En este ensayo se propone
elaborar una aproximación al texto Modernidad Líquida de Zygmunt Bauman -Polonia, 1925-. Para ello se
desarrollará un análisis de esta obra a través de los cinco paradigmas que
ordena el autor en la solidificación de lo liquido: Emnancipación,
Individualidad, Espacio/Tiempo, Trabajo y Comunidad. Se realizará en constante
diálogo con otros autores, incluyendo mi propia argumentación sobre los asuntos
tratados, tal como se establece en las orientaciones que se encuentran en la
guía de estudio de la asignatura.
4.
Trabajo
“Karl
Polanyi proclamó en 1994: (…) el trabajo no puede ser
una
mercancía, ya que no puede venderse ni comprarse
independientemente
de quienes los hacen”
(Bauman,
2012:129)
Indisociablemente
de la naturaleza humana el trabajo no podía quedarse fuera de esta revolución
tácita que el sociólogo polaco nos presenta. Es el cuarto de los paradigmas
establecidos en la solidificación de lo líquido, en la manifestación del golpe
que hace añicos aquel cristal de la modernidad pesada.
Tal
como se venía proponiendo, el trabajo como bien común pasa a ser una opción
individual, basado en los intereses concretos de cada solicitante, y desechado
por los intereses concretos de cada contratador. El ser humano ha pasado a ser
herramienta a parte del capital. Cuanto menos coste tenga ese capital más
beneficios aportará, por eso el trabajo, o el trabajador, se convierte en
flexible. No se establecen sino cuatro categorías de trabajadores y la mayor,
la última en esa pirámide es la más afectada por los cambios: el tiempo de
permanencia en los puestos de trabajo es efímero, y el fin último el pago de
los honorarios, se desecha cualquier otro beneficio tanto para uno como para
otro -por parte del trabajador estabilidad, compañerismo, equipo; por parte del
contratador, especialización, formación, etc.-. El pretexto, la competitividad
como mecanismo desestructurador, como insignia del nuevo discurso capitalista.
La
flexibilidad del trabajo está íntimamente ligada a la inmediatez de la
modernidad. Los trabajos son inmediatos también, cambiantes, flexibles, y estas
cualidades se manosean sólo con un objetivo, el de sustituir el progreso del
futuro por el del progreso del presente: “el progreso no representa ninguna
cualidad de la historia sino la confianza del presente en sí mismo” (Bauman,
2012:141), afirma Bauman, para añadir que:
“(…) el progreso ya no es una medida temporal, algo
provisorio, que conduciría
finalmente
a un estado de perfección (o sea, a un estado de situación en el
que todo
lo que debía hacerse ya ha sido hecho y ningún otro cambio es necesario),
sino un
desafío y una necesidad perpetuo y quizás interminable,
verdadero
significado de sentirse vivo y bien”. (Bauman, 2012:144)
De
esta manera se despoja al trabajo de cualidades que se le habían asignado y que
estamos hartos de repetir y oír: es una condición natural del ser humano,
dignifica, clasifica a hombre y mujeres, conduce a la autosuperación moral,
etc. Todo ello queda inutilizado a partir de que el trabajo se convierte en una
circunstancia moderna, dentro de la liquidez de esa modernidad.
Entran
en juego otros factores relacionados: El Big Data. Los cientos de miles de
datos que nos caracterizan y que parten de la clasificación de los individuos:
“El acceso a la información se ha transformado en el más celosamente custodiado
de los derechos humanos y en la actualidad el incremento del nivel de vida de
la población en general es medido, entre otros factores por el número de
hogares equipados con aparatos de televisión” (Bauman, 2012, 165), sin duda un dato
obsoleto desde la publicación de este libro hasta ahora, con la aparición de
las redes sociales hace algunos años, y la “viralidad” que han tomado en la
sociedad de nuestros días.
Por
último, Bauman habla de procrastinación como concepto superado por la
inmediatez (pro-crastinar: dejar para mañana):
“Por ser
una espada de doble filo, la procrastinación sirvió a la sociedad moderna
tanto en
su etapa sólida como en su etapa fluida, productiva como consumista,
pero
agobió cada una de estas fases con tensiones y conflictos axiológicos
y de
comportamiento sin solución. El pasaje hacia la actual sociedad de consumo
significó
entonces no tanto un cambio de valores sino más bien una profundización
que llevó
el principio de la procrastinación hasta el límite. Hoy, ese principio se ha
vuelto muy
vulnerable, ya que ha perdido el escudo protector que le proporcionaba
la sanción
ética. La postergación de la gratificación ya no es un signo de virtud moral.
Es lisa y
llanamente un obstáculo, una carga pesada que es índice de la
imperfección
de los acuerdos sociales, de la inadecuación personal o de ambas”
(Bauman, 2012:165)
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