Aspectos
cíclicos de los nuevos movimientos sociales: fases de crítica cultural y ciclos
de movilización del nuevo radicalismo de las clases medias. Karl-Werner Brand
(págs. 45-69)
Como ya se
explicó en el primer capítulo, se establece aproximadamente el decenio de los
60 del pasado siglo como punto de partida para la consolidación de los nuevos
movimientos sociales. Es en esta época cuando comienzan a florecer grupos
defensores de intereses generales, acción cívica, comunitaria, vecinos y
autoayuda; además de apoyo a los derechos civiles, rechazo a las guerras
(Vietnam), feminismo, la paz, contra la energía nuclear, etc…
Antes, en
la década de los 50, existía cierta apatía relacionada quizás con una dejación
de
interés, la cual era necesaria para la solidificación de la democracia.
Dicha apatía generó el efecto contrario basado en la movilización social y
política. Así, se explica que las reacciones se establecieron en diversos
factores como: reacción a los problemas producidos por el crecimiento
industrial, reorganización estado-sociedad-economía; conflictos entre la
política materialista y la postmaterialista; rebelión de las nuevas clases
instruidas y coartadas por problemas económicos; y unas oleadas “renacentistas”
de disconformidad con las contradicciones de los sistemas modernos. El autor,
sin embargo, asegura que ninguna de estos factores, propuestos por otros tantos
autores, se pueden clasificar como únicos ni causantes exclusivos de la
generación de nuevas corrientes sociales.
Una vez
establecidas esas causas conjuntas, o circunstancias estructurales, Karl Werner
Brand llega a la conclusión de que estos movimientos nuevos son “expresiones
específicas de radicalismo de las clases medias”.
Por otro
lado, los factores que “la mayoría de los observadores” encuentran en común en
estos movimientos coinciden en que: estos grupos no se ocupan de modificar el
poder económico ni político sino de trabajar por la forma y calidad de vida de
los ciudadanos, que los partidarios o militantes pertenecen a clases medias
instruidas, que no participan de estructuras políticas e ideológicas coherentes,
sino que fluctúan sobre el pluralismo, que entienden la descentralización y la
autonomía como clave para llevar a cabo sus presupuestos y que al fin y al cabo
dan lugar a un nuevo sistema político “no convencional”.
Todas
estas circunstancias vienen dadas por dos factores predominantes, según el
autor: atenuación de los conflictos de clases e interés por problemas generales
como ecológicos, autodestrucción nuclear y riesgos de la tecnología.
El
siguiente subcapítulo analiza el paso que ya indicamos entre la apatía de los
50 y la efervescencia de los 60. Pero junto a este renacimiento se generan
otras tendencias críticas con la modernidad: Tres son las grandes líneas que
propician estas evoluciones: una crítica a las sociedades premodernas, rurales
y de base religiosa; en segundo lugar una percepción de evolución desordenada
“trasnvaloración de todos los valores”, según Nietzche; pérdida del estatus, y
por último un gran desilusión artística, tanto estética como moral.
En los 50
el crecimiento económico conlleva un aumento de bienes materiales, como la
inclusión de la electricidad y lo que ello conllevaba, supermercados,
publicidad, la conversión de la ciencia y tecnología en fuerzas dominantes, la
disolución de las clases sociales como se conocían hasta el momento. Comenzó el
“fin de las ideologías”, en favor de la “sociedad opulenta”. Llega luego la
guerra fría y las circunstancias materialistas del capitalismo.
Pero en
los 60 se produce un brusco giro de los intereses particulares a los
comunitarios. Y empezaron a verse las fallas de este sistema individualista de
la sociedad opulenta, para lanzarse de nuevo el interés por los valores de
libertad, autodeterminación e igualdad de oportunidades. La frase: “Las
generaciones más jóvenes, sirviéndose del baremo de las promesas modernistas de
felicidad, consideraban que la vida en una sociedad centrada en la adquisición
de bienes y en la funcionalidad resultaba tediosa, vacía y alienante” es un
perfecto resumen para buscar un germen que dé una respuesta a las actitudes
incipientes. Sin embargo la propia evolución cronológica llevóa a que en los 70
las perspectivas se ensombrecieran, cayeron las inquietudes y confianza en la
mejora del sistema y comenzaron a florecer nuevas tendencias dogmáticas,
relacionadas con la nueva izquierda, algunas incluso llegando a rozar el
terrorismo. Nace de nuevo un cierto individualismo, pero en este caso
trascendental que empuja a los grupos sociales a buscar el bienestar a través
de técnicas relacionadas con la salud y la mejora física y psíquica,
meditación, religiones orientalizantes, etc…
No
obstante, el viraje es subjetivo, como explica el autor, y las tendencias
continúan reivindicando autonomía regional, cultural y política. Se vuelve a la
interioridad. “Las clases medias urbanas empiezan a aspirar a formas de vida
simples, saludables y naturales. También creció la nostalgia por formas de vida
premodernas y la fascinación por las experiencias místicas, holísticas y no
científicas”.
En el
capítulo de precedentes, Karl Werner Brand considera que son varias las
semillas que dan lugar al jardín de los nuevos movimientos sociales: el
movimiento de las mujeres en Gran Bretaña y Alemania de mediados del XIX, el
pacifismo organizado nacido al terminar las guerras napoleónicas; y el ambientalismo
nacido en la campaña victoriana de defensa de los animales. Y todos ellos
agrupados por pautas generales como simultaneidad de todos ellos, paralelismo
de ciclos de movilizaciones en diferentes países, y aparición en periodos
concretos separados por unos 60 o 70 años.
Por
último, el artículo finaliza con una enumeración de las peculiaridades de
periodos de crítica de la modernización basados primero en Europa y Estados
Unidos.
Entre 1030
y 1840 se establecen las primeras diferencias entre las eras industriales y las
agrarias, entre la aristocracia y la clase media, y por ello se arrancan las
primeras críticas a los cambios de modelo, y un romanticismo nuevo comenzó a
fraguarse, basado en un celo reformista en lo social, utopismo, rebelión y
escapismo.
Pero es en
el cambio de siglo cuando se extiende una amplia ola de antimodernismo, de
crítica a los nuevos valores de emergencia económica y diferencias sociales. El
progreso material vuelve a ser la causa de disconformidad, en una clase media
que busca profundidad lejos de las fachadas irreales. La mentalidad del fin de
siglo se expresó en el escepticismo moderno y la conciencia mórbida así como en
el esteticismo melancólico de los decadentes. Todo ello dio lugar a que a
comienzos del XX se generó un activismo regenerador orientado hacia una
propoensión optimista y liberal de ruptura con todos los lazos tradicionales.
Por último
una conclusión cierra el capítulo en la que se indica que los nuevos
movimientos sociales y de sus precursores hallan un terreno fecundo en épocas
en que se generalizan las actitudes de la crítica cultural. Incluyendo fechas
de generalización de esta crítica relacionadas con periodos de bienestar y
prosperidad económica.
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