Artículo de
Rosa María Artal. Publicado el 05/06/2013 en eldiario.es
Fue entender
por qué cuando lo miraba “se me llenaban los huesos de espuma”. Gabriel
García Márquez me llevó en volandas al universo mágico de Macondo y nada volvió
a ser exactamente igual. Fue, también, comprobar que en el “Mundo Feliz”
pergeñado y controlado por otros, la división de clases llega a fabricar
incluso “epsilones” apenas sin cerebro para los trabajos duros. Aldous Huxley
abría las páginas de mi mente en la brillante metáfora. Solo unos pocos
cuestionaban el orden establecido, el resto “Sin esfuerzo excesivo ni de
espíritu ni muscular, siete horas y media de un trabajo ligero, nada agotador,
y enseguida la ración de soma, deportes, copulación sin restricción, y el Cine
Sentido”. Y fue leer para saber, para querer emular y buscar ideas y palabras
que enriquecen y hacen sentir y pensar. Y fue escuchar a Luciano Pavarotti en
el espacio abierto para todos del Hyde Park londinense en una noche de lluvia
intensa e integrarse en un Nesum Dorma colectivo. O querer parar un avión en
Casablanca para que Ilsa Laszlo hiciera lo que realmente deseaba en una
película perfecta. Mil manifestaciones más que hemos paladeado para ser más
felices y mejores ¿Cómo es posible que la cultura no se aprecie ni se proteja,
que se apueste incluso contra ella en estos días amargos?
Con el
mismo empeño que el PP va contra la sanidad pública, la educación o la ciencia
y la investigación arremete contra la cultura. Y, en este caso, sin rechazo
popular masivo. España soporta ahora el IVA cultural más caro de Europa, un
21%. Incluso el Portugal -que nos antecede en el calvario y que aplica un 23% a
casi todo- reserva el 6% para los libros. Los recortes han supuesto un ataque
frontal a cuanto suponga cultura. La ley Wert desprecia en el bachillerato las
artes escénicas y restringe la música y la plástica. Ni un solo euro se destina
a la compra de libros para bibliotecas públicas. Se resienten los museos con
importantes mermas, hasta El Prado (“turístico”, “Marca España”) ha visto
reducido su presupuesto en un 30%. El Teatro Real de Madrid el 23%. Teatro e
igualmente cine, música y festivales asisten a momentos críticos por la tijera
depredadora. Ni la Convención de la UNESCO DE 2005 que manda proteger y
promover las expresiones de la diversidad cultural se tiene en cuenta a pesar
de que España la suscribió.
De
hecho, la estrategia del ministro liquidador de la Educación y la Cultura ha
sido que cine, teatro y conciertos dejen de ser arte para meterlos en el saco
del espectáculo, el entretenimiento. De este modo justifica la elevación de su
precio. España ha pasado a ser uno de los pocos países que considera la
cultura una mercancía más.
Mariano
Rajoy que acudió recientemente a la Biblioteca Nacional por primera en su
mandato –puede que por primera vez en su vida- se refirió a ese concepto. Habló
de que "el nuevo ecosistema de consumo cultural se encuentra ya en
el cibersepacio". Ése al que, por cierto, quieren controlar también con
subterfugios por su “peligrosidad”, creo que para la Seguridad Nacional que es
cosa seria. El presidente del gobierno lo que valora es la lengua española como
“ producto más internacional y prestigiado de España". Y quiere que
ley de educación -que ha perpetrado a medias con su ministro- impulse la
cultura como "sector clave para adaptar la competitividad y
transmitir una marca de vanguardia". Así ve el PP la cultura.
Lo
peor es cómo la ven los ciudadanos que engullen este enorme retroceso sin
problemas. Los mismos que no leen o, si compran un libro, lo hacen
preferentemente de los autores que “salen por la tele” y que -como decía,
el premonitorio Huxley- con los deportes, la copulación sin restricción y
todo el soma que arrojan sobre todo las pantallas de plasma tienen bastante. Y,
encima, cuando la ración de soma de comer, de estar sano, de tener una vida
digna empieza a escasear tan alarmantemente.
El
domingo el predecesor de Wert, Ángel Gabilondo, se refirió en un homenaje a
José Luis Sampedro a cómo “se empieza por leer libros y, claro, se acaba
queriendo arreglar el mundo”. De eso se trata, sí. Dóciles epsilones de carga,
percebes sumisos, y casi ni eso, una masa krill para usar y deglutir.
Es entrar
en la Cuevas de Altamira. En la Catedral Gótica de León. En el románico
Castillo de Loarre oscense. En el diseño de vanguardia. En la desarmada derrota
del “Ne me quitte pas” de Jacques Brel. En la alegría de vivir de Singing
in the rain. Es tanto… Sentarse ante El jardín de las delicias de El Bosco o
ante cualquier cuadro de Goya que tan bien reflejó España. Es leer a Saramago y
a Sampedro, y a Calderón y a Gioconda Belli y a Richard Dawkins. Cada
cuál tiene su imaginario, sus preferencias, pero un país de ciudadanos libres
no puede reducirlo a la bota de Messi o el cerebro de Cristiano. La
cultura no es un bien superfluo. Y no es tolerable que un gobierno de epsilones
venidos a más con mando en tijera se empeñe en embrutecer a la mayoría de un
país.
Artículo de Rosa María Artal. Publicado el 05/06/2013 en eldiario.es
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