógica intelectual con la práctica es no advertir que la reflexividad (sobre lo que se está haciendo), no siempre es precedente de la acción y no está igualmente ausente de las conductas prácticas. Bourdieu “propone el ejemplo del juego, en el que los jugadores, una vez que han interiorizado sus reglas, actúan conforme a ellas sin reflexionar sobre las mismas ni cuestionárselas” (Aguirre, 1997:1). Con todo ello, los actores se pliegan al propio juego en sí.
Podemos entonces cuestionarnos si la conciencia permite o no huir de las azarosas alteraciones de este habitus (formas de obrar y pensar) como parte de un sistema complejo que se autoorganiza de modo desordenado e imprevisible.
“También hay que tomar nota de todo lo que lo social incorporado (…)
debe al hecho de estar ligado al individuo biológico y, por lo tanto,
de ser dependiente de las debilidades y fallos del cuerpo:
el deterioro de las facultades, mnemónicas en particular,
o la posible imbecilitas del heredero de la corona, o la muerte.”

(Bourdieu, 1999:206)


Bibliografía
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