Los nuevos
movimientos sociales y el orden político, o la posibilidad de que los cambios
producidos preparen una estabilidad a largo plazo. Manfred Kuechler y Russell
j. Dalton. (págs. 373-405)
El último
capítulo de Los Nuevos Movimientos Sociales es el colofón a modo de
resumen de lo explicado por los más de quince autores que han trazado una
cartografía descriptiva de las manifestaciones sociales nacidas a partir de los
años setenta del pasado siglo. El análisis de todos ellos representa un periodo
de tiempo acotado entre 1970 y finales de los ochenta. Debido a ello, los
autores advierten que no es de extrañar encontrar posiciones contrapuestas a lo
largo de todo el compendio, debido principalmente a que la novedad de las
circunstancias de estos fenómenos es tal, en el momento de la edición, que aún
las teorías y análisis no fueron suficientemente contrastadas ni cotejadas.
Lo que sí
está claro, y en ello coinciden los autores es en que se concibe un movimiento
social como una parte significativa de la población que plantea y define
intereses que son incompatibles con el orden social y político existente. Estos
movimientos se agrupan bajo un vínculo ideológico correspondiente, un sector
amplio de sus simpatizantes, genera organizaciones y hasta partidos a su vera,
y éstas persiguen metas concretas.
Sin
embargo, y a partir de aquí lo que queda en entredicho es la cualidad de
“nuevo” de estos movimientos, que ya tuvieron quizás su antecedente en otros
propios del XIX e incluso antes.
El vínculo
ideológico se establece en dos vertientes principales: por un lado la crítica
humanista del sistema prevaleciente y de la cultura dominante, y por otro la
actitud de lucha por un mundo mejor fuera de refugios espirituales, es decir,
el aquí y ahora. Por lo tanto, estos movimientos plantarán cara al orden
existente de manera pragmática y práctica. Y en este sentido, los autores
sentencian que saben lo “que no quieren, pero son inseguros e incoherentes
respecto a lo que quieren en sus
concreciones prácticas”.
Otra de
las características de la pertenencia a este tipo de grupos es la enajenación
de los individuos respecto del sistema dominante y “la coexistencia de una
crítica radical del orden existente, por un lado, y, por otro, de una
integración de facto en la sociedad existente y en la arena política constituye
un rasgo genuino de los nuevos
movimientos”. Por lo tanto, y a modo de resumen, los autores concluyen en que
“el núcleo de activistas y sus creencias comunes constituyen la esencia de todo
movimiento social”.
La
pervivencia de estos movimientos era una preocupación de los analistas que
participaron en este volumen. Claro está que el rango de tiempo estudiado no
les aportaba una “seguridad” de persistencia en el tiempo, quizás en algunos de
ellos se veía una cierta desconfianza a su solidificación en la sociedad. Para
Inglehart, por ejemplo, “el desarrollo de valores postmaterialistas es el
comienzo de un cambio permanente en las prioridades axiológicas de la población
de las democracias occidentales”, cosa que se ha evidenciado como cierta en
nuestros días. Y a esto añaden Kuechler y Dalton que “el éxito de un movimiento
no viene determinado por la duración de su existencia. Los movimientos son
fenómenospasajeros por su misma naturaleza; todos ellos tienen un flujo y
reflujo”. Los cambios producidos en las estructuras occidentales hasta los
noventa, llevaron a los autores a concluir que “es probable que los fines de
los movimientos mantengan su actualidad política durante bastante tiempo en lo
sucesivo. No obstante aseguran que esta “moda” ya ha superado –en el momento de
la redacción, por supuesto- un punto culminante de movilización y utilización
de medios no institucionales de intermediación de intereses, apreciación que luego
con el paso de los años se ha manifestado como errónea.
Coinciden,
por otro lado, en el carácter de aislamiento político usado por estos
movimientos que se esfuerzan en transformar la sociedad, y su separación de la
política pluralista, achacando ello a una falta de recursos prácticos. Aunque,
es verdad que esa alienación no es del todo absoluta y que pese a que impulsan
un nuevo paradigma social “no están totalmente aislados de otras articulaciones
existentes en las sociedades industriales avanzadas”.
En cuanto
a su interacción con los partidos “clásicos” y sus réditos de resultados
electorales, éstas se reducen a los países con representación proporcional, que
favorece a los partidos pequeños, y se asegura que “Un elevado PNB por
habitante, cuantiosos gastos de seguridad social, baja actividad huelguística,
participación importante de los partidos de izquierda en los gobiernos, y una
activa controversia en torno a la energía nuclear son factores que definen un
marco político y económico favorable al éxito de los partidos asociados a
movimientos”. Y conceden que los movimientos sociales han propiciado indicios
de cambios deseables en las estructuras políticas.
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