En este ensayo se propone
elaborar una aproximación al texto Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman -Polonia, 1925-. Para ello se
desarrollará un análisis de esta obra a través de los cinco paradigmas que
ordena el autor en la solidificación de lo liquido: Emnancipación,
Individualidad, Espacio/Tiempo, Trabajo y Comunidad. Se realizará en constante
diálogo con otros autores, incluyendo mi propia argumentación sobre los asuntos
tratados, tal como se establece en las orientaciones que se encuentran en la
guía de estudio de la asignatura.
6.
Síntesis. Una mirada critica
Bauman revisa la terminología del concepto de modernidad, y ésta la plantea desde parámetros relacionados con lo físico: fluidez versus pesadez. El dilema de una modernidad líquida, “luego de una primera modernidad sólida, que ya Marx veía disolverse en el aire” (Fernández, 2005:20). La descripción detallista del primero de los términos: “cambiante, desordenada” sirve para aplicarla, nada más empezar, como metáfora “regente de la etapa actual de la era moderna” (Bauman, 2012:8). Desde los primeros compases del texto, las generalidades de esta nueva denominación se esgrimen en un orden que atenta contra lo establecido: la ruptura de las convenciones sociales establecidas a lo largo del siglo XX, arrancando quizás en la revolución industrial, y reforzándose con el fordismo, quedan servidas para destrozar, para conseguir la ruptura o la disolución de los sólidos, de los tópicos de una forma de proceder social que ha llegado a su límite. A partir de aquí se trabaja para construir un nuevo orden de cosas, pero este trabajo es en cierta medida espontáneo, no responde a ningún programa de acciones, porque la acción en sí misma atenta contra este tipo de revoluciones programáticas.
Bauman incide en el concepto de
individualización como base de la emancipación para obtener el paso a esa nueva
modernidad leve. La individualización a la que alude radica en convertirse en
individuos de jure, frente a la
característica anterior en la que eran de
facto. Este paso vital se convierte, al fin en una suerte de destino, y no
en una elección del propio ser humano. Con ello, con la asunción de ese destino
peligran conceptos como el de ciudadanía o comunidad.
Marshall definió la ciudadanía como un estatus que se ha ido adquiriendo con el paso del tiempo y se “ (…) otorga a los que son miembros de pleno derecho de una comunidad” (Marshall, 1997:312), disfrutarán de los mismos derechos y obligaciones. Los derechos de ciudadanía para Marshall mitigan las tendencias a la desigualdad que origina la economía de libre mercado. De todo ello, subyace en su análisis, una tensión entre ciudadanía y estatus social. La incorporación de los derechos sociales al concepto de ciudadanía implicó que toda la sociedad tenía derecho a percibir una renta razonable, independientemente de su posición social. En nuestros días, estamos pasando de una condición de ciudadanía a una de consumidores, donde los derechos están disponibles para los que puedan permitirse pagarlos.
Marshall definió la ciudadanía como un estatus que se ha ido adquiriendo con el paso del tiempo y se “ (…) otorga a los que son miembros de pleno derecho de una comunidad” (Marshall, 1997:312), disfrutarán de los mismos derechos y obligaciones. Los derechos de ciudadanía para Marshall mitigan las tendencias a la desigualdad que origina la economía de libre mercado. De todo ello, subyace en su análisis, una tensión entre ciudadanía y estatus social. La incorporación de los derechos sociales al concepto de ciudadanía implicó que toda la sociedad tenía derecho a percibir una renta razonable, independientemente de su posición social. En nuestros días, estamos pasando de una condición de ciudadanía a una de consumidores, donde los derechos están disponibles para los que puedan permitirse pagarlos.
