lunes, 8 de julio de 2013

Conocimiento e imaginario social - David Bloor Parte VIII


Sociedad y conocimiento

Hemos avanzado la hipótesis de que a la ciencia y al conocimiento puede dárseles el mismo tratamiento que los creyentes dan a lo sagrado. La única justificación de esta hipótesis ha sido que permite comprender un aspecto paradójico o singular de nuestros valores intelectuales. Quizá la singularidad del fenómeno sería suficiente para justificar la de la propia hipótesis.

¿Por qué debería otorgarse al conocimiento un rango tan notable? Empelaré la tesis general de Durkheim, la religión es esencialmente una manera de percibir y de hacer inteligible la experiencia que tenemos de la sociedad en que vivimos. Durkheim sugiere que la religión es, “antes que nada, un sistema de ideas con el cual son miembros, y las oscuras, aunque íntimas, relaciones que mantienen con ella”. La distinción entre lo sagrado y lo profano separa aquellos objetos y prácticas que simbolizan los principios sobre los cuales se organiza la sociedad. Éstos encaran el poder de su fuerza colectiva, una fuerza que puede dar vigor y sustentar a sus miembros, pero que también puede imponerse sobre ellos con un constreñimiento de eficacia singular e impresionante.

Podemos suponer que, cuando pensamos en la naturaleza del conocimiento, lo que estamos cabiendo es reflexionar indirectamente sobre los principios que organizan la sociedad. Estamos manipulando tácitamente representaciones sociales. Lo que tenemos en nuestras mentes, lo que estructura y guía nuestros pensamientos, son concepciones cuyo carácter efectivo es el de un modelo social. La respuesta a la cuestión de por qué el conocimiento debe ser visto como sagrado es que al pensar en el conocimiento, pensamos en la sociedad y, si Durkheim está en lo cierto, la sociedad tiende a ser percibida como sagrada. Debemos discutir algunas cuestiones preliminares:

1.    Decir que cuando pensamos en el conocimiento en términos de manipulación de representaciones sociales no significa que hablemos de un proceso consciente o que se manifieste necesariamente en toda investigación epistemológica o filosófica.
2.    Hay que subrayar la necesidad de un modelo y, en parte, sugiriendo que los modelos sociales son especialmente apropiados, que existe una afinidad natural entre los dos grupos de ideas.

Para poder encajar los datos en una historia coherente se necesitan principios organizadores. La historia presupone una imagen de la ciencia en la misma medida en que la ofrece, y el historiador parte habitualmente de alguna filosofía implícita o de alguna de las tradiciones propias de las distintas escuelas de filosofía.

Quienes ofrecen pretensiones de conocimiento antagónicas son grupos sociales diferentes, como los clérigos y los laicos, los eruditos y los profanos, los especialistas y los generalistas, los poderosos y los débiles, los bien situados y los contestatarios… Además, existen muchas conexiones intuitivas entre conocimiento y sociedad. El conocimiento tiene que integrarse, organizarse, sustentarse, transmitirse y distribuirse, y todos estos procesos están visiblemente conectados con instituciones establecidas: el laboratorio, el lugar de trabajo, la universidad, la iglesia, la escuela… Así, la mente ha registrado en algún lugar que existe cierta conexión entre el conocimiento y la autoridad o el poder. Hay un cierto sentido de la analogía y de la proporción que relaciona entre sí nuestra idea del conocimiento y de la sociedad.

Aquí se puede plantear la siguiente objeción: si el conocimiento es demasiado abstracto para que podamos reflexionar sobre él directamente (y de ahí la necesidad de recurrir a modelos sociales) ¿por qué, entonces, no nos parece la sociedad demasiado abrumadora como para pensar en ella también directamente? ¿Por qué no necesitamos también un modelo para la sociedad? Esta cuestión nos va a permitir añadir un elemento importante al análisis que estamos iniciando, pues, seguramente, la objeción está justificada. Inmersos como estamos en la sociedad no podemos reflexionar conscientemente sobre ella como un todo a no ser que empleemos una representación simplificada, una imagen o lo que se puede denominar una “ideología”. La religión en el sentido de Durkheim es una ideología de este tipo. Lo cual significa que esa vaga sensación de identidad entre conocimiento y sociedad suministra, de hecho, un canal a través del cual nuestras ideologías sociales simplificadas entran en contacto con nuestras teorías del conocimiento, Son esta ideologías, más que la totalidad de nuestra experiencia social real, las que presumiblemente controlan y estructuran nuestra teorías del conocimiento.

Lo que acabamos de perfilar es una teoría sobre cómo piensa la gente.

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