Examino
los conceptos de ideología y utopía; dos fenómenos generalmente tratados por
separado dentro de un solo marco conceptual, dos funciones opuestas o
complementarias tipifica lo que podría llamarse la imaginación social y
cultural:
1.
La mayor parte
de las dificultades y ambigüedades que se encuentran en el campo de una
filosofía de la imaginación.
2.
La dialéctica
entre ideología y utopía puede arrojar alguna luz sobre la no resuelta cuestión
general de la imaginación como problema filosófico.
La
indagación de la ideología y de la utopía revela desde el comienzo dos rasgos
que comparten ambos fenómenos.
1.
Cada uno de
ellos tiene un aspecto positivo y uno negativo, un papel constructivo y uno
destructivo, una dimensión constitutiva y una dimensión patológica.
2.
De los dos
aspectos de cada fenómeno, el patológico aparece antes que el constitutivo, lo
cual exige que procedamos a trabajara partiendo de la superficie para
investigar la profundidad.
La
ideología designa inicialmente ciertos procesos de deformación, de disimulo, en
virtud de los cuales un individuo o grupo expresa su situación aunque sin
saberlo o sin reconocerlo Una ideología parece expresar, el proceso de disimulo
no sólo expresa sino que también refuerza esta perspectiva de clase.
En
cuanto al concepto de utopía se lo considera como una especie de sueño social
que no tiene en cuenta los primeros pasos reales y necesarios para seguir un
movimiento en la dirección de una nueva sociedad. Hay un aspecto negativo en la
ideología y en la utopía y que la polaridad entre dos aspectos de cada término
puede esclarecerse explorando una análoga polaridad entre los dos términos.
La
polaridad entre ideología y utopía no se ha tenido en cuenta como tema de
investigación desde el famoso libro de Karl Mannheim Ideology and Utopia, él fue el único autor que trató el situar la
ideología y la utopía dentro de un marco común y que lo hizo al considerar
ambos fenómenos como actitudes de desvío respecto de la realidad. Ideología y
utopía divergen dentro de este aspecto común de incongruencia, de discrepancia,
con la actualidad.
Desde
la época de Mannheim, la atención prestada a estos fenómenos se concentró
principalmente en la ideología o en la utopía, pero no en ambos juntos. Por un
lado tenemos una crítica de la ideología, principalmente en los sociólogos
marxistas y posmarxistas como en la Escuela de Frankfurt. Con esta crítica
sociológica de la ideología encontramos una historia y una sociología de la
utopía. Sin embargo, la separación entre estos dos campos puede estar
cambiando; por lo menos se registra renovado interés en sus conexiones.
Es
comprensible la dificultad de relacionar ideología y utopía porque se las
presenta de maneras muy diferentes:
·
La ideología es
siempre un concepto polémico. Lo ideológico nunca es la posición de uno mismo;
es siempre la postura de algún otro, de los demás, es siempre la ideología de
ellos.
·
Las utopías son
asumidas por sus autores, en tanto que las ideologías son negadas por los
suyos. Debemos ahondar bajo sus expresiones literarias o semánticas para
descubrir sus respectivas funciones y luego establecer una correlación en este
plano.
El
concepto de incongruencia de Mannheim se toma como punto de partida porque la
posibilidad de incongruencia, de discrepancia, presupone ya de muchas maneras
que los individuos así como la realidad social, no sólo según el modo de una
participación sin distancia alguna, sino precisamente según el modo de la
incongruencia. Todas las figuras de incongruencia deben ser parte de nuestra
pertenencia a la sociedad, La imaginación social es parte constitutiva de la
realidad social, una imaginación social, una imaginación cultural opera de
manera constructiva y de manera destructiva como confirmación y como rechazo de
la situación presente. Y tal vez el aspecto positivo de la una y el aspecto
positivo de la otra estén en la misma relación de complementariedad en que
están el aspecto negativo y patológico de una con el aspecto negativo y
patológico de la otra.
Quiero
presentar brevemente por separado los dos fenómenos. Partiré del polo de la
ideología y luego consideraré el segundo polo, el polo opuesto, el polo de la
utopía.