La globalización nos afecta en un nivel
individual en diversos grados, identificamos los riesgos como el tipo de
peligro que “no vemos ni oímos llegar y de los que no podemos ser plenamente
conscientes” (Bauman, 2009:137), estamos expuestos, somos los actores
secundarios de la nueva representación macroeconómica del capitalismo donde
prima la individualidad, como germen de su propia ineficacia e inoperatividad
para dar soluciones a todas las desigualdades sociales de nuestro entorno más
inmediato. El proceso de globalización se ve relegado indudablemente en la
conciencia social, “la forma en la que concebimos el mundo, tanto en la esfera
local como el mundo en su totalidad, está sufriendo un cambio nunca antes
observado” (Sztompka, 2008:120). Tras el colapso de la economía capitalista de
mercado nos encontramos con más peligros que esperanzas y cuanto más creemos
dominar nuestro destino individual, más posibilidades creemos que tenemos de
inventar nuestra vida, pero al final como cualquier sobre-entrenamiento llega
la “fatiga de ser uno mismo”, una amarga decepción que se torna insoportable:
“Hay que escuchar a
Rosseau: dado que el hombre es un ser incompleto,
incapaz de bastarse
solo, necesita a otros para realizarse.
Pero si la felicidad
depende de otros, entonces el hombre
está inevitablemente
condenado a una felicidad frágil”
(Lipovetsky, 2008:39)
El sociólogo británico George Ritzer
subraya que las acciones de los empleados son desposeídas de toda destreza,
incluida su capacidad para hablar e interactuar con los clientes está siendo
ahora limitada y controlada. Para este autor la naturaleza del trabajo está
cambiando y cree que el capitalismo se esfuerza en obtener nuevas vías para
controlar y explotar a los trabajadores. La plusvalía ya no se extrae sólo del
tiempo del asalariado sino “incluso del tiempo libre del cliente” (Ritzer, 2007:196).
El sistema económico, la política y la cultura, como dimensiones autónomas
aunque interdependientes, generan dinámicas que se solidifican en la creación
de un mercado de consumo y en la división del trabajo.
¿Por
qué es la separación entre el tiempo y espacio algo de tanta importancia para
el dinamismo extremo de la modernidad?, es la cuestión que formula Anthony
Giddens en su exposición de la tríada modernidad-tiempo-espacio. Manifiesta que
la primera condición es que la separación tiempo-espacio sesga el enlace
existente entre la actividad social y su “anclaje” en las singularidades de los
contextos de presencia. Se abre un espectro de oportunidades de transformación
al emancipar de las restricciones exigidas por las prácticas sociales. La segunda
condición es la organización racionalizada, las instituciones modernas pueden
concentrar lo local con lo global, con ello influyen en las vidas de la
práctica totalidad de la humanidad. La historicidad radical que va asociada a
la modernidad es la tercera condición en su planteamiento. El sistema
estandarizado de datar sustenta la aprehensión de un pasado unitario, a pesar
de que mucha de esa “historia” esté sujeta a interpretaciones divergentes; “el
tiempo y el espacio han sido recombinados para formar un genuino marco
histórico-mundial para la acción y la experiencia” (Giddens, 2011:31).
Resulta
del todo paradigmático recurrir a un extracto de la letra de una de las
canciones de la estrella musical infantil-juvenil del momento, Violetta, para
constatar el mensaje de la inmediatez, de la contradicción del presente y
futuro vivido en el mismo instante, del alejamiento de la realidad, pero
siempre corriendo, el tiempo se agota para llegar a mañana:
“(…) Yo no
entiendo lo que pasa. Sin embargo se.
Nunca hay
tiempo para nada. Y vuelvo a despertar, en mi mundo.
Siendo lo
que soy. Y no voy a parar, ni un segundo. Mi destino es hoy”
(Mellino,
Correa, Bauza, 2013. Walt Disney Records)
La vida contemporánea supone en muchos
casos, una desarticulación de la propia personalidad, la tecnología además de
salvar la distancia entre lo físico, es fuente de otro modo de alejamiento como
es el psicológico. Los mass media de
difusión de las estructuras económicas estimulan el placer en el nivel
inmediato, mientras que, “en la constitución de sus propias estructuras,
desplaza el gozo de la vida humana tomada en su conjunto hacia actividades
concretas pero que no aportan sentido a un proyecto personal de vida” (Ortiz,
2013:252), más allá que retroalimentar la dialéctica trabajo-consumo. Un
individuo nunca satisfecho, siempre desea más, Bauman así lo afirma, como un
consumidor que no gira en torno a la satisfacción de deseos, sino a la
incitación del deseo de deseos siempre nuevos” (Bauman 2006:124).
“El tiempo libre, mediante el
ajetreo absorbente de un goce pasivo de
lujos y sensaciones, les aparta del
tute extenuante de su trabajo.
Para el hombre moderno, tiempo libre
significa posibilidad de gastar
dinero, y trabajo, posibilidad de
ganarlo”
(Mills, 1956:238)
El capital de la metrópoli
se ha transformado, pues, en el capital de la “redópolis”, como lo subraya
Nieto Piñeroba, porque el poder disciplinario empresarial ha globalizado sus intereses,
“virtualizado sus relaciones, metamorfoseado su presencia, rivalizado con otros
poderes disciplinarios empresariales” (Nieto, 2011:93) y con ello, ha dejado en
su mínima expresión a los Estados, pierden fuelle, se anquilosan y esclerotizan.
El poder fáctico de los agentes sociales de control, de los sujetos
controladores, pierde carnalidad, se des-subjetiva. En el trabajo, la obtención de un beneficio a largo
plazo desaparece porque el concepto de futuro es borroso y hasta peligroso. El
Estado sólo detentará su poder en el control de las redes. Y por lo tanto “la
imposibilidad de ejercer control sobre las redes debilitará irreversiblemente a
las instituciones políticas” (Giddens, 2011:177), es decir no podemos controlar
algo que no se ha proyectado.
Las nuevas configuraciones sociales
aparecen modeladas por lo intangible, donde subyace un nuevo orden que inunda
todas las dimensiones que afectan a lo social: “Lo virtual domina posibilitando
una multitud de ficciones altamente eficaces (…)” (Marcón, 2009:18), son
fuerzas multifactoriales, dinámicas, líquidas. Las estructuras que alimentaban
nuestra tranquilidad se desvanecen paulatinamente, tras una crisis económica y
financiera que ha aplastado irremediablemente los logros sociales alcanzados en
los últimos treinta y cinco años han configurado un Estado de bienestar, que ya
no es tal. Estas figuras simbólicas crearon un futuro predecible, uno que
dotaba de tranquilidad nuestra existencia, una amparada en saciar nuestro
apetito de consumo capitalista.
La sociedad contemporánea,
postindustrial, postmoderna o post-postmoderna, en todo caso la nueva
modernidad, es líquida, como el agua que pretendemos capturar y se escapa entre
nuestros dedos. Aquella que además puede evaporarse, en ese proceso físico que
consiste en el paso lento y gradual de un estado líquido hacia uno gaseoso.
Necesitamos un nuevo recipiente, donde alojar nuestras pretensiones y demandas,
pero, ¿estamos dispuestos aceptar que ya nada será como antes?, ¿queremos ser
copartícipes en el nuevo relato de nuestra historia? Como bien apuntaba Bauman,
nuestro discurso crítico no tiene dientes, es blando. ¿Optamos por la crítica
de estilo consumidor o productor?
Bauman nos recuerda al filósofo Theodor
Adorno respecto de la emancipación humana y reivindica la resistencia frente a
una industria cultural aplastante que además parece satisfacer a una masa
ingente de sujetos. E igualmente señala la idea de Bourdieu según la cual “no
hay nada menos inocente que el laissez-faire”
(Mateo, 2008:22), de todo ello resulta la dicotomía entre la modernidad sólida, la del
capitalismo industrial, en contraposición con la modernidad líquida, en la cual
vemos como caen las barreras -tangibles o no-. La desregulación de los mercados
generan un torrente inagotable de dinamismo sociocultural, las estructuras son
maleables. Nuestra comodidad existencial de repente ha desaparecido, aún sin
haber hecho la digestión de esta crisis convertida en tsunami, nos ha catapultado a una nueva realidad, aquella que nos
obliga a actuar, volvemos a ser frágiles, volvemos a ser humanos.
Tomás Javier Prieto González
Santa Cruz de Tenerife
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