Siguiendo con el hilo abierto en mi entrada del viernes 5 de noviembre, en esta ocasión presento la primera parte de mi trabajo de comentario personal sobre unos de los temas que subyace de la lectura del libro de José Félix Tezanos, La Sociedad dividida. Estructura de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001. He pretendido analizar sucintamente el agotamiento en España de algunas políticas del Estado de Bienestar, respondiendo a las instrucciones propuestas para este ejercicio; en extensión, conceptos y términos sociológicos, la pertinencia de la aportación que desarrollo, entre otros, por el equipo docente de la asignatura Introducción a la Sociología I del curso 2010/11 de la UNED en Grado de Sociología. Espero comentarios u observaciones sobre este trabajo.
Desde que las sociedades progresaron desde economías fundamentalmente agrícolas hacía la industrialización, las conductas y los valores de la población se han ido modificando ostensiblemente. En sociedades más avanzadas económicamente, en las postrimerías del siglo XX, han suplantado a la industria como fuente primordial de crecimiento económico y empleo, por el sector servicios. Un Estado de bienestar sólido y apuntalado que garantice los niveles de vida mínimos para los que sufren en mayor medida más privaciones, y diversos beneficios y prestaciones para todos, está siendo embestido por una histórica recesión. Que nadie pudo pronosticar, o al menos, en la medida de la virulencia mostrada, una crisis que ha entrado de lleno como un organismo destructor y provocador de significativas mutaciones socio-económicas globales.
El establishment español está imponiendo unas políticas con el objetivo último de disminuir los salarios de los trabajadores y recortar la financiación del ya poco desarrollado Estado del bienestar (el gasto público social por habitante continúa a la cola de la UE-15, el grupo de países de la UE más próximos a España por su nivel de desarrollo económico). El mayor problema que afecta a España es el desempleo, el más elevado de la UE-15, con el 19% de la población activa y con el 46% de éstos con miedo a perder el puesto de trabajo. Además con una revisión alcista anunciada por el Gobierno de un 19,3% de paro en 2011, cuatro décimas más de lo que había calculado recientemente. Cerca de medio millón de trabajadores se vieron obligados a tener un segundo empleo, para hacer frente a sus necesidades durante el 2009 (Sondeo Randstad, año 2010).
Sin duda, emerge un grupo que está siendo muy sancionado por los efectos de la crisis; los jóvenes. Unos años de bonanza económica que encubrieron algunos problemas estructurales del mercado laboral español, ahora son ellos, los que se sitúan en la periferia del núcleo de las oportunidades laborales. Un tejido productivo que se ha especializado en la creación de empleo precario, estimulando con ello, una generación desanimada y frustrada. Están siendo afectados por una nueva problemática que es la sobrecualificación, unos de los viejos problemas estructurales que padecen los jóvenes, y motivada por un desequilibrio entre sistema educativo y productivo, un mercado que no puede absorber a estos jóvenes cualificados.
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