La
concepción predominante de ideología procede de los escritos de Marx, de los
escritos del joven Marx. Una acepción anterior y más positiva de la palabra
“ideología” derivaba de una escuela de pensamiento de la filosofía francesa del
S XVIII, unos hombres que se llamaban ellos mismos idéologues, abogados de una teoría de las ideas. La connotación
negativa del término puede rastrearse a la época de Napoleón cuando por primera
vez fue aplicado a este grupo de filósofos. Posiblemente haya siempre alguna
pretensión al poder en la acusación de ideología. En cuanto a que haya una
relación entre este concepto francés de idéologie
y la acepción despectiva de ideología en los hegelianos de izquierda, el grupo
del cual surgió Marx, no veo ninguna transición directa, aunque sobre el
particular otros pueden estar mejor informados que yo.
¿Cómo
se introdujo el término “ideología” en sus primeros escritos? El término se
introdujo en los escritos de Marx mediante una metáfora tomada de la
experiencia física o fisiológica. Esta imagen , el paradigma de una imagen
invertida de la realidad, es muy importante para situar nuestro primer concepto
de ideología. La primera función de la ideología es producir una imagen
invertida. Aquí Marx depende de un modelo expuesto por Feuerbach, quen había
descrito y discutido la religión precisamente como un reflejo invertido de la realidad.
En el cristianismo, decía Feuerbach, sujeto y predicado están invertidos.
Mientras en la realidad los seres humanos son sujetos que proyectaron a lo
divino sus propios atributos, lo divino es percibido por los seres humanos como
un sujeto del cual nosotros somos el predicado. El paradigma típicamente
feuerbachiano de la inversión supone pues un intercambio entre sujeto y
predicado, entre sujeto humano y predicado divino. Marx supone que la religión
es el paradigma, el primer ejemplo, el ejemplo primitivo, de ese reflejo
invertido de la realidad que lo presenta todo patas arriba. Feuerbach y Marx
reaccionan oponiéndose al modelo de Hegel que pone lo de arriba abajo; el
esfuerzo de ambos tiende a volver a colocar las cosas en su lugar. El joven Marx
extiende a toda la esfera de las ideas este funcionamiento paradigmático.
Cuando
están separadas del proceso de la vida, del proceso del trabajo común, las
ideas tienden a manifestarse como una realidad autónoma, y esto conduce al
idealismo como ideología. No es solamente la religión sino también la filosofía
como idealismo lo que se manifiesta como el modelo de la ideología. La
interpretación popular del idealismo prevalecía en la cultura de la época de
Marx, de manera que no sólo la religión sino también el idealismo, entendido
como una especie de religión de la gente laica, fueron elevados a la función de
ideología.
La
connotación negativa de la ideología es fundamental, porque la ideología, de
conformidad con este modelo, se manifiesta como el medio general por obra del
cual se oscurece el proceso de la vida real. La alternativa conceptual de la
ideología para el joven Marx es, no la ciencia, sino la realidad. La realidad
como praxis. La gente hace cosas y luego imagina que las hace es una especie de
esfera nebulosa. El sistema de Marx es materialista precisamente porque insiste
en que la materialidad de la praxis anterior a la idealidad de las ideas, En
Marx, la crítica de la ideología deriva de la idea de que la filosofía invirtió
la sucesión verdadera de las cosas, invirtió el orden genético real, de manera
que lo que corresponde hacer es poner de nuevo las cosas en su orden real. La
tarea es invertir una inversión.
Partiendo
de este primer concepto de la ideología y la segunda fase del concepto marxista
aparece cuando el marxismo se hubo desarrollado en la forma de una teoría y
hasta de un sistema. En El Capital y
especialmente en la obra de Engels, Aquí el marxismo se presenta como un cuerpo
de conocimiento científico. De este desarrollo se sigue una interesante
transformación del concepto de ideología. Ahora la ideología obtiene su
significación de su oposición a la ciencia, en tanto que la ciencia se
identifica con el cuerpo de conocimientos, siendo El capital su paradigma.
De manera que la ideología comprende, no sólo la religión y la filosofía
del idealismo sino que incluye todo enfoque precientífico de la vida social. La
ideología significa todo aquello que es precientífico en nuestro propio enfoque
de la realidad social.
El
concepto de ideología abarca el de utopía, Todas las utopías son tratadas por
el marxismo como ideologías. Engels opone radicalmente el socialismo científico
al socialismo utópico. Una utopía es, pues, ideológica a causa de su oposición
a la ciencia. La utopía es ideológica en la medida en que no es científica, en
que es precientífica y hasta anticientífica.
Otra
transformación operada en este concepto marxista de ideología se produce a
causa de la significación dada a la ciencia por los marxistas tardíos y los
posmarxistas. Su concepto de ciencia puede dividirse en dos corrientes:
1.
Tiene su origen
en la Escuela de Frankfurt y supone el intento de desarrollar la ciencia en el
sentido kantiano o fichteano de una crítica, de suerte que el estudio de la
ideología está vinculado con un proyecto de liberación. Aquí el concepto de una
crítica de la ideología presupone una posición tomada contra la sociología
entendida como mera ciencia empírica. Ésta como una especie de ideología del
sistema capitalista y liberal, como una sociología puramente descriptiva que no
pone en tela de juicio sus propios supuestos. Se produce pues cierto
intercambio de marcos conceptuales entre sociología y el psicoanálisis.
2.
Desarrollado por
el marxismo hace resaltar una conjunción, sino con el estructuralismo que pone
entre paréntesis toda referencia a la subjetividad. El tipo de marxismo
estructuralista desarrollado principalmente en Francia por Louis Althusser
tiende a colocar todas las aspiraciones humanísticas del lado de la sociología.
La pretensión del sujeto de ser quien da sentido a la realidad es precisamente
la ilusión básica. Para Althusser los escritos del joven Marx no deben
considerarse; es el Marx maduro quien presenta la noción principal de la
ideología. El joven Marx es todavía ideológico, puesto que defiende las
aspiraciones del sujeto como persona individual, como trabajador individual.
Althusser considera el concepto de alienación en el joven Marx como el concepto
típicamente ideológico del premarxismo. De manera que toda la obra del joven Marx
es tratada como ideológica. Así el concepto de ideología se extiende hasta el
punto de abracar un aposición de la propia obra de Marx.
Partiendo
de la religión en Feuerbach, el concepto de ideología abarca progresivamente el
idealismo alemán, la sociología precientífica, la psicología objetivista, la
sociología en sus formas positivistas y luego todas las reclamaciones y quejas
del marxismo “emocional”. Puesto que muy pocas personas viven su vida sobre la
base de un sistema científico especialmente si reducimos el sistema científico
sólo a lo que se dice en El Capital, podemos afirmar que todo el mundo vive
sobre la base de una ideología.
Debemos
integrar el concepto de ideología entendida como deformación en un marco que
reconozca la estructura simbólica de la vida social. Si la vida social no tiene
una estructura simbólica no hay manera de comprender cómo vivimos, cómo hacemos
cosas y proyectamos esas actividades en ideas, no hay manera de comprender cómo
la realidad pueda llegar a ser una idea no como la vida real puede producir
ilusiones; éstos serían hechos simplemente místicos e incomprensibles. Esta
estructura simbólica puede pervertirse precisamente a causa de intereses de
clase, etc., como lo ha mostrado Marx, pero si no hubiera una función simbólica
operando ya en la clase más primitiva de acción.
Un
modo de preparar esta extensión más radical consiste en considerar lo que
algunos autores de los EEUU llamaron la paradoja de Mannheim que consiste en el
hecho de que el concepto de ideología no puede aplicarse a sí mismo. Si todo
cuanto decimos es prejuicio, si todo cuanto decimos representa intereses que no
conocemos, ¿cómo podemos elaborar una teoría de la ideología que no sea ella
misma ideológica? La reflexividad del concepto de ideología sobre sí misma
produce la paradoja.
Mannheim
comenzó considerando el concepto marxista de ideología y se dijo que si ese
concepto es verdadero, luego lo que yo estoy haciendo es también ideología, la
ideología de la clase intelectual o la ideología de la clase liberar, algo que
desarrolla el tipo de sociología a que ahora estoy entregado. La extensión del
concepto de ideología de Marx produce por sí misma la paradoja de la
reflexividad del concepto. Paradoja según la cual la teoría se convierte en
parte de su propio referente.
Esta
generalización no tiene que ver solamente con la historia interna del marxismo,
sino que ofrece paralelos en lo que los marxistas llaman sociología burguesa.
Parsons
y Shils propugnan una teoría del esfuerzo según la cual la función de un
sistema social es corregir desequilibrios sociopsicológicos. Según esta
hipótesis, toda teoría es parte del sistema de esfuerzo que describe. Lo mismo
que en el caso de la teoría marxista, el concepto de esfuerzo, que
anteriormente dominaba la sociología Norteamérica, también llega a tragarse a
sus propios representantes.
Estos
excesos en la teoría son precisamente lo que nutre la paradoja discernida de
Mannheim, una paradoja a la que el propio Mannheim llegó en virtud de una mera
extensión epistemológica del marxismo. La paradoja de Mannheim puede enunciarse
de la siguiente manera; si el pensamiento sociopolítico está entretejido con la
situación que ocupa el pensador, ¿no queda el concepto de ideología absorbido
en su propio referente? Mannheim desea presentar la verdad sobre la
ideología y sin embargo nos deja
con una difícil paradoja. Destruye el dogmatismo de la teoría al establecer las
implicaciones relativistas de ésta. Pero no logra aplicar esta relatividad
autorreferencial a su propia teoría.
Una
manera de abordar esta paradoja puede ser poner en tela de juicio las premisas
en que está basada. Tal vez el problema de la paradoja de Mannheim esté en la
extensión epistemológica de un marxismo fundado en el contraste entre ideología y ciencia. Para establecer que la
oposición entre ideología y
ciencia es secundaria en comparación con la más importante oposición entre
ideología y vida social real, entre ideología y praxis. En el contraste de ideología y praxis lo más importante no es la
oposición; lo más importante no es la deformación o el disimulo de la praxis
por obra de la ideología . Antes bien, lo más importante es una conexión
interna entre los dos términos.
Si
la realidad social no tuviera ya una dimensión simbólica y, por tanto, si la
ideología, en un sentido menos polémico, o menos negativamente evaluativo, no
fuera constitutiva de la existencia social, sino que fuera meramente
deformadora y disimuladora, el proceso de deformación no podría iniciarse. Sólo
porque la estructura de la vida social humana es ya simbólica puede deformarse.
¿Qué
clase de función puede preceder a la deformación? Clifford Geertz sostiene que
los sociólogos marxistas y los no marxistas tienen en común el hecho de prestar
atención sólo a los factores determinantes de la ideología , a lo que causa y
promueve la ideología. No se preguntan es cómo opera la ideología, cómo
funcionan la ideología, cómo un interés social puede ser expresado en un
pensamiento, en una imagen o en una concepción de la vida. Si bien la teoría
marxista de la lucha de clases y la concepción norteamericana de esfuerzo
pueden ser convincentes como diagnósticos, no lo son desde el punto de vista de
la función. Creo que la distinción que hace Geertz es exacta. Esas sociologías
pueden ofrecer buenos diagnósticos de la enfermedad social, Pero la cuestión de
la función, la manera en que realmente opera una enfermedad, es en última
instancia la cuestión más importante. Estas teorías fracasan porque pasaron por
alto “el proceso autónomo de la formulación simbólica”.
Geertz
intenta abordar este problema introduciendo el marco conceptual de la retórica
en la sociología de la cultura el la sociología del conocimiento. Geertz cree
que lo que falta en la sociología de la cultura es una preciación significativa
de la retórica, de las figuras, de los elementos de “estilo” que obran en la
sociedad tanto como en los textos literarios. Geertz aspira a transferir
algunos de los importantes puntos de vista logrados en el campo de la crítica
literaria al campo de la sociología de la cultura.
La
ceguera tanto de marxistas como de no marxistas a lo que precede a los aspectos
deformadores de la ideología es una ceguera que Geertz llama ceguera a la
“acción simbólica”. El concepto de acción simbólica es notable porque pone
énfasis en la descripción de los procesos sociales más mediante tropos (figuras
estilísticas) que mediante rótulos. Geertz advierte que si no dominamos la
retórica del discurso público, no podemos articular el poder expresivo y la
fuerza retórica de los símbolos sociales.
Básicamente
todos estos enfoques tienen la misma perspectiva: no podemos enfocar la
percepción sin proyectar también una red o urdimbre de moldes o modelos. En
virtud de las cuales articulamos nuestra experiencia. Debemos articular nuestra
experiencia social de la misma manera en que debemos articular nuestra
experiencia perceptiva.
Como
no poseemos un sistema genético de información tocante a la conducta humana,
necesitamos un sistema cultural. No existe ninguna cultura sin semejante
sistema. Cuando se trata de seres humanos no es posible un modo de existencia
no simbólico y aun menos un tipo no simbólico de acción, La acción está
inmediatamente regida por moldes culturales que suministran plantillas o
modelos para organizar procesos sociales y psicológicos, tal vez de la misma
manera en que los códigos genéticos suministran plantillas para organizar
procesos orgánicos. Así en nuestra experiencia natural es necesario trazar
mapas, los mapas son también necesarios en nuestra experiencia de la realidad
social. Con todo , todavía necesitamos determinar el lazo que une el concepto
de ideología marxista entendida
como deformación y el concepto integrador de ideología que encontramos en Geertz. ¿Cómo es
posible que la ideología desempeñe
estos dos papeles, el primitivo papel de integración de una comunidad y el
papel de deformación del pensamiento por obra de intereses?
La
flexibilidad de nuestra existencia biológica hace necesario un sistema cultural
para ayudar a organizar nuestros procesos sociales. Como falta un sistema
genético, la necesidad de un sistema cultural es en consecuencia muy aguda,
precisamente en el punto en que el orden social plantea el problema de la
legitimación del sistema existente de liderazgo. La legitimación de un
liderazgo nos coloca frente al problema de la autoridad, de la dominación y del
poder, frente al problema de la jerarquización de la vida social. El papel de
la ideología consiste en hacer
posible una entidad política autónoma al suministrar los necesarios conceptos
de autoridad que le dan significación.
Ningún
otro sociólogo (Weber) ha meditado tanto sobre el problema de la autoridad. La
discusión de Weber se concentra en el concepto de Herrschaft, que se ha traducido como autoridad y como dominación; su
carácter convincente se debe precisamente al hecho de que el término significa
precisamente las dos cosas. En un grupo dado apenas se manifiesta una
diferenciación entre un cuerpo gobernante y el resto del grupo, el cuerpo
gobernante tiene el poder de conducción y el poder de imponer el orden mediante
la fuerza. Aquí la ideología entra
en juego porque ningún sistema de liderazgo, ni siquiera el más brutal,
gobierna sólo mediante la fuerza, mediante la dominación. Todo sistema de
liderazgo requiere no sólo nuestra sumisión física sino también nuestro
consentimiento y cooperación. Todo sistema de liderazgo desea que su gobierno
descanse no meramente en la dominación; también desea que su poder esté
garantizado por el hecho de que su autoridad sea legítima. Papel de la ideología es legitimar esa autoridad, si bien la ideología sirve como el código de interpretación
que asegura la integración, la ideología
lo hace justificado el actual sistema de autoridad.
El
papel de la ideología como fuerza
legitimante persiste porque no existe ningún sistema de legitimidad
absolutamente racional. Posiblemente ningún sistema de autoridad puede romper
por completo con esas figuras primitivas y arcaicas de la autoridad, Hasta el
sistema de autoridad más burocratizado exhibe algún código para satisfacer
nuestra creencia en su legitimidad.
La
estructura misma de la legitimación asegura el necesario papel de la ideología
. La ideología debe superar la
tensión que caracteriza el proceso de la legitimación, una tensión entre la
pretensión a la legitimidad por parte de la autoridad y la creencia en esa
legitimidad por parte de la ciudadanía. La tensión se da porque si bien la
creencia de la ciudadanía y la pretensión de la autoridad deberían estar en el
mismo nivel, la equivalencia de creencia y pretensión nunca es verdaderamente
real, sino que es siempre más o menos una fabricación cultural.
Esta
discrepancia entre pretensión y creencia puede ser la verdadera fuente de lo
que Marx llamó plusvalía (Mehweri).
La plusvalía no es necesariamente un concepto exclusivo de la estructura de
producción, sino que es necesario en la estructura del poder. En su pretensión
a la legitimidad, toda autoridad pide más de lo que los miembros del grupo
están dispuestos a ofrecer en cuanto a creencia o credo.
En
este intercambio, el sistema de justificación o de legitimación desempeña un
continuo papel ideológico. El problema de la legitimación de la autoridad nos
coloca frente a un punto crítico entre un concepto neutral de integración y un
concepto político de deformación. La ideología va más allá de la integración y llega a la deformación y la
patología cuando trata de salvar la tensión entre autoridad y dominación. La
ideología trata de asegurar la integración entre pretensión a la legitimidad y
creencia, pero lo hace justificando el sistema de autoridad existente tal como
es, El análisis de Weber sobre la legitimidad revela un tercer papel mediador
de la ideología. La función legitimante de la ideología es el eslabón que conecta el concepto marxista
de ideología entendida como
deformación y el concepto integrador de ideología que encontramos en Geertz.
Parece
que no hay transición alguna desde la ideología a la utopía. Cuando se
consideran fenomenológicamente la ideología y la utopía; cuando el enfoque
descriptivo tiene en cuenta la significación de lo que se presenta, la
ideología y la utopía pertenecen a
dos géneros semánticos distintos. La utopía se distingue particularmente por
ser un género declarado. Tomás Moro acuño la palabra “utopía” en 1516. La
palabra significa lugar que no existe, ninguna parte, ningún lugar; es la isla
que no está en ninguna parte, el lugar que no existe en un lugar real. La
utopía es una obra muy personal e idiosincrásica, es la creación distintiva de
su autor. Quizás una estructura fundamental de la reflexividad que podemos
aplicar a nuestros papeles sociales sea la capacidad de concebir un lugar vacío
desde el cual podamos echar una mirada sobre nosotros mismos.
Pero
para desenterrar una estructura funcional de la utopía debemos ir más allá de
los contenidos específicos de las utopías particulares. Las utopías hablan de
tantos temas divergentes que resulta extremadamente difícil hacerlas encajar
dentro de un simple marco. Si consideramos las utopías de acuerdo con sus
contenidos, encontramos utopías opuestas. No podemos definir las utopías de una
manera común por sus contenidos. Faltando la unidad temática de las utopías,
debemos buscar la unidad en su función.
Sugiero
que partamos de la idea de central de “ningún lugar”, implícita en la misma
palabra “utopía” y en las descripciones de Tomás Moro: un lugar que no existe
en un lugar real, una ciudad espectral, un río que no tiene agua, un príncipe
sin pueblo, etc. Aquello en lo que debemos hacer hincapié es el provecho de
esta especial extraterritorialidad. El campo de lo sposible queda abierto más
allá de lo actual; es pues un campo de otras maneras posibles de vivir.
Este
desarrollo de nuevas perspectivas posibles define la función más importante de
utopía. Si quisiéramos comparar esta estructura de la utopía con un tema de la
filosofía de la imaginación yo diría que es como las variaciones imaginativas
respecto de una esencia. La utopía introduce variaciones imaginativas en
cuestiones tales como la sociedad, el poder, el gobierno, la familia, la
religión. En la utopía trabaja ese tipo de neutralización que constituye la
imaginación entendida como ficción. Podemos decir que no hay integración social
sin subversión social. La reflexividad del proceso de integración se da
mediante el proceso de subversión. El concepto de “ningún lugar” pone a
distancia el sistema cultural; vemos nuestro sistema cultural desde afuera
gracias precisamente a ese “ningún lugar”.
Lo
que se confirma esta hipótesis de que la función más radical de la utopía es
inseparable de la función más radical de la ideología es el hecho de que el
punto decisivo de ambas está efectivamente en el mismo lugar, es decir en el
problema de la autoridad. Lo que en definitiva entra en juego en la utopía es no
tanto el consumo, la familia o la religión como la utilización del poder en
todas estas instituciones. El punto en el que la ideología pasa de su función integradora a su
función deformadora sea también el punto de cambio en el sistema utópico. De
manera que presto mucha atención a la función que tienen el poder, la autoridad
y el dominio en la utopía; pregunto quién posee el poder en una utopía dada y
cómo el problema del poder es subvertido por la utopía.
Es
también posible que la ideología y
la utopía se hagan patológicas en el mismo punto, es decir en el sentido de la
patología de la v es disimulo en tanto que la patología de la utopía es
evasión. No existe ningún punto de conexión entre el “aquí” de la realidad
social y el “otro lugar” de la utopía. Esta disyunción permite que la utopía
evite cualquier obligación de afrontar las reales dificultades de una sociedad
dada. Todas las tendencias regresivas tan a menudo denunciadas en los
pensadores utópicos proceden de esta inicial desviación del “ningún lugar”
respecto del aquí y del ahora.
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