Los nuevos movimientos
sociales y el declinar de la organización de los partidos
Herbert Kitschell va más allá en la categorización de
los partidos políticos y establece en este capítulo que éstos son algo más que
grupos pendientes de los resultados de las
votaciones en los comicios
electorales. Así, el autor asegura que los partidos son también organizaciones
que reclutan élites políticas y actúan como mediadores de las reivindicaciones
de grupos de intereses opuestos, además de elaborar programas. Así da entrada a
un nuevo término que no habíamos observado en el desarrollo de este compendio;
el de partidos libertarios de izquierda. Esta nueva propuesta nace de la
interrelación entre los movimientos sociales y la propia política, aunque ambos
actúen en diferentes ámbitos institucionales. Sin embargo uno de sus fines
comunes es el de “quebrantar las
relaciones establecidas entre el estado y la sociedad civil a partir de
visiones y objetivos similares”[1].
Y los caracteriza en esos dos paradigmas, porque son de izquierdas y comparten el
socialismo tradicional, desconfianza en el mercado, en la inversión privada y
en la ética del éxito; y son libertarios por su rechazo a la autoridad
burocrática, pública o privada, para reglamentar conductas individuales y
colectivas. Estos nuevos entes propugnan una democracia participativa y la
autonomía de los individuos.
La interrelación de estos nuevos partidos y los
movimientos sociales viene dada por las llamas teorías de desarrollo social de “tirón
y empujón”. Es decir, una especie de causa y efecto, los partidos desconfían de
las tendencias de los cauces habituales de participación y generan una marea de
denuncia, y a su vez esa marea de denuncia genera una necesidad de
representación oficial en la representación política, y de ahí nace la interrelación.
Por ello este tipo de partidos, la mayoría de las veces con poca representación
institucional, representa los intereses de los consumidores frente a los
productores industriales y burócratas.
Para el autor, el papel de los nuevos movimientos sociales
es importantísimo en este nuevo escenario, porque ha llegado a redefinir la
misión de pequeños partidos centristas o izquierdistas como ha sucedido en los
años ochenta en países como Suecia y Países Bajos. Sin embargo la
característica principal de estos partidos difiere de la concepción clásica de
partidos de izquierda, puesto que los partidos libertarios de izquierda se
oponen en lo económico a las asociaciones centralizadas de productores y a los
partidos que las defienden.
La principal característica de los partidos
libertarios de izquierda es que éstos rechazan la organización centralizada y
burocrática y practican una movilización de sus activistas participativa,
fluida, descentralizada y coordinada horizontalmente, por lo que se acercan
bastante a las características principales de los nuevos movimientos sociales
que se han venido describiendo en esta obra.
En cuanto al perfil de los activistas que participan
en estos partidos, a partir de la dinámica de los nuevos movimientos sociales,
el autor indica que la mayoría “de los
activistas son jóvenes intelectuales y profesionales que trabajan como
asalariados en los campos de la enseñanza, la sanidad y los servicios culturales”[2],
y que además estos partidos tienen entre sus miembros una proporción más alta
de mujeres que la habitual (en este punto habrá que salvar las distancias de
que estos estudios se realizaron hace más de 25 años). Por lo demás, los
militantes de estos partidos no tienen ingresos altos. Y una puntualización
psicológica, que según el autor, la mayoría de los militantes de los partidos
libertarios de izquierdas son especialistas de lo simbólico.
En cuanto a la caracterización de la afiliación y
militancia, suelen ser agrupaciones limitadas debido a bajo índice de
reclutamiento y a las elevadas tasas de renovación, todo ello propiciado por la
incapacidad de estos partidos para promover un compromiso intenso con el
activismo. Una de las causas de esta baja implicación es el bajo nivel de
“patriotismo” mostrado por los militantes para con la organización y la lealtad
partidista, incluso se llega a apuntar que muchos de ellos “profesa un radicalismo anarquista hostil a
toda forma de trabajo organizativo”[3].
Todo lo cual lleva a la conclusión de que los
partidos libertarios de izquierda se erigen sobre unos mecanismos de dedicación
sumamente frágiles y precarios, aunque por el contrario reclaman procedimientos
descentralizados y democráticos, una amplia participación de todos los
activistas en el proceso colectivo de toma de decisiones y la constante
supervisión de los dirigentes del partido por la base. Y por si fuera poco, se
apunta que en los casos estudiados se ha visto como no se exige disciplina de
voto en los cuerpos legislativos.
En la relación con los movimientos sociales, Kitschelt
asegura que sólo una parte muy reducida de los participantes en ellos llega a
tomar parte activa en algún partido libertario de izquierda, y por ello se
distancian de la estructura política. Es decir, los nuevos movimientos sociales
dan soluciones, reclaman y actúan pero no llegan a formar parte del mecanismo
democrático de gestión y participación reglado.
Todo ello pone en serio peligro a los partidos
libertarios de izquierda, que a menudo sufren luchas internas ya que “cuanto más laxa es la organización menos
regulares son las interacciones entre sus miembros, más rápida es la rotación
del personal, más se diversifican las formas de reclutamiento y tanto mayor es
la posibilidad de que se desarrollen visiones divergentes y de que se produzcan
cambios institucionales”[4].
Por último, el ascenso o auge de estos partidos ha
debilitado a la izquierda tradicional, ya que sus simpatizantes no consisten
únicamente en electores sin raíces que votan a la contra, sino que proceden de
grupos sociales identificables y de activistas que votan según cálculos
estratégicos.
Dalton, R., Kuechler, M. (1992).
Los nuevos movimientos sociales. Edicions Alfons el Magnáim. Institució
Valenciana D´Estudis i Investigació. Valencia
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