lunes, 10 de junio de 2013

Los nuevos movimientos sociales (1992) Russel J. Dalton y Manfred Kuechler Parte IX


Los nuevos movimientos sociales y el orden político, o la posibilidad de que los cambios producidos preparen una estabilidad a largo plazo. Manfred Kuechler y Russell j. Dalton. (págs. 373-405)

El último capítulo de Los Nuevos Movimientos Sociales es el colofón a modo de resumen de lo explicado por los más de quince autores que han trazado una cartografía descriptiva de las manifestaciones sociales nacidas a partir de los años setenta del pasado siglo. El análisis de todos ellos representa un periodo de tiempo acotado entre 1970 y finales de los ochenta. Debido a ello, los autores advierten que no es de extrañar encontrar posiciones contrapuestas a lo largo de todo el compendio, debido principalmente a que la novedad de las circunstancias de estos fenómenos es tal, en el momento de la edición, que aún las teorías y análisis no fueron suficientemente contrastadas ni cotejadas.

Lo que sí está claro, y en ello coinciden los autores es en que se concibe un movimiento social como una parte significativa de la población que plantea y define intereses que son incompatibles con el orden social y político existente. Estos movimientos se agrupan bajo un vínculo ideológico correspondiente, un sector amplio de sus simpatizantes, genera organizaciones y hasta partidos a su vera, y éstas persiguen metas concretas.
Sin embargo, y a partir de aquí lo que queda en entredicho es la cualidad de “nuevo” de estos movimientos, que ya tuvieron quizás su antecedente en otros propios del XIX e incluso antes.

El vínculo ideológico se establece en dos vertientes principales: por un lado la crítica humanista del sistema prevaleciente y de la cultura dominante, y por otro la actitud de lucha por un mundo mejor fuera de refugios espirituales, es decir, el aquí y ahora. Por lo tanto, estos movimientos plantarán cara al orden existente de manera pragmática y práctica. Y en este sentido, los autores sentencian que saben lo “que no quieren, pero son inseguros e incoherentes respecto a lo que quieren  en sus concreciones prácticas”.

Otra de las características de la pertenencia a este tipo de grupos es la enajenación de los individuos respecto del sistema dominante y “la coexistencia de una crítica radical del orden existente, por un lado, y, por otro, de una integración de facto en la sociedad existente y en la arena política constituye un rasgo genuino de  los nuevos movimientos”. Por lo tanto, y a modo de resumen, los autores concluyen en que “el núcleo de activistas y sus creencias comunes constituyen la esencia de todo movimiento social”.

La pervivencia de estos movimientos era una preocupación de los analistas que
participaron en este volumen. Claro está que el rango de tiempo estudiado no les aportaba una “seguridad” de persistencia en el tiempo, quizás en algunos de ellos se veía una cierta desconfianza a su solidificación en la sociedad. Para Inglehart, por ejemplo, “el desarrollo de valores postmaterialistas es el comienzo de un cambio permanente en las prioridades axiológicas de la población de las democracias occidentales”, cosa que se ha evidenciado como cierta en nuestros días. Y a esto añaden Kuechler y Dalton que “el éxito de un movimiento no viene determinado por la duración de su existencia. Los movimientos son fenómenospasajeros por su misma naturaleza; todos ellos tienen un flujo y reflujo”. Los cambios producidos en las estructuras occidentales hasta los noventa, llevaron a los autores a concluir que “es probable que los fines de los movimientos mantengan su actualidad política durante bastante tiempo en lo sucesivo. No obstante aseguran que esta “moda” ya ha superado –en el momento de la redacción, por supuesto- un punto culminante de movilización y utilización de medios no institucionales de intermediación de intereses, apreciación que luego con el paso de los años se ha manifestado como errónea.

Coinciden, por otro lado, en el carácter de aislamiento político usado por estos movimientos que se esfuerzan en transformar la sociedad, y su separación de la política pluralista, achacando ello a una falta de recursos prácticos. Aunque, es verdad que esa alienación no es del todo absoluta y que pese a que impulsan un nuevo paradigma social “no están totalmente aislados de otras articulaciones existentes en las sociedades industriales avanzadas”.

En cuanto a su interacción con los partidos “clásicos” y sus réditos de resultados electorales, éstas se reducen a los países con representación proporcional, que favorece a los partidos pequeños, y se asegura que “Un elevado PNB por habitante, cuantiosos gastos de seguridad social, baja actividad huelguística, participación importante de los partidos de izquierda en los gobiernos, y una activa controversia en torno a la energía nuclear son factores que definen un marco político y económico favorable al éxito de los partidos asociados a movimientos”. Y conceden que los movimientos sociales han propiciado indicios de cambios deseables en las estructuras políticas. 

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