Valores, ideología y movilización
cognitiva en los movimientos sociales
Inglehart analiza las diferencias entre los conceptos
de valores arraigados en la sociedad y los de movilización cognitiva, los
cuales se enfrentan con una nota de contenido
diferente entre sí y no se pueden
interpretar como sinónimos. Los primeros, quizás sean los que mueven al
contenido político clásico mientras que los segundos, son los característicos
de acciones concretas de grupos sociales, alejados de estructuras clásicas de
partidos u organizaciones regladas.
No obstante, Inglehart coincide en que son cuatro los
factores que unifican ambas actitudes, a saber: “ciertos problemas objetivos; redes organizativas; valores pertinentes
al caso que generan ciertas motivaciones; y ciertas capacidades”[1].
Más adelante el propio autor especifica que los movimientos sociales,
tradicionalmente, se han movido por una serie de problemas concretos como la
degradación del medio ambiente, los problemas de la mujer, la frialdad de la
sociedad industrial, el peligro de la guerra, etc., hechos que se conforman
como desencadenantes de acciones concretas, mientras que los valores como tales,
se asimilan en el proceso de socialización de un individuo.
Ambas cosas no pueden ir por separado ni en el
concepto de política clásico ni en el de movimiento social, es imposible
diluirlos. Así el primer concepto está inmerso también en el factor
“movilización cognitiva”, porque sin él sería imposible desarrollar habilidades
políticas requeridas para afrontar las actividades políticas en una sociedad.
Mientras que los valores, esa circunstancia que llega a mover a personas
incluso sin formación política, tienen una gran y fuerte componente afectiva,
sin embargo no se ponen en “práctica ejecutiva” a menos que sucedan
circunstancias determinadas de límites.
Una vez explicado todo ello, Inglehart vuelve a la dicotomía
que ya se repite en otros autores: el binomio materialista/postmaterialista ha
desempeñado un papel crucial en el auge de los movimientos sociales. Éstos
nacen a partir de que la formación, la culturalización de las masas, haya hecho
que la movilización cognitiva de los grupos sociales, permita movilizar a los
individuos. Las habilidades políticas de la sociedad, una vez se hayan superado
los índices más bajos de analfabetismo y se haya aumentado el conocimiento
cultural, se han disparado y eso ha facilitado la acción.
Los ejemplos son claros: el auge del ecologismo no se
debe a que el medio se encuentre peor que antes, sino a que la sociedad es
capaz, y tiene elementos de juicio para hacerlo, para darse cuenta de los
problemas que conllevan situaciones no sostenibles. Lo mismo ocurre con el caso
de la explotación de las mujeres o los niños, o el miedo a la guerra.
El postmaterialismo es capaz de analizar fríamente
los pros y los contras del estado del bienestar, y diluye las diferencias de
clases, hándicap establecido en el sistema tradicional para beneficiarse de las
diferencias. Por lo tanto, los nuevos movimientos sociales, basados en este
criterio postmaterialista, pretenden relaciones menos jerárquicas, más íntimas
e informales con los demás.
Hay una cita en este capítulo que puede servir como
un claro ejemplo a esta teoría: “El auge
de los nuevos movimientos sociales no proviene sólo de los valores, sino que
refleja también en cierta medida una intervención ideológica explícita. Pero la
elección entre los valores e ideología es una falsa alternativa. Ambos
desempeñan un papel”[1].
Todo ello ha desembocado en una nueva interpretación de los grupos derecha e
izquierda, afectando así directamente a los clásicos agrupamientos ideológicos
establecidos en la estructura política, otra cita de Inglehart es meridiana al
respecto: “Hoy la gente es de izquierdas
porque es ambientalista y no al revés”[2].
Se explica pues que los valores materialistas se
basan en la seguridad económica y física mientras que los llamados
postmaterialistas lo hacen en otros conceptos como la expresión de sí mismo y
la calidad de vida. La adopción o cambio de unos en otros se ha hecho, en los
años establecidos (finales de los 50 a la actualidad), posible gracias a que se
han puesto de relevancia como necesarias: las necesidades de pertenencia a una
comunidad, de estima y de satisfacción intelectual y estética. Finalmente, la
adopción de estas circunstancias nuevas se producen habitualmente después de
periodos de prosperidad, mientras que el declive económico fomenta lo
contrario.
A partir de aquí el capítulo tercero se convierte en
análisis estadísticos basados en datos de los eurobarómetros pertenecientes a
los años 70, entre los que se analizan por edades los valores materialistas y
postmaterialistas. En ese primer estudio se evidencia que los segundos son más
propios de individuos con menos edad, mientras que los de mayor edad siguen
pensando en una clave materialista.
El siguiente cuadro analiza la distribución de los
miembros de los movimientos sociales según su adhesión a los valores
materialistas o postmaterialistas CUADRO 3.1 (página 84); y en el CUADRO 3.2
(página 86) se vuelven a contabilizar, desde 1982 a 1986, por países las
implicaciones de ambos grupos en movimientos pacifistas. Por último el CUADRO
3.3 (página 88) resume datos del
eurobarómetro de 1986 analizando pertenencias a grupos relacionados con
definiciones ideológicas, grado de movilización cognitiva y jerarquía de
valores. Siguen dos análisis más CUADROS 3.4 y 3.5 (Pp. 90-91) en los que se abordan ya las
pertenencias a estructuras dadas, desde movimientos sociales hasta definiciones
ideológicas cerradas. Varios análisis más pretenden desglosar por cada uno de
los epígrafes de estudio el perfil del integrante de los movimientos sociales y
su presencia en la sociedad europea. Sin duda se trata de un detallado análisis
estadístico, más quizás ya sólo sirvan para establecer un perfil histórico dado
que las circunstancias, desde los 80 a ahora han cambiado notablemente en
Europa, incluidos los periodos de crisis actual.
Sin embargo, se pone de manifiesto que en la actualidad (1950 a hoy) los
movimientos sociales pueden congregar a miles de activistas en todo el mundo,
movilizaciones que pueden afectar o no a las decisiones políticas, más se
tendrán en cuenta indudablemente. Se asegura un dato de nuevo para la
conclusión de este capítulo: “los
movimientos contemporáneos florecen bajo un gran periodo de prosperidad”[1],
enfrentándolo a una actuación conservadora en épocas de crisis. Pero en la
actual crisis económica, esto no se ha producido así, desencadenándose nuevos
movimientos (en España 15M, Stop
Desahucios, etc.) en periodos de recortes sociales y disminución del
poder adquisitivo de las personas.
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