Y del mismo
modo que tú apoyaste y cumplimentaste una política de unos hombres que no
deseaban compartir la tierra con el pueblo judío ni con ciertos otros pueblos
de diversa nación -como si tú y tus superiores tuvierais el derecho de decidir
quién puede y quién no puede habitar el mundo-, nosotros consideramos que nadie
es decir, ningún miembro de la raza humana, puede desear compartir la tierra
contigo. Esta es la razón, la única razón, por la que has de ser ahorcado». Con
esta frase terminaba la crónica que Hannah Arendt escribió para el New Yorker
sobre el juicio a Eichmann. Dos años después, en 1963, publicaba sus artículos
en forma de libro bajo el título de Eichmann en Jerusalén.
Coincidiendo con el
50 aniversario de la publicación la directora alemana Margarethe von Trotta
presenta Hannah Arendt, una película en la que recoge los días en los que la
filósofa seguía el juicio y exponía su controvertida teoría a propósito de la
«banalidad del mal».
¿Puede ser banal el mal? Karl Adolf Eichmann (1906-1962)
fue condenado a muerte tras un juicio en Israel. Se le acusó de genocidio pues
fue el encargado de la organización de la logística de transportes que
condijeron a millones de judíos a los campos de concentración nazis y a las
cámaras de gas. A Eichmann lo había secuestrado un grupo de élite de los
servicios secretos israelíes tras descubrirlo viviendo bajo otra identidad en
Argentina.
Entró como soldado raso en las SS en 1932 y diez años después fue
teniente-coronel. En su defensa siempre alegó que las acciones que cometió
respondían a la «obediencia debida».
En este contexto Arendt se da cuenta de
que, como recuerda Victoria Camps, el concepto kantiano de «mal radical» que
había aplicado a los totalitarismos, ya no sirve. «Ahora estoy convencida de
que el mal nunca puede ser radical, sino únicamente extremo, y que no posee
profundidad ni tampoco ninguna dimensión demoníaca». El mal, dirá Arendt en
Eichamnn en Jerusalén, «desafía al pensamiento porque éste intenta alcanzar
cierta profundidad, ir a la raíz, pero cuando se trata con la cuestión del mal
esa intención se ve frustrada porque no hay nada. Ésa es su banalidad».
Lamentablemente
el término que utilizó la filósofa, de origen judío, acabó volviéndose contra ella.
Para muchos era incomprensible que Arendt hablara de «banalidad» cuando se
había aplicado la «solución final» a millones de personas.
Pero lo que trataba
de hacer Arendt era «comprender», lo que algunos interpretaron como «empatía» o
«un misterioso acto de meterse dentro de los estados mentales de un sujeto
externo», utilizando las palabras de Jürgen Habermas.
Hannah Arendt nació
en Hannover, Alemania, en octubre de 1906. Durante su infancia, confesaba
en una entrevista televisada realizada por Günter Gauss en 1964, no se
había sentido «judía». Su familia no era practicante. Sin embargo, explicó,
llegó un momento en el que se hizo un «vacío» entre los otros y los «judíos» y
comprendió en qué lado la habían situado.
Renegó de la filosofía, «no soy filósofa»
decía, pese a que realmente sin ésta no podía pensar. Pero el círculo de
«intelectuales» que se creó en la Alemania nacionalsocialista hizo que huyera
de una identidad que no reconocía como propia al temer, como le ocurrió a su
admirado Heidegger, que finalmente uno se siente superior a los demás.
La
«mentalidad extendida» que defendió la autora hasta su muerte en Nueva York en
1975 trataba precisamente de «ponerse en el lugar del otro». Y quizás fue lo
que practicó con Eichmann, y concluyó que lo terrible era que el militar nazi
era «normal», salvo quizás, por las «compañías» que había elegido. «Nuestras
decisiones sobre lo justo y lo injusto dependerán de la elección de nuestra
compañía, de aquellos con quienes deseamos pasar nuestra vida», escribe en
Algunas cuestiones sobre filosofía moral.
Arendt entendió que la maldad era una
posibilidad de la propia condición humana, pero cree que, como apunta la
filósofa española Fina Birulés, el terror totalitario deber ser analizado desde
su carácter de «sin precedentes».
«La cuestión está en que Hitler no era
como Gengis Kahn y no era peor que otros grandes criminales, sino
enteramente diferente. El asesinato en sí, el número de víctimas o el de
personas que se aliaron para perpetrar tales crímenes no es lo que carece de
precedentes. Es el absurdo ideológico que lo provocó, la mecanización de su
ejecución y la institución cuidadosamente programada de un mundo de moribundos
donde ya nada tenía sentido lo que no tiene precedentes», escribía Arendt.
Establecida
en Nueva York desde 1941, cuando Francia fue ocupada por Alemania, Arendt
comenzó a preocuparse por la violencia que la había hecho abandonar su patria.
En 1951 publica Los orígenes del totalitarismo, posiblemente uno de sus libros
más conocidos y que le valió las críticas de la izquierda por haber igualado el
totalitarismo nazi con el comunista, algo que puede ser corriente ahora, pero
no en esa época. .
En 1963 ven la luz dos publicaciones suyas, Eichmann en
Jerusalén y Sobre la revolución. Y no será hasta 1969 cuando publica otro de
sus textos más conocidos, La condición humana.
Curiosamente, si su tesis sobre
la banalidad del mal le hizo granjearse las antipatías de los judíos, siendo
ella misma judía, La condición humana fue la excusa de algunas feministas,
siendo ella misma mujer, para rechazarla como pensadora por la «invisibilidad»
a la que las sometía. Sin embargo, quizás como en el primer caso, explica Seyla
Benhabib, sea necesario profundizar e ir «de los márgenes al centro» en un
ejercicio hermenéutico que nos revele a la Arendt autora de textos como Rahel
Varnhage.
Habrá que estar de acuerdo con Manuel Cruz cuando en el prólogo de El
siglo de Hannah Arendt (Paidós), afirma que Arendt es «una de las pensadoras
sin ningún género de dudas más importantes del siglo XX, cuya sombra se
proyecta, lúcida y malhumorada, sobre el futuro». Una pensadora que jamás,
añade, pretendió ser «concluyente», y quizás ahí esté su legado, en que podemos
seguir pensando «con ella o contra ella».
Artículo de Luisa del Rosario publicado el 03 de febrero de 2013 en Canarias7.es
